Portada » Filosofía » Grandes Cuestiones Filosóficas: Reflexiones sobre Libertad, Política y Sociedad
Como bien señaló Kant con su imperativo «Sapere Aude» (Atrévete a saber), el conocimiento es el fundamento de la razón práctica y la autonomía individual.
Siguiendo a pensadores como Ortega y Gasset, la razón vital e histórica nos muestra cómo la educación, al fomentar el pensamiento crítico, nos emancipa de dogmas y prejuicios.
Algunos, como Nietzsche y su crítica al nihilismo, podrían argumentar que el exceso de conocimiento o la confrontación con verdades incómodas puede llevar a la angustia o la parálisis existencial.
La libertad, en su sentido más profundo, requiere asumir la responsabilidad de nuestras decisiones, incluso ante la incertidumbre que el conocimiento puede revelar. No es una ausencia de angustia, sino la capacidad de actuar a pesar de ella.
Como advirtió Ortega y Gasset al hablar de la «rebelión de las masas», una política desprovista de fundamentos filosóficos sólidos tiende a caer en la complacencia populista y la demagogia, careciendo de visión a largo plazo.
La filosofía, a través de conceptos como el imperativo categórico de Kant, proporciona principios universales y una capacidad crítica indispensable para evaluar la moralidad y la justicia de las acciones políticas.
Es común escuchar que la filosofía es demasiado abstracta o carece de utilidad práctica en el ámbito político.
Lo abstracto, en este contexto, no es sinónimo de irrelevante. Por el contrario, los principios éticos y las visiones de justicia, aunque abstractos, son los que orientan las acciones concretas. Sin ética, la acción política es ciega y carente de dirección moral.
Para Bloch, la utopía es el «principio esperanza», un horizonte que, aunque inalcanzable, nos impulsa a caminar y a transformar la realidad presente.
Incluso pensadores como Nietzsche, con su concepto de la voluntad de poder, reconocen la fuerza motivadora de los ideales y las visiones de futuro, que pueden inspirar la acción transformadora.
Es un riesgo real que las utopías, cuando se conciben como modelos absolutos e inamovibles, puedan derivar en sistemas totalitarios que busquen imponer una visión única de la sociedad.
Cierto, pero el verdadero valor de la utopía reside en su función como crítica de lo existente y como guía para la acción, no como un dogma a imponer. Es un ideal regulativo, no constitutivo.
Paulo Freire, en su crítica a la «educación bancaria», expuso cómo un modelo educativo que deposita conocimientos sin fomentar la reflexión crítica puede ser una forma de opresión y domesticación.
Por otro lado, la educación crítica, en la línea del fomento de la autonomía propuesto por Kant, busca liberar al individuo, capacitándolo para pensar por sí mismo y actuar de forma consciente.
Nietzsche también señaló cómo la educación puede ser utilizada para fomentar el conformismo social y la mediocridad, en lugar de la excelencia y la individualidad.
Se podría argumentar que la educación es fundamental para garantizar derechos y promover la igualdad de oportunidades.
Esto es cierto, pero solo si la educación fomenta activamente el pensamiento crítico y la libertad de criterio, en lugar de la mera transmisión de información o la inculcación de ideologías.
Para Ortega y Gasset, la razón histórica es esencial para comprendernos como seres en el tiempo y para proyectarnos hacia el futuro, aprendiendo de las experiencias pasadas.
Nietzsche, en su obra «Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida», argumentó que la historia debe servir a la vida, no ahogarla en un exceso de erudición o resentimiento.
Una interpretación acrítica o manipulada de la historia puede, de hecho, reforzar ideologías, alimentar nostalgias estériles o perpetuar rencores, convirtiéndose en un lastre.
Precisamente por este riesgo, la historia debe ser abordada con una perspectiva crítica y reflexiva, nunca de forma dogmática o como una mera acumulación de hechos.
Ortega y Gasset advirtió que las sociedades donde las masas imponen su voluntad sin la guía de minorías selectas o élites intelectuales pueden derivar en el caos y la mediocridad.
Para Platón, la ausencia de sabiduría en el gobierno conduce a que los demagogos, movidos por la opinión popular y no por la verdad, tomen el control, llevando a la degeneración de la polis.
Nietzsche criticó a los «últimos hombres», aquellos que evitan el riesgo, la grandeza y los ideales elevados, lo que se traduce en una falta de visión y coraje en el liderazgo.
Se podría argumentar que una democracia madura debería depender más de la participación ciudadana activa que de la figura de líderes carismáticos.
Es cierto que la ciudadanía activa es fundamental, pero sin referentes éticos y cultos que inspiren y articulen visiones de futuro, la participación puede diluirse o carecer de dirección efectiva.
Ortega concibió Europa no solo como una entidad geográfica, sino como un proyecto cultural e histórico en constante construcción, basado en valores compartidos y una herencia intelectual común.
El proyecto europeo, con su énfasis en las élites técnicas y los expertos, refleja la idea orteguiana de que ciertas minorías cualificadas están llamadas a liderar y a articular el futuro.
La Unión Europea puede interpretarse como un intento de superar los nacionalismos y las pasiones de la «masa», buscando una integración basada en la razón y la cooperación, tal como Ortega anhelaba para el continente.
Existen críticas válidas al proyecto europeo, que lo acusan de ser excesivamente tecnocrático y de estar desconectado de las preocupaciones y la voluntad popular.
Es importante recordar que Ortega también advirtió sobre el riesgo de un elitismo que no sepa comunicar y educar a la masa, lo que podría generar precisamente esa desconexión.
Según Ortega y Gasset, en la sociedad de masas, la sensibilidad y los deseos de la mayoría tienden a imponerse sobre la cultura y los proyectos de mayor calado, diluyendo la autenticidad política.
La política actual a menudo carece de un horizonte claro y se limita a la reactividad, respondiendo a las demandas inmediatas de la opinión pública en lugar de proponer visiones transformadoras.
La figura del «último hombre» de Nietzsche, que rehúye el riesgo, la altura y la búsqueda de ideales elevados, se manifiesta en una política que evita la confrontación y la propuesta de proyectos ambiciosos por miedo a perder apoyo.
Es cierto que existen ejemplos de políticas públicas que sí buscan la sostenibilidad, la justicia social y el bien común a largo plazo.
Sin embargo, estas políticas suelen ser excepciones y no la norma en un panorama político dominado por la inmediatez y la búsqueda del consenso fácil.