Portada » Lengua y literatura » Grandes Corrientes Literarias en España: Del 98 a la Posguerra
La Generación del 98 está compuesta por un grupo de escritores e intelectuales preocupados por la regeneración de España. Entre sus características más destacadas encontramos la proximidad de sus edades, sus ideas políticas liberales, su postura crítica ante los problemas del país y la fundación de revistas que usaban para difundir su pensamiento. Los grandes temas tratados por el 98 fueron la reflexión sobre España como problema histórico, centrado en la crítica al caciquismo, la defensa del poder educador de la escuela y el desarrollo agrario e industrial del país. Por otro lado, abordaron el tratamiento del paisaje español, que definiría al hombre, su carácter y su sentir, acorde a la tierra castellana. Todo esto se realizará con un estilo natural y sobrio, escasos adornos, tono reflexivo, huida de lo sensual y utilización del ensayo y la novela como géneros fundamentales. Entre los autores más relevantes destacamos a Unamuno, Azorín, Baroja, Antonio Machado y Valle-Inclán.
Miguel de Unamuno fue un hombre influyente en la vida pública, y su obra plasma el tema de la muerte y la inmortalidad. Sus preocupaciones son la conciencia de la condición mortal y la reflexión filosófica sobre una posible vida más allá de la muerte, tratadas con angustia e intentando hacer partícipe al lector. Entre sus famosas nivolas destaca Niebla, sobre la muerte, centrándose en la idea de que quizás seamos un sueño de un ser supremo. En San Manuel Bueno, mártir, plantea la fe como salvadora frente a la angustia por nuestra mortalidad.
José Martínez Ruiz Azorín escribe La Voluntad, en la que el protagonista, prototipo del hombre de la época, busca el porqué de su existencia, ya que siente la contradicción entre su vida y su interior. Confesiones de un pequeño filósofo recoge ese pequeño conflicto, pero la obra destaca por la caída de la acción, que desaparece, de tal manera que la obra pasa a ser un conjunto de estampas de los pueblos de España. En esta línea sigue en los pueblos y en Castilla. Azorín posee una técnica impresionante, busca la sensación plástica, siendo sus pilares la sencillez, la claridad y la precisión: frases cortas, oraciones simples, sustantivos, abundantes adjetivos epítetos y escasos verbos.
Azorín forma con Ramiro de Maeztu y Pío Baroja el trío que se dio a conocer con un manifiesto en 1901, en el que pretendían la transformación de España y su equiparación a los países europeos. Ramiro de Maeztu, desde una postura regeneracionista que tiene su expresión en los artículos de Hacia otra España, derivó a posturas conservadoras, exaltando los valores e ideales enraizados en el tradicionalismo católico.
Pío Baroja defiende la novela abierta, con libertad absoluta y espontaneidad como concepción de la propia vida. Capta el ambiente y el aliento vital con gran ritmo, una acción trepidante, desfile de personajes, suspense, escenas dialogadas con cambios de escenario y frases breves.
Baroja ha influido en todo el siglo XX con su párrafo corto y su vocabulario limitado. Destaca su trilogía La lucha por la vida. La busca presenta a dos jóvenes que buscan un futuro dentro de una sociedad injusta; Mala hierba y Aurora roja desarrollan sus historias, que son fracasos personales. También destaca Tierra Vasca, en la que incluye El mayorazgo de Labraz, La casa de Aizgorri y Zalacaín el aventurero.
El árbol de la ciencia plantea la desorientación existencial del hombre inadaptado, en la que los personajes de Andrés e Iturrioz son los alter ego del escritor en su juventud y madurez.
Los temas más tratados por su poesía serán España y su paisaje, abordado desde una perspectiva historicista que le permite reflexionar sobre el pasado de nuestro país, el presente que vive y el futuro de las gentes españolas. También aborda su yo interior, su intimidad, sus recuerdos, sus sensaciones, en diálogo con la tarde, la fuente y en torno a la añoranza de la infancia, el paso del tiempo y el sentimiento de la muerte. Su producción poética experimenta una evolución vital desde sus primeros poemas formalistas y modernistas (Soledades), su visión del paisaje y el hombre castellano en Campos de Castilla (La saeta, La tierra de Alvargonzález) hasta sus últimos libros de tonos reflexivos (Nuevas canciones).
Por último, el género dramático, frente al teatro burgués, propone un teatro nuevo de forma y técnica, realizado por Unamuno o Jacinto Grau (El señor de Pigmalión). Sin embargo, destaca Ramón María del Valle-Inclán, adelantado a las vanguardias. Su obra es una continua evolución desde su producción modernista hasta sus esperpentos. Entre sus obras modernistas destacan Sonatas (protagonizadas por el Marqués de Bradomín) o Cuentos de Abril. Más tarde, se adentra en lo clásico con Comedias bárbaras y Divinas palabras, ambientadas en un entorno rural gallego. Finalmente, presenta a modo de caricatura una visión crítica y profunda de la realidad: el **esperpento**, una manera de captar la realidad por medio de su deformación. Destacan Luces de bohemia y Los cuernos de don Friolera, y en novela, Tiranos banderas.
