Portada » Historia » De las Taifas al Reino de Granada: La Fragmentación de Al-Ándalus
Desde que en el año 1009 comenzó la guerra civil en Al-Ándalus, hasta el año 1031, en el que fue depuesto Hisham III, se sucedieron en el Califato de Córdoba nueve califas. La inestabilidad del poder central lo debilitaba y aumentaba la anarquía, de forma que, durante la guerra civil, algunos territorios, aprovechando el río revuelto, se fueron independizando progresivamente. Cuando en el año 1031 cayó definitivamente el Califato, todas las coras o provincias que aún no se habían independizado se proclamaron independientes. Al-Ándalus se fragmentó para siempre.
En un primer momento se formaron 39 pequeños reinos llamados taifas, cada uno de los cuales era gobernado autónomamente por una familia (dinastía); aunque, con el pasar del tiempo, las taifas más fuertes fueron absorbiendo o sometiendo a las más débiles, hasta quedar reducidas a unas veinte.
Estos reinos, terminada la guerra civil, prosperaban tanto económica como culturalmente. De hecho, sus propios dirigentes incentivaban y financiaban la cultura y las artes para ganar prestigio. Pero bien pronto, la codicia les hizo anhelar lo del vecino: empezaron a enfrentarse entre sí, unas veces asociándose con otras taifas, otras con los reinos cristianos y, casi siempre, contratando mercenarios. En guerra continua, se desgastaban.
Esta vez los reinos cristianos del norte pudieron y supieron beneficiarse de la situación. Y no lo hicieron normalmente conquistando las taifas, que no era su objetivo principal, sino buscando el beneficio económico: bien prestándoles ayuda militar, bien a cambio de no atacarlas, siempre les cobraban tributos, las llamadas parias. Y las taifas lo aceptaban. Pero, en el año 1085, Alfonso VI de León conquistó la taifa de Toledo. Temerosas todas las taifas de que los cristianos cambiaran su política y decidieran conquistarlas, optaron por algo que ya se había hecho algunas veces antes en la Península y siempre con malos resultados: buscaron ayuda militar en el exterior, en este caso la de los almorávides del norte de África. Al año siguiente, el sultán almorávide cruzó el estrecho y derrotó al rey leonés en la batalla de Sagrajas, en la actual provincia de Badajoz. A continuación, sometió a todas las taifas.
Comenzaremos diciendo que el término almorávide, en árabe, significa ermitaño, y así podremos intuir cuál era su carácter. Los almorávides eran monjes-soldado, extremistas religiosos procedentes del Sáhara que, a mediados del siglo XI, habían conquistado todo el Magreb. En 1070 fundaron la capital de su imperio: Marrakech, en el actual Marruecos.
En 1086, reclamados por las taifas, llegaron a la Península Ibérica. Su intención primera era la de ayudar a sus correligionarios, pero, en vista de que el territorio en el que habían desembarcado era próspero y la relajación religiosa grande, decidieron quedarse y reunificar Al-Ándalus, eso sí, bajo los preceptos del Islam observado muy rigurosamente.
Como ya hemos visto, después de derrotar a los leoneses en la batalla de Sagrajas, comenzaron la conquista de las taifas. Y llegaron hasta Valencia; allí los frenó el Cid en 1094, por lo que no alcanzaron Zaragoza hasta 1110. Después se encontraron con muchos problemas internos:
En 1145 estaban tan debilitados que su poder decayó y, de nuevo, Al-Ándalus volvió a fragmentarse. Surgen ahora las segundas taifas, algunas de ellas gobernadas por los almorávides.
La situación fue exactamente la misma que ya hemos visto con las primeras taifas. Pero, esta vez, ante el avance de los cristianos, las taifas reclamaron la ayuda de los almohades del norte de África. Era otro grupo, pero su carácter y sus objetivos eran los mismos que los de los almorávides cuando llegaron a la Península. Entraron los almohades en 1147 y terminaron de reunificar Al-Ándalus en 1172. Se encontraron exactamente con los mismos problemas que los almorávides y fueron derrotados definitivamente en 1212 por una coalición de reinos cristianos (Castilla, Navarra, Aragón y Portugal) en la batalla de las Navas de Tolosa, en la actual provincia de Jaén. A partir de entonces se constituyeron las terceras taifas, pero desaparecieron en unos pocos años ante el avance cristiano. Solo resistió la taifa de Granada, que se mantuvo en pie durante varios siglos, hasta 1492.
A pesar de lo que dice su nombre, no debemos pensar que este reino se limitaba solo a la ciudad de Granada y su alfoz. Tenía su capital en la ciudad de Granada, pero el reino se extendía por las actuales provincias de Almería, Granada, Málaga y parte de Jaén, es decir, el sureste de lo que hoy es Andalucía. La taifa de Granada se había constituido en el año 1013, durante la guerra civil que enfrentó a los sucesores legítimos del califa Hisham II contra los nuevos aspirantes al trono, representados en la familia de Almanzor, como su hijo Sanchuelo.
¿Y cómo logró sobrevivir hasta 1492? Pagando parias al Reino de Castilla, que se erigió en su protector, a cambio de la correspondiente compensación económica. El hecho comenzó en el año 1246, cuando el rey de Castilla, Fernando III el Santo (o San Fernando), les exigió vasallaje (y el pago de tributos), a cambio de respetarlo, si era necesario, contra otros reinos cristianos.
El reino de Granada podía pagar las parias porque era un reino próspero, con una notable riqueza agrícola y una situación estratégica envidiable para practicar el comercio. Pero, al pasar los años, su territorio se redujo paulatinamente para satisfacer las ambiciones de los reyes castellanos. En 1482, los Reyes Católicos, muy interesados en reunificar lo que hoy es España, decidieron terminar con el vasallaje e incorporar el reino de Granada a la Corona de Castilla. Los granadinos se resistieron al asedio de los castellanos y pelearon durante diez años: en 1492, el sultán Boabdil firmaba con los Reyes Católicos su rendición. Según esta, los habitantes del reino de Granada podían seguir residiendo en él, conservar sus propiedades y practicar libremente su religión (aunque en 1501 se les obligó a convertirse o a irse). El reino de Granada se incorporó a la Corona de Castilla y su símbolo, una granada, se añadió a la enseña de los Reyes Católicos. Aún hoy luce en el escudo de España.