Portada » Filosofía » Evolución del Pensamiento Filosófico sobre el Ser Humano y la Ética
Todo empieza con Homero, que fue mucho más que un poeta para los griegos antiguos. Sus historias fueron la base de su cultura, hablando de dioses, moral e historia. Homero describió al ser humano con un alma (psique) y un cuerpo (soma). Cuando alguien moría, el alma se separaba del cuerpo e iba al Hades, pero allí solo era como un «recuerdo» de lo que fue, porque sin cuerpo no podía hacer nada. Para los héroes de sus historias, lo más importante era la areté: ser excelentes, especialmente en la guerra. Preferían morir con honor antes que huir, y así ganaban fama eterna. Además, aceptaban que los dioses controlaban su destino, y esa aceptación los hacía admirables.
Luego llegó Sócrates, en una Atenas que estaba en decadencia. Él criticaba a los sofistas, que decían que «lo bueno» dependía de cada quien. Sócrates creía que para ser bueno, primero había que saber qué era el bien. Si conocías la justicia, actuarías con justicia. Su método era conversar: primero usaba la ironía para mostrar que la gente en realidad no sabía nada (como su famosa frase «solo sé que no sé nada»), y luego con la mayéutica ayudaba a «sacar» la verdad que llevaban dentro. Para él, el mal nacía de la ignorancia, así que había que educar, no castigar.
Después, Platón y Aristóteles tuvieron visiones diferentes del ser humano. Platón pensaba que el alma era inmortal y estaba atrapada en el cuerpo como en una cárcel. El alma quería volver al mundo de las Ideas (la verdadera realidad), y tenía tres partes: una racional (en la cabeza, para pensar con prudencia), otra irascible (en el pecho, para la voluntad y la fortaleza) y otra concupiscible (en el vientre, con deseos que debían controlarse). La meta era que la parte racional guiara a las otras para alcanzar la justicia y contemplar el Bien. En cambio, Aristóteles veía cuerpo y alma como una sola cosa inseparable. El alma daba vida y tenía funciones: vegetativa (nutrirse, crecer, común en plantas y animales), sensitiva (sentir y moverse, en animales y humanos) e intelectiva (pensar y buscar la verdad, solo en humanos). Para él, el fin del ser humano era el conocimiento y la felicidad.
Cuando las ciudades griegas cayeron, en el periodo helenístico, la gente perdió sus puntos de referencia. Los filósofos dejaron de hablar tanto de política y se centraron en cómo ser feliz uno mismo. Aparecieron varias escuelas: los epicúreos, con Epicuro, decían que había que evitar miedos (a los dioses, a la muerte o al dolor) y buscar solo placeres naturales y necesarios, como comer sin exceso, tener amigos o aprender cosas nuevas. Con prudencia, se alcanzaba la ataraxia, que es tranquilidad del alma. Los estoicos, con Zenón, enseñaban a vivir conforme al orden universal (Logos). Si aceptabas tu destino y controlabas tus pasiones, lograbas serenidad (apatía) y así felicidad. También hubo otras corrientes: los escépticos dudaban de todo para evitar sufrimientos, los cínicos como Diógenes vivían con autosuficiencia, como animales, sin reglas sociales, y los eclécticos como Cicerón tomaban ideas de varias escuelas.
Así evolucionó el pensamiento griego: desde los héroes de Homero que buscaban gloria, pasando por Sócrates que unía saber y virtud, luego Platón que separaba alma y cuerpo, Aristóteles que los unía, hasta llegar a las escuelas helenísticas que buscaban paz interior en tiempos de incertidumbre.
La filosofía medieval buscó unir fe y razón, adaptando ideas de Platón y Aristóteles a la religión. Agustín y Tomás crearon visiones propias del ser humano.
