Portada » Historia » Historia de España (1833-1923): Guerras Carlistas y el Sistema de la Restauración
Tras la muerte de Fernando VII (1833), surgió un conflicto por la sucesión al trono. El rey había abolido la Ley Sálica (que impedía reinar a las mujeres) para que su hija, Isabel II, pudiera reinar. Sin embargo, muchos partidarios del Antiguo Régimen no aceptaron esta decisión y apoyaron al infante Don Carlos (Carlos María Isidro), hermano del rey.
→ Así, el conflicto sucesorio se convirtió también en una lucha ideológica entre:
Liberales (isabelinos): Defendían el nuevo Estado liberal, la monarquía constitucional y las reformas modernas.
Carlistas: Partidarios del absolutismo, la monarquía tradicional y el mantenimiento de los fueros (especialmente en el País Vasco y Navarra).
Disputa dinástica: Isabel II vs. Carlos María Isidro.
Rechazo al liberalismo y defensa del absolutismo y los fueros.
Euskal Herria y Navarra fueron los principales escenarios de la guerra.
La mayoría rural apoyó a los carlistas, mientras que las ciudades fueron liberales.
Tomás Zumalacárregui fue el gran líder militar carlista, con una guerra basada en la táctica de guerrillas.
Los liberales estuvieron dirigidos por el general Espartero.
En 1839 se firmó el Convenio de Vergara entre Maroto (carlista) y Espartero (liberal), que puso fin al conflicto en el País Vasco.
Los carlistas fueron derrotados, aunque se prometió respetar los fueros.
Sin embargo, el gobierno liberal acabó debilitando el sistema foral, trasladando las aduanas a la frontera y eliminando privilegios militares.
Navarra perdió su condición de reino por la Ley Paccionada de 1841.
Se desarrolló principalmente en Cataluña, con poca participación vasca.
Fue un intento fallido de restaurar al pretendiente carlista Carlos VI.
El general Narváez sofocó rápidamente la revuelta.
Tras el derrocamiento de Isabel II y durante la Primera República, el trono fue ofrecido a Amadeo de Saboya, rechazado por los carlistas, que proclamaron rey a Carlos VII.
Nuevamente, el País Vasco y Navarra fueron los principales focos.
Destacó el líder Manuel Santa Cruz, sacerdote guerrillero.
El intento de firmar la paz con el Convenio de Zornotza (1872) fracasó.
La derrota carlista trajo la abolición definitiva de los fueros (1876).
Para suavizar el impacto, el gobierno de Cánovas del Castillo creó el Concierto Económico, que concedía a las provincias vascas autonomía fiscal.
El carlismo perdió fuerza, pero su legado político e identitario dio paso al nacionalismo vasco a finales del siglo XIX.
Después de la inestabilidad del Sexenio Democrático (1868–1874), el general Martínez Campos realizó un pronunciamiento que devolvió el trono a los Borbones con Alfonso XII (hijo de Isabel II).
El nuevo régimen fue diseñado por Antonio Cánovas del Castillo, quien buscó la estabilidad política mediante un sistema liberal moderado y conservador.
Inspirada en la de 1845.
Reafirmaba los amplios poderes del rey (podía disolver las Cortes, nombrar ministros…).
Reconocía ciertos derechos, pero bajo control gubernamental.
El sufragio fue censitario, aunque desde 1890 pasó a ser universal masculino, manipulado por el poder.
Dos partidos se alternaban pacíficamente en el poder:
Conservador, dirigido por Cánovas.
Liberal, dirigido por Sagasta.
El objetivo era evitar golpes militares y asegurar estabilidad, pero en la práctica era un sistema oligárquico y corrupto.
Los caciques (grandes propietarios locales) controlaban los votos mediante amenazas o favores.
Las elecciones estaban amañadas (“pucherazo”).
Las zonas rurales eran fácilmente manipulables, mientras que en las ciudades crecía la oposición.
Se consolidó la paz tras la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de Cuba (1878).
El sistema político se estabilizó con el Pacto de El Pardo, que garantizaba la continuidad entre Cánovas y Sagasta.
Se mantuvo el sistema de turnos.
En 1898, España perdió sus últimas colonias (Cuba, Filipinas y Puerto Rico), lo que provocó la Crisis del 98 y el nacimiento del Regeneracionismo (intelectuales como Joaquín Costa o Ángel Ganivet denunciaron la corrupción y el atraso).
Se agravó la crisis del sistema: divisiones internas, conflictos sociales y políticos.
Huelgas, movimientos obreros, nacionalismos periféricos y problemas coloniales (como el Desastre de Annual, 1921) debilitaron el régimen.
En 1923, el general Miguel Primo de Rivera dio un golpe de Estado con apoyo del rey, instaurando una dictadura militar, lo que puso fin a la Restauración.
