Portada » Filosofía » Percepción de la Realidad y Fundamentos del Conocimiento: Racionalismo, Empirismo y Descartes
No, no percibimos la realidad tal y como es. Nuestros sentidos nos ofrecen una versión limitada y, a menudo, distorsionada del mundo. Por ejemplo, nuestra capacidad visual no abarca todo el espectro de colores ni nuestro oído percibe sonidos fuera de ciertos rangos, lo que evidencia que solo captamos una pequeña fracción de la realidad. Además, nuestras percepciones están intrínsecamente influenciadas por emociones, creencias y experiencias previas, lo que introduce un componente significativo de subjetividad.
En mi opinión, los sentidos son herramientas útiles, pero distan de ser perfectas. Nos asisten en la supervivencia y en la comprensión de nuestro entorno, pero lo que percibimos no es necesariamente lo que existe de forma objetiva. Esto nos lleva a reflexionar que alcanzar un conocimiento objetivo de la realidad es un desafío considerable, ya que nuestra visión del mundo siempre estará filtrada por nuestras propias limitaciones.
El racionalismo postula que la razón es la fuente primordial del conocimiento y que existen ideas innatas, independientes de la experiencia sensorial. Por ejemplo, René Descartes, una figura central del racionalismo, afirmó que a través de la razón podemos alcanzar verdades universales, como su célebre principio «Cogito, ergo sum» (Pienso, luego existo). Otro destacado racionalista, Baruch Spinoza, defendió que el conocimiento lógico y deductivo es fundamental para comprender la estructura de la realidad.
En contraste, el empirismo sostiene que todo conocimiento se origina y deriva de la experiencia sensorial. Según John Locke, al nacer, nuestra mente es una «tabula rasa» (pizarra en blanco) que se va llenando progresivamente con las percepciones y sensaciones. Por su parte, David Hume argumentó que conceptos fundamentales como la causalidad no son más que hábitos mentales formados a partir de la observación repetida de eventos, sin una base racional intrínseca.
René Descartes, ampliamente reconocido como el padre de la filosofía moderna, dedicó su esfuerzo a desarrollar un método filosófico riguroso con el objetivo de encontrar una verdad absolutamente indubitable que sirviera como fundamento para todo conocimiento. Este proceso culmina en la célebre transición de la duda metódica al «Cogito, ergo sum», una de las contribuciones más influyentes y perdurables en la historia del pensamiento occidental.
Descartes inicia su sistema filosófico cuestionando sistemáticamente todo aquello que no sea completamente seguro, adoptando lo que él mismo denominó «duda metódica». Este método consiste en someter a escrutinio todas las creencias existentes, incluso aquellas que parecen más evidentes. Descartes argumenta que, con frecuencia, nuestros sentidos nos engañan; por ejemplo, las ilusiones ópticas o los sueños pueden llevarnos a percibir cosas que no son reales. Si los sentidos no son completamente fiables, no pueden constituir una base sólida para afirmar con certeza la existencia de una realidad externa.
Además, Descartes extiende esta duda a las verdades matemáticas y lógicas, introduciendo la hipótesis del «genio maligno». Este ser hipotético, sumamente poderoso y astuto, podría engañarnos incluso en los razonamientos más simples. Este escenario, aunque extremo, refuerza su postura de que cualquier conocimiento susceptible de duda debe ser descartado en su búsqueda de certezas absolutas.
A pesar de esta duda radical y universal, Descartes descubre una verdad que es imposible de cuestionar: el hecho de que, al dudar, está pensando, y al pensar, necesariamente existe. Esta certeza se formula en su famosa frase en latín, «Cogito, ergo sum» (Pienso, luego existo). Para Descartes, esta afirmación es tan firme y clara que ni siquiera el supuesto genio maligno podría ponerla en duda. Independientemente de cuán engañado pueda estar, el acto mismo de dudar demuestra su existencia como un ser pensante.
El «Cogito, ergo sum» no solo representa la primera verdad indubitable para Descartes, sino que también se convierte en el punto de partida fundamental para la reconstrucción de todo el conocimiento. A partir de esta certeza inicial, Descartes se propone establecer una serie de principios claros y distintos que le permitan superar la duda y construir un sistema filosófico sólido y coherente.
Desde la certeza del cogito, Descartes procede a demostrar la existencia de Dios, a quien concibe como una garantía de la veracidad del conocimiento. Según su razonamiento, un Dios perfecto y benevolente no permitiría que sus criaturas estuvieran constantemente engañadas en sus percepciones fundamentales. Este argumento le permite a Descartes confiar en las ideas claras y distintas como criterio de verdad y, consecuentemente, aceptar la existencia del mundo material y externo, sentando así las bases para el conocimiento científico.
El paso de la duda metódica al «Cogito, ergo sum» revolucionó la filosofía al trasladar el centro de la reflexión desde el mundo externo hacia el sujeto pensante. Descartes establece que la verdad debe buscarse en la razón humana, marcando el inicio del racionalismo moderno. Además, su método de duda sistemática sentó las bases para la filosofía crítica posterior, influyendo en pensadores como Immanuel Kant y otros que exploraron los límites y las posibilidades del conocimiento humano.
En conclusión, la transición de la duda metódica al «Cogito, ergo sum» constituye el núcleo del proyecto filosófico de Descartes. A través de la duda, logró identificar una certeza absoluta que no solo fundamenta la existencia del sujeto pensante, sino que también inauguró un nuevo enfoque filosófico basado en la razón y el análisis crítico. Este proceso no solo transformó el pensamiento de su época, sino que sigue siendo una referencia central e ineludible en la historia de la filosofía.