Portada » Filosofía » Filosofía Crítica de Kant: Estructura del Conocimiento y Límites de la Razón
Todo proceso de conocimiento comienza por la experiencia. Las impresiones sensibles, que constituyen el conocimiento de la variedad, informan de datos que provienen del exterior. Esta es la materia del conocimiento, al ser física y constituir su contenido. Pero a esta materia se accede de un modo neutro o inocente. Nosotros imponemos una forma, una estructura, condiciones de posibilidad a priori. Son las condiciones sensibles de nuestro conocimiento y por eso es trascendental. Esta es la base del constructivismo: nuestro conocimiento condiciona nuestra primera facultad cognoscitiva (la sensibilidad). Por tanto, la sensibilidad tiene una parte pasiva (es decir, recibe) y una activa. Ambas son imprescindibles para que se dé el conocimiento sensible, a través de esas formas a priori de la sensibilidad o «intuiciones puras».
Las intuiciones puras son de dos tipos:
Son formas porque no son impresiones recibidas, sino que son el modo en que percibimos datos empíricos a priori, ya que son previas a la experiencia. Son independientes de la experiencia y de la sensibilidad porque se obtienen deductivamente. Por eso son intuiciones puras: no son conceptos, carecen de contenido, ya que los contenidos provienen de la experiencia. Se habla de espacio y tiempo conjuntamente. Es la impresión sensible la que envía los datos externos a esas intuiciones puras. El objeto se adapta a la estructura impuesta por la sensibilidad humana a la forma de conocer; así se construye el fenómeno, que es lo que se nos aparece en la mente. Esta es una visión universal y necesaria, de ahí el valor universal de los planteamientos científicos.
Espacio y tiempo hacen posible la formación de juicios sintéticos a priori en las matemáticas. De hecho, el espacio es la base de la geometría, la forma de la sensibilidad externa. El tiempo sería la base de lo aritmético, la forma de la sensibilidad interna, porque dispone al ser humano a entender sucesivamente nuestras impresiones. Sobre los datos adquiridos en la sensibilidad, ya organizados, actúa el entendimiento. Es decir, la analítica trascendental, el conocimiento conceptual o intelectual.
El entendimiento piensa los fenómenos percibidos por la sensibilidad. Pensar es unificar las sensaciones dispersas recibidas, es decir, comprender lo percibido. Al conceptualizarlo, lo categorizamos. A partir de aquí, conocemos, ya que formamos conceptos y, a partir de ellos, juicios. Para Kant, los conceptos son el resultado de unificar una serie de fenómenos, refiriéndonos a su correspondiente concepto. Un juicio lo formamos a través de conceptos; por tanto, pensar es juzgar. Somos capaces de formar estos juicios a través de una capacidad de enlace que es la imaginación, la cual interviene desde la intuición sensible. Para unificar la información que nos viene de fuera, reproducimos la aprehensión. Es asumir algo en términos más íntimos; asumimos y sintetizamos la información para formar un fenómeno, unificando.
Llegamos a formar juicios sintéticos a priori, formas puras del entendimiento, a través de los conceptos puros del entendimiento. Puros quiere decir que no son empíricos; tienen un contenido, no proceden de la experiencia, sino que hacen posible conceptualizarla, y es a lo que Kant denomina categorías. Han de llenarse de los datos de los fenómenos y así elaborar juicios sintéticos a priori en física.
Las categorías se resumen en cuatro:
Permiten el conocimiento de relaciones empíricas. Explican cómo ordenar la realidad a través de juicios que se refieren a la necesidad. Las categorías significan lo múltiple y por eso son sintéticas. Los juicios de la física no pretenden conocer las cosas en sí; lo que hacemos es sintetizar a priori con las categorías nuestras representaciones mentales, es decir, fenómenos sobre la realidad. Y eso constituye nuestro conocimiento de la realidad. Para Kant, para que todo juicio sea verdadero, debe partir de la experiencia y basarse en unos contenidos a priori que son los que los convierten en universales y necesarios. Esto hace posible nuestro conocimiento científico. Los conceptos sin intuiciones (contenidos) están vacíos, y las intuiciones sin conceptos son ciegas. Hasta aquí, la lógica de la verdad. A partir de aquí, la lógica de la apariencia.
El pensamiento se refiere a una realidad exterior, es decir, las «cosas en sí», pero para Kant la «cosa en sí» es una incógnita, es lo que denomina el objeto trascendental. Esta actividad mental tendría que estar elaborada en la autoconciencia, es decir, en el «yo pienso», a la que se refiere como unidad trascendental de apercepción. Es una unidad supuestamente objetiva. De esto se ocupa la dialéctica trascendental, por eso la facultad es la de razonar la razón, entendida como una especie de diálogo de la razón consigo misma.
Este es el contenido de la metafísica, que según Kant es imposible como ciencia, ya que de sus tres objetos principales no podemos obtener juicios sintéticos a priori, porque carecemos de intuiciones empíricas de los tres. El conocimiento está limitado al conocimiento fenoménico, que no puede alcanzar el mundo noúmeno.
Los tres objetos principales de la metafísica son:
Una idea engloba toda experiencia posible. Esos son puros entes pensados, más allá de todo fenómeno. Son ideas trascendentales al entendimiento y la sensibilidad, son los conceptos puros de la razón y no son fuente de conocimiento porque para Kant la razón no es una facultad de conocer, sino de pensar. Estas ideas son el producto de lo que Kant denomina el ideal de la razón humana, que consiste en encontrar principios generales que engloban toda la realidad y que nos sirvan para unificar este mundo. Pero cuando la razón hace de sus ideas o intenta hacer algo real, es decir, cuando intenta aplicar las categorías del entendimiento más allá de los fenómenos, lo que hacemos es caer en la ilusión trascendental porque su contenido no puede afirmarse dentro de la razón pura. Esta lógica de la apariencia crea contradicciones.
Existen dos tipos de contradicciones: