Portada » Historia » España Finisecular: Claves Políticas, Sociales y Económicas del Siglo XIX (1868-1902)
La Revolución de 1868, conocida como «La Gloriosa» o la Revolución de Septiembre, fue un levantamiento que marcó el fin del reinado de Isabel II. Sus principales hitos fueron:
Tras el triunfo de la revolución, se estableció un Gobierno Provisional presidido por el General Serrano, con el General Prim como figura destacada. Durante este periodo, el 10 de octubre de 1868, Céspedes dio en Yara el grito de «¡Viva Cuba Libre!», iniciando así la Guerra Larga de Cuba. Se instauró el sufragio universal masculino.
Fue aprobada una Constitución de carácter democrático que reconocía amplios derechos y libertades:
El General Serrano fue nombrado regente, y el gobierno estuvo presidido por Prim. Se impulsaron importantes reformas, como la Ley del Poder Judicial, que se ajustaba a la libertad de cultos. El ministro de Hacienda, Figuerola, implementó una política librecambista. En 1871, se promulgó la Ley de Bases de la Minería. Tras la búsqueda de un nuevo monarca, Amadeo de Saboya fue elegido rey.
El reinado de Amadeo I estuvo marcado por la inestabilidad y la oposición. El Partido Progresista, que lo había apoyado, terminó por dividirse en dos facciones:
Desde el principio, Amadeo I enfrentó la oposición de los moderados y de los carlistas, así como la persistencia de la insurrección cubana.
Tras la abdicación de Amadeo I, se proclamó la Primera República. Estanislao Figueras fue el primer presidente federalista, seguido por Pi i Margall, quien impulsó reformas sociales. La República sufrió la oposición de los «intransigentes», que llevaron a la proclamación del cantón independiente de Cartagena el 12 de julio de 1873. Posteriormente, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar asumieron la presidencia. Castelar cerró las Cortes y gobernó por decreto. Finalmente, el golpe de Estado del General Manuel Pavía puso fin a la Primera República.
Tras el golpe de Pavía, se estableció una república de carácter más autoritario, que declaró ilegales a los republicanos federales y a la Primera Internacional. El 29 de diciembre de 1874, el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto pondría fin al Sexenio Democrático y daría comienzo a la Restauración de los Borbones.
El pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto en 1874 marcó el inicio de la Restauración de los Borbones. Antonio Cánovas del Castillo, arquitecto del nuevo sistema, convenció a Isabel II para que abdicara en su hijo, Alfonso. Este último, desde el exilio, había proclamado su adhesión a una monarquía constitucional a través del Manifiesto de Sandhurst. El nuevo régimen eliminó el matrimonio civil y restableció el Concordato de 1851, asegurando el apoyo de la Iglesia.
Cánovas logró que se aceptara como premisa la soberanía compartida entre el Rey y las Cortes. El Rey disponía de amplios poderes:
Las Cortes estaban compuestas por dos cámaras: el Congreso, de carácter electivo, y el Senado. La Constitución establecía la confesionalidad del Estado. En 1890, bajo el gobierno de Sagasta, se aceptó el sufragio universal masculino.
Uno de los primeros objetivos de la Restauración fue la pacificación del país. En 1875, Martínez Campos logró la rendición de los carlistas en Cataluña, Aragón y Valencia. En 1876, Carlos VII cruzó la frontera, poniendo fin a la Tercera Guerra Carlista, aunque el País Vasco y Navarra perdieron sus fueros. En Cuba, el General Martínez Campos firmó la Paz de Zanjón, que prometía una autonomía, la abolición de la esclavitud y una amplia amnistía, aunque muchas de estas promesas no se cumplirían.
El sistema político de la Restauración se basó en el «turno pacífico» de dos grandes partidos dinásticos:
Este sistema garantizaba la estabilidad política, aunque a menudo recurría a prácticas fraudulentas como el «pucherazo» y el caciquismo.