La Generación del 98 intentó la regeneración del país, pero sería la generación posterior la llamada a conseguirlo. España se moderniza y entronca con la cultura y el pensamiento occidental. Los jóvenes autores se forman en un ideal europeizante, sin tradicionalismos, y participan en la vida pública revisando el pensamiento anterior.
La Generación del 14 nace en torno a la Primera Guerra Mundial, y está formada por filósofos, críticos y profesores que propician un nuevo clima intelectual. Persiguen el concepto, la palabra al servicio de una idea eficaz, buscando la abstracción. Será una literatura difícil de apariencia sencilla y nacida para una minoría culta.
Los **novecentistas** comparten una sólida formación intelectual por sus estudios universitarios y sus viajes por Europa; poseen un cosmopolitismo que traducen en europeísmo; confían en el progreso social y de pensamiento con gran optimismo; rechazan lo pasional, tendiendo al tono grave; mantienen gran preocupación por el lenguaje, por «la obra bien hecha», huyendo de lo fácil; y tienen como guías a José Ortega y Gasset y a Eugeni d’Ors.
Las grandes inquietudes de la generación se muestran gracias al ensayo; la figura más representativa es José Ortega y Gasset. Según su temática, sus ensayos se dividen en: ensayos filosóficos como ¿Qué es la filosofía?, donde el objetivo de la filosofía debe ser la propia vida humana; ensayos políticos y sociológicos, como España invertebrada o La rebelión de las masas. Explica que las causas de la decadencia española son la disgregación social, exacerbada por los nacionalismos, los particularismos de clase social y la indisciplina de las masas. La solución sería sustituir la democracia por el gobierno de unas minorías cultas y preparadas. Ensayos artísticos y literarios, como La deshumanización del arte, donde Ortega considera necesario un arte puro que elimine contenidos sentimentales y cuyas herramientas sean el humor y la metáfora, para entenderlo como un juego intelectual.
La novela es un género minoritario que bien continúa modelos realistas o bien renueva, como la del 98. Gabriel Miró es un lirista de prosa muy elaborada, casi como un verso. Tiende a desaparecer la acción por la elaboración formal y abunda la descripción. Interesa la emoción que producen los objetos, como en Las cerezas del cementerio o El obispo leproso. Ramón Pérez de Ayala es un intelectual con el que la acción pierde importancia y los personajes son símbolos, abundando las reflexiones, el perspectivismo y la simultaneidad en A.M.D.G. o Belarmino y Apolonio. Wenceslao Fernández Flórez emplea técnicas realistas en una narrativa de humor negro usado como crítica social. Benjamín Jarnés presenta una novela compleja de argumento mínimo, deshumanizada, con múltiples perspectivas, etc.
Juan Ramón Jiménez fue un poeta preocupado por los aspectos teóricos de la poesía. Su evolución lírica supone un intento de captar la esencia del mundo. Su creación es una búsqueda de la palabra, de la expresión poética perfecta, con continuos cambios de tono y estilo. Así, su producción innova desde una juventud modernista beckeriana en Alas tristes o Jardines lejanos. De esta etapa sensitiva pasa a una depuración intelectual en la que elimina todo lo superficial en Diario de un poeta recién casado. Por último, culmina con una poesía desnuda y esencial de contenidos y símbolos difíciles en Espacio y Dios deseado y deseante.
El fenómeno vanguardista coincide con el novecentismo en contexto cultural y sociopolítico. Aunque las vanguardias se inclinaron hacia una vertiente creativa. Vanguardismo designa a los movimientos que se oponen a una estética anterior. Proponen conceptos nuevos de arte y se suceden con gran ritmo.
El **futurismo** supone un manifiesto vital que exalta la civilización mecánica y las conquistas de la técnica. Así, la literatura escogerá nuevos temas y mitos: la máquina de escribir, el vapor, la electricidad, el avión, el deporte. El lenguaje suprimirá categorías y sintaxis para dar un dinamismo y rapidez verbal.
El **cubismo literario** procede de descomponer la realidad para rehacerla de forma libre, mezclando conceptos, imágenes, etc. A ello, se añaden especiales disposiciones tipográficas de los versos, como los caligramas de **Apollinaire**.
El **dadaísmo** es la rebeldía pura: contra la lógica, las convenciones estéticas o sociales, el sentido común. Propugna liberar la fantasía de cada individuo, la superación de todas las inhibiciones y la creación de un lenguaje incoherente. Su gran papel fue preparar el camino para la revolución surrealista.
