Portada » Filosofía » La Causalidad Kantiana y la Crítica Nietzscheana a la Metafísica Tradicional
Para Kant, el concepto de causalidad es parecido al concepto de sustancia. No seríamos capaces de conocer un objeto científicamente si no tuviéramos la categoría de causalidad. Para nosotros, todo tiene o debe tener una causa. Sin embargo, para conocer una causa hay que recurrir a la experiencia. Si no se aplica la categoría de causalidad a la experiencia, la razón humana cae en contradicciones (antinomias).
Según Kant, existen dos ideas incompatibles respecto a la causalidad en el mundo natural:
Para explicar estas contradicciones, Kant establece que el científico debe pensar que todo tiene una causa (ámbito fenoménico), y el hombre, como ser libre y responsable, debe actuar como si fuera libre (ámbito nouménico). Según Kant, hay que separar los dos ámbitos de la realidad humana: la científica y la moral.
Otras de las contradicciones que aparecen por el uso no legítimo de la causalidad se refieren a la existencia de Dios:
La crítica a la idea de la causalidad separa dos ámbitos: el científico y el moral. La idea de Dios no le servirá al científico, pero sí al moralista. Para nuestra moral necesitamos a Dios, porque si no, no podríamos plantearnos el ideal de la moralidad, que une a otras dos ideas: virtud y felicidad.
Según Kant, la virtud es actuar según lo que es correcto, y la felicidad es actuar según nuestros intereses. Esto es una contradicción, porque si se actúa de acuerdo con nuestros intereses, tarde o temprano acabaremos chocando con los intereses de otra persona. Sin embargo, si se actúa de acuerdo con la virtud, se actúa siguiendo la razón sin mirar los intereses de nadie en particular.
Dios une interés y virtud. Dios regula nuestro comportamiento moral, haciéndonos pensar que alguna vez nuestros intereses pueden ser compatibles con los de los demás. Un mundo así sería un mundo creado por Dios gracias a su bondad.
La filosofía ha llamado a lo que no cambia «lo verdaderamente real» en contraposición a «lo aparente». Históricamente, esta realidad inmutable ha tomado diversas formas:
Después de la Ilustración, la metafísica comienza a preocuparse no sobre lo real, sino sobre las limitaciones que tiene el ser humano para conocer lo que supuestamente hay o existe. Más tarde, Nietzsche decía que la verdadera realidad va a depender de cómo seamos, de la actitud que tengamos ante la vida.
La vida para Nietzsche es devenir, desorden, caos. La vida es cruel, dolorosa, alegre; es una lucha por dominar, es voluntad de poder. Según Nietzsche, hay dos formas de afrontar la vida:
Es la actitud que renuncia a ella, que tiene miedo de afrontarla, que no tiene energía para luchar. Esta actitud lleva al ascetismo, que consiste en negar la vida, en desechar los deseos, el goce y el placer de los sentidos. Esta negación de la vida lleva a inventar un mundo que será «el más verdadero»:
Este es un mundo hacia el cual poder escapar y huir. Esta invención de la metafísica es para los cobardes, para los que tienen miedo de afrontar los deseos y pasiones de la vida. El mundo aparente no engaña, según Nietzsche; los hombres dominan unos sobre otros, son fuertes o débiles. La metafísica ha inventado «otro mundo mejor» como «el más verdadero» porque tiene miedo a la vida. También es esta la actitud de los cristianos, que actúan como borregos, dejándose llevar.
La otra actitud ante la vida la simboliza Nietzsche en la imagen del dios griego Dioniso. El seguidor de Dioniso disfruta de la vida tal y como es. Goza de la vida sin tener miedo ni temor. Esta actitud dice sí a la vida, a sus pasiones, a su alegría, al amor, a la enemistad, a la salud, etc. Esta actitud nos reafirma a nosotros mismos y crea nuestros propios valores, y esto es la metafísica: creación de valor. Como el dios Dioniso, el hombre es espontáneo, goza más de la vida que nadie, sufre más que nadie, pero no pone límites a la vida.
