Portada » Lengua y literatura » El Teatro Español del Siglo XX (1900-1939): Corrientes, Dramaturgos y Obras Clave
A finales del siglo XIX, las obras más representadas eran las llamadas de alta comedia de Echegaray y sus seguidores. Melodramas que buscaban la emoción del espectador mediante abundantes golpes de efecto y la truculencia de las escenas. Los gustos del público, poco depurados, y el escaso interés de los empresarios teatrales impedían cualquier intento renovador del panorama teatral.
Pervivieron en el primer tercio de siglo las siguientes tendencias:
Los intentos renovadores más serios vinieron de los hombres del 98 (Unamuno, Azorín y Valle-Inclán en principio) y, en los años treinta, de los poetas de la Generación del 27, como García Lorca. Pocas obras de estos últimos pudieron ser representadas.
Los diferentes grupos y tendencias del teatro español anterior a 1936 pueden agruparse en los siguientes apartados:
Jacinto Benavente (1866-1954) propuso un teatro sin grandilocuencia, sin excesos, con atención preferente a los ambientes cotidianos y acorde con el tipo de público al que había que halagar. Su obra supone una crítica amable de los ideales burgueses en comedias burguesas. Benavente se ganó el favor del público y una popularidad enorme a nivel nacional, y en 1922 se le concedió el Premio Nobel.
Es un teatro en verso, influido por el Modernismo y caracterizado por sus temas históricos y por su conservadurismo ideológico. En él se evocan con nostalgia episodios de un pasado glorioso. De los cultivadores de esta línea merecen citarse:
Los tipos y ambientes castizos que habían sido la materia de los cuadros costumbristas del Romanticismo vuelven ahora a la escena de la mano de autores como:
Muchos son los autores que pretenden hacer un teatro diferente en estos años, y en la mayoría de los casos cosecharon un rotundo fracaso con sus obras.
Al margen de pretensiones comerciales, estos autores (Unamuno con Fedra, Azorín con Lo invisible, Valle-Inclán y Jacinto Grau con El señor de Pigmalión, sobre todo) pretenden hacer un teatro que sirva como cauce para la expresión de sus conflictos religiosos, existenciales y sociales (en esta última faceta destaca Valle-Inclán). Harán un teatro intelectual y complejo que enlazará con las tendencias filosóficas y teatrales más renovadoras del panorama occidental de la época. Técnicamente, intentarán romper definitivamente con las formas realistas de la representación, aspecto en el que destaca, sobre todo, Ramón del Valle-Inclán.
El abismo entre el teatro descrito hasta ahora y la producción dramática de Valle-Inclán es muy profundo. A pesar de que sus obras permanecieron fuera de los escenarios de su tiempo, relegadas a ser teatro para leer, hoy se le considera un autor que supo ver más allá de su tiempo por los siguientes motivos: la originalidad audaz de sus obras, sus planteamientos radicales y sin concesiones, la riqueza y expresividad de su lenguaje, y lo distinto de sus temas y de su estética.
Aunque Valle ha sido adscrito a la Generación del 98, su evolución ideológica y estética no tiene apenas puntos en común con los noventayochistas. Valle fue mucho más radical que ellos en su crítica de la sociedad, de la cultura y de la política.
Su inagotable búsqueda artística le llevó de un inicial modernismo decadente a la creación de un género personal: el esperpento.
En ese mismo año de 1920, Valle-Inclán encuentra la fórmula en la que cuajan las líneas anteriores: el esperpento. Con la primera versión de Luces de bohemia, Valle da nombre a un género literario propio, basado en la deformación sistemática de personajes y valores, con la que ofrece una denuncia de la sociedad española coetánea.
Lo esperpéntico es una manera de ver el mundo, un reflejo deformado de una realidad ya deformada, que nos revela el verdadero rostro de la vida española. Los personajes (seres de ficción o reales) son seres grotescos en un mundo grotesco, semejantes a marionetas ridículas y de pesadilla, aunque en ocasiones el autor tenga un gesto de ternura hacia ellos.