El **surrealismo** pretende superar la realidad, crear una realidad superior a la que vivimos, que desvele la auténtica naturaleza de nuestra realidad; de ahí la importancia de la obra de **Freud**, que postula la exploración del subconsciente y de los sueños como una realidad oculta, y lo hace con gran capacidad creadora. Se dio en todas las artes, más en las plásticas, pues lo onírico es más visceral en la imagen. Recordemos las figuras de **Dalí** en pintura, de **Buñuel** en el cine, y de **Lorca** o **Aleixandre** en literatura.
La vanguardia está representada en España por dos movimientos: el **ultraísmo**, que nace con una voluntad de ir más allá (ultra), recogiendo en gran medida las aportaciones del futurismo y del cubismo, cuyo máximo difusor fue Guillermo de Torre; y el **creacionismo**, que intenta superar la limitación de la realidad (recreación) y vivificar la poesía con un aliento que hiciese de cada poema una creación única y cuya máxima figura es el chileno Vicente Huidobro.
Ramón Gómez de la Serna participó de las vanguardias en su abierto rechazo de la interpretación tradicional de la realidad y se propuso eliminar cualquier sentimentalismo en el arte, incorporando el humor en su quehacer literario. El resultado es una observación inusual de la realidad, una pérdida de su sentido en la que descubrimos nuevas asociaciones. Gómez de la Serna crea para ello las **greguerías**: suma de metáfora y humor, con la que descubre un distanciamiento de la realidad con cierto humor jovial.
A comienzos del siglo XX, España se halla en una situación de crisis:
Crisis económica, por la pérdida de los mercados americanos y las deudas de las guerras en Cuba, Filipinas y Estados Unidos; crisis política, ya que los liberales y conservadores se turnan en el gobierno; crisis social, porque la industria crece y da fuerza a los obreros que se asocian (**PSOE** y **UGT**), enfrentándose con patronos y terratenientes. Surge el **regeneracionismo** con propuestas que modernicen el país y denunciando la injusticia y el caciquismo.
Toda esta inquietud cristaliza en escritores agrupados en el **Modernismo** y la **Generación del 98**. Ambos surgen de la necesidad de rebelarse contra la estética imperante. Sin embargo, son evidentes sus diferencias: el Modernismo supera las fronteras con ambición cosmopolita, mientras que el 98 se centra en España; los modernistas en su poesía sintetizan, y el 98 analiza.
El Modernismo es literatura externa de los sentidos y el 98 se adentra en el interior del alma.
La confusión surge ya que cuando Rubén Darío llega a España, nuestros inquietos autores aceptan sus temas y su lenguaje, pero pronto perciben que aquella belleza y seducción no sirve para sus propósitos.
El Modernismo es una actitud vital, la forma hispánica ante la crisis de las letras y el espíritu al final del siglo XIX que se manifiesta en arte, ciencia, etc. Su origen está unido a Rubén Darío, que une al romanticismo francés como esencia de la poesía, elementos parnasianistas y simbolistas. Así, entre los valores del Modernismo encontraremos:
Las innovaciones técnicas se sitúan en la métrica: se crean nuevos metros, se recuperan otros olvidados y se da importancia al verso y su musicalidad (acentos, sonidos, rimas), adquiriendo las estrofas clásicas un tono diferente (soneto y sílaba). El lenguaje se enriquece con adjetivación extraordinaria (colores, olores, sabores y sensaciones auditivas), abundando la **sinestesia**. También está presente el tema de la muerte en un mundo de seres reales y mitológicos, creando un clima nuevo. Su aportación fundamental fue aumentar la independencia de los escritores.
Rubén Darío manifiesta en sus libros el Modernismo literario. Azul es el primer gran libro modernista hispánico que incluye poemas, cuentos y prosas poéticas/líricas. Entre sus temas están: la idealización del pasado (Caupolicán), la naturaleza sagrada (Estival), el erotismo (Invernal) y la búsqueda de un ideal de belleza asociado con el color azul. En Prosas profanas, Darío profundiza en temas ya explorados: el escapismo de la Edad Media (Cosas del Cid), los cuentos de hadas, la Francia versallesca (Era un aire suave). El azul da paso al cisne (Blasón) y late una armonía cósmica (Yo persigo una forma). Así, lleva al máximo lo sensorial y lo exuberante, manifestado en sonetos alejandrinos, sextinas y tercetos. En Cantos de vida y esperanza se observa un cambio consciente en su trayectoria (Yo soy aquel que ayer). Su escapismo se centra en la reflexión existencial (Nocturno y Lo fatal) y la reivindicación de lo español (Abollas) frente al mercantilismo americano (A Roosevelt).
El Modernismo en España entró tarde y fue breve. Rubén Darío señaló a Zorrilla y Rosalía de Castro como sus precedentes. Salvador Rueda es el máximo innovador de métrica con versos plurimembres, alteraciones estróficas, verso blanco y libertad formal. Francisco Villaespesa es un puente de unión de escritores a un lado y otro del océano, y Eduardo Marquina posee elementos románticos y de Rubén Darío.
En la obra poética de Manuel Machado hay dos vertientes: Modernismo y andalucismo. Sus textos modernistas destacan por recrear obras de arte y episodios del Romancero: Felipe IV, Figulinas o Castilla, incluidos en Alma. De su interés por lo andaluz destaca Cante Hondo.
La poesía de Valle-Inclán incluye los libros Aromas de leyenda, poemas de una Galicia rural y religiosa que rechaza lo nuevo; La pipa de Kif, con estética esperpéntica que se desarrollaría en otros géneros; y El pasajero, que reúne motivos decadentes, satanismo y pecado en Rosa de bronce, la mujer fatal en Rosa del oriente, y la muerte en Rosa de Job. Las Sonatas (Primavera, Estío, Otoño e Invierno) son la manifestación más destacada de la prosa modernista española. Su protagonista es el Marqués de Bradomín, aristócrata amoral que cuenta en primera persona sus ficticias memorias: viaje a Italia, amor de primavera, estancia en México. Están llenas de satanismo, perversión sexual, pero envueltas en musicalidad, rica adjetivación y recursos estilísticos.
Antonio Machado supone la búsqueda de la propia luz desde los ecos modernistas hasta la introspección personal. Soledades, ampliando luego a Soledades, galerías y otros poemas, tiene como eje los universales del sentimiento: soledad, paso del tiempo, búsqueda de Dios, la infancia, el amor. Usa símbolos en elementos del paisaje para expresar estados de ánimo (la fuente, la tarde, el río, el camino), empleando la silva romance y muchos encabalgamientos que aportan naturalidad. Juan Ramón Jiménez busca la belleza, lo esencial, a través de la poesía. Sus primeros libros son una muestra de Modernismo y postromanticismo: Rimas, Arias tristes, Almas de Violetas, Jardines lejanos. El autor llevará un proceso de depuración de esta poesía que desembocará en lo introspectivo con influencias de Bécquer.
Por último, fue relativamente popular al inicio del siglo un teatro poético, en ocasiones en verso, de tipo modernista. Su principal representante fue Francisco Villaespesa. El alcázar de las perlas, de temas históricos o de leyenda. También escribieron drama en verso los hermanos Machado, como La Lola se va a los puertos. Valle-Inclán, alejado del realismo, evolucionará de un teatro modernista que embellece la realidad (El marqués de Bradomín) hacia el esperpento.
En plena Guerra Civil, algunos autores escriben al servicio de la República y en el exilio: Ramón J. Sender, en Réquiem por un campesino español, reflexiona sobre el ser humano en el marco de la guerra; Francisco Ayala, intelectual con gran rigor de pensamiento, escribe Cazador en el alba, La cabeza del cordero y Muertes de perro; y Rosa Chacel recuperará la memoria histórica publicando Memorias de Leticia Valle. Tras la guerra, el panorama narrativo es lastimoso, y el género parte de la inexperiencia y se hace autodidacta. Entre los narradores testigos del conflicto destaca Nada de Carmen Laforet, una vuelta a la novela existencial en un presente sórdido de guerra y hambre, aunque con un tono conservador.
Los maestros de la narrativa de posguerra parten del realismo tradicional y llegan a nuevas formas: Camilo José Cela se consagra con La familia de Pascual Duarte, una revelación como drama rural. En La colmena, más de trescientos personajes muestran la vida del Madrid de posguerra (la miseria material y moral de vidas sin sentido). Con San Camilo 1936 incorpora nuevas técnicas. Y en Mazurca para dos muertos retoma la Guerra Civil. Miguel Delibes ofrece una producción constante y regular. La sombra del ciprés es alargada plasma la vida cerrada en las ciudades castellanas. El camino es un bello cuadro de la infancia, desde el paso de la juventud a la madurez. En Cinco horas con Mario, extenso monólogo interior crítico con la clase media, Carmen (la protagonista) desgrana una vida matrimonial deteriorada ante el cadáver de su marido. El hereje plasma el destino de un hombre en una novela histórica.
Gonzalo Torrente Ballester escribe Los gozos y las sombras, obra realista de cánones tradicionales, y experimenta nuevos recursos en La saga/fuga de J.B., fábula mítica en la que convergen lo gallego y lo céltico.
La **novela social** del medio siglo muestra gran diversidad e implica un alto grado de compromiso. Por un lado, se asocian al realismo problemático, reflejo social del autor en el que la novela actúa como un espejo, como El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio; por otro lado, también hay un realismo crítico que muestra las contradicciones sociales que nos hacen comprender la realidad de la época. Esta **generación de los 50** presenta elementos comunes como: presencia del testimonio, lenguaje vivo y directo, estilo sencillo y estructura lineal.
