Portada » Lengua y literatura » Historia y Evolución de la Literatura en España: Siglos XIX-XXI
San Manuel Bueno, mártir es una de las obras más representativas de Miguel de Unamuno, publicada en 1931. Se enmarca en un período de agitación social y política en España, en los años anteriores a la Guerra Civil. La novela refleja las inquietudes existenciales y religiosas que marcaron a la sociedad de la época, así como las preocupaciones filosóficas del propio Unamuno.
La obra es un claro exponente de la Generación del 98, un movimiento literario caracterizado por la introspección, la crítica a la realidad española y la búsqueda de sentido en un mundo en crisis. A través de su protagonista, Don Manuel, Unamuno plantea una profunda reflexión sobre la fe, la duda y el sufrimiento humano, elementos fundamentales en su pensamiento filosófico.
El conflicto central de la novela gira en torno a la aparente santidad de Don Manuel, un sacerdote admirado por su pueblo pero atormentado por su falta de fe. Su vida se convierte en un acto de sacrificio y amor hacia sus fieles, a quienes guía en la creencia religiosa a pesar de no compartirla. Esta contradicción entre la apariencia de santidad y la angustia existencial interna del personaje central hacen de la obra una exploración única sobre la dualidad entre la fe y la razón.
Además, la novela tiene una estructura peculiar que combina elementos narrativos y ensayísticos, con una narradora, Ángela Carballino, que reconstruye la vida de Don Manuel a partir de sus recuerdos. Este recurso añade un tono íntimo y reflexivo que potencia la profundidad filosófica de la obra.
En conclusión, San Manuel Bueno, mártir es una novela que trasciende su tiempo, abordando temas universales como la fe, la duda y el sentido de la vida. La obra no solo ofrece una crítica a la religiosidad superficial, sino que también plantea una pregunta esencial: ¿es preferible la verdad dolorosa o la mentira que brinda consuelo? La magistral combinación de literatura y filosofía hace de esta obra un referente fundamental dentro de la literatura española.
Historia de una escalera, escrita en 1947 por Antonio Buero Vallejo, es una de las obras teatrales más significativas del siglo XX en España. A través de una estructura en tres actos, la obra retrata la vida de varias generaciones de familias humildes que comparten un mismo edificio, mostrando sus frustraciones, anhelos y la lucha por mejorar su posición social.
Publicada tras la Guerra Civil Española, Historia de una escalera refleja las tensiones de la posguerra y las dificultades de la clase trabajadora bajo el franquismo. La precariedad económica, la falta de movilidad social y la repetición de patrones de pobreza y desilusión son temas centrales en la obra, que exponen cómo los sueños de los personajes chocan con la realidad de su entorno.
La pieza pertenece al teatro realista, caracterizada por su enfoque crítico de la sociedad y su lenguaje directo. Buero Vallejo emplea recursos simbólicos, como la escalera que da título a la obra, para representar el estancamiento y la repetición de los ciclos de frustración. Los diálogos, cargados de significado, refuerzan la idea de que el destino de los personajes parece estar condicionado por su contexto social.
Un aspecto destacable de la obra es la evolución de sus personajes a lo largo del tiempo. A medida que pasan los años, se observa cómo los hijos repiten los errores y las frustraciones de sus padres, evidenciando la dificultad de romper con las barreras socioeconómicas impuestas. La obra no solo denuncia las desigualdades sociales, sino que también muestra la resignación y la falta de cambios reales en la vida de los personajes.
En conclusión, Historia de una escalera combina una crítica social con una visión íntima y humana de sus personajes. Su capacidad para retratar con realismo la vida cotidiana y sus conflictos la convierten en una obra clave dentro del teatro español. Además, su mensaje sobre la lucha por el ascenso social y la inevitabilidad del destino sigue siendo relevante, consolidándola como un reflejo de su época y un testimonio de las dificultades de la sociedad española del siglo XX.
