Portada » Historia » La Crisis del Antiguo Régimen en España (1808-1833): Guerra, Liberalismo y Absolutismo
En 1808, al acceder al trono, Carlos IV mantuvo a Floridablanca, pero pronto el favorito real, Manuel Godoy, pasó a ser el verdadero gobernante de España gracias a la influencia de la reina. En 1807, Godoy firmó con Napoleón el Tratado de Fontainebleau, que permitía el paso de tropas francesas por España para atacar Portugal. Aprovechando este acuerdo, Napoleón fue situando sus tropas en territorio español con la intención de controlar el país.
Ante el peligro, Godoy intentó trasladar a la familia real a Andalucía, pero en marzo de 1808 estalló el Motín de Aranjuez, liderado por partidarios del príncipe Fernando. El motín provocó la caída de Godoy y la abdicación de Carlos IV en favor de su hijo Fernando VII.
Napoleón intervino, citando a la familia real en Bayona, donde obligó a Carlos IV y a Fernando VII a abdicar. Entregó la corona a su hermano José Bonaparte, que reinó como José I y aprobó el Estatuto de Bayona, una carta otorgada que pretendía modernizar España siguiendo el modelo francés.
El 2 de mayo de 1808, el pueblo de Madrid se levantó al intentar los franceses trasladar a los últimos miembros de la familia real. La dura represión del general Murat provocó que el levantamiento se extendiera por toda España. El país quedó dividido en dos bandos:
En las zonas no ocupadas se crearon juntas locales y provinciales, que se unieron en la Junta Central Suprema (1808). Tras su disolución, un Consejo de Regencia con sede en Cádiz convocó las Cortes, que elaboraron importantes decretos y la Constitución de 1812, primer intento de transformar España en un Estado liberal.
La guerra se desarrolló mediante el ejército regular y la guerrilla, clave por su conocimiento del terreno y movilidad. En 1808, la resistencia obtuvo éxitos como Bailén y la defensa de ciudades como Zaragoza y Gerona, que resistieron largos asedios. José I tuvo que abandonar Madrid temporalmente.
Napoleón acudió a España para dirigir las operaciones, pero su estancia fue corta. La situación cambió en 1812, cuando necesitó retirar tropas para la campaña de Rusia. Esto facilitó la ofensiva del ejército aliado del duque de Wellington, formado por ingleses, portugueses y españoles, que logró victorias decisivas como Arapiles y expulsó a los franceses de gran parte del territorio.
En 1813, el Tratado de Valençay reconoció a Fernando VII como rey de España. La guerra dejó alrededor de medio millón de muertos, una profunda crisis económica y contribuyó al fin del Imperio español en América. Además, las tensiones internas entre liberales y absolutistas marcaron el conflictivo reinado de Fernando VII.
Tras los acontecimientos de 1808, España quedó sin un gobierno legítimo: el trono lo ocupaba José I, impuesto por Napoleón, y gran parte del país estaba bajo control francés. En las zonas libres se formaron juntas locales, luego juntas provinciales, que actuaban en nombre de Fernando VII. Con delegados de estas se creó en septiembre de 1808 la Junta Central Suprema, presidida por Floridablanca. En 1810, esta Junta cedió sus poderes a un Consejo de Regencia con sede en Cádiz, que convocó unas Cortes Generales.
Estas Cortes representaron una situación completamente nueva: no se convocaban como las antiguas cortes estamentales, sino como una asamblea única nacional, que actuaba en nombre de toda la nación. Aunque se seguía reconociendo a Fernando VII como rey legítimo, las Cortes se atribuyeron el poder constituyente, es decir, la capacidad de crear una Constitución.
Los diputados elegidos representaban tres grandes tendencias:
La mayoría liberal permitió impulsar una profunda transformación mediante decretos de abolición y la redacción de la primera Constitución española, promulgada el 19 de marzo de 1812.
La Constitución tuvo una aplicación muy limitada:
Cuando Fernando VII regresó en 1814, se apoyó en los absolutistas para abolir la Constitución, restaurar el absolutismo y perseguir a los liberales.
Mientras Fernando VII estaba prisionero en Francia, las Cortes de Cádiz habían aprobado la Constitución de 1812, que eliminaba el Antiguo Régimen y limitaba fuertemente el poder real. Sin embargo, esta Constitución no representaba a toda la sociedad española: solo a la mayoría liberal de Cádiz. Muchos grupos —absolutistas, buena parte del clero y amplios sectores del pueblo— rechazaban el nuevo sistema.
Cuando Fernando regresó en 1814, tras el Tratado de Valençay, fue recibido en Valencia por absolutistas que le entregaron el Manifiesto de los Persas, que le pedía la restauración de la monarquía absoluta. Fernando abolió la Constitución de 1812, anuló las leyes de Cádiz, restauró el Antiguo Régimen (incluida la Inquisición) y comenzó la persecución de los liberales en lo que se conoce como el Sexenio Absolutista (1814–1820).
Sin embargo, el retorno al absolutismo puro era imposible: el rey tuvo que gobernar usando ministros al estilo del despotismo ilustrado, lo que generó descontento tanto en absolutistas radicales como en liberales. Estos últimos, junto al ejército, protagonizaron varios pronunciamientos. El decisivo fue el de Rafael de Riego en 1820, que aunque inicialmente tuvo poco apoyo, acabó triunfando cuando parte de las tropas destinadas a América se unieron al movimiento. Fernando VII se vio obligado a jurar la Constitución y empezó el Trienio Liberal (1820–1823).
Este periodo estuvo marcado por una fuerte inestabilidad:
La tensión preocupó a las monarquías europeas. En el Congreso de Verona (1822), la Santa Alianza encargó a Francia intervenir. En 1823, los Cien Mil Hijos de San Luis invadieron España casi sin resistencia. Fernando VII fue restaurado como monarca absoluto y la Constitución volvió a ser abolida. Comenzó la Década Ominosa (1823–1833).
Durante esta etapa se restableció el absolutismo, aunque de manera algo más moderada: no se restauró la Inquisición y se aplicaron ciertas reformas económicas y administrativas, pues el Antiguo Régimen era ya inviable. Los absolutistas más radicales, descontentos, se agruparon en torno al hermano del rey, Carlos María Isidro, formando el núcleo del futuro carlismo, con fuerte apoyo del clero.
Mientras España vivía estas tensiones, en América avanzaba la independencia. Diversos factores la favorecieron:
Entre 1810 y 1814 surgieron movimientos revolucionarios:
En 1816, Bolívar liberó Venezuela y Colombia. San Martín cruzó los Andes desde Argentina y tomó Chile. La sublevación de Riego en 1820 impidió que España enviara refuerzos. Finalmente, los ejércitos de Bolívar y San Martín derrotaron a las tropas españolas en Ayacucho (1824). La pérdida de Perú supuso la desaparición del imperio español continental, reemplazado por repúblicas gobernadas por élites criollas.
Para España las consecuencias fueron graves:
Al morir Fernando VII en 1833, España conservaba solo Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
