Portada » Filosofía » Ideas Clave de Rousseau, Nietzsche, Marx y Ortega
Rousseau critica la idea ilustrada de que el progreso científico y social conlleva necesariamente un avance en la libertad o felicidad humanas. Para él, el ser humano es naturalmente libre y bueno, pero la sociedad lo corrompe. Para explicar esta corrupción, propone el concepto de estado de naturaleza.
En el estado de naturaleza, el ser humano es independiente, compasivo y no agresivo. Vive sin ambición ni competencia. Aunque existen desigualdades naturales, estas no generan dominación. A diferencia de Hobbes, Rousseau considera que este estado no es una guerra constante, sino una existencia pacífica basada en el “amor de sí” y la piedad.
El paso al estado social ocurre cuando, por el aumento de población y el desarrollo de la técnica, las personas entran en contacto y comparación. La gran ruptura se da con la aparición de la propiedad privada, que crea desigualdad, competencia y la sociedad civil. Para mantener su poder, los ricos instauran leyes que, lejos de buscar el bien común, perpetúan su dominio. Así nace el poder político, reforzado luego por la religión.
Frente a la visión de Hobbes de un poder absoluto como necesario para contener al ser humano, Rousseau plantea una alternativa: el contrato social, donde cada individuo entrega su libertad a la comunidad sin dejar de ser libre, pues participa en la creación de las leyes. Así nace la voluntad general, distinta de la suma de intereses individuales, orientada al bien común.
La soberanía reside en la voluntad general, no en representantes sino en el pueblo legislador. Los administradores aplican las leyes, pero no deciden por sí mismos. Esta organización asegura una libertad moral, superior a la natural, pues está guiada por la razón y no por el instinto. El ciudadano es libre cuando obedece leyes que él mismo ha contribuido a crear. Para Rousseau, libertad e igualdad son inseparables: sin igualdad, hay dominación. Propone una sociedad donde “nadie sea tan rico como para comprar a otro ni tan pobre como para venderse”. Solo así se alcanzarán la justicia, la libertad y la felicidad verdaderas.
Nietzsche critica la moral tradicional de Occidente, especialmente la cristiana, por ser contraria a la vida y a los instintos vitales. Esta moral, heredera del platonismo, pone el valor del ser humano en un “más allá” ideal, despreciando la existencia terrenal. Para Nietzsche, esta visión nace del resentimiento: quienes no pueden disfrutar la vida inventan normas que niegan el deseo, la fuerza y la pasión.
La moral cristiana convierte en virtud la debilidad, la humildad y la resignación. Frente a ello, Nietzsche afirma que si Dios representa una negación de la vida, es necesario negarlo para liberarnos. Solo así podrá surgir el hombre nuevo, el que afirma el mundo tal como es.
Frente a esta moral decadente, Nietzsche propone una nueva moral basada en la vida, en la fuerza y en la afirmación de uno mismo. Distingue dos tipos de moral: la moral de los señores, vital y creadora, propia del superhombre, y la moral de los esclavos, pasiva y reactiva, que exalta la sumisión. La cultura occidental ha estado dominada por esta última, que debe ser superada.
En El origen de la tragedia, Nietzsche presenta dos símbolos opuestos: Apolo, dios del orden y la razón, y Dionisos, dios del caos, del vino y del impulso vital. Para Nietzsche, el arte trágico griego equilibraba ambas fuerzas, pero con Sócrates y Platón la razón se impone, iniciando así la decadencia. La vida es sustituida por la lógica y la norma.
La nueva moral nietzscheana debe afirmarse en los instintos, en la pasión, en el deseo de vivir sin justificaciones externas. La vida tiene valor en sí misma, y solo cuando nos liberamos del peso de la moral tradicional podemos crear nuevos valores. Esa es la misión del superhombre: decir sí a la vida, con plenitud y sin miedo.
El marxismo puede considerarse una forma de humanismo por tres razones fundamentales:
Para Marx, el hombre no es una esencia dada sino un ser que se construye a sí mismo mediante la praxis; es decir, a través de la acción transformadora del trabajo. Su filosofía no busca interpretar el mundo, sino cambiarlo. El trabajo no solo transforma la naturaleza, sino que también forma al propio hombre: al apropiarse de lo que produce, se apropia de sí mismo. De esta forma, la historia es entendida como un proceso en el que el hombre se crea a sí mismo mediante la transformación del mundo natural.
Sin embargo, en el sistema capitalista, esta relación entre el hombre y su trabajo se ve alterada por la alienación económica. Esta alienación tiene dos aspectos principales. Por un lado, el trabajador se ve alienado cuando vende su fuerza de trabajo como mercancía, cosificando lo que debería ser expresión de su humanidad. Por otro lado, el producto del trabajo se convierte en algo ajeno: aunque el trabajador lo produce, no le pertenece. El capitalista se apropia del valor generado, incluida la plusvalía, dejando al trabajador desposeído de lo que ha creado.
Esta situación impide la realización plena del ser humano. Según Marx, la superación de esta alienación solo será posible con la desaparición del modo de producción capitalista y la colectivización de los medios de producción, es decir, con la implantación del socialismo. Solo entonces el hombre podrá reencontrarse con su esencia, apropiarse de su trabajo y convertirse en un ser verdaderamente libre y social.
Para Ortega y Gasset, la filosofía no es un lujo ni una herramienta útil en términos prácticos, sino una necesidad vital. Así como el ave vuela por naturaleza, el ser humano, por tener intelecto, necesita filosofar. Esta actividad no surge del capricho, sino de la exigencia propia del entendimiento, que busca captar el universo como totalidad. La filosofía no se conforma con hechos aislados, sino que aspira a integrarlos en una comprensión del mundo entero. Ortega define la filosofía como conocimiento del universo. Esta tarea implica cuatro características:
Sin embargo, para que esta filosofía sea válida, es necesario, según Ortega, superar tanto el realismo como el idealismo. El realismo, representado por la ciencia físico-matemática, pretende explicarlo todo, pero resulta insuficiente para comprender la vida humana, que no es un objeto, sino historia. Por otro lado, el idealismo cae en el error contrario: reduce la realidad a ideas, desconectadas de la experiencia vivida. Ambos reducen lo real a una sola dimensión, sin tener en cuenta su relación con la vida. Frente a estas posturas, Ortega propone entender la vida como realidad radical. No somos solo conciencia ni solo mundo, sino una unidad indivisible de yo y circunstancia. La vida no es una categoría biológica, sino filosófica: es el punto de partida de todo conocimiento. Desde esta vida concreta se construye toda visión del mundo. El ser del mundo no es materia ni espíritu, sino perspectiva. Todo se nos presenta desde un punto de vista concreto, relativo, y la única forma de acercarse a la verdad es multiplicando las perspectivas. Estas están ancladas en circunstancias personales, históricas y sociales. Pero la circunstancia no determina totalmente: es el yo quien, al asumirla, construye su proyecto vital. Así, Ortega sintetiza su pensamiento en una fórmula esencial: “Yo soy yo y mi circunstancia”.
En definitiva, la filosofía orteguiana parte de la vida como realidad radical. Desde esa unidad viva de sujeto y mundo, se puede construir un pensamiento verdaderamente universal, situado y humano.
Considerando el ejemplo de una fábrica de ordenadores frente a una pastelería:
Factores que afectan el periodo medio de maduración económico: