Portada » Filosofía » El Giro Epistemológico de Descartes: Razón, Método y la Búsqueda de la Primera Verdad
Descartes ha pasado a la historia como el “padre” de la filosofía moderna (siglo XVII), al situar al “sujeto” o “yo” en el centro de la reflexión filosófica. Si en la filosofía antigua y medieval la preocupación fundamental era conocer la realidad, en la filosofía moderna lo será el sujeto que conoce la realidad (problema del conocimiento). Para Descartes, lo fundamental es el modo de conocer; esta nueva filosofía está basada en la epistemología (no en la ontología): es el Giro Epistemológico.
Descartes pertenece a la corriente racionalista de la filosofía, en cuyas filas cabe destacar a Spinoza y a Leibniz. Las principales características de esta corriente son las siguientes:
El problema que muy pronto preocupó a Descartes fue el de la fundamentación del conocimiento: ¿cómo puedo avanzar con seguridad en el camino del conocimiento? Era consciente de los errores que habían sido presentados y defendidos como verdades incuestionables. La ciencia tiene un método que le permite la seguridad en el conocimiento, pero a la filosofía le faltaba un método adecuado.
Descartes intentará hacer de la filosofía una ciencia estricta utilizando un método riguroso y preciso. Este método permitirá distinguir lo verdadero de lo falso y hallar la verdad. Es un método eficaz, el de los geómetras, el matemático, y al aplicarlo a la Filosofía consigue dotar a la razón humana de un criterio de verdad definitivo e inapelable. Así, Descartes podrá renovar la filosofía para superar la filosofía escolástica, centrada en la metafísica, y superar a los escépticos del nominalismo que dudan de la posibilidad de alcanzar la verdad.
El método cartesiano tiene como referencias dos elementos distintos:
La propuesta cartesiana pretende evitar el error y llegar a verdades indudables, y por otro lado, extraer nuevas verdades a partir de las ya conocidas, de las “ideas claras y distintas”. Para lograr esa primera evidencia recurrirá a la duda metódica. Descartes afirma la necesidad de destruir todo el conocimiento anterior y comenzar a levantar un nuevo edificio del conocimiento (tarea constructiva).
En el Discurso del método de 1637, Descartes establece las reglas fundamentales del método:
La más importante de las reglas del método:
“La primera es la de no aceptar como verdadera cosa alguna que no sea evidente, (…) esto es: aceptar sólo aquello que se presentase tan clara y distintamente a mi espíritu que no hubiera ninguna ocasión de ponerlo en duda”.
Claro es el conocimiento que tenemos de las cosas cuando están presentes ante nuestra mente, y distinto, el que se diferencia de todos los demás.
“Consiste en dividir las cuestiones (problemas) que se han de examinar, en el mayor número de partes posibles y necesarias para su mejor solución”.
Reducir o dividir las proposiciones complejas a proposiciones simples que se hagan evidentes por intuición.
Exige “conducir ordenadamente mis pensamientos, empezando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más complejos”.
La reducción ordenada, sin saltarse ningún paso lógico, de lo descubierto, partiendo de los principios más claros, evidentes y simples, para llegar a las conclusiones más remotas, oscuras y complejas (de las matemáticas).
Revisar el proceso (cada uno de los pasos) con el fin de estar seguro de no olvidar nada (en el proceso de análisis y de síntesis) y de no haber cometido ningún error en la deducción.
A continuación, se presenta el texto original de Descartes sobre las reglas:
“Todo esto fue la causa por la que pensaba que era preciso indagar otro método que, asimilando las ventajas de estos tres, estuviera exento de sus defectos. Y como la multiplicidad de leyes frecuentemente sirve para los vicios de tal forma que un Estado está mejor regido cuando no existen más que unas pocas leyes que son minuciosamente observadas, de la misma forma, en lugar del gran número de preceptos del cual está compuesta la lógica, estimé que tendría suficiente con los cuatro siguientes con tal de que tomase la firme y constante resolución de no incumplir ni una sola vez su observancia.
El primero consistía en no admitir cosa alguna como verdadera si no se la había conocido evidentemente como tal. Es decir, con todo cuidado debía evitar la precipitación y la prevención, admitiendo exclusivamente en mis juicios aquello que se presentara tan clara y distintamente a mi espíritu que no tuviera motivo alguno para ponerlo en duda. El segundo exigía que dividiese cada una de las dificultades a examinar en tantas parcelas como fuera posible y necesario para resolverlas más fácilmente. El tercero requería conducir por orden mis reflexiones comenzando por los objetos más simples y más fácilmente cognoscibles, para ascender poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más complejos, suponiendo incluso un orden entre aquellos que no se preceden naturalmente los unos a los otros. Según el último de estos preceptos, debería realizar recuentos tan completos y revisiones tan amplias que pudiese estar seguro de no omitir nada.” (Descartes. Discurso del método, parte II)
Para Descartes, es mejor pocas reglas pero claras, aplicadas siempre y rigurosamente, que muchas (como las de Aristóteles) que nos llevan a la confusión.
La primera regla es fundamental, ya que critica la filosofía y ciencia oficial y el principio de autoridad.
En las cuatro reglas están presentes tres actos de nuestra mente:
La Intuición o Luz Natural: Acto de la mente por el cual vemos de forma inmediata, con claridad y distinción, la verdad de una proposición y nos permite el conocimiento de las ideas simples (A+A= 2A), de un modo claro y distinto (evidente). No hace falta demostración. La intuición está basada en la confianza de Descartes en la razón humana, que por su propia naturaleza puede captar verdades sencillas. Es la base del método. Es mediante estas como conocemos las evidencias.
