Portada » Filosofía » Fundamentos del Pensamiento Kantiano: Libertad, Ética y Contrato Social
La libertad en Kant es la capacidad de los seres racionales para obrar según leyes distintas a las naturales.
La libertad no es un concepto de la experiencia, no es un fenómeno que podamos captar por los sentidos; es nouménica, en sí misma, es solo pensable, una idea de la razón.
Kant considera, en el capítulo III de su obra Fundamentación de la metafísica de las costumbres, que “la libertad no está en contradicción con la necesidad natural… la razón común del hombre no puede excluir nunca la libertad… entre libertad y necesidad natural, en las mismas acciones humanas, no existe contradicción, porque no cabe suprimir ni el concepto de naturaleza ni el de libertad”.
La única diferencia es que el mundo natural está regido por el determinismo y la necesidad, mientras que el mundo de la razón práctica, moral, está regido por la libertad.
El ser humano tiene que ser libre; la exigencia moral de obrar por deber supone la libertad. Además, la libertad es uno de los postulados de la razón práctica, de la moral, conjuntamente con la inmortalidad del alma y la existencia de Dios.
En el contrato social, Kant sustituye la libertad semisalvaje del estado de naturaleza por la libertad jurídica del estado civil.
Para Hobbes, lo que caracteriza al hombre es el instinto de conservación y el deseo de dominio sobre los demás. El hombre es malo por naturaleza. El estado de naturaleza es un estado de permanente guerra de todos contra todos, en el que no hay ley ni autoridad. El miedo a morir lleva al hombre a pactar unas normas que rijan su vida en sociedad. Este pacto es el origen del Estado (el Leviatán). Los hombres renuncian a su libertad, traspasan todo su poder al soberano y pierden cualquier derecho individual a cambio de seguridad. El soberano puede ser un monarca personal o una asamblea, pero su poder es absoluto (no hay división de poderes). El Estado debe garantizar, por encima de todo, la paz y la seguridad.
Para Rousseau, el hombre es bueno y feliz por naturaleza, pero la sociedad, que lo trata injustamente, lo ha transformado en un ser malo y desconfiado. En el estado de naturaleza, los hombres son buenos, viven en paz y muestran dos impulsos básicos: el amor a sí mismo y la compasión. Establecen el contrato social porque en el estado de naturaleza se hizo difícil sobrevivir y porque juntos pueden conseguir más cosas. El pacto es una posibilidad de regeneración moral: el individuo, sometiéndose a la ley dictada por “la voluntad general”, sigue siendo libre y se obedece a sí mismo. El soberano es el pueblo entero que ejerce la soberanía reunido en asamblea mediante democracia directa. El Estado debe asegurar el bien común y la libertad.
Para Kant, el hombre es un ser egoísta y, en principio, insociable, por lo que busca la paz. El estado de naturaleza es un estado de libertad sin ley, en el que el riesgo de guerra es permanente. Existe un derecho natural-racional que regula la propiedad, pero no hay un poder que garantice su cumplimiento. El contrato social (buscar la paz) es un deber moral, un mandato de la razón práctica. El soberano es el pueblo (soberanía popular), pero la soberanía se ejerce mediante representación y división de poderes: legislativo, que legisla como si las leyes pudieran haber emanado de la voluntad unida del pueblo; ejecutivo o gobernante; y judicial, donde los jueces hacen justicia ateniéndose a las leyes. El Estado debe conciliar libertad y seguridad, y asegurar la paz (estado republicano).
El Giro Copernicano es la expresión metafórica empleada por Kant para dar cuenta del cambio metodológico que se requiere para entender en qué consiste el conocimiento científico (juicios sintéticos a priori).
El “giro” (término que proviene de la imagen de que las estrellas giran alrededor del espectador) que Kant es consciente de llevar a cabo es similar al que realizó Copérnico, quien sostenía que era el espectador quien giraba y no las estrellas. De esta manera, desde la perspectiva kantiana, solo poseemos un verdadero conocimiento, universal y necesario, si el objeto depende del pensamiento y no a la inversa.
El objetivo principal de Kant es examinar la razón humana y el papel que desempeña en todas las facetas de la vida, que para él quedan resumidas en tres preguntas esenciales: ¿Qué puedo conocer? ¿Qué debo hacer? y ¿Qué debo esperar?. De esta forma, en la segunda pregunta surge el imperativo, que consiste en un mandato conforme a una regla o norma con carácter obligatorio. Así, es la forma en que la razón somete o dirige la voluntad.
El maestro Kant distingue entre mandatos y máximas. Los mandatos son aquellos principios o leyes prácticas objetivas, pues sirven a todo sujeto racional; y las máximas son principios subjetivos que surgen de cada uno de nosotros.
Además, la filosofía kantiana también estudia la moral humana, en la que propone una ética formal que propugna obrar correctamente por el valor intrínseco de la propia acción, considerando solo los imperativos categóricos como propiamente morales.
La “ilusión trascendental” es el engaño al que llega la razón al aplicar las categorías a los noúmenos o cosas en sí, pretendiendo conocerlas y yendo más allá de los fenómenos. La razón es sintetizadora: relaciona los juicios del entendimiento en razonamientos cada vez más generales. De este modo, llega a las tres ideas trascendentales, formas a priori de la razón: Alma, Dios y Mundo.
Este funcionamiento de la razón tiene un uso correcto (principio regulador). Sin embargo, Kant critica estas ideas, pues no son posibles los juicios de la ciencia (sintéticos a priori) en la metafísica. No obstante, estas ideas, como pensables, tendrán validez en la razón práctica, como postulados; es decir, supuestos indemostrables pero necesarios para que se pueda hablar de la moralidad.
Aristóteles defendía una ética racionalista y teleológica o finalista.
El Estagirita sostenía que podríamos alcanzar la vida buena si desarrollamos nuestra naturaleza racional. Esto requiere el ejercicio cotidiano y continuado de la excelencia o virtud en nuestras acciones. Dicha virtud es la disposición del alma para actuar bien, un hábito resultado del aprendizaje y la repetición. No basta con conocer el bien, como sostenía su maestro Platón; es necesario practicarlo, lo que implica voluntad. Por tanto, la virtud moral consiste en situarse en el término medio, evitando los extremos; y la virtud intelectual nos orienta en la elección de los medios convenientes para alcanzar el bien supremo aristotélico: la felicidad.
La oposición ética con Kant parte de la crítica de este a las éticas materiales. Aristóteles dota de contenido concreto al bien e indica qué hacer para lograrlo. Kant califica esta ética de heterónoma, pues la norma moral deriva de instancias completamente ajenas al sujeto. El contenido del bien radica en la búsqueda de la felicidad.
De este modo, Kant propone una ética formal donde la norma moral derive de la propia razón, es decir, una ética autónoma. En definitiva, la filosofía kantiana nos propone cómo debemos actuar, en lugar de qué hacer.