El modelo realista social se agota en los 60 por su escasa repercusión editorial. Llega así el **desarrollismo**, favorecido por una leve apertura del régimen gobernado hasta ahora por tecnócratas y el **Opus Dei**. Esta nueva narrativa se preocupa por experimentar con el lenguaje, mostrar seres difusos como personajes y manipular la estructura a imagen de los grandes narradores europeos como Kafka o Joyce. Luis Martín Santos será recordado por Tiempo de silencio, que inicia la interpretación subjetiva de la nueva visión social y parodia de una forma irónica y cruel la España desarrollista.
Juan Goytisolo indaga en la crisis de los autores comprometidos en Señas de identidad usando innovaciones formales. Carmen Martín Gaite escribe fragmentos de interior aplicados al estudio social (El cuarto de atrás), donde estudia su personalidad con elementos reales e imaginarios. Luis Goytisolo publica su trilogía Antagonía con influencia de Proust.
En pleno experimentalismo, otros narradores observan lo absurdo de la existencia, el sentido onírico y mítico de la novela, y deciden la renovación narrativa destruyendo todas las convicciones hasta poder hablar de una **antinovela**. Juan Benet destaca por la creación de un universo mítico con su propia geografía imaginaria llamada Región, donde se desarrollan Volverás a Región y Herrumbrosas lanzas.
La democracia consagra nuevas formas para la cultura, y la literatura es un mero producto que tiene sus circuitos y responde a estrategias comerciales. Los narradores normalizan modelos tradicionales, y los jóvenes realizan una renovación formalista. La unión de estos modelos responde desde los 80 a la **posmodernidad**, crisis ideológica y estética en el arte que limita los modelos de la modernidad, pero sin intentar superarlos.
Juan Marsé, en Si te dicen que caí, analiza la sociedad catalana de posguerra con una óptica personal. Marsé prima argumento y estructura en El embrujo de Shanghái. Eduardo Mendoza escribe La verdad sobre el caso Savolta, novela policiaca con nuevas técnicas, salpicada de espionaje, violencia y sexo. El misterio de la cripta embrujada une lo policiaco y el folletín con humor y alegría. La ciudad de los prodigios critica de forma imaginativa la Barcelona de la modernidad.
Desde los 80, dos tendencias responden al placer de narrar. Por un lado, la novela de intriga y aventuras, directa, ágil, de diálogos rápidos para disfrutar la lectura. Antonio Muñoz Molina escribe novelas de corte policiaco: El invierno en Lisboa, con jazz y mundo marginal; Beltenebros, con espionaje; Plenilunio, con sabor político; y El jinete polaco, que recrea recuerdos y emociones.
Manuel Vázquez Montalbán usa la novela negra para analizar nuestra sociedad con el detective Pepe Carvalho, protagonista de Los mares del sur, Yo maté a Kennedy, etc. Arturo Pérez-Reverte consigue grandes éxitos como La tabla de Flandes, La carta esférica o El club Dumas y la serie El capitán Alatriste. Por otro lado, la novela de análisis del sentimiento, centrada en lo íntimo. Juan José Millás plasma la memoria de una generación en Visión del ahogado y la historia personal en El jardín vacío o El desorden de tu nombre. Javier Marías realiza introspección lúcida en Mañana en la batalla piensa en mí, donde une amor e intriga. Por último, destacan varias mujeres en la novela femenina: Rosa Montero es la pionera con Te trataré como una reina en mostrar la visión femenina, y Almudena Grandes presenta la novela erótica con Las edades de Lulú y Malena es un nombre de tango, en la que la protagonista lleva las riendas de su historia.
En la década de los 20, en plenas vanguardias, irrumpen en el panorama literario español unos jóvenes poetas: la **Generación del 27**, que dará la mejor lírica del siglo en España, evolucionando desde la vanguardia hasta el «arte puro» al estilo juanramoniano y el compromiso sociopolítico. Responden honestos y apasionados a una época compleja, pero llena de una gran riqueza artística.
Estos autores comparten relaciones personales —se les denominó «**Generación de la amistad**»—; participan en actos colectivos y publicaciones —homenajes como el de Góngora en el Ateneo de Sevilla e inclusión en: la Revista de Occidente o literarias como Mediodía (1926-29), Litoral (1926-29), La Gaceta Literaria (1927-32), etc.—; se asemejan en la formación de ideales estéticos similares contra lo académico y lo modernista, y exaltan una estética con libertad de imaginación y deshumanización del arte. A falta de guía generacional, hubo tres figuras clave para el grupo: Ortega y Gasset en lo filosófico, Ramón Gómez de la Serna en lo vanguardista y Juan Ramón Jiménez en lo poético.