Agustín de Hipona y su propuesta agustina inciden en los siguientes aspectos:
Tomás de Aquino y su propuesta tomista inciden en los siguientes aspectos:
Humanismo Renacentista: el humanismo retornó a lo clásico sin filtros religiosos al arte y las letras, difundiendo ideas griegas y romanas. El Antropocentrismo es ese humano, con razón, que es centro del universo. La Libertad y la individualidad permiten que cada uno construya su identidad con decisiones únicas. La dignidad humana reside en la capacidad de transformar su realidad.
René Descartes revolucionó la visión del ser humano con su dualismo mente-cuerpo: el hombre es una unión de res cogitans (alma inmaterial y libre) y res extensa (cuerpo-máquina gobernado por leyes físicas). Aunque el mundo es mecanicista, el alma escapa al determinismo. Pero surge un problema: ¿cómo interactúan mente y cuerpo? Descartes apuntó a la glándula pineal, pero su solución fue criticada por incoherente. Su famoso «Pienso, luego existo» subraya que la razón y la voluntad libre definen al humano, guiando sus elecciones hacia el bien y la verdad.
Los empiristas como John Locke y David Hume cuestionaron la identidad personal. Locke afirmó que somos lo que recordamos: la memoria y la autoconciencia nos dan continuidad. Pero ¿y si olvidamos? Hume llevó esto al extremo: negó la existencia de un «yo» real. Para él, solo hay percepciones fugaces, y la memoria crea una ilusión de identidad.
Immanuel Kant, por su parte, defendió que el ser humano es un fin en sí mismo. Aunque la razón no puede probar la existencia de Dios o el alma, la moral (razón práctica) revela nuestra libertad. Actuar por deber, no por interés, es la base de la ética. Así, las personas tienen dignidad absoluta: nunca deben ser usadas como medios, sino respetadas siempre.
Descartes nos dejó el enigma mente-cuerpo, los empiristas el rompecabezas de la identidad, y Kant la luz de la ética basada en libertad.
Marx analizó cómo el capitalismo deshumaniza a las personas. Habló de tres tipos de alienación: la religiosa (creer en Dios nos distrae de los problemas reales), la económica (el trabajador es explotado y tratado como mercancía por los dueños del dinero), y la ideológica (las ideas dominantes solo reflejan los intereses de los poderosos, no la verdad). Para él, la solución era el comunismo: eliminar las clases sociales y que los medios de producción fueran de todos.
Nietzsche propuso romper con los valores tradicionales. Su superhombre sería alguien que «mata a Dios» (es decir, rechaza la moral religiosa que considera débil) y crea sus propios valores. Explicó este cambio con tres transformaciones: primero somos como camellos (obedecemos reglas), luego como leones (nos rebelamos), y finalmente como niños (creamos valores nuevos). Para él, la vida es voluntad de poder: un caos donde debemos luchar para superarnos, sin miedo a imponer nuestra fuerza.
Freud descubrió que la mente humana tiene partes en conflicto. El ello es nuestro deseo inconsciente (como comer o amar sin límites), el yo media entre esos deseos y la realidad («No puedo gritar en clase, aunque quiera»), y el superyó es la voz internalizada de las reglas sociales («Deberías ayudar»). Lo más importante es el inconsciente: verdades ocultas (traumas, deseos) que gobiernan nuestros actos sin que lo sepamos.
Sartre, con su existencialismo, afirmó que «la existencia precede a la esencia»: no nacemos con un propósito fijo, sino que nos inventamos a nosotros mismos mediante elecciones. Esta libertad absoluta causa angustia (no hay excusas ni dioses que decidan por nosotros). Estamos «condenados a ser libres», obligados a crear nuestro proyecto vital incluso si fracasamos. Así, el pensamiento occidental pasó de la lucha colectiva de Marx a la responsabilidad individual del ser libre.
La ética es la rama de la filosofía que tiene por objeto la reflexión sobre la conducta moral del ser humano, y se relaciona con la racionalidad en su dimensión práctica que implica una reflexión sobre nuestro comportamiento a nivel individual.