Otros rasgos formales de los esperpentos son los siguientes:
El teatro esperpéntico agrupa las siguientes obras:
Aunque la mayor parte de la producción del 27 está constituida por poesía, varios componentes de la generación se vieron tentados por el teatro e intentaron crear un nuevo público mediante el acercamiento del teatro al pueblo. Compañías teatrales como La Barraca, de Lorca, y las Misiones Pedagógicas republicanas pretendieron, con sus giras, una educación teatral del público distinta de la dominante. Son interesantes las obras escritas por Salinas (El dictador), Rafael Alberti (El adefesio), Miguel Hernández (El labrador de más aire) y Alejandro Casona (Nuestra Natacha, La dama del alba, La barca sin pescado).
Aunque el interés de García Lorca (1898-1936) por el teatro arranca desde muy temprano, su dedicación a él será una tarea absorbente en los últimos años de su vida. El teatro lorquiano puede llamarse con propiedad teatro poético por la raíz poética de la que nacen sus argumentos y su lenguaje.
El tema dominante en casi todo su teatro es siempre el mismo, un tema muy presente también en sus libros de poemas: el enfrentamiento entre el individuo y la autoridad. El individuo tiene como armas el deseo, el amor y la libertad, pero es derrotado por la autoridad; es decir, por el orden, el sometimiento a la tradición y a las convenciones sociales y colectivas. En sus obras predominan las protagonistas femeninas. Sobre ellas se cierne, en mayor medida que sobre los hombres, la amenaza de la frustración.
La obra dramática de Lorca puede agruparse en tres grandes bloques:
En 1920 estrena El maleficio de la mariposa (1919), obra de influencia modernista sobre el amor entre una cucaracha y una linda mariposa, que inaugura ya el tema fundamental de la dramaturgia lorquiana: la insatisfacción amorosa. El estreno fue un fracaso del que Lorca se resarció pronto con Mariana Pineda (1923), drama histórico basado en la heroína ajusticiada por Fernando VII en Granada por haber bordado una bandera liberal. A estas dos obras se unen las farsas trágicas sobre amores desgraciados de La zapatera prodigiosa (1929-1930) y Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín (1930). En esta primera época también compone varias piezas breves de teatro de marionetas, al que dio la denominación de Los títeres de cachiporra; en ellos desarrolla otro de los temas nucleares de su dramaturgia: el conflicto autoridad/libertad.
Lorca dio este nombre a algunas piezas cortas concebidas entre 1925 y 1928, como El paseo de Búster Keaton, que anuncian el giro hacia el Surrealismo. La técnica surrealista le vale para explorar en los instintos ocultos del hombre. Dos obras testimonian este giro: El público (escrita hacia 1929), en la que Lorca defiende el amor como un instinto ajeno a la voluntad, que se manifiesta de formas muy diversas, entre ellas, la homosexual, y critica a una sociedad que condena a todo el que es diferente; y Así que pasen cinco años (1931), «comedia imposible» que anula las convenciones espaciales y temporales del teatro realista.
De 1935 es la inacabada Comedia sin título, premonición de la Guerra Civil. Esta obra une a sus rasgos surrealistas una intención social y didáctica, con su interpelación directa al público para proponerle la destrucción del teatro. En ese mismo año acaba Doña Rosita la soltera, drama sobre una solterona cursi y conmovedora a la vez, que aguarda incansable a su novio que no regresará nunca.
La casa de Bernarda Alba (1936) es un drama sobrecogedor e intenso. Bernarda Alba, a la muerte de su segundo marido, impone un luto de ocho años a sus cinco hijas, que se ven enterradas en vida. Pero los instintos afloran y, cuando Pepe el Romano se compromete con Angustias, la hija mayor, se desencadena una lucha de pasiones entre Adela y Martirio, que conducirá a un trágico final. Esta obra es la cumbre teatral de Lorca, en la que vienen a confluir sus grandes obsesiones y en la que el lenguaje adquiere un acento poético difícilmente superable.