Sus temas son los propios de la lírica, desde una perspectiva novedosa deudora de las vanguardias:
Pedro Salinas, maestro en ensayos como El defensor, gana una dimensión intelectual: cercana a la «poesía pura». Su sencilla apariencia esconde una trabajada densidad, un acercamiento a la verdadera y profunda realidad por medio de la inteligencia. El futurismo y la exaltación técnica están presentes en Presagios (1929). Su poesía amorosa constituye una «trilogía»: La voz a ti debida (1933), Razón de amor (1936) y Largo lamento (1938; publicado en 1971). El poeta encuentra su identidad («yo») en la amada («tú»), principio iluminador del mundo. De su exilio reflexivo nos deja El Contemplado (1946).
Para Jorge Guillén, la poesía tiene un poder creador. Se trata de una poesía entusiasta y vital que canta lo cotidiano y lo estiliza, sumergiéndonos en un mundo perfecto y ordenado, sobre todo en Cántico, su gran obra. Con Clamor, su poesía dará un giro temático; los horrores que está viviendo le hacen plasmar un mundo «mal hecho». Guillén alienta que la poesía es «cántico a pesar de clamor». Su estilo de exquisita depuración, que se queda con la esencia, lo convierte en el más fiel representante de la «poesía pura».
La totalidad de la poesía de Vicente Aleixandre es una búsqueda de la naturaleza con la que armonizar, después de la comunicación humana y, finalmente, de autoconocimiento. Espadas como labios (1931) y La destrucción o el amor (1933) constituyen unas de las mejores muestras del surrealismo en España. La historia sustituye a la naturaleza en Sombra del paraíso (1944), transición hacia la plenitud de su «poesía desarraigada». En la vejez, intenta explicarse a sí mismo volviendo a imágenes y símbolos primeros en libros como Poemas de la consumación (1968).
La vida de Lorca está marcada por la frustración personal que le obligó a reticencias y ambigüedades en su obra. Su poesía y teatro se caracterizan por una dualidad, síntoma del enfrentamiento entre la realidad opresiva y sus aspiraciones personales. De ahí que su obra gire del optimismo y gracia de su poesía «neopopular» en el Romancero gitano (1928) y Poema del cante jondo (1931) —en los que están presentes el amor, la naturaleza y la muerte— a los sentimientos de desasosiego de Poeta en Nueva York (1929-30) y Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935), en los que la estética surrealista ofrece un medio de enfrentamiento con su mundo, respondiendo a una crisis personal en lo artístico y lo sentimental. El deseo de buscar una literatura sincera, encarnada en sus conflictos y los del hombre, encontró una respuesta en el teatro. En su teatro existen dos planos de existencia enfrentados: uno íntimo y subjetivo, libre y lírico; y otro exterior, represivo y convencional. Yerma, Bodas de sangre o La casa de Bernarda Alba constituyen algunos de sus más claros ejemplos.
La poesía de Rafael Alberti es muy variada:
Luis Cernuda es un poeta romántico cuyo ideal poético consiste en unir poesía y vida, desnudando su alma y cantando con profundidad y belleza su deseo amoroso homosexual. Su lírica carece de estridencias y está aquilatada en la contemplación y la reflexión aprendidas de los románticos ingleses, y las serenas formas clasicistas heredadas de los románticos alemanes. En Un río, un amor (1929) encontramos una voz personal y más libre y osada en sus sentimientos; es el primer paso hacia una poesía surrealista. Los placeres prohibidos (1931) expresa el «deseo» de la insatisfacción en torno a la oposición entre realidad y deseo. Su crisis personal, fruto de su aislamiento y soledad, lo lanzó a denunciar la hipocresía burguesa en Donde habite el olvido (1933).
Tras la **Guerra Civil española** (1936-39), la figura del general **Franco** dominó todos los aspectos de la vida del país, incluida la cultura. Muchos artistas e intelectuales de la época se vieron obligados a exiliarse, otros acabaron malogrados; mientras que solo aquellos afines al régimen o que se sometieron a la censura pudieron permanecer en España. Teniendo esto en cuenta, podemos hablar, dentro de la poesía de posguerra, de diferentes grupos, generaciones o tendencias.