La Regencia de María Cristina de Habsburgo, tras la muerte de Alfonso XII, fue un periodo de continuidad del sistema canovista. Durante esta etapa, España vivió la Guerra de Cuba y el traumático Desastre del 98. Sagasta, líder del Partido Liberal, impulsó importantes reformas, como la aprobación del sufragio universal masculino (1890), la Ley de Asociaciones, la abolición definitiva de la esclavitud y la aprobación de un nuevo Código Civil. Sin embargo, el sistema seguía recurriendo a medios fraudulentos como el «pucherazo» (fraude electoral) y la influencia de los caciques locales para asegurar el turno de partidos.
A pesar del bipartidismo, existía una fuerte oposición al sistema de la Restauración:
La Paz de Zanjón (1878), firmada por el General Martínez Campos, había prometido una serie de reformas para Cuba, como la abolición de la esclavitud y la representación política de diputados cubanos en las Cortes. Sin embargo, estas promesas se incumplieron en gran medida, y la política arancelaria española perjudicaba la economía cubana. José Martí, con el apoyo de líderes guerrilleros como Máximo Gómez y Antonio Maceo, organizó el nuevo levantamiento.
En febrero de 1895, se produjo el «Grito de Baire», que marcó el inicio de la guerra. Martí fue reconocido como jefe supremo del movimiento y Máximo Gómez como jefe militar, con Antonio Maceo como figura clave. Los guerrilleros cubanos, conocidos como «mambises», operaban desde la manigua. España envió al General Valeriano Weyler, quien implementó una política de «reconcentración» para aislar a los rebeldes. La voladura del acorazado estadounidense Maine en el puerto de La Habana en febrero de 1898 fue el detonante de la intervención de Estados Unidos.
España movilizó a más de 50.000 soldados para la guerra, pero la mayoría de las bajas se debieron a enfermedades tropicales, más que a los combates.
El presidente McKinley de Estados Unidos declaró la guerra a España tras el incidente del Maine, que causó la muerte de 250 marinos norteamericanos. La superioridad naval estadounidense fue decisiva:
La guerra concluyó con la firma del Tratado de París en diciembre de 1898, por el cual España reconocía la independencia de Cuba y cedía a los EE.UU. la isla de Puerto Rico, las Filipinas y la isla de Guam.
En Filipinas, la insurrección fue liderada por José Rizal, quien fue ejecutado por el General Polavieja. En 1897, el nuevo capitán general, Fernando Primo de Rivera, logró un acuerdo con el líder filipino Emilio Aguinaldo, pero la intervención estadounidense reavivó el conflicto.
El Desastre del 98 tuvo profundas repercusiones en España:
Los gobiernos liberales del siglo XIX impulsaron una reforma agraria cuyo objetivo principal era convertir la tierra en propiedad privada, en un bien que se pudiera comprar y vender libremente. Este proceso, conocido como desamortización, implicó la expropiación y venta de bienes de la Iglesia y de los municipios. Los principales beneficiarios de estas ventas fueron la burguesía y la alta nobleza, que acumularon grandes extensiones de tierra.
En la década de 1870, España se convirtió en el primer productor de vino a causa de la filoxera, una plaga que afectó gravemente a las viñas francesas. Sin embargo, a finales de siglo, la propia agricultura española sufrió una crisis finisecular debido a la competencia de productos extranjeros y a la llegada de la filoxera a España. La consecuencia fue un aumento de la emigración a América. Para proteger la producción nacional, se elevaron los aranceles. Se creó el Ministerio de Agricultura para impulsar la modernización del sector.
La industrialización en España fue un proceso lento y con características propias, debido a varios factores:
Esto obligó a España a acudir al capital extranjero y a defender el mercado nacional mediante aranceles. Los principales focos industriales se concentraron en Cataluña y Vizcaya.
Los sectores industriales más destacados fueron:
El ferrocarril fue clave para la modernización de las infraestructuras. La Ley General de Ferrocarriles (1855) impulsó su construcción, aunque la adopción de un ancho de vía superior al de Europa y el no favorecer a la siderurgia nacional fueron decisiones controvertidas. A pesar de ello, se logró establecer una red de transporte válida en España. También la navegación marítima experimentó un cambio notable con la navegación a vapor: a partir de 1870, se construyeron nuevos barcos en los Astilleros del Nervión, impulsando el comercio y la conexión con las colonias.