La moral habla sobre…
Las éticas se califican en:
La ética material es un sistema ético que defiende la existencia de un fin o bien superior que determina la bondad o no de nuestras acciones. Y las propuestas más significativas son: el intelectualismo moral, eudemonismo, estoicismo, hedonismo, iusnaturalismo, utilitarismo, emotivismo moral.
El intelectualismo moral es la teoría ética que sostiene que el ser humano (desde el ejercicio de la razón) es capaz de conocer el bien. Esta teoría la sostiene Sócrates, que la voluntad se adhiere de manera necesaria a él después de haber llevado a su máxima expresión dado de un intelectualismo. Quien obra mal no lo hace a sabiendas, sino por ignorancia: al que se equivoca no hay que castigarlo sino instruirle y el conocimiento del bien es condición necesaria y suficiente para actuar correctamente de manera virtuosa.
El eudemonismo es la ética que cuestiona qué debemos hacer, lo que es bueno que nos acerca al fin propuesto. Para esta ética ese fin es la felicidad y la primera formulación sistemática lo encontramos en la propuesta de Aristóteles.
(Acabar la teoría)
El estoicismo es una propuesta que tiene orígenes en la escuela estoica fundada por Zenón de Citio. Para los estoicos la naturaleza está sostenida por una razón divina (logos) caracterizada por su providencia que todo lo que acontece se queda. Por tanto, ocurre lo que debe ocurrir y carece de sentido revelarse contra el destino. Los humanos debemos vivir en armonía con la naturaleza, controlando emociones para evitar sufrimiento. Así se alcanza la ataraxia (paz interior), clave de felicidad para los estoicos. ¡Su mayor auge fue en Roma con Séneca, Epicteto y Marco Aurelio!
El hedonismo es la propuesta que propuso Epicuro en Grecia y su idea clave es el bien es el placer es como una búsqueda del placer (ausencia de dolor). ¿Y cómo podemos evitar el dolor? Para evitar el dolor podemos evitar miedos que son:
Y buscar placeres auténticos que serían:
En conclusión, evitando miedos y eligiendo placeres simples, se alcanza la felicidad.
El iusnaturalismo es una propuesta que creó Tomás de Aquino que dice que los humanos tenemos una ley natural (inclinaciones que Dios nos dio). Las inclinaciones son 3 que serían:
Y estas inclinaciones vienen de la orden universal (ley eterna) que Dios creó y la ley natural es esa ley aplicada a los humanos. En conclusión esta propuesta dice que la ley natural nos dice qué hacer (o evitar) para ser «buenos» según nuestra esencia. Donde la ley natural se manifiesta en la ley moral y la ley moral en la ley positiva.
El utilitarismo es la propuesta que propuso John Stuart Mill que dice que lo ‘’bueno’’ es lo que da felicidad al mayor nº de personas. La clave de esta propuesta es el principio de utilidad que sería el mayor bien para la mayoría. ¿Cómo se juzga una acción? Por sus resultados prácticos (si suma felicidad o resta). ¡No importa si tú no ganas! Lo moral es beneficiar a la comunidad, aunque no te afecte a ti. Prioridad humana: Usar la inteligencia y sentimientos nobles (como empatía) para guiar decisiones. En conclusión esta propuesta dice que lo útil = lo bueno = lo que une placer y bien común.
El emotivismo fue propuesto por David Hume que dice que los juicios morales se basan en sentimientos (no en la razón). Las claves de esta propuesta son:
En conclusión esta propuesta dice que la moral es como un «gusto compartido» por la felicidad común.
Kant criticó las éticas materiales como las de Aristóteles o Tomás de Aquino. Estas éticas se basaban en un «bien supremo» (como la felicidad o el cielo) y usaban imperativos hipotéticos: normas condicionadas («Si quieres ir al cielo, no robes»). El problema, según Kant, es que si tú no buscas ese fin (por ejemplo, si no crees en el cielo), la norma pierde sentido.
Para superar esto, Kant propuso una ética formal centrada en el imperativo categórico: un deber universal que no depende de fines. Sus principios eran:
Esta es una ética del deber: hacer lo correcto porque es correcto, no por premios, castigos o consecuencias. Por ejemplo, no mentir no por miedo, sino porque si todos mintieran, la confianza social se destruiría.
