Portada » Lengua y literatura » El Siglo XVIII Español: Ilustración, Neoclasicismo y Transformación Cultural
La larga decadencia militar, social, económica y moral por la que atraviesa España llega a sus mínimos a finales del siglo XVII. La muerte de Carlos II sin heredero directo y la subsiguiente Guerra de Sucesión dejan a la nación muy mermada. Se establece la dinastía borbónica.
España se incorpora al Siglo de las Luces con fuertes reticencias de un país apegado a sus tradiciones y que mira con malos ojos los afanes reformistas que provienen del exterior. A lo largo del siglo habrá una lucha constante para reformar una sociedad decadente que se resiste al cambio. Este esfuerzo se materializa en el modo de gobernar del Despotismo Ilustrado: «todo para el pueblo, pero sin el pueblo».
En este afán de reformas, es el momento de la creación de instituciones clave como la Real Academia Española y el Museo del Prado.
Las corrientes literarias de este siglo se dividen principalmente en tres fases:
Fue un momento difícil para la creación estética y, menos todavía, para el sentimiento poético puro. Esto explica que fuera el ensayo el género más cultivado. La poesía se pone al servicio de la didáctica. El teatro, en especial la comedia, tendrá su momento de gloria a finales de siglo.
El ambiente racionalista apenas dejó sitio a una verdadera lírica profunda. Los poetas siguieron las pautas de una poética que mira al mundo clásico (anacreóntica) o que persigue una finalidad didáctica (la fábula).
Esta corriente, cuyo principal exponente es Juan Meléndez Valdés, es artificiosa y se escribe en versos breves. Trata sobre los deleites de los placeres mundanos, como la buena mesa, la naturaleza idealizada, la amistad y los temas amorosos.
La poesía didáctica encuentra su expresión en las conocidas fábulas literarias, un género rescatado del olvido por el ilustrado La Fontaine. En España, que en esta época mira a Francia, las revitalizan:
Con ellas se pretende ridiculizar los defectos y vicios humanos más representativos de la época.
El ensayo será el género por excelencia para expresar en un texto la finalidad didáctica y moralizante. Escrito en prosa, de extensión variable y con variedad temática, fue utilizado para difundir las ideas enciclopedistas y armonizarlas con la tradición y la religión.
A mediados del siglo XVIII, la comedia barroca seguía teniendo influencia. El público tenía el gusto acostumbrado a las tramas complejas y enrevesadas heredadas del estilo de Lope y Calderón.
La preceptiva aristotélica que traía el teatro neoclásico se enfrentó frontalmente a los gustos del público. Este, junto con la mediocre calidad de las primeras obras neoclásicas, se fue distanciando de acudir a los teatros. Como ejemplo de teatro que intenta el tono trágico, podemos destacar Raquel de Vicente García de la Huerta.
La comedia consigue con Leandro Fernández de Moratín una relativa aceptación al unir la finalidad didáctica, en la que se critican vicios sociales, con un final en el que se exalta la virtud y el sentimiento. Los temas centrales de su teatro serán los matrimonios de conveniencia y el autoritarismo en la educación de los hijos. Obras representativas son El viejo y la niña y La mojigata. En La Comedia nueva o el café satiriza el teatro contemporáneo tan alejado del buen gusto y de las reglas aristotélicas.
Junto a la comedia, el sainete gozó de popularidad. El autor más aplaudido en este género fue Ramón de la Cruz, uno de los creadores del casticismo madrileño, donde con gracia y agilidad retrata el Madrid de su tiempo (ejemplo: Tragedia para reír o sainete para llorar, 1769).