El Realismo literario del siglo XIX fue un movimiento artístico que se propuso representar la realidad de acuerdo con los intereses de la sociedad burguesa. La forma de pensamiento dominante en la época fue el positivismo, cuyos métodos se basaban en la experimentación y la observación objetiva. La burguesía abandonó el ideario romántico y lo sustituyó por una mentalidad realista, que describía la realidad social tal como es.
El Realismo se introdujo en España con considerable retraso. La primera novela plenamente realista fue La Fontana de Oro, de Galdós. La generación de 1868 está formada por novelistas que publican entre 1874 y 1884, década que da comienzo a la Restauración. Dentro de esta generación figuran escritores como el tradicionalista José Mª de Pereda, autor de Peñas arriba; Juan Valera, que, al margen de los conflictos ideológicos, escribió Pepita Jiménez; Galdós y Clarín, progresistas defensores de la modernización de España; y Emilia Pardo Bazán.
Entre su producción literaria destacan sus novelas, que se pueden clasificar en:
La Regenta es la obra maestra de Clarín y una de las novelas más importantes de la literatura española, un magnífico ejemplo del naturalismo en España.
En las décadas finales del siglo XIX, el realismo evolucionó hacia el Naturalismo, corriente artística impulsada por el autor francés Émile Zola.
El Naturalismo se introdujo en España hacia 1882. Además de Emilia Pardo Bazán, hubo otros escritores que utilizaron en sus obras algunos recursos naturalistas, como Palacio Valdés, Vicente Blasco Ibáñez, Clarín y Galdós.
A finales del siglo XIX, en España surgen dos movimientos literarios simultáneos: el Modernismo y la Generación del 98, ambos como respuesta a la crisis social y cultural de la época. Aunque comparten el rechazo a la literatura realista, difieren en sus enfoques: el Modernismo tiene un carácter cosmopolita y estético, mientras que la Generación del 98 se centra en la identidad y problemática de España.
El Modernismo, originado en Hispanoamérica alrededor de 1880, busca la belleza absoluta y la renovación del lenguaje literario, incorporando elementos exóticos, mitológicos y aristocráticos. Se divide en dos vertientes: una que enfatiza la evasión hacia lo fantástico y otra más introspectiva y melancólica. Su máximo exponente es Rubén Darío, con obras como Azul… (1888) y Prosas profanas (1896). En España, el Modernismo es más sobrio y menos exuberante, destacando autores como Ramón María del Valle-Inclán, Antonio Machado (en su primera etapa) y Juan Ramón Jiménez.
Por otro lado, la Generación del 98 surge tras el desastre colonial de 1898 y se caracteriza por su crítica a la decadencia de España, su interés por la historia y el paisaje castellano, y su reflexión sobre cuestiones existenciales y religiosas. Utilizan un lenguaje sobrio y sencillo, dando prioridad al contenido sobre la forma. Sus principales autores son:
En el teatro anterior a 1936 predominan tres tendencias:
Sin embargo, Valle-Inclán revoluciona el teatro con el esperpento, un estilo que deforma la realidad para denunciar sus miserias, como en Luces de Bohemia. Otra línea innovadora aparece con Miguel Mihura y su obra Tres sombreros de copa (1932), que introduce el humor absurdo y surrealista. En conjunto, estos movimientos reflejan el desencanto de la época y la búsqueda de nuevas formas de expresión literaria.
Los movimientos de vanguardia surgieron a principios del siglo XX con una actitud de rebeldía frente al arte tradicional, rechazando la imitación de la realidad. Se caracterizan por su diversidad y, en muchos casos, por la provocación, la polémica y el exhibicionismo.
En Europa, estos movimientos se desarrollaron en dos etapas. La primera, entre 1903 y 1924, se centró en un arte deshumanizado que evitaba la expresión de sentimientos, deformaba la realidad y utilizaba técnicas irracionales como el azar. Ejemplos de ello son el Cubismo, el Futurismo, el Dadaísmo y el Expresionismo. La segunda etapa, de 1924 a 1931, estuvo marcada por el surgimiento del Surrealismo, que promovió una rehumanización del arte a través de temas profundos relacionados con los sueños, el subconsciente y los instintos.