La población española experimentó un crecimiento moderado durante el siglo XIX, pasando de 10,5 millones de habitantes en 1797 a 18,5 millones en 1900. Este crecimiento fue limitado por una alta tasa de mortalidad, que rondaba el 29‰.
La revolución liberal puso fin a la sociedad estamental, basada en el privilegio, y dio paso a una sociedad de clases, donde la posición social se definía por la riqueza y la propiedad. Surgieron nuevas clases sociales:
Los inicios del movimiento obrero en España se caracterizaron por acciones luditas (destrucción de máquinas), como la quema de la fábrica Bonaplata en Barcelona en 1835. Posteriormente, surgieron las primeras asociaciones obreras, como la Sociedad de Protección Mutua de los Tejedores del Algodón. A finales de 1868, el italiano Fanelli, enviado por Bakunin, introdujo las ideas anarquistas. En 1870, se convocó el primer congreso en Barcelona y se creó la Federación Regional Española (F.R.E.) de la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores). Figuras como Paul Lafargue y Laura Marx también influyeron. Tras el golpe de 1874, Serrano declaró ilegal a la F.R.E., y la Primera Internacional decidió disolverse.
El anarquismo tuvo una fuerte implantación en España, especialmente en Cataluña y Andalucía. Su principal organización sería la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), fundada en el siglo XX, que defendía la acción directa y la huelga general como herramientas revolucionarias.
El socialismo, de inspiración marxista, se desarrolló más tarde. El PSOE (Partido Socialista Obrero Español) fue fundado en 1879 por Pablo Iglesias, quien sería su secretario general. En 1888, fundaron un sindicato vinculado al partido, la UGT (Unión General de Trabajadores). Los socialistas tuvieron una influencia significativa en Madrid, Asturias y Vizcaya.
Durante el siglo XIX, se consolidaron elementos que contribuyeron a la construcción de una identidad nacional española. La pintura histórica del siglo XIX y los Episodios Nacionales de Galdós fueron fundamentales en la creación de un imaginario colectivo. La zarzuela, que surgió como una reacción frente al predominio de la ópera italiana, y los toros, a los que la prensa taurina con un lenguaje especializado les dio una respetabilidad intelectual que antes no tenían, se convirtieron en símbolos culturales.
La educación experimentó importantes cambios. Se creó el Ministerio de Instrucción Pública, y al año siguiente, el Conde de Romanones, ministro de Instrucción Pública, impulsó reformas. Se dignificó la figura de los maestros, que pasaron a ser funcionarios, y el Estado sufragaba dos tercios de sus sueldos, mientras que el otro tercio lo aportaban los padres de los alumnos. Sin embargo, persistía un gran salto entre la enseñanza primaria y la secundaria, lo que dificultaba el acceso a la educación superior para las clases populares.
Una repercusión fundamental fue la difusión del krausismo, una corriente filosófica que defendía la libertad de cátedra y la preocupación por la educación como transformadora de la sociedad y base del progreso. La creación de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) en 1876, fundada por Julián Sanz del Río y otros profesores como Francisco Giner de los Ríos, Castelar, Azcárate, Salmerón y Montero Ríos (muchos de ellos cesados de la universidad por sus ideas krausistas), fue un hito. La ILE, de filiación krausista, se convirtió en un centro de renovación pedagógica y científica. Darwin fue nombrado en 1877 profesor honorario de la ILE.
A nivel oficial, en 1907, se creó la Junta de Ampliación de Estudios (JAE) para becar a estudiantes españoles en universidades extranjeras y fomentar la investigación. En 1910, se fundó la Residencia de Estudiantes, con la idea de ser un complemento educativo a la universidad, promoviendo un ambiente de intercambio intelectual y cultural.