Portada » Filosofía » Fundamentos Filosóficos de la Ética y la Política: Dignidad, Estado y Convivencia Cívica
La libertad y la responsabilidad son requisitos indispensables para la vida moral. La persona es considerada un fin en sí mismo y no un medio, lo que implica dignidad y no precio. La dignidad y la libertad son, por tanto, fundamentos esenciales de la autonomía moral.
«El hombre es un animal político» (zoon politikón), decía Aristóteles. Esto significa que los seres humanos somos seres sociales y vivimos en comunidades organizadas según unas leyes. Estas leyes hacen posible, en primer lugar, la convivencia pacífica.
La política es la actividad mediante la cual los ciudadanos participan en la vida pública. Son los procesos por los que se toman decisiones que se consideran obligatorias para todas las personas que integran la sociedad, cuyos intereses y opiniones divergen. Por eso, los siguientes son elementos clave en la vida política:
El objetivo de la política es la convivencia pacífica y, en las sociedades democráticas, también la libertad de los individuos y, por lo tanto, el bienestar mínimo que hace posible la realización de la libertad (una persona analfabeta y extremadamente pobre ¿puede ser realmente libre?).
Montesquieu llamaba «convicciones fundamentales» a las virtudes públicas, a los principios que deben regir la vida política. Estos son valores fundamentales como la libertad, la justicia, los derechos de los ciudadanos, la igualdad, la solidaridad, etc., que deben ser defendidos en la acción política.
Hoy, como en la Antigüedad clásica, hay descontento y desafección hacia la política. Por ello, se hace necesaria la existencia de una ética cívica que fortalezca la sociedad civil y haga posible la convivencia de personas de distintas culturas y opiniones en un marco común en el que se haga realidad el respeto a las diferencias.
La sociedad civil está compuesta por los ciudadanos en tanto no forman parte del gobierno del Estado, que se organizan a través de distintos tipos de asociaciones en defensa de sus intereses. Las religiones, asociaciones culturales, plataformas ciudadanas, etc., vertebran la acción de la sociedad civil. Una sociedad civil vigorosa, activa y bien organizada es fundamental para que el modelo participativo de democracia sea una realidad. Una sociedad civil fuerte puede llegar a tener una gran influencia en el gobierno de un país.
Maquiavelo fue el primero que utilizó el término «Estado» para referirse a la organización estable en el seno de la cual tiene lugar la actividad política. En líneas generales, podemos definir el Estado como el fenómeno político que surge en Europa a partir del Renacimiento. Sus rasgos distintivos son:
La ética cívica es una ética democrática en la que se articulan la autonomía del ser humano y la universalidad de las normas morales. Es lo que hace posible la convivencia en una sociedad plural, una sociedad en la que hay grupos diferentes (en ocasiones, incluso rivales) con distintos ideales de vida e intereses. Los derechos humanos son la base de la ética cívica. Esta presenta el conjunto mínimo de valores sobre los que es posible fundar la convivencia. El objetivo o ideal a alcanzar de la ética cívica es la justicia social.
Sus valores básicos son:
El respeto y el reconocimiento se deben a todas las personas y grupos que se comprometen a respetar a los demás.
Las libertades y derechos básicos son para todos (por ejemplo, la libertad de conciencia, de pensamiento y de culto religioso, la libertad de movimientos y de residencia, de asociación, etc.), entendiendo que ninguna de ellas es ilimitada, pues no se puede abusar de la libertad y dañar a los demás.
La igualdad no es un igualitarismo rígido que pretenda, por ejemplo, que todas las personas tengan el mismo estilo de vida o tengan que cobrar lo mismo hagan el trabajo que hagan. Se trata de hacer posible que todas las personas y grupos puedan disfrutar de las libertades básicas. Para ello es necesario que haya:
La solidaridad debe ser abierta a todos, sin discriminaciones arbitrarias. Se puede ejercer desde la administración pública (por ejemplo, a través de programas, subvenciones, etc., para ayudar a personas discapacitadas, víctimas de la violencia, colectivos socialmente desfavorecidos, etc.) o desde ONG. La solidaridad se basa en que todos necesitamos de los demás y debemos prestarnos ayuda mutua. Nadie está a salvo de calamidades e imprevistos (todos podemos ser víctimas de catástrofes, accidentes, etc.).
El diálogo destierra la violencia. Debemos resolver nuestros conflictos dialogando, escuchando, poniéndonos en el lugar del otro. El diálogo debe estar abierto a todos los afectados por la cuestión a resolver. Todos los interesados deben tener las mismas oportunidades de exponer su punto de vista.
Nicolás Maquiavelo (1467-1527), autor de El príncipe y de los Discursos acerca de la primera década de Tito Livio, intenta construir una ciencia política dejando los problemas éticos y religiosos al margen de los asuntos de Estado, en la esfera de la individualidad, de lo privado. Considera que la política ha de ser una ciencia, como la medicina o la arquitectura. Para Maquiavelo, el fundamento de la política como ciencia es la experiencia histórica y por esto toma como modelo la historia de Tito Livio, que permite extraer enseñanzas de los hechos ocurridos en el pasado.
Quien quiera gobernar ha de partir de los hechos: la crueldad y la perversidad de los súbditos y de los adversarios políticos. Así pues, para acceder al poder y conservarlo, el príncipe necesitará Virtud y Fortuna. La virtud no tendrá nada que ver con la virtud cristiana o con las virtudes éticas, sino que será el conjunto de capacidades personales propias del príncipe: audacia, fuerza, eficacia, autodominio, sentido de la oportunidad, etc. La fortuna es caprichosa y favorece o no al hombre de Estado. Por eso el príncipe ha de adecuar su táctica y su habilidad a las circunstancias.
John Stuart Mill (1806-1873), autor de Sobre la libertad, en línea con el pensamiento liberal, considera que el Estado no debe controlar la vida privada de los ciudadanos. La moral y la religión son asuntos privados y, por lo tanto, no deben pesar tampoco sobre los hombres que se dedican a los asuntos públicos, pues, de lo contrario, se produce la hipocresía y el «todo vale» para conseguir el voto. Lo importante son los planes y programas que hay que llevar a cabo para lograr la mayor felicidad para el mayor número de personas, no la vida privada del político.
Max Weber (1864-1920), autor de El político y el científico, establece la diferencia entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. La primera sería una ética de principios y normas propia del trabajo de los intelectuales. La segunda sería la propia del político, atenta a los resultados. Pero Weber señala que la ética de la convicción, aunque esté guiada por principios elevados, puede dar lugar a resultados indeseables. Y que la ética de la responsabilidad, al atender solo a los resultados, puede llevar a justificar medios inmorales con tal de conseguir el resultado deseable. Por eso resulta evidente que ambas concepciones éticas han de ser combinadas, aunque esto esté lejos de resultar fácil. Según Weber, cuando la ética se ve puesta en peligro es mejor abandonar la política, retirarse.