En España, las vanguardias coincidieron con el Novecentismo y la Generación del 27. Ramón Gómez de la Serna fue un gran difusor de estas corrientes mediante la revista Prometeo y tertulias literarias como las del Café Pombo. Es conocido por haber creado la greguería, una forma literaria breve basada en asociaciones sorprendentes entre elementos cotidianos con un tono de humor y metáfora.
En Hispanoamérica, entre 1918 y 1927, surgieron dos corrientes principales:
Dos grandes poetas hispanoamericanos dejaron una profunda huella en la literatura vanguardista:
La Generación del 27 fue un grupo de poetas que alcanzó su esplendor en los años 20 y 30, combinando tradición y vanguardia. Su homenaje a Góngora en 1927 marcó su consolidación. Entre sus miembros destacan Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Rafael Alberti y Luis Cernuda, además de importantes figuras femeninas como Concha Méndez, Rosa Chacel y Carmen Conde. Su poesía evolucionó desde una inicial influencia de la poesía pura y el neopopularismo hasta una mayor preocupación social, especialmente con la llegada de la República y la Guerra Civil. Tras la guerra, la mayoría se exilió y los que permanecieron en España intentaron mantener viva la cultura en un país devastado.
El teatro lorquiano refleja la frustración y el conflicto entre deseo y realidad. Evoluciona en tres etapas:
El teatro de Lorca rompió con los esquemas tradicionales y sentó las bases del teatro contemporáneo en España, convirtiéndose en un referente universal.
Tras la Guerra Civil, la novela española se vio afectada por el exilio de muchos escritores y por la censura, lo que limitó su desarrollo. Durante los años 40, predominó un estilo realista sin innovaciones formales. Dentro de esta tendencia destacó la novela existencial, que reflejaba el desencanto y la angustia de los personajes en una España devastada. Ejemplo de ello es La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela, obra que inauguró esta etapa. También fueron relevantes Nada de Carmen Laforet y La sombra del ciprés es alargada de Miguel Delibes. Al mismo tiempo, surgieron la novela de evasión y la novela de guerra falangista, representada por La fiel infantería de Rafael García Serrano.
En los años 50, la narrativa evolucionó hacia la novela social, caracterizada por la intención de testimoniar la realidad española y denunciar sus injusticias. Este tipo de novelas solía centrarse en colectivos marginales y buscaba generar conciencia en el lector. La colmena de Cela (1951) marcó el inicio de esta etapa, seguida de obras como El camino y Las ratas de Delibes, El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio y Entre visillos de Carmen Martín Gaite. En una línea más politizada se encuentran La resaca de Juan Goytisolo o Dos días de septiembre de Caballero Bonald.
Durante los años 60, la novela social comenzó a dar paso a una literatura más experimental. Aunque se mantenía la crítica social, los autores priorizaron la exploración del lenguaje y la estructura narrativa, influenciados por escritores europeos como Joyce, Kafka o Faulkner, así como por autores hispanoamericanos como Borges o Rulfo. El referente principal de esta tendencia fue Tiempo de silencio de Luis Martín-Santos, que introdujo técnicas novedosas en la literatura española. A partir de esta obra, otros escritores adoptaron la experimentación formal, como Juan Goytisolo con Señas de identidad, Juan Marsé con Últimas tardes con Teresa y Camilo José Cela con San Camilo, 1936. También autores de la Generación del 50, como Juan Benet con Volverás a Región, adoptaron estas innovaciones.
A partir de los años 70, la novela abandona el experimentalismo extremo, que no había sido bien recibido por el público, y se orienta hacia una narrativa más equilibrada. Se recuperan elementos tradicionales del relato, pero sin renunciar a las técnicas innovadoras adquiridas en la década anterior. La obra que marca esta transición es La verdad sobre el caso Savolta de Eduardo Mendoza, una novela que combina crítica social con el género policíaco. Otros autores destacados en esta época son Luis Goytisolo con Las mismas palabras y Francisco Umbral con Mortal y rosa.