Más tarde, Habermas propuso la ética del discurso, también formal pero colectiva. Para él, la moral no se decide en soledad (como en Kant), sino mediante diálogo racional entre todos los afectados. Este diálogo debe seguir reglas:
La clave es que, a diferencia de Kant (que parte del individuo), Habermas ve la moral como un producto social: «¿Qué acordamos juntos como justo?».
¿Por qué ambas son «éticas formales»?
Mientras Kant pone el peso en la reflexión individual («¿Qué principio seguiría yo como ley universal?»), Habermas lo pone en el acuerdo colectivo («¿Qué construimos juntos mediante razones?»). Juntos, son pilares para entender la ética moderna: de la conciencia solitaria a la construcción compartida.
Las clasificaciones de la ética nos ayudan a entender cómo pensamos sobre el bien y el mal. Una forma de verlo es preguntarnos quién decide lo que está bien o mal. Si eres tú mismo quien lo decide usando tu razón, como decía Kant, hablamos de una ética autónoma. Pero si lo deciden fuerzas externas como Dios, las leyes de la sociedad o la naturaleza, como pensaba Sócrates, entonces es una ética heterónoma. Otra pregunta clave es cuándo una acción es correcta. Si lo que importa es lograr un buen fin, aunque los medios sean cuestionables (como «mentir para salvar a alguien»), estamos ante una ética teleológica, donde el fin justifica los medios. Pero si crees que ciertas acciones son correctas por sí mismas, sin importar las consecuencias (como «decir la verdad siempre»), como defendía Kant, eso es una ética deontológica. Por último, está la cuestión de si podemos conocer el bien con la razón. Los cognitivistas, como los estoicos, creen que la razón nos muestra verdades morales claras. En cambio, los no cognitivistas piensan que el bien y el mal dependen de emociones o sentimientos, como afirmaba Hume: lo bueno es simplemente lo que nos agrada.
En medio de estas clasificaciones, Nietzsche irrumpió con una crítica radical que desafió todas las reglas. Él anunció que «Dios ha muerto», rechazando valores tradicionales como la humildad o la bondad, que veía como herramientas de control para los débiles. En su lugar, propuso la figura del superhombre: alguien que crea sus propios valores sin obedecer normas sociales, como un artista esculpiendo su vida. Para Nietzsche, la fuerza vital era la voluntad de poder, donde lo «bueno» es lo que te hace fuerte y libre, y lo «malo» es la sumisión de la «moral de esclavos». Así se situó más allá del bien y del mal, negando que existieran reglas universales y rechazando la razón como base de la moral. Su propuesta era una revolución: la verdadera ética nace de la fuerza interior, no de sistemas filosóficos. Mientras otros clasificaban, él incendió los cimientos de la moral tradicional.
(Aristóteles y Kant)
Para Kant la libertad es la base de la moral. Sin ella, no hay ética y la responsabilidad de ser responsables no solo es asumir consecuencias, sino también pensar bien antes de actuar.
Las situaciones difíciles que pasan son los problemas con soluciones opuestas. Aquí entra la deliberación (proceso racional y social) para decidir con prudencia y buscar felicidad.
Aristóteles dice que los fines medios son pasos para lograr algo más (ej. estudiar para un título) y los fines últimos es la felicidad (meta final). Y el fin NO justifica los medios, los medios deben alinearse con la razón más virtudes (dianoéticas + éticas) y la felicidad humana exige vivir según nuestra esencia racional y virtuosa.
Kant en el imperativo categórico dice ‘’Trata a las personas como fines en sí mismas, nunca sólo como medios’’ Reino de los fines: Todos somos valiosos por ser humanos. El estado debe proteger esto. Ventajas contra Aristóteles no depende de una visión antropológica específica (ej. si fuéramos solo emocionales, igual aplica)
Aristóteles: Deliberar con prudencia para ser felices (razón + virtud).
