Portada » Historia » La Monarquía Hispánica: Reyes Católicos y la Dinastía de los Austrias (Siglos XV-XVII)
Durante la Edad Media, la península estaba dominada por dos grandes entidades: la Corona de Castilla y la Corona de Aragón, además de los reinos cristianos de Navarra y Portugal.
Estos reinos llevaban siglos luchando contra Al-Ándalus, con la ambición de controlar toda la península. Para el siglo XV, el islam solo controlaba el pequeño Reino Nazarí de Granada (proceso conocido como la *Reconquista*).
Cada Corona tenía sus propias leyes e instituciones. Mientras Castilla era un reino centralizado, Aragón lo conformaba un conjunto de reinos con autonomía propia (Aragón, Valencia, Cataluña, Baleares).
La boda de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, en 1469, dio paso a una nueva entidad política: la Monarquía Hispánica. Esta entidad englobó la Corona de Castilla y la de Aragón, aunque no significó la unificación política de ambos reinos.
Cada Corona mantuvo sus propias instituciones de gobierno. A pesar de que en ambas Coronas gobernaba la misma dinastía, la unión fue complicada.
El rey era un *“primus inter pares”* (primero entre iguales), sobresalía entre los nobles, pero no con poder absoluto. Estos disponían de autonomía en sus feudos, con sus propios ejércitos. El rey ejercerá su poder sobre todo el territorio, concentrando amplias atribuciones y estableciendo nuevas instituciones.
El principal objetivo de los Reyes Católicos fue el reforzamiento del poder real y la consolidación de la unidad política y religiosa de sus reinos.
Desarrollaron una intensa política religiosa, apoyada por el papado. En 1478, crearon el Consejo de la Suprema Inquisición, una institución que conseguía este objetivo, ya que era la única con jurisdicción tanto en Castilla como en Aragón y que dependía directamente de ellos.
Esta política condujo a una búsqueda de la uniformidad religiosa, expresada en:
Estuvo orientada a unificar la Península Ibérica, controlar el Mediterráneo occidental, expandirse por el Atlántico y establecer alianzas diplomáticas estratégicas.
Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico heredó un vasto conjunto de territorios que lo convirtieron en el monarca más poderoso de su tiempo. Reunió en su persona las herencias de las principales dinastías europeas:
Carlos, tras ser coronado rey de la Monarquía Hispánica, llegó a España en 1517 sin apenas hablar castellano y muy influenciado por sus consejeros flamencos, lo que generó recelos entre la población. Pronto estallaron revueltas en la península.
Ambas revueltas fueron derrotadas por Carlos V. Tuvieron una vital importancia, ya que llevaron a un reforzamiento de la monarquía, además de una castellanización del reinado de Carlos V, quien se asentó casi definitivamente en España, aprendió castellano, se rodeó de asesores hispanos y se casó con Isabel de Portugal.
La política exterior de Carlos V estuvo marcada por su idea de “Monarquía Universal Católica”, según la cual pretendía que casi toda Europa estuviese gobernada bajo su persona. Se trató de una política ofensiva, abriendo diferentes frentes:
Agotado de tantas guerras, tras la Paz de Augsburgo, Carlos V abdicó en 1556, retirándose en Extremadura hasta su fallecimiento en 1558. Al abdicar, dividió sus territorios en dos, consciente de la complejidad de dirigir tan vasto territorio:
Felipe II heredó el imperio más grande y poderoso del momento, manteniendo la hegemonía durante su reinado y expandiendo aún más sus fronteras. Fue un rey mucho más castellanizado, nacido y educado en España, asentando la capital definitivamente en Madrid, donde permaneció casi todo el tiempo.
Internamente, fue un rey muy preocupado por la defensa del catolicismo. En esta línea, destacan los índices de libros prohibidos, así como la persecución a la herejía mediante el Tribunal de la Inquisición.
Felipe II debió hacer frente a varias revueltas internas, siendo la más relevante la Rebelión de las Alpujarras. En esta región de Granada, residían muchos moriscos (musulmanes convertidos con los Reyes Católicos), pero la sospecha de su falsa conversión, así como de ser aliados de los turcos y los piratas berberiscos, los llevó a ser perseguidos. Esta discriminación motivó su levantamiento en 1568. No obstante, la rebelión fue reprimida por el general Juan de Austria, hermano del rey y su “mano derecha” militar.
Felipe II abandonó la idea de Monarquía Universal y se centró en la defensa de su Imperio y en mantener la hegemonía, aunque estuvo continuamente envuelto en guerras. Bajo su reinado, el Imperio Español alcanzó su máxima expansión:
A la muerte de Felipe II, su hijo Felipe III heredó el imperio más extenso y poderoso del momento, y trató de mantener la hegemonía mediante una política pacifista. Destacó por la introducción de la figura del valido, persona de máxima confianza del rey. El valido de Felipe III fue el duque de Lerma.
El episodio más importante fue la expulsión de los moriscos (1609). Esta población provocaba recelos entre la mayoría cristiana, sospechosos de ser aliados de los turcos, además de su falta de integración, pues seguían manteniendo su cultura. Aunque se eliminó el problema, las consecuencias económicas y demográficas fueron bastante negativas.
A diferencia de sus antecesores, aplicó una política pacifista, convencido de que mantener tantos conflictos abiertos llevaría al reino a la ruina, pues había heredado las deudas de Felipe II, quien a finales de su reinado había alcanzado la bancarrota.
Así, firmó la paz con los dos conflictos que tenía abiertos, en una etapa denominada como “Pax Hispánica”:
Bajo su reinado, comenzará la decadencia de la Monarquía Hispánica. Su mandato se caracterizó por el intento reformista, de mano de su valido Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares.
El intento reformista de Olivares tenía como objetivos recuperar la hegemonía internacional y mejorar la eficacia de la administración. Estas reformas las planteó en su “Gran Memorial”, creándose nuevas instituciones:
No obstante, las dificultades económicas de la monarquía impidieron su aplicación.
Las ideas centralistas de Olivares y la presión fiscal para financiar las guerras provocaron revueltas por casi todos sus territorios europeos:
En otras regiones como Andalucía, Nápoles o Sicilia estallaron revueltas similares de carácter más social, debido a la situación económica. Olivares terminó por dimitir, sucediéndole Luis de Haro como valido.
Uno de los objetivos de Olivares y Felipe IV fue recuperar la hegemonía que la Monarquía Hispánica había perdido, volviendo a aplicar una política ofensiva. No obstante, solo encontró derrotas y pérdidas territoriales, sumiendo definitivamente al Imperio Español en decadencia.
Al morir Felipe IV, su hijo Carlos II fue declarado rey. Su madre, Mariana de Austria, se encargó de la Regencia. Carlos II sufrió problemas de salud durante toda su vida, por lo que se mantuvo siempre alejado del poder, ejerciéndolo sus validos y ministros, como su hermanastro Juan José de Austria, quienes hubieron de enfrentar un Imperio en decadencia.
Hubo de enfrentar algunas revueltas como la Segunda Germanía o el Motín de los Gatos, las cuales mostraban la debilidad real y el descontento social.
Se enfrentó con Francia, resultando derrotado en todas las contiendas, siendo la consecuencia más relevante la Paz de Nimega (1678), donde se asumió la pérdida del Franco Condado.
En 1697, con el rey muy enfermo y sin descendencia, se planteó un problema sucesorio, siendo los principales herederos:
Con su muerte, estalló una guerra entre ambos pretendientes, la Guerra de Sucesión Española, de la que saldría victorioso Felipe, introduciendo la dinastía Borbón en España.
