Portada » Filosofía » Pensamiento Filosófico: Epicuro, Platón y Aristóteles sobre la Felicidad, la Virtud y la Realidad
Las opiniones de la multitud no son intuiciones, sino presunciones varias. Por ello, si nos dejamos llevar por la masa en vez de pensar por nosotros mismos, podemos llegar a creencias erróneas, ya que estas opiniones no se basan en un conocimiento directo, sino que son conjeturas sin ningún tipo de base lógica.
Epicuro defiende que no debemos temer a la muerte porque, mientras vivimos, la muerte no nos afecta; y cuando morimos, ya no tenemos conciencia alguna. No debemos temer a la muerte porque únicamente es la ausencia de percepción. Si mantenemos este pensamiento, podremos vivir libres de angustias por lo inevitable.
Esta frase refleja el pensamiento hedonista de Epicuro: para él, el placer es el bien supremo y el objetivo de la vida. Identifica el placer con la tranquilidad del alma y la ausencia de perturbaciones, un estado que se alcanza viviendo una vida equilibrada.
En ocasiones, renunciamos a muchos placeres cuando de ellos se derivan consecuencias negativas. Aunque el placer sea el fin de una vida feliz, no todos los placeres deben ser perseguidos, ya que pueden llevar a un dolor o sufrimiento mayor. Por ello, debemos buscar la moderación en los placeres para así alcanzar la ataraxia.
Representa la primera etapa de la ascensión dialéctica, en la que los cautivos en la cueva ven una única realidad. Esto les lleva a creer que es real porque no han sido expuestos a otra versión de la realidad.
El prisionero expuesto al nuevo mundo se enfrenta al contraste, por lo que le resulta difícil distinguir la realidad de la ficción. De esta manera, el esclavo queda liberado y puede conocer la verdad.
Referencia a la última fase de la ascensión dialéctica. Quien está dispuesto a explorar el mundo de las ideas debe hacerlo de forma desinteresada, observando la naturaleza de las cosas para comprender el camino de la verdad, que tiene sus raíces en la Idea del Bien, el Sol.
Cuando uno descubre lo que se esconde en el mundo inteligible, tiene el deseo de saber más y, por tanto, rechaza la idea de ser prisionero de los propios sentidos.
Refleja el peligro que es capaz de ocasionar la desinformación, ya que quienes están en la caverna y no han estado expuestos al mundo de las ideas no quieren verse obligados a entrar en la realidad que desconocen por completo.
Se refiere a la relación entre el mundo racional y el inteligible, establecida a través de la teoría participativa, en la que las cosas surgen de una idea que se pretende imitar, aunque no se logre del todo.
La ética de Aristóteles propone que la verdadera felicidad o eudaimonia es un estado de realización plena que va más allá de la satisfacción temporal. Según Aristóteles, esta felicidad se logra cuando el ser humano cumple con su función natural, que es ejercer su razón (o logos) de manera virtuosa y equilibrada.
Para Aristóteles, alcanzar la eudaimonia requiere de ciertos bienes materiales básicos, pero estos son solo el punto de partida. Lo esencial es actuar de la mejor manera posible, desarrollando las virtudes o areté. Él divide las virtudes en dos tipos:
El proceso hacia la eudaimonia comienza con el uso de las virtudes dianoéticas para comprender qué es lo correcto. Luego, usando la prudencia, elegimos el camino intermedio en cada situación, y al acostumbrarnos a esto, fortalecemos nuestras virtudes y nuestro carácter.
Aristóteles enmarca esta visión en un enfoque «teleológico», según el cual cada ser tiene una función natural. En el caso del ser humano, esta función es ejercer la razón de manera virtuosa, alcanzando la plenitud cuando se vive en consonancia con esta naturaleza racional. Por tanto, la felicidad auténtica se alcanza cuando el ser humano desarrolla y usa sus capacidades racionales y de autocontrol de forma virtuosa, cumpliendo así con su propósito esencial.
En resumen, Aristóteles plantea que la ética no es solo sobre acciones buenas, sino sobre vivir en armonía con nuestra naturaleza racional. La verdadera felicidad surge cuando vivimos de acuerdo con nuestro propósito, ejercitando nuestra razón y actuando con virtud.