Portada » Filosofía » Descartes vs. Kant: Racionalismo, Crítica y los Límites del Conocimiento
René Descartes marca el inicio del giro hacia el sujeto pensante en la filosofía moderna, buscando superar el dogmatismo característico del pensamiento medieval.
Su objetivo es alcanzar una certeza absoluta a través de la duda metódica. Con ello, funda el racionalismo, corriente que prioriza la razón como la fuente primordial del conocimiento.
Propone un marcado dualismo mente-cuerpo, distinguiendo entre la sustancia pensante (res cogitans) y la sustancia extensa (res extensa). Afirma que el ser humano es, en esencia, pensamiento.
Immanuel Kant, en su obra fundamental Crítica de la Razón Pura, cuestiona la postura de Descartes, calificándola de dogmática. Critica la pretensión cartesiana de que la razón, por sí sola, pueda conocer realidades trascendentes sin encontrar límites.
Kant objeta específicamente el argumento ontológico empleado por Descartes (originario de San Anselmo) para demostrar la existencia de Dios, señalando que la existencia no es un predicado o una propiedad que pueda deducirse lógicamente de un concepto.
Además, busca superar el dualismo cartesiano mediante su distinción entre el fenómeno (aquello que percibimos, condicionado por nuestras estructuras cognitivas) y el noúmeno (la realidad en sí misma, inaccesible directamente a nuestro conocimiento).
Kant rechaza tanto la idea de que el conocimiento se agote en la razón (racionalismo) como la de que dependa exclusivamente de la experiencia (empirismo).
Propone, en cambio, que el conocimiento es una síntesis necesaria entre las intuiciones sensibles (provenientes de la experiencia) y los conceptos puros del entendimiento (estructuras a priori de la razón).
Su famosa afirmación resume esta postura: “El conocimiento empieza con la experiencia, pero no todo el conocimiento se deriva de ella”.
Mientras Descartes sienta las bases del racionalismo moderno y establece un influyente dualismo, Kant realiza una crítica profunda a su dogmatismo. Kant propone una síntesis superadora entre razón y experiencia, estableciendo de manera crucial los límites del conocimiento humano.
Descartes plantea la hipótesis de un «genio maligno» que podría engañarnos sistemáticamente, llevándonos a errar incluso en razonamientos aparentemente evidentes como 2 + 2 = 4. Sin embargo, argumenta que Dios, al ser un ser perfecto y sumamente bondadoso, actúa como garante de que nuestros razonamientos claros y distintos, realizados correctamente, sean verdaderos.
Descartes identifica el alma con la mente o el pensamiento (res cogitans), considerándola una sustancia completamente separada e independiente del cuerpo (res extensa). Sostiene que somos esencialmente una mente pensante y que la única certeza inmediata que poseemos es la de nuestra propia existencia en cuanto pensamos. La existencia continuada, incluso en momentos sin pensamiento consciente, estaría garantizada por Dios.
A través de la aplicación rigurosa de la duda metódica, Descartes pone en cuestión la fiabilidad de los sentidos, la dificultad para distinguir el sueño de la vigilia y la posibilidad de errores sistemáticos en el razonamiento (inducidos por el hipotético genio maligno). No obstante, descubre que hay algo de lo que no puede dudar: el hecho mismo de que está dudando, es decir, pensando. Esto lo conduce a su primera verdad indudable: «Pienso, luego existo» (Cogito, ergo sum).
Descartes defiende que las ideas que se presentan a la mente con claridad y evidencia (distinción) son necesariamente verdaderas. Su método filosófico se articula en cuatro reglas fundamentales: evidencia (no aceptar nada como verdadero si no es evidente), análisis (dividir las dificultades en partes más pequeñas), síntesis (proceder de lo simple a lo complejo) y enumeración (revisar para asegurar la completitud). La claridad y la evidencia son, por tanto, los criterios esenciales para alcanzar la verdad.
La insistencia de Descartes en hallar un criterio de verdad absolutamente indudable se debe a que su teoría de la verdad se fundamenta en la certeza subjetiva. Aunque la duda metódica lo lleva a cuestionar la información de los sentidos y la existencia misma del mundo externo, la certeza del propio pensamiento («pienso») se le presenta como un fundamento inconmovible.