En resumen, entre 1939 y 1975, la novela española pasó del realismo existencial de posguerra a la novela social en los años 50, experimentó con nuevas formas narrativas en los 60 y, finalmente, encontró un equilibrio entre tradición e innovación en los 70.
El final de la Guerra Civil en 1939 y la instauración de la dictadura franquista supusieron una gran devastación para la cultura española. La poesía y el teatro se vieron marcados por la censura, la represión y el exilio de muchos autores.
Durante los primeros años de la posguerra, la poesía estuvo dominada por una visión nacionalista y tradicional, en la que destacaron poetas como Leopoldo Panero y Luis Rosales. En contraposición, surgió una poesía existencial con autores como Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre, que expresaban la desesperanza y la desorientación del ser humano.
En los años 50, la poesía social comenzó a cobrar relevancia, con poetas como Blas de Otero y Gabriel Celaya, quienes utilizaron la poesía como una herramienta de protesta.
En la década de los 60, se dio paso a una nueva generación de poetas con un estilo más personal e íntimo, influenciado por los poetas del 27 y por la poesía europea. Autores como Jaime Gil de Biedma y Ángel González se destacaron en esta línea. A partir de los 70, surgieron los «novísimos», un grupo de poetas que retomaron el espíritu experimental de las vanguardias, como Pere Gimferrer y Guillermo Carnero. La década de los 80 y 90 vio el auge de la «poesía de la experiencia», con poetas como Luis García Montero y Ana Rossetti, y un resurgimiento de estéticas pasadas.
Durante los primeros años de la posguerra predominó el teatro comercial y los dramas sociales conformistas. Sin embargo, a partir de los años 50, autores como Antonio Buero Vallejo y Alfonso Sastre introdujeron el teatro social, crítico y existencial.
En las décadas de los 60 y 70, se desarrolló un teatro experimental, influenciado por las vanguardias, con autores como Fernando Arrabal y Francisco Nieva. Tras la muerte de Franco, el teatro democrático se caracterizó por la pluralidad temática y una mayor libertad creativa, con autores como José Luis Alonso de Santos y José Sanchís Sinisterra, que abordaron problemas cotidianos de jóvenes en entornos urbanos.
La novela española desde 1975 hasta la actualidad refleja el cambio de contexto social, político y cultural tras el fin de la dictadura franquista y la llegada de la democracia. Este periodo se caracteriza por la desaparición de la censura, lo que permitió una gran diversificación de temas y estilos en la narrativa. Las primeras décadas de la democracia vieron un auge de la novela política, seguida por una amplia variedad de tendencias narrativas. Entre ellas destacan:
En los 90, surgieron dos grupos prominentes: los novelistas nacidos en los 60 y 70, que escriben con total libertad temática, destacando autores como Juan Bonilla y Javier Cercas; y la Generación X, centrada en los jóvenes y sus experiencias urbanas y existenciales, con obras como Historias del Kronen de José Ángel Mañas.
Desde 2006, la Generación Nocilla marcó una nueva etapa, con autores como Agustín Fernández Mallo, quienes hibridan géneros y usan blogs como plataforma de difusión. A pesar de la diversidad, los temas recurrentes en la novela española contemporánea son la soledad, las relaciones humanas, el amor, el erotismo y la muerte. Además, la crisis económica ha dado lugar a novelas distópicas y de alienación social, como las de Isaac Rosa o Sara Mesa.
Finalmente, se destaca la reciente pérdida de dos grandes autores: Almudena Grandes, conocida por su serie Episodios de una guerra interminable, y Javier Marías, cuya obra se caracterizó por su estilo reflexivo y su tono irónico, con novelas como Corazón tan blanco.