Portada » Filosofía » Conceptos Fundamentales de la Filosofía: San Agustín, Descartes y Santo Tomás
San Agustín concibe al ser humano como un compuesto de cuerpo y alma. El alma, superior al cuerpo, es imperfecta por estar afectada por el pecado original. Distingue tres facultades del alma:
El pecado original reduce la capacidad del ser humano para alcanzar la salvación por sí mismo; solo la gracia divina puede rescatarlo. A pesar de ello, el alma sigue siendo el elemento más noble del ser humano, pues es inmortal y creada a imagen de Dios. Para San Agustín, el ser humano tiene una lucha interna entre el bien y el mal, lo que se traduce en el conflicto entre la carne (que representa las pasiones y deseos materiales) y el espíritu (que aspira a la unión con Dios). La felicidad verdadera solo se alcanza cuando el alma domina al cuerpo y se orienta hacia el amor divino. El amor, según San Agustín, es el motor de la vida moral y puede dividirse en dos tipos:
En este sentido, la ética agustiniana es profundamente teocéntrica: solo en Dios se encuentra el sentido último de la moralidad y de la existencia humana.
San Agustín es uno de los principales representantes de la filosofía cristiana y del platonismo. Concibe a Dios como la realidad suprema, siendo la fuente de todas las verdades. Integra las ideas platónicas de esencias inmutables y eternas con la concepción cristiana de la divinidad. Su enfoque filosófico, aunque reconoce la experiencia sensible, prioriza la razón y la iluminación divina. Considera que los sentidos ofrecen acceso parcial a la realidad, pero es en la mente y en Dios donde se encuentran los modelos perfectos de todas las cosas.
Para San Agustín, Dios es la realidad última y absoluta, la fuente de todo ser y verdad. Considera que la realidad creada es contingente y depende totalmente de Dios, quien es inmutable y eterno. Todo lo existente tiene su origen en la divinidad y solo adquiere significado en relación con ella. Sostiene que la realidad terrenal es imperfecta y transitoria, mientras que la realidad divina es inmutable y perfecta. La existencia del mundo material no es un fin en sí mismo, sino una manifestación del plan divino.
San Agustín adopta un enfoque epistemológico que distingue entre el conocimiento sensible (limitado e imperfecto) y el conocimiento intelectual (que permite acceder a las verdades eternas). La iluminación divina es esencial para alcanzar el verdadero conocimiento, pues en ella el ser humano entra en contacto con la verdad absoluta: Dios. El conocimiento de Dios se alcanza a través de la interioridad del alma, donde residen la verdad y la razón. Esta introspección es el camino hacia la sabiduría.
San Agustín rechaza el escepticismo y afirma que el pecado es una consecuencia del mal uso del libre albedrío. La voluntad humana es responsable de las acciones, no Dios. Sostiene que el ser humano posee la libertad de elegir entre el bien y el mal, pero solo logra la verdadera libertad al seguir a Dios. Aquellos que se apartan de él se condenan a la perdición, mientras que la gracia divina permite la salvación.
San Agustín distingue entre el mal moral (acciones humanas contrarias al bien) y el mal físico (dolor, enfermedad, muerte). Considera que el mal moral surge exclusivamente del uso incorrecto del libre albedrío. En cuanto al mal físico, afirma que no es una sustancia real, sino la ausencia del bien. Todo lo creado por Dios es inherentemente bueno, y el mal no puede existir por sí mismo, sino solo como carencia del bien.
San Agustín desarrolla una interpretación filosófica de la historia basada en el plan divino. Propone la existencia de dos ciudades:
Sostiene que la historia es un constante enfrentamiento entre estas dos ciudades, pero al final de los tiempos la Ciudad de Dios