La Deducción: Consiste en relacionar o conectar dos o más intuiciones entre sí. La deducción nos permite llegar a verdades complejas a partir de ideas simples (la deducción como “cadena de intuiciones”). Un ejemplo serían las demostraciones matemáticas.
El Orden: Asociado a la capacidad de descomponer y simplificar.
Una vez establecido el método, y puesto que está inspirado en la geometría, Descartes decide aplicarlo a las matemáticas. Como lo considera exitoso, decide utilizarlo en los demás saberes, empezando por la metafísica.
El primer problema de Descartes es encontrar una verdad evidente a partir de la cual poder construir el sistema filosófico. Para ello recurre a la duda: duda de todo para ver si descubre algo que resista a la propia duda; es decir, que sea indubitable para a partir de ello levantar su sistema filosófico.
“Todo lo que he admitido hasta el presente como más seguro y más verdadero lo he aprendido de los sentidos o por los sentidos; ahora bien, he experimentado que, a veces, tales sentidos me engañan, y es prudente no fiarse nunca por completo de quienes nos han engañado alguna vez”.
Los sentidos nos ponen en contacto con el mundo material y nos proporcionan un conocimiento de las cosas que solemos aceptar como verdadero. Pero también sabemos que, a veces, los sentidos nos engañan. Existe un gran número de ilusiones y alteraciones perceptivas como, por ejemplo, cuando sumergimos un palo en el agua y lo vemos “quebrado”, y, sin embargo, sabemos que está entero. O cuando, por ejemplo, vemos desde lejos una torre redonda que, cuando nos acercamos un poco más, nos damos cuenta de que es cuadrada. Estos hechos son innegables. Pero…, ¿cómo saber que no nos engañan siempre? Sin lugar a dudas, todos coincidiremos en que no nos engañan siempre. El rechazo de Descartes a fundamentar el conocimiento en los sentidos lo diferencia claramente de los empiristas, que sostienen que la única fuente de conocimiento son los sentidos.
No obstante, dado que Descartes busca una “primera verdad” “absolutamente cierta” (algo de lo que no se pueda “dudar” en ningún momento), con el fin de levantar sobre ella el resto de los conocimientos, concluirá diciendo que esa primera verdad no puede provenir de los sentidos.
La escolástica se basaba en la razón y su poder discursivo. Pero como este poder se ha vuelto confuso e incierto, se puede dudar de los razonamientos que hasta ahora se han tenido por demostrativos.
Hasta ahora, Descartes nos ha llevado a dudar de la fiabilidad de los sentidos. Ahora va a dudar de los estados de conciencia.
“En innumerables ocasiones he soñado que estaba aquí mismo, vestido junto al fuego, cuando en realidad estaba durmiendo en la cama. En este momento, estoy seguro de que estoy despierto mirando este papel… Pero, pensándolo mejor, recuerdo haber sido engañado, mientras dormía, por ilusiones semejantes. Y profundizando en esta idea, veo de un modo tan claro que no hay indicios concluyentes, ni señales que basten para distinguir con claridad el sueño de la vigilia, que acabo atónito, y mi sorpresa es tal que casi puedo convencerme de que estoy durmiendo”.
Todos tenemos la experiencia de haber tenido sueños tan vivos que nos parecían reales. Solo al despertar descubrimos que eran un sueño. Esto nos permite pensar que podemos estar dormidos y que las percepciones sobre nosotros mismos y el mundo que nos rodean, tan solo son un “sueño”. No solo debemos dudar de que las cosas sean como las vemos, sino de la misma existencia de las propias cosas. Este motivo de duda nos lleva a rechazar la seguridad sobre la existencia de nuestro cuerpo y del mundo material (objeto de estudio de la física). Tampoco aquí encontramos esa verdad (o evidencia) sobre la que levantar el edificio de la filosofía.
En tercer lugar, introduce la hipótesis del genio maligno. Descartes encuentra una manera de poner en cuestión incluso esas afirmaciones tan aparentemente claras, propias de nuestra inteligencia. Así, el autor imagina que podría existir un ser muy poderoso y malvado, un genio maligno, que se dedicara a engañarnos sistemáticamente en todo, de forma que, aun estando completa y absolutamente seguros de algo, pudiera ser que esa certeza fuera provocada en nosotros por dicho genio de forma falaz. Por ejemplo, quizás al afirmar que dos y dos son cuatro y pensar que es una verdad completamente cierta, estamos siendo engañados por ese genio malvado. La hipótesis es descabellada, y nadie sensato creería en la existencia de ese genio, pero… ¿podemos afirmar que no existe?
Aun siendo muy improbable que exista, es, sin embargo, posible, y como no queremos correr riesgo alguno, tenemos que tener en cuenta esa posibilidad y dudar ahora de todas nuestras creencias, incluidas las matemáticas. Descartes no está afirmando que ese genio maligno existe y que nos engaña, sino que no tenemos forma alguna de descartar su existencia.
Es un símbolo para explicar que no podemos estar seguros de lo que pensamos. Los motivos de duda afectan, en este caso, a todos nuestros conocimientos, incluidas las verdades matemáticas (consideradas desde siempre como evidentes y absolutamente ciertas).
La duda radical (duda metódica) ha llevado a Descartes a rechazar como evidente el conocimiento en su totalidad: desde las percepciones e impresiones más simples, pasando por la existencia del mundo, de su propio cuerpo e incluso, hasta las mismas verdades matemáticas. No parece haber una “verdad” o “certeza” que quede a salvo de la “duda metódica”. No encuentra ningún principio del que no pueda dudar, parece que ese principio indubitable no existe. Pero entonces se da cuenta de que hay algo que permanece a través de cualquier duda, hay algo que resiste la propia duda. Lo único que no puede poner en duda es el propio sujeto que duda, el propio sujeto que piensa en la inexistencia de las cosas.
