Portada » Filosofía » La Filosofía de Aristóteles y Platón: Un Análisis de la Teleología y el Conocimiento
Para comprender este fragmento de Aristóteles, debemos situarlo dentro de la estructura general de su pensamiento, que se caracteriza por su realismo y por una visión profundamente teleológica de la naturaleza. Frente al dualismo platónico, Aristóteles sostiene que la realidad está constituida por sustancias concretas, formadas por materia y forma. Esta doctrina hilemórfica afirma que la forma es el principio que organiza y actualiza la materia, y que solo existe un mundo: el mundo natural que percibimos.
A partir de esta ontología, Aristóteles desarrolla su teoría del acto y la potencia, según la cual todos los seres naturales tienden a actualizar las capacidades que poseen en potencia. Este dinamismo explica por qué en sus obras aparece constantemente la idea de finalidad: todo ser natural actúa orientado a un fin que constituye su perfección.
Este marco metafísico fundamenta su concepción del conocimiento. En la Metafísica, Aristóteles afirma que el saber más perfecto es aquel que busca las primeras causas y principios, porque permite comprender el porqué de las cosas. Su teoría de las cuatro causas —material, formal, eficiente y final— expresa que la realidad solo se entiende plenamente si se conoce su fin último, lo cual encaja con su visión teleológica del universo.
La filosofía primera o “sabiduría” es, por tanto, el conocimiento más elevado, pues se ocupa de lo que es en cuanto es. Sobre esta base metafísica, Aristóteles construye su ética, expuesta sobre todo en la Ética a Nicómaco.
El ser humano, cuya forma propia es la razón, tiene como fin alcanzar la felicidad (eudaimonía), entendida como la actualización plena de sus capacidades racionales. La virtud no es innata, sino un hábito adquirido mediante la repetición de actos que buscan el término medio entre excesos y defectos.
En los pasajes del libro X, Aristóteles sostiene que la vida más perfecta es la contemplativa, porque en ella la razón opera del modo más elevado y autosuficiente. La ética aristotélica conduce directamente a su política, ya que el ser humano es por naturaleza un animal político que solo puede realizar plenamente su fin dentro de la comunidad.
En la Política, Aristóteles explica que la ciudad surge de forma natural y que su finalidad es permitir a los ciudadanos vivir bien. La organización política debe ajustarse a la naturaleza racional del hombre y a la justicia distributiva, que asigna a cada cual lo que le corresponde según su contribución al bien común.
En conjunto, la metafísica, ética y política de Aristóteles forman un sistema unitario basado en la noción de fin. Sea un análisis sobre la sabiduría y las causas primeras, sobre la felicidad y la virtud, o sobre la naturaleza política del ser humano, todos los fragmentos se iluminan desde esta concepción teleológica que articula el pensamiento aristotélico.
Para comprender este fragmento del Libro VII de La República, debemos situarlo dentro del núcleo central del pensamiento platónico, caracterizado por su dualismo ontológico y gnoseológico, y por la relación inseparable entre conocimiento, educación y política.
En primer lugar, Platón distingue entre el mundo sensible, ámbito cambiante y accesible por los sentidos, y el mundo inteligible, donde se hallan las Ideas: realidades eternas, perfectas y fundamento verdadero de todo lo que existe. Entre ellas destaca la Idea de Bien, cumbre de la jerarquía ontológica y causa última de ser y de verdad.
Esta concepción resulta imprescindible para entender el tránsito que aparece en el Libro VII, pues toda educación auténtica consiste en orientar el alma desde la apariencia sensible hacia la contemplación de las Ideas. Este dualismo ontológico se corresponde con un dualismo del conocimiento.
Platón diferencia entre opinión (doxa), basada en percepciones sensibles, y ciencia (episteme), fruto del ejercicio racional. Los grados de conocimiento expuestos en el Libro VI mediante la línea dividida —imaginación, creencia, pensamiento discursivo e intelección— se reflejan alegóricamente en el mito de la caverna del Libro VII. Dicho mito simboliza el ascenso del alma: desde las sombras de la ignorancia hasta la visión intelectual del Bien.
Esta subida no es automática, sino que exige un proceso educativo: una conversión del alma hacia la verdad, posible gracias al ejercicio de la dialéctica, método superior que permite captar las Ideas y sus relaciones. El trasfondo antropológico también es decisivo.
Platón concibe el alma humana como tripartita: una parte racional, una irascible y una concupiscible. La educación debe fortalecer la parte racional para que ordene a las demás, logrando la virtud entendida como armonía interior.
Este ideal ético conecta directamente con la política, puesto que para Platón existe un paralelismo estructural entre el alma y la ciudad. Así como la parte racional debe gobernar el alma, los gobernantes-filósofos deben dirigir el Estado.
La salida del filósofo de la caverna simboliza, por tanto, el acceso a la verdad; pero su retorno —aspecto que subraya el Libro VII— expresa el deber político de poner ese conocimiento al servicio de la comunidad. Por ello, la filosofía no es solo contemplación, sino fundamento del orden justo.
La polis justa se compone de productores, guardianes y gobernantes, cada uno cumpliendo la función que le es propia según su naturaleza. Solo los filósofos, formados mediante una larga educación intelectual y moral, pueden contemplar el Bien y gobernar conforme a él.
La conexión entre ontología, epistemología, ética y política es, en última instancia, la clave para interpretar cualquier pasaje del Libro VII: el conocimiento verdadero implica necesariamente responsabilidad política y búsqueda del bien común.