Kant: Respeto universal a la dignidad humana, sin excusas.
Los orígenes del relativismo (sofistas) dicen que no hay bien/mal absoluto y las leyes son acuerdos sociales (nomos), no vienen de la naturaleza (physis); y el universalismo (Sócrates) dice que el bien es objetivo y se puede reconocer y las leyes deben unir naturaleza humana con la sociedad.
En las versiones modernas, el relativismo dice: ‘’No existe lo justo/injusto’’, ‘’No se puede probar que es justo’’, ‘’No hay método para decidir’’ y con conclusión que la necesidad de pactos (como los sofistas); y el universalismo dice que son los valores morales universales (ej. derechos humanos) que guían principios éticos y Sócrates = ‘’padre’’ del universalismo occidental.
Hay un debate clave de ¿El universalismo impone una cultura sobre otras? (etnocentrismo) y ¿El relativismo justifica todo? («todo vale»). Con consecuencias de ¿Cómo actuar sin valores comunes? ¿Cómo evitar injusticias?
La filosofía política estudia cómo los humanos vivimos en la sociedad y las relaciones de poder y las preguntas claves son:
Los pensadores del naturalismo político creían que la sociedad es una extensión natural del ser humano. Platón imaginó una utopía jerárquica en La República: dividía el Estado en tres clases según el alma humana. Los productores cubrían necesidades materiales, los guerreros defendían la ciudad, y los gobernantes-filósofos, guiados por la sabiduría, legislaban. La justicia era la armonía entre ellas, con una aristocracia de sabios al mando. Aristóteles, en cambio, veía la polis como un organismo vivo que surge naturalmente: de familias a aldeas, y de aldeas a ciudades. Criticó a Platón por buscar un modelo único, y defendió que la sociabilidad humana se adapta a cada contexto, siendo la polis el espacio para alcanzar la felición plena (eudaimonía). Tomás de Aquino añadió la visión cristiana: para él, la ley eterna (divina) se refleja en la ley natural (moral humana), que a su vez inspira las leyes positivas. El Estado debía buscar el bien común, pero integrando el fin espiritual del hombre.
Pero entonces llegó Maquiavelo y revolucionó todo. En El Príncipe, separó la política de la moral: el gobernante debe usar virtù (habilidad pragmática) y fortuna (oportunidad) para mantener el poder, sin preocuparse por ser «bueno», solo por parecerlo. Así nació la política como ciencia autónoma, centrada en el realismo, no en ideales éticos. Esta idea sentó las bases del contractualismo, que ve la sociedad como un pacto entre personas. Hobbes partía del miedo: en el «estado de naturaleza» previo al pacto, reinaba una guerra de todos contra todos (homo homini lupus), y por eso los humanos cedían libertad a un soberano absoluto (el Leviatán) a cambio de seguridad. Locke, en cambio, creía que el estado natural tenía derechos (vida, libertad, propiedad), pero faltaban jueces imparciales; su contrato creaba un gobierno limitado con división de poderes, donde la revolución era legítima si violaba derechos. Rousseau idealizaba al «buen salvaje» corrompido por la propiedad privada; su contrato social se basaba en la voluntad general (interés colectivo), no en la suma de voluntades individuales, y defendía la democracia directa en asambleas populares.
Kant cerró esta evolución con un proyecto ambicioso. Inspirado por la Ilustración y las revoluciones, unió razón y ética para diseñar una sociedad libre, justa y pacífica. Creía en la «insociable sociabilidad»: el humano busca comunidad, pero su egoísmo genera conflictos. La solución era un Estado de derecho republicano con división de poderes y participación ciudadana. Su gran sueño era la paz perpetua: propuso eliminar ejércitos permanentes y deudas de guerra, formar una federación mundial de repúblicas, y establecer un derecho cosmopolita de «hospitalidad universal» que protegiera a cualquier persona en territorio extranjero.
