Portada » Historia » Las Tres Etapas del Reinado de Fernando VII: De la Restauración Absolutista a la Década Ominosa
El reinado de Fernando VII estuvo marcado por la disputa constante entre el absolutismo y el liberalismo, sistemas políticos, sociales y económicos que resultaban incompatibles. Distinguimos tres etapas fundamentales en su reinado:
En diciembre de 1813, tras la expulsión de las tropas francesas, Napoleón devolvió el trono a Fernando VII (*Tratado de Valençay*). Una comisión de las Cortes organizó el itinerario de Fernando VII a Madrid, donde debía jurar la Constitución. En enero de 1814 se produjo el regreso de Fernando VII a España, y pronto comprobó que el absolutismo podía ser reinstaurado sin apenas oposición, lo que le llevó a dar largas a la jura de la Constitución y a alterar la ruta establecida para recabar apoyos.
En abril de 1814, un amplio sector del Ejército y diputados de la aristocracia y el alto clero dieron su apoyo a la restauración del absolutismo (*Manifiesto de los Persas*). En mayo, garantizado el apoyo de los absolutistas, Fernando VII promulgó el Decreto de Valencia, que clausuraba las Cortes de Cádiz y abolía todas sus leyes, incluyendo la Constitución de 1812. Fernando VII restablecía así el Antiguo Régimen y dio comienzo a la persecución de los liberales.
Los que no se exiliaron en Francia o Gran Bretaña fueron apresados o ajusticiados (restablecimiento de la Inquisición) o pasaron a la clandestinidad organizando sociedades secretas conspirativas. Apoyado más en una camarilla personal que en sus ministros, Fernando VII fue incapaz de hacer frente a los graves problemas interiores (crisis hacendística) y exteriores (Congreso de Viena, emancipación de las colonias) del momento.
La debilidad de los liberales por la represión absolutista y la falta de apoyo social les llevó a buscar la ayuda del Ejército para cambiar el régimen absolutista mediante pronunciamientos militares. Se iniciaba así el intervencionismo del Ejército en la política nacional, frecuente a lo largo del siglo XIX. Tras el fracaso de varios pronunciamientos previos (Espoz y Mina, Porlier, Lacy) triunfó el liderado por el coronel Rafael de Riego en 1820 en Cabezas de San Juan (donde la tropa iba a embarcar hacia América para reprimir las revueltas independentistas), comenzando el Trienio Liberal.
El avance de Riego hacia Madrid empujó a Fernando VII a jurar la Constitución de 1812, reinstaurándose el liberalismo. Se formaron nuevas Cortes, enfrentadas a graves dificultades:
Durante su gobierno (1820-1822), los moderados abolieron el régimen señorial, los mayorazgos y la Inquisición. En 1822, los absolutistas españoles solicitaron la intervención militar de la Santa Alianza, que acordó enviar un ejército francés, los Cien Mil Hijos de San Luis, en su ayuda (*Tratado de Verona*, 1823). Su fácil triunfo permitió la restauración del absolutismo en 1823.
Mediante decreto, Fernando VII declaró nulas las medidas adoptadas durante el Trienio Liberal. Restableció todas las instituciones del Antiguo Régimen, salvo la Inquisición, y creó el Cuerpo de los Voluntarios Realistas en defensa del sistema.
La nueva persecución de los liberales hizo que tuvieran que elegir entre la cárcel, el exilio (Goya) o la muerte (Riego, Torrijos). Sin embargo, ciertas medidas (el fin de la Inquisición, el nombramiento de varios cargos moderados y ciertas reformas económicas y administrativas que buscaban la modernización del país para evitar la quiebra de la Hacienda) agruparon a los absolutistas más radicales (los apostólicos) en torno a Carlos María Isidro, hermano mayor del rey a quien esperaban suceder ante su precaria salud y la falta de heredero.
En 1827, un sector de estos ultrarrealistas se sublevó en Cataluña (*Revuelta de los Agraviados* o *Malcontents*), siendo duramente reprimidos.
Con el embarazo de la reina María Cristina en 1830 se plantea el problema sucesorio. En previsión de que el bebé fuese niña, Fernando VII derogó la Ley Sálica, promulgando la Pragmática Sanción. Carlos María Isidro, hasta entonces heredero, consideró ilegítima la medida, y ni él ni sus partidarios ultrarrealistas (ahora conocidos como carlistas) reconocieron a Isabel como heredera.
En 1832, Fernando VII nombró primer ministro al moderado Cea Bermúdez, cuya política reformista buscaba el apoyo de los liberales hacia los derechos de Isabel.