Portada » Filosofía » Ética y Moral: Fundamentos Filosóficos y su Interacción con el Derecho y la Religión
Los términos “ética” y “moral” se suelen emplear indistintamente en nuestra sociedad; sin embargo, no expresan exactamente lo mismo desde un punto de vista técnico. Su procedencia etimológica también difiere.
La palabra “ética” procede del griego clásico “ethos”, que significa talante, carácter y costumbre. El término latino “mos”, del que procede “moral”, indica más bien “costumbre o hábito”. Ambos términos fueron equiparados en su significado ya en la antigüedad. Sin embargo, no es lo mismo el carácter de una persona que sus costumbres. O, mejor dicho, no es lo mismo para nosotros. Ñola Aranguren diferenció con éxito los dos términos, ética y moral. Con ello, se buscaba establecer una diferencia entre la moral pensada y la moral vivida.
La moral pensada sería la ética. Sería la reflexión sobre las grandes cuestiones filosóficas relacionadas con la moral o el comportamiento de los individuos. Esta reflexión es llevada a cabo por filósofos o ensayistas. El lenguaje que emplea es complejo, filosófico y abstracto. Estudiaría asuntos como el concepto de ética, la diferencia entre heteronomía y autonomía, la noción de libertad, de conciencia, o argumenta y reflexiona sobre la felicidad, por ejemplo.
La moral vivida sería la moral. Abarcaría la actuación de los individuos y sus reflexiones sobre su vida cotidiana; se referiría a la vida y, por ello, se expresaría en un lenguaje corriente. Se ocuparía de resolver asuntos concretos de la vida cotidiana, la resolución de dilemas éticos concretos, entre otros.
Se habla así de una moral y una ética con apellido, es decir, una moral con una cosmovisión concreta y una ideología de apoyo. Decimos:
Siempre ligadas a vidas y formas de vivir concretas. En el caso de la ética, su apellido está en función de la filosofía subyacente:
A la ética, como vemos, le interesa responder a tres cuestiones fundamentales:
Según las respuestas que se ofrezcan, se configuran diferentes teorías éticas.
La moral, por tanto, no es solo un estudio, como podrían serlo las matemáticas, la filosofía, la geografía o la literatura. La moral es una dimensión de la persona. Es, más concretamente, un “quehacer”, una tarea consistente en la adquisición de buenas costumbres. La moral consiste en la adquisición de un carácter desde el que proyectar la vida; en hacerse persona; en idear y proyectar libremente la propia existencia en el encuentro y la relación con los demás.
Hablamos de inmoral para referirnos a aquellas actitudes contrarias al desarrollo personal y a la adquisición de buenas costumbres. La conducta moral sería la que consideramos moralmente buena; la inmoral, la que entendemos como moralmente negativa o mala.
Es crucial afirmar que la conducta amoral no existe en el ser humano. El ser humano puede comportarse bien o mal; sin embargo, siempre posee un juicio, una reflexión o un pensamiento sobre su comportamiento. Lo realiza mediante el ejercicio de su libertad y una decisión consciente. El comportamiento amoral no es posible en los seres humanos. Sería posible en los animales, a quienes no se les puede exigir un talante, una actitud, valores ni, en resumen, una moral. Su comportamiento es instintivo, no ejercido desde la responsabilidad. De ahí que entendamos que solo el ser humano es un ser moral, capaz de la moralidad. Los animales no son seres morales; no se les puede achacar responsabilidades y, por tanto, son seres amorales.
Los animales tienen una vida determinada por la naturaleza; están hechos desde sus instintos por el nacimiento, no siendo posible modificar más que livianamente esos comportamientos, y siempre de una manera mecánica y ajena al animal. Sin embargo, el ser humano tiene que construirse a sí mismo. Esto hace que el ser humano sea un ser desorientado, abierto a múltiples posibilidades. Un ser en libertad y con la capacidad de elegir en la vida.
El ser humano puede vivir de muchas formas distintas porque no está determinado de manera absoluta. Esto hace que el ser humano construya su vida y su forma de vivir, su talante y su carácter moral. Es decir, el ser humano tiene que aprender a vivir, y esta es, quizás, la tarea más importante de la existencia humana: aprender a vivir.
Sin embargo, la moral no es el único conocimiento que podemos adquirir para construirnos como personas. Existen otros saberes prácticos que nos asisten en esa tarea, como el derecho y la religión. En este sentido, son saberes orientadores que nos encaminan y nos dirigen hacia finalidades distintas. A continuación, los examinamos.
La moral nos orienta al ayudarnos a alcanzar la autorrealización. Autorrealizarse significa construirse a uno mismo. La moral nos asiste orientando nuestro comportamiento. Se nutre de ideales de vida buena y de experiencias vividas. La moral se construye a partir de lo que vivimos (experiencia) y lo que pensamos (nuestros ideales). También es fundamental la aportación de los demás a través de consejos. La moral implica que, necesariamente, se concrete un conjunto de valores y se les otorgue una jerarquía. Así, una persona moralmente madura puede considerar más importante el valor de la bondad para atender a sus padres en la vejez, que, por ejemplo, el valor del éxito en la vida profesional. El ideal de construir un mundo más justo, la experiencia de saber atender a los demás, y los consejos de amigos y parientes, pueden haber llevado a esa persona a tomar tal decisión moral.
El derecho se orienta a la consecución de un mundo y una sociedad mejores, más justos y solidarios. Nos proporciona un marco referencial, ordenando la sociedad mediante normas susceptibles de coactividad. Es decir, el derecho incorpora las normas conducentes al bien común. Estas normas deben estar guiadas por un principio común a la moral: la justicia. El bien común implica el máximo bienestar para los individuos y para la sociedad en su conjunto.
La moral y el derecho son herramientas valiosas para la construcción personal en sociedad. Sin embargo, no logran satisfacer plenamente las grandes preguntas y los profundos interrogantes del ser humano. Dicho de otra forma, la filosofía y la propia existencia nos impulsan a plantearnos las grandes preguntas. Estas giran en torno a la vida, la muerte, la enfermedad, el más allá, el sufrimiento y, en definitiva, el sentido de la vida. La moral y el derecho solo pueden responder al sentido de la vida de manera parcial; por ello, el ser humano se encuentra necesitado de lo trascendente. Lo religioso abarca el saber que se ocupa de orientarnos globalmente y de conferir sentido a la vida. Nos orienta ofreciendo respuestas sobre el sentido de la existencia, la muerte, el sufrimiento, entre otros. Pero las religiones no solo orientan ofreciendo un sentido a la vida, sino que también ofrecen normas morales que guían a los creyentes en su comportamiento. Esto no supone una merma de la libertad. La persona religiosa no debe anular su capacidad de reflexión ni delegar sus dilemas morales. Si así fuera, estaríamos ante el caso de una persona inmadura que no sabe decidir por sí misma. El creyente no solo posee unas creencias, sino que además busca ser coherente con ellas, lo que implica un comportamiento reflexivo. De hecho, en Occidente, nuestros grandes valores y códigos morales son esencialmente herencia de la moral cristiana. Los grandes valores de:
son construcción del cristianismo. Esto es lógico, dado que el cristianismo ha sido la religión predominante en Occidente. El proceso creciente de secularización de los últimos siglos ha provocado que estos valores se hayan desgajado de su componente originalmente trascendente; no obstante, la religión sigue siendo un referente esencial para comprender gran parte de los problemas morales de Occidente. En este sentido, la religión sigue ofreciendo una orientación ineludible para la construcción personal.