En síntesis: mientras los naturalistas (Platón, Aristóteles, Tomás) veían la sociedad como un reflejo de la naturaleza humana, Maquiavelo la liberó de la ética con su realismo pragmático. Los contractualistas (Hobbes, Locke, Rousseau) explicaron el origen del Estado como pacto, desde el miedo al caos hasta la defensa de derechos o la voluntad colectiva. Y Kant fusionó razón y moral para soñar con un mundo en paz, regido por la libertad y la justicia universal.
Todo empezó con el Estado absolutista (siglos XVI-XVII en Europa), donde el rey concentraba todo el poder por «derecho divino». Los súbditos no tenían derechos; solo debían obedecer. El filósofo Thomas Hobbes justificaba este modelo: sin un soberano absoluto, creía que la sociedad caería en el caos.
Pero entonces surgió el Estado liberal de derecho (siglos XVII-XVIII), impulsado por revoluciones como la inglesa o la francesa. Aquí, los ciudadanos ganaron derechos fundamentales: libertad, propiedad e igualdad ante la ley. La clave fue la Constitución (que limitaba el poder) y la división de poderes (que Montesquieu defendió para evitar tiranías). La economía seguía el laissez faire («dejar hacer»), donde el Estado no intervenía, como proponía Adam Smith. Aunque John Stuart Mill luego criticaría este modelo por ignorar desigualdades sociales.
En respuesta al liberalismo, Karl Marx propuso el Estado comunista (siglo XIX). Soñaba con una revolución obrera que eliminara las clases sociales y la propiedad privada. Su plan tenía fases: primero un socialismo transitorio, luego una «dictadura del proletariado» donde el Estado controlaría todo, y finalmente una sociedad comunista sin Estado, con economía planificada y bienes colectivos.
Tras los horrores de la Segunda Guerra Mundial, nació el Estado social y democrático. Fue una fusión: mantuvo los derechos liberales (libertad, propiedad) pero añadió bienestar social: educación pública, sanidad universal y pensiones. Es una democracia participativa (con elecciones libres) y economía mixta (mercado con regulaciones). Un ejemplo es la Constitución española de 1978, que busca «libertad, justicia e igualdad».
La gran evolución fue pasar de súbditos silenciosos bajo un rey todopoderoso, a ciudadanos con voz, derechos y protecciones. Hoy, aunque imperfecto, el Estado social intenta equilibrar libertad individual con justicia colectiva.
El modelo liberal defiende que la justicia es prioritaria. Rawls propone que las reglas sociales se decidan bajo un «velo de ignorancia», donde nadie conoce su posición social, género o riqueza. De ahí surgen dos principios: libertades básicas iguales para todos (como votar o expresarse) y desigualdades económicas solo permitidas si benefician a los más pobres. El Estado debe garantizar derechos individuales y un mercado competitivo, manteniéndose neutral en moral.
Frente a esto, el modelo comunitarista critica al liberalismo. Sandel argumenta que el ser humano no es un individuo aislado, sino que su identidad depende de su comunidad, historia y tradiciones. Para ellos, el «bien común» debe estar por encima de los derechos individuales, y las leyes deben reflejar valores compartidos (familia, religión, cultura). Además, rechazan el velo de ignorancia: sin identidad, no hay decisiones auténticas.
El modelo republicanista 🇺🇸 concibe la política como acción colectiva. Arendt sostiene que el espacio público es donde los ciudadanos dialogan y actúan juntos, y que la libertad es participación activa (no solo derechos pasivos). Advierte que el totalitarismo surge cuando la gente obedece sin pensar, como en el caso de Eichmann, donde el mal fue «banal» por la obediencia ciega. Habermas añade que las leyes deben nacer de una democracia deliberativa (debate público, no élites).
El modelo libertario exige un Estado mínimo que solo proteja contra violencia, robos e incumplimiento de contratos. Rechazan impuestos redistributivos: «Quitar a unos para dar a otros es robo». Para ellos, los derechos individuales (especialmente la libertad económica sin regulaciones) son absolutos.
Los enfrentamientos clave son intensos: