Portada » Lengua y literatura » Corrientes Literarias y Figuras Clave de la España Moderna
El Realismo fue una corriente artística que se propuso representar la realidad lo más fielmente posible y con el mayor grado de verosimilitud. Surge en Francia en la primera mitad del siglo XIX y en España se inicia a partir de la década de 1870, si bien ya hacia 1850 encontramos obras que se apartan del Romanticismo, con un estilo menos retórico y que preludian el movimiento Realista. Sería esta una etapa de transición (representada fundamentalmente por Fernán Caballero, y también por Pereda y Alarcón en su primera etapa).
El Naturalismo nació a finales del siglo XIX, impulsado por el francés Émile Zola, quien propuso aplicar el método científico a la literatura: el hombre está determinado por el medio, por el momento histórico y por la herencia biológica. En España se rechazó el determinismo biológico; sin embargo, sí se introdujeron técnicas naturalistas (descripciones minuciosas y documentadas, la influencia del medio y de la familia, menor intervención del narrador, etc.).
La novela busca ser verosímil mediante descripciones detalladas de ambientes y psicología de personajes, basadas en una observación minuciosa de la realidad. El tema central es el conflicto entre el individuo y la sociedad, con una actitud crítica que varía según el autor. Se pretende que la novela tenga una función social y contribuya al cambio. Los personajes representan tanto a un grupo social como a individuos con personalidad propia. Se usa un narrador omnisciente y se combinan diferentes estilos narrativos, como el diálogo y el monólogo. El lenguaje se adapta a los personajes y ambientes, incorporando variedad geográfica y social con un estilo natural y depurado.
También escribió los Episodios nacionales, 46 relatos históricos sobre el siglo XIX en España.
El Modernismo (1885-1915) fue un movimiento literario esteticista y escapista que rompió con la estética anterior. Expresaba el rechazo a la sociedad burguesa a través de la rebeldía política, el refinamiento estético y conductas como el dandismo y la bohemia. En Hispanoamérica, se distanció de la tradición española, salvo Bécquer, y adoptó influencias francesas, como el Parnasianismo (perfección formal) y el Simbolismo (misterio y musicalidad).
El Modernismo combinó influencias extranjeras, americanas e hispanas, abordando temas como:
Su estilo se basó en un esteticismo radical, buscando la belleza absoluta mediante la renovación del lenguaje poético, el uso de la imaginación y la exploración de valores sensoriales.
Este texto pertenece a la Generación del 98, un grupo de escritores que, con una actitud crítica y reflexiva, analizaron la decadencia de España y propusieron una renovación de la literatura. Autores como Azorín, Pío Baroja, Miguel de Unamuno y Valle-Inclán rompieron con las convenciones del realismo decimonónico para dar paso a una narrativa más subjetiva e introspectiva, influenciada por el pensamiento filosófico pesimista de Schopenhauer. A través de una prosa renovada, sencilla y precisa en unos casos, bella y experimental en otros, estos escritores exploraron la crisis de los valores burgueses, el fracaso vital y la identidad nacional. Su legado marcó un punto de inflexión en la literatura española, abriendo el camino hacia nuevas formas de expresión y experimentación narrativa.
Pío Baroja fue un novelista esencial de la Generación del 98, marcado por su inconformismo y su visión pesimista de la vida. Mantuvo siempre una actitud crítica hacia la sociedad y rechazó cualquier tipo de idealismo, reflejando en sus obras un profundo desencanto existencial. Sin embargo, detrás de su dureza, también se percibe una gran sensibilidad hacia los marginados y fracasados, quienes se convierten en protagonistas recurrentes de sus novelas. Defendió la novela como un género libre y abierto, capaz de abarcar desde la aventura hasta la reflexión filosófica, la crítica social o el humor. Su estilo es directo y antirretórico, con frases breves, acción constante y abundancia de diálogos que dotan a sus relatos de un ritmo ágil y espontáneo. A menudo, sus novelas presentan una estructura sencilla, pero están llenas de movimiento y de personajes en busca de sentido, aunque casi siempre abocados al fracaso. Los protagonistas de Baroja suelen ser seres inquietos, desarraigados y frustrados, reflejo del propio desencanto del autor. En cuanto a los personajes femeninos, rara vez poseen una gran fuerza interior o un papel determinante en la trama. A través de su narrativa, Baroja plasma la crisis de valores del fin de siglo y expresa su visión pesimista del mundo, convirtiéndose en una de las voces más críticas y originales de su tiempo. Entre sus obras más destacadas se encuentran Camino de perfección, La lucha por la vida, Zalacaín el aventurero y Las inquietudes de Shanti Andía.
Miguel de Unamuno concibió el arte como un medio para expresar sus inquietudes espirituales, por lo que sus obras, independientemente del género, giran en torno a temas recurrentes como la angustia existencial, el choque entre razón y fe, la muerte y el sentido de la vida. Su visión de España también fue fundamental en su producción, especialmente en sus ensayos, donde desarrolló el concepto de intrahistoria, resaltando la importancia de las vidas anónimas en la historia del país. En su narrativa, Unamuno rompió con las convenciones tradicionales y creó la nivola, un tipo de novela innovadora en la que eliminaba descripciones y situaciones convencionales para centrarse en el conflicto existencial del protagonista. Sus personajes, reflejos del propio autor, viven una lucha constante con su destino y con Dios. Introdujo el monólogo interior y promovió el diálogo como herramienta clave, permitiéndose incluso intervenir en la historia y dialogar con sus personajes. Entre sus novelas más destacadas se encuentran Niebla, donde el protagonista se enfrenta con su creador en un juego entre realidad y ficción; Abel Sánchez, que explora el conflicto fratricida de Caín y Abel; La tía Tula, sobre la maternidad frustrada; y San Manuel Bueno, mártir, una de sus obras más profundas, que narra la historia de un sacerdote que ha perdido la fe pero la finge para mantener la esperanza de su pueblo. A través de todas ellas, Unamuno plasmó su obsesión por la lucha interna del ser humano y el drama de la existencia.
José Martínez Ruiz, conocido como Azorín, evolucionó desde un anarquismo juvenil hacia un conservadurismo maduro, reflejando en su obra una profunda obsesión por el tiempo y la fugacidad de la vida. Su literatura está impregnada de una melancolía serena y un deseo de retener en la memoria lo que inevitablemente se escapa. Más que narrar historias con acción y conflicto, Azorín se dedica a la contemplación y a la evocación del pasado, otorgando un papel esencial a las descripciones minuciosas. A diferencia de Baroja, cuya narrativa es dinámica y llena de movimiento, en las novelas de Azorín el tiempo parece detenerse. Su prosa es parsimoniosa, rica en detalles y marcada por un intenso subjetivismo. En obras como La voluntad o Confesiones de un pequeño filósofo, el protagonista, Antonio Azorín, actúa como alter ego del autor y sirve como vehículo para sus reflexiones sobre la vida y el paisaje. En otros textos, como Doña Inés y Don Juan, aunque desaparece el componente autobiográfico, se mantiene la preocupación por el destino y el paso del tiempo. Azorín es, sobre todo, un escritor de atmósferas y sensaciones, cuya obra se aparta del realismo decimonónico para explorar una prosa más lírica e introspectiva, consolidando su estilo inconfundible dentro de la Generación del 98.
Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez fueron dos de los poetas más influyentes de la primera mitad del siglo XX en España. Aunque ambos comenzaron admirando el Modernismo de Rubén Darío, evolucionaron en direcciones distintas: Machado se acercó a la línea noventayochista, mientras que Jiménez exploró el novecentismo y la poesía pura.
La poesía de Antonio Machado se caracteriza por su profundidad emocional y su intensa introspección. Sus temas centrales son la fugacidad del tiempo, la memoria, el paisaje castellano, la preocupación por España y el desasosiego ante la muerte. Influido en sus inicios por el Simbolismo, desarrolla una poesía que es un diálogo del hombre con su tiempo, donde elementos como la tarde, el agua, los caminos o la fuente se convierten en símbolos de la existencia y el paso del tiempo.
Machado logra una poesía de gran hondura existencial, donde el tiempo y la memoria se convierten en ejes fundamentales de su creación.
La poesía de Juan Ramón Jiménez evoluciona a lo largo de su trayectoria, marcada por la búsqueda de la belleza y la perfección estética. Para él, la poesía no era solo un género literario, sino su razón de ser, una “Obra” en constante revisión.
El Grupo Poético del 27 surgió en la década de 1920 y se consolidó en 1927 con un homenaje a Góngora, a quien admiraban por su innovación en el lenguaje poético. Sus miembros, como Salinas, Lorca, Alberti y Cernuda, compartían edades similares, formación universitaria y una procedencia social burguesa. Muchos vivían de la literatura como profesores, editores o críticos. Frecuentaban la Residencia de Estudiantes y el Centro de Estudios Históricos, donde intercambiaban ideas y forjaban su identidad como grupo. En lo político, mantenían posturas liberales y apoyaban la República. Reconocían como referentes a figuras como Juan Ramón Jiménez, Ortega y Gasset y Ramón Gómez de la Serna. Además, dentro del 27, también destacaron Las Sinsombrero, un grupo de mujeres poetas, pintoras y pensadoras como Concha Méndez, María Zambrano o Rosa Chacel, que desafiaron los roles tradicionales y contribuyeron a la renovación cultural de la época.
El Grupo del 27 fue un conjunto de poetas que combinó lo intelectual y lo sentimental, lo culto y lo popular, y que fusionó la tradición con la vanguardia. Su poesía abarca temas como la ciudad, la naturaleza, el amor y el compromiso político, especialmente después de la Guerra Civil. Utilizaron tanto formas tradicionales como el verso libre, destacando el uso de la metáfora. En su evolución, la primera etapa (hasta 1927) se centró en la poesía pura, influenciada por Juan Ramón Jiménez y Bécquer, con un enfoque en la poesía popular y tradicional. En la segunda etapa, hasta la Guerra Civil, se acercaron al surrealismo, destacando la expresión del subconsciente, como en Poeta en Nueva York de Lorca. Tras la guerra, el grupo se disgregó, pero la poesía siguió siendo humana y filosófica, marcada por el exilio y la nostalgia.
Carlos Salinas (1882-1951) es conocido como el gran poeta del amor, ya que concibe la poesía como una búsqueda de autenticidad, belleza e ingenio. Para él, la poesía es una forma de conocimiento, un modo de llegar a la esencia de las cosas. Su estilo es sencillo, con versos cortos y sin rima. Se caracteriza por el uso del diálogo, en el cual el yo poético interroga a una segunda persona.
Federico García Lorca (1898-1936) fue un poeta y dramaturgo destacado, cuyas obras están marcadas por una fantasía e imaginación desbordantes, fusionando elementos de la tradición literaria con las vanguardias. A lo largo de su producción, se repiten temas y motivos recurrentes: el amor (homo y heterosexual), que a menudo se ve condenado al dolor, la frustración y un destino trágico; la muerte, que está siempre presente, y los marginados (gitanos, niños, negros), seres también condenados a la frustración.
Rafael Alberti (1902-1999) cultivó diversas tendencias a lo largo de su carrera.
Las tres primeras tendencias son tal vez las más conocidas de su obra.
Luis Cernuda (1902-1963) es un poeta considerado el paradigma del «poeta inadaptado», rebelde con el mundo, influenciado por románticos como Hölderlin, Keats y Bécquer. Su poesía se caracteriza por el enfrentamiento entre el deseo (de amor, felicidad, libertad) y la realidad (frustración, caos, apariencia). Su obra clave, La realidad y el deseo, recoge este tema central.
En cuanto al estilo, Cernuda rechaza ritmos demasiado marcados y la rima, optando por el versículo largo y un tono coloquial muy elaborado, con un lenguaje depurado y denso. Los temas recurrentes en su poesía son el análisis de sí mismo, el amor, la belleza de la naturaleza, la fugacidad del tiempo, el deseo frustrado y la soledad.
A principios del siglo XX, el teatro español estuvo fuertemente influido por los intereses comerciales, lo que llevó a que las obras estuvieran orientadas a un público burgués conservador. Este contexto limitaba la libertad de los autores en cuanto a temas y formas. Por ello, se pueden identificar dos corrientes dentro del teatro de la época.
Por un lado, estaba el teatro comercial, que seguía las tradiciones de finales del siglo XIX, como la comedia burguesa y el teatro en verso, orientado a un público menos exigente, sin innovaciones en cuanto a contenido o forma. Por otro lado, surgió el teatro innovador, encabezado por autores como Unamuno, Azorín, Valle-Inclán y Federico García Lorca. En este grupo, Valle-Inclán fue el más radical, desarrollando el esperpento, una técnica que distorsionaba la realidad de forma grotesca para mostrar la tragedia y la corrupción de la sociedad española.
El esperpento se hizo más evidente en obras como Luces de bohemia, que presenta la última noche de un escritor ciego y arruinado, Max Estrella, quien, acompañado de su guía, recorre los rincones más sórdidos de Madrid. A través de esta obra, Valle-Inclán critica una sociedad española deformada por la miseria, la injusticia y la opresión, cuestionando desde la monarquía hasta la bohemia intelectual. Los personajes en el esperpento pierden su humanidad, siendo retratados como sombras, muñecos o animales, lo que genera una distancia emocional con el espectador.
Valle-Inclán también desarrolló otros ciclos en su obra:
Además de su teatro, Valle-Inclán también exploró el esperpento en sus novelas, como Tirano Banderas y El ruedo ibérico, extendiendo su visión crítica sobre la sociedad española.
Federico García Lorca comparte con Valle-Inclán el deseo de renovar el teatro español y su interés por la farsa y los títeres, aunque rechaza la crudeza del esperpento. Escribió farsas tanto para muñecos (Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita y El retablillo de don Cristóbal) como para actores (La zapatera prodigiosa y El amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín).
Su viaje a Nueva York y La Habana (1929-1930) influyó en su teatro, llevándolo hacia obras más vanguardistas, como Así que pasen cinco años y la surrealista El público, donde defiende el deseo individual frente a las normas sociales.
Sin embargo, su gran legado teatral lo conforman sus tragedias escritas entre 1933 y 1936:
Estas obras giran en torno al papel de la mujer y la represión impuesta por la moral social, explorando el conflicto entre el deseo y la obligación. En Bodas de sangre, Lorca crea un ambiente poético y simbólico donde una boda concertada se enfrenta a una pasión real, desembocando en una tragedia marcada por la venganza y la presencia de personajes alegóricos como la Muerte y la Luna. Yerma trata la frustración de una mujer que anhela ser madre en una sociedad que la oprime. La casa de Bernarda Alba, basada en hechos reales, es una crítica a la tiranía y la represión femenina: Bernarda impone un luto severo a sus hijas, lo que provoca el enfrentamiento con Adela, quien desafía su autoridad. La historia culmina en tragedia con el suicidio de Adela, tras creer que su amante ha muerto. Lorca logra conmover al público con su teatro, denunciando la opresión y explorando las pasiones humanas desde una perspectiva simbólica y poética.