Portada » Historia » España en el Siglo XIX: Inestabilidad Política, Sexenio Democrático y Transformaciones Socioeconómicas
El Sexenio Democrático fue uno de los periodos de mayor inestabilidad política en la historia contemporánea de España. Se inicia con la Revolución de septiembre de 1868, conocida como La Gloriosa, que surge del desgaste del reinado de Isabel II (1833-1868), marcado por:
En 1866 se firmó el Pacto de Ostende entre progresistas y demócratas, al que se unieron los unionistas en 1868 bajo el liderazgo del general Serrano. El 19 de septiembre de 1868, el almirante Juan Bautista Topete inició un pronunciamiento en Cádiz. La victoria en la batalla de Alcolea el 28 de septiembre consolidó la caída del régimen y forzó el exilio de Isabel II.
Tras la revolución se formó un Gobierno Provisional (1868-1869) presidido por Serrano, que disolvió las Juntas Revolucionarias y convocó elecciones por sufragio universal masculino —por primera vez en la historia española—, celebradas en enero de 1869. Los demócratas se dividieron entre los cimbrios, cercanos al gobierno, y los republicanos federales, que ganarían importancia más adelante.
Las Cortes aprobaron la Constitución de 1869, considerada una de las más avanzadas del siglo XIX. Sus principales características fueron:
Entre 1869 y 1871 tuvo lugar la Regencia de Serrano. Durante este periodo, Prim encabezó el gobierno y afrontó graves problemas:
Tras buscar varios candidatos para ocupar el trono, finalmente se eligió a Amadeo de Saboya, aunque su principal apoyo, Prim, fue asesinado el 30 de diciembre de 1870. El reinado de Amadeo I (1871-1873) estuvo marcado por la hostilidad política: aristocracia, Iglesia, ejército, carlistas y republicanos lo rechazaron, mientras el progresismo se dividía entre Sagasta y Zorrilla. Continuaron la guerra de Cuba y la Tercera Guerra Carlista (1872-1876). Aislado políticamente, Amadeo abdicó el 11 de febrero de 1873.
El mismo día de la abdicación de Amadeo I se proclamó la Primera República (1873-1874). Sus presidentes fueron:
El 3 de enero de 1874, el general Pavía disolvió las Cortes, dejando a Serrano al mando. Finalmente, el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto el 29 de diciembre de 1874 restauró la monarquía borbónica con Alfonso XII.
Durante el siglo XIX, España experimentó profundas transformaciones económicas, aunque más lentas que las de otros países europeos industrializados. La agricultura fue el sector hegemónico: ocupaba a dos tercios de la población activa y producía más de la mitad de la renta nacional.
Para modernizar la agricultura, el liberalismo impulsó reformas esenciales:
Las desamortizaciones fueron fundamentales: la de Mendizábal (1836-1837), que afectó a bienes de la Iglesia, y la de Madoz (1855), centrada en bienes comunales, facilitaron el acceso del Estado a recursos económicos, pero empobrecieron a muchos campesinos que perdieron tierras necesarias para su subsistencia. La agricultura española seguía basada en la trilogía mediterránea (trigo, vid y olivo). A partir de 1870, la filoxera francesa provocó un notable aumento de las exportaciones de vino español. Sin embargo, no se produjo una auténtica revolución agrícola: la productividad seguía siendo baja, las técnicas atrasadas y la mecanización era casi inexistente, lo que limitaba el mercado interior.
La industrialización en España fue tardía y desigual por varios factores:
A pesar de ello, hubo avances significativos. La reforma fiscal de Mon en 1845 modernizó los impuestos; la creación del Banco de España en 1856 reforzó el crédito; y la adopción de la peseta en 1868 unificó el sistema monetario.
La industria se concentró en focos regionales:
La minería, aunque rica en recursos, necesitó la Ley de Minas de 1868 para atraer inversión extranjera. En cuanto a los transportes, España partía de una red muy deficiente. Las carreteras se ampliaron desde 1840, los puertos se modernizaron y el ferrocarril transformó el país: la primera línea, Barcelona–Mataró, se inauguró en 1848, y la Ley de Ferrocarriles de 1855 atrajo capital europeo. Aunque el ancho de vía dificultó las conexiones con el continente, el ferrocarril impulsó la minería, la siderurgia y la integración del mercado nacional.
España inició el siglo XIX con un régimen demográfico antiguo, caracterizado por una natalidad muy alta (40‰), una mortalidad elevada (35,8‰) y una esperanza de vida inferior a 35 años. Este crecimiento lento impedía liberar suficiente mano de obra para la industria, ya que el éxodo rural provocado por las desamortizaciones no fue suficiente. Cataluña fue la única región que inició la transición al régimen demográfico moderno, aumentando su población un 145% gracias a la industrialización.
Los movimientos migratorios marcaron el siglo:
La sociedad estamental fue reemplazada por una sociedad de clases basada en la igualdad jurídica y la propiedad privada. El grupo social dominante lo formaron la alta burguesía industrial y financiera, la oligarquía terrateniente del sur y los altos cargos del Estado y el Ejército. La nobleza mantuvo influencia y la Iglesia, aunque perdió poder económico tras las desamortizaciones, conservó notable peso social.
Las clases medias urbanas —funcionarios, militares, médicos, profesores y pequeños propietarios— crecieron sobre todo en capitales y grandes municipios. Las clases bajas seguían dominadas por el campesinado, muy heterogéneo. En el sur, la pérdida de tierras comunales generó hambre de tierras, analfabetismo y migración hacia las ciudades.
El proletariado industrial surgió tardíamente, concentrado en Barcelona, con condiciones laborales muy duras: largas jornadas, salarios bajos y ausencia de derechos. El movimiento obrero comenzó con protestas luditas en los años 1830 y se expandió durante el Sexenio Democrático. Durante la Restauración se creó la Comisión de Reformas Sociales (1883).
El anarquismo, introducido por Fanelli, fue mayoritario, mientras que el marxismo, liderado por Pablo Iglesias, dio origen al PSOE (1879) y a la UGT (1888).