Descartes argumenta que no poseemos un criterio definitivo para distinguir con absoluta seguridad si estamos despiertos o soñando, ya que las experiencias oníricas pueden ser muy vívidas. Sin embargo, considera que las verdades de las matemáticas y los principios de la razón mantienen su validez independientemente de nuestro estado, lo que refuerza su postura racionalista y la primacía que otorga a la razón sobre la experiencia sensible.
René Descartes (1596-1650) es una figura central de la filosofía moderna. Su pensamiento surge como una reacción crítica a la filosofía escolástica medieval y se inspira profundamente en el rigor de las matemáticas y los avances de la nueva ciencia (Revolución Científica).
La Modernidad, como período histórico e intelectual, se caracteriza por la afirmación de la subjetividad, la confianza en la razón humana, la valoración de la libertad individual y la creencia en la capacidad del ser humano para comprender y transformar el mundo.
Las influencias clave en Descartes incluyen el renacimiento del escepticismo (a través de autores como Sexto Empírico y Montaigne), el debate central entre racionalismo y empirismo, y el paradigma mecanicista (que concibe la naturaleza como una gran máquina).
Descartes rompe con muchas de las bases del pensamiento medieval, aunque retoma y reinterpreta ideas de la tradición clásica, como el innatismo de las ideas y el dualismo alma-cuerpo de Platón, y adopta la geometría como modelo ideal de conocimiento cierto y riguroso.
El proyecto filosófico de Descartes es encontrar un conocimiento absolutamente indudable y seguro, fundamentado exclusivamente en la razón.
Para ello, propone un método riguroso basado en cuatro reglas:
Aplica este método a través de la duda metódica, un procedimiento radical que consiste en dudar sistemáticamente de todo aquello que no sea absolutamente cierto: duda de la información de los sentidos (son engañosos), de la realidad del mundo externo (podría ser un sueño) e incluso de las verdades de la razón (por la hipótesis del genio maligno).
La única certeza que resiste esta duda radical es la conciencia del propio acto de dudar: si dudo, pienso, y si pienso, existo. Esta es la primera verdad: Cogito, ergo sum («Pienso, luego existo»), que afirma la existencia indudable del yo como sustancia pensante (res cogitans).
Una vez establecida la certeza del yo pensante, Descartes examina las ideas presentes en su mente y las clasifica en tres tipos:
Descartes utiliza el principio de causalidad aplicado a las ideas para demostrar la existencia de Dios. Argumenta que la idea innata de un ser infinito y perfecto (Dios) no puede haber sido causada por un ser finito e imperfecto como él mismo. Por lo tanto, debe existir realmente un ser infinito y perfecto que sea la causa de esa idea.
La existencia de Dios, entendido como un ser sumamente perfecto y, por ende, bueno y no engañador, se convierte en la garantía última de que nuestras ideas claras y distintas (como las matemáticas o la existencia del mundo material) se corresponden efectivamente con una realidad externa (res extensa). Dios no permitiría que nos engañásemos sistemáticamente al usar correctamente nuestra razón.
La metafísica de Descartes establece la existencia de tres tipos de sustancias:
El alma (pensamiento) y el cuerpo (materia) son concebidos como sustancias distintas e independientes. Sin embargo, en el ser humano, interactúan íntimamente. Descartes localizó el punto de interacción en la glándula pineal, situada en el cerebro.
El ser humano es, para Descartes, esencialmente un alma (razón) que habita y gobierna un cuerpo, concebido este último como una máquina compleja. La libertad y la felicidad humanas se alcanzan, según él, cuando el alma (la razón y la voluntad) logra dominar y dirigir las pasiones que surgen del cuerpo.
Descartes es considerado el fundador del racionalismo moderno, al priorizar la razón como vía fundamental para alcanzar el conocimiento.
Su filosofía, marcada por la búsqueda de certezas indudables a través de la duda metódica, el establecimiento del dualismo alma-cuerpo y la centralidad de la existencia de Dios como garante de la verdad y la realidad, ha ejercido una influencia profunda y duradera en el desarrollo posterior de la metafísica, la epistemología y toda la filosofía occidental.