Por un lado, podemos señalar la llamada **Generación del 36**. Dentro de ella, se agrupan aquellos poetas cuyas obras reflejaron las graves consecuencias sociales y políticas de la guerra en un intento de rehumanizar la poesía, centrándose en la expresión de preocupaciones y sentimientos humanos, individuales o sociales. Uno de los autores más representativos de este grupo generacional fue Miguel Hernández, «ese genial epígono del 27», tal y como lo denominaba Dámaso Alonso. Su poesía destaca por el tono enérgico y apasionado, integrando en ella muy hábilmente las influencias de la poesía clásica castellana con movimientos de vanguardia y el estilo de poetas contemporáneos como Aleixandre y Neruda. La Guerra Civil supondrá un punto de inflexión en sus temas y modos expresivos: de su primera etapa, caracterizada por el virtuosismo formal y la complejidad lingüística, podemos destacar obras como Perito en lunas o El rayo que no cesa; de la segunda etapa, que se inicia con el arranque del conflicto bélico, podemos incidir en obras como Viento del pueblo, El hombre acecha o Cancionero y romancero de ausencias, con un marcado compromiso político y social.
Por otro lado, la dictadura se esforzará por difundir los valores tradicionales, idealizando el pasado histórico y artístico. Como vehículo de todo ello, aparecerá un tipo de poesía a la que Dámaso Alonso bautizará con el nombre de «**Poesía arraigada**». Sus autores ofrecen una visión serena del mundo a través de un estilo sobrio y empleando formas métricas clásicas. Dentro de esta tendencia podemos destacar la figura de Luis Rosales con obras como La casa encendida o Abril.
Junto a aquellos poetas afines a la dictadura, también hemos de mencionar a aquellos que permanecieron en España, pero que tuvieron que someterse a la censura, aunándose en lo que Dámaso Alonso denomina «**Poesía desarraigada**». Estos poetas transmiten en sus obras una profunda angustia, fruto de esa visión caótica de la realidad que los circunda. Suelen emplear un tono dramático y un lenguaje directo, desgarrado, de gran fuerza expresiva. Dentro de este grupo destacaremos las figuras del propio Dámaso Alonso, cuya obra más sobresaliente es Hijos de la ira. Junto a él, otros nombres relevantes de esta tendencia poética serán Manuel Altolaguirre con obras como Las islas invitadas; Emilio Prados con Llanto en la sangre; León Felipe con Español del éxodo o Juan Gil-Albert con obras como Misteriosa presencia.
A partir de 1950, el punto de mira se centra en los intereses colectivos de la sociedad, surgiendo así la llamada «**Poesía social**». Esta busca convertirse en herramienta de transformación social siguiendo la línea iniciada antes de la Guerra Civil por autores como A. Machado o Miguel Hernández. La situación de España, la injusticia social y el anhelo de paz y libertad se convertirán en sus temas más recurrentes. Entre los autores más destacados de esta vertiente, podemos citar a Blas de Otero, con obras como Pido la paz y la palabra, y Gabriel Celaya, con títulos como Movimientos elementales.
La década de los sesenta fue un periodo de crecimiento económico que coincide con la crisis política y social de la dictadura. Durante los primeros años de esta década, se publicarán dos antologías poéticas que marcarán una nueva forma de hacer poesía: Veinte años de poesía española y Poesía última. En ambas aparecen composiciones de autores jóvenes con el objetivo de renovar el género lírico, con un enfoque humanista y que se aunarán bajo el epígrafe de «**Generación de los 60**». Los autores más representativos serán: José Hierro, con obras como Tierra sin nosotros o Cuaderno de Nueva York; Claudio Rodríguez, de cuya obra podemos destacar títulos como Don de la ebriedad o Conjuros; Ángel González con Breves canciones para una biografía o Áspero mundo; José Ángel Valente con obras tan importantes como Poemas a Lázaro o Mandorla; o Jaime Gil de Biedma, de cuya producción señalaremos títulos como Moralidades y Poemas póstumos.
En la década de los setenta, surgió la llamada «**Generación del 68**», también conocida como los «**Novísimos**». Como rasgos comunes, podemos señalar el rechazo del realismo social; influencias heterogéneas del cine, de la publicidad, de la televisión…; el refinamiento, la artificiosidad y el culturalismo. Entre los grandes nombres de este grupo generacional, podemos señalar a Pere Gimferrer, con obras tan sobresalientes como La muerte en Beverly Hills; Leopoldo María Panero con Poemas del manicomio de Mondragón; o Antonio Colinas con títulos como Truenos y flautas en un templo.
En definitiva, durante este largo y difícil periodo de la historia, la poesía se convierte en el faro que guía a los intelectuales, en un amplio abanico de tendencias. Como diría Dámaso Alonso: «Para otros el mundo nos es un caos y una angustia, y la poesía, una frenética búsqueda de ordenación y de ancla».
El periodo del 36-39 fue teatralmente intenso y no se notó el inicio de la guerra con obras burguesas al estilo de Benavente: visión conservadora de la sociedad. Ideología y propaganda calan en un teatro de circunstancias, que conciencia a espectadores y combatientes, y las autoridades republicanas crean el Consejo Central de Teatro. Los nacionales también, pero en menor intensidad: el teatro burgués se nutría de su ideología (**J.M. Pemán**, **Torrente Ballester**). Los años posteriores son muy pobres: falta la iniciativa y obras de baja calidad se ganaron al público que quiere olvidar.
A finales de los cuarenta, escritores hábiles dignificaron la escena con la comedia de evasión. Lograron éxito respetando el principio de dar al público lo que este espera. Alejandro Casona fue autor de éxito antes de la guerra (La sirena varada), en la contienda (Prohibido suicidarse en primavera) y desde Argentina (La dama del alba). No rompe ni temática ni formas y, frente al generoso público, los críticos rechazaron su actitud escapista. De Edgar Neville y Víctor Ruiz Iriarte destaca su construcción de la obra «bien hecha», la calidad literaria en diálogos, la visión amable e irónica de la vida y una voluntad de hacer sonreír.
Enrique Jardiel Poncela representa un intento vanguardista notable. Transforma el humor español y propone «lo inverosímil»: crea situaciones que el espectador no comprende por ridículas que tendrán su razón al final de la obra. Cuatro corazones con freno y marcha atrás, Eloísa está debajo de un almendro, Los ladrones somos gente honrada y Los habitantes de la casa deshabitada. Miguel Mihura representa la cota más alta del teatro cómico. Sus elementos teatrales son la relación hombre-mujer, la crítica a los convencionalismos, su sentido del humor y la caracterización psicológica de los personajes. Con Tres sombreros de copa o Ninette y un señor de Murcia rompe con los esquemas tradicionales y se basa en la creación de efectos cómicos con giros lingüísticos inesperados, respuestas absurdas, el estilo que impuso en La Codorniz, revista cómica que dirigió.
El teatro ideológico llevó al escenario la ideología dominante: exaltando la familia y la autoridad, alabando la división de la sociedad en clases, la abierta confesionalidad católica de los autores. El fecundo José María Pemán será una de las figuras capitales (El divino impaciente). Al tiempo, encontramos, escaso de obras y autores y con menos público, un teatro de la protesta y denuncia social, la «generación realista», que encontró grandes dificultades por su fin político.
Antonio Buero Vallejo representa un nuevo teatro fruto del compromiso con la realidad inmediata, en la búsqueda de la verdad, de inquietar y remover la conciencia española. Su producción dramática se inicia con Historia de una escalera, En la ardiente oscuridad, Un soñador para un pueblo, El sueño de la razón y La detonación. Destaca el «efecto de inmersión» (el espectador es obligado a compartir una percepción sensorial singular —ceguera, sordera— de un personaje para identificarse con este). Buero significa la necesidad de abrir un proceso a la existencia de nuestro país para atreverse a decir la verdad. Buero supone la vuelta a un realismo temático crítico, a la superación de la retórica y el formalismo.
Alfonso Sastre había creado, con Alfonso Paso, el grupo experimental «Arte Nuevo», una forma de decir «no» a lo que «nos rodeaba, al teatro que se producía en nuestros escenarios». Tras su inicio con El cubo de la basura, produce Escuadra hacia la muerte, censurada dos veces y que representa un grito de protesta contra la militarización. Muestra actitud de denuncia en Muerte en el barrio o La mordaza. La taberna fantástica crea la «tragedia compleja», denuncia de la situación marginal de algún grupo social, con humor amargo, personajes populares y lenguaje jergal.
Paralelo a la denuncia, las carteleras son ocupadas por autores preocupados por la obra «bien hecha». Antonio Gala tiene una postura estéticamente rezagada y conservadora (Los verdes campos del Edén), aunque se advierte un giro hacia la tragicomedia grotesca (Noviembre y un poco de hierba). En sus últimas obras, Gala pierde todo acento crítico, dándose a lo comercial. Significativos fueron **T.E.I.** (Teatro Español Independiente), escuela de formación de actores; **Els Joglars**, desde 1962 y que ha entrado en los circuitos comerciales; y el «teatro subterráneo», escrito y leído en público pero que no llegó a representarse por la censura.
Fernando Arrabal representa el teatro del exilio. Sus éxitos son grandes en Francia: Los hombres del triciclo, El cementerio de automóviles. Arrabal es uno de los dramaturgos más representados de todo el mundo y pudo haber aportado a la historia del teatro español contemporáneo el espíritu vanguardista, la imaginación desbordante y el lenguaje barroco.
En los años de la Transición política (1975-1980) destaca la reconversión de los teatros independientes en grupos estables y la creación del **Centro Dramático Nacional**, un intento de formación de un gran teatro estable modelo de escena. En los años 80, la figura del autor ha dejado de ser imprescindible, ya que el fenómeno dramático depende de un grupo. Son los casos de **Els Joglars**, **La Cuadra**, **Els Comediants**, etc., y se publican las obras antes de ser representadas y tener éxito en editoriales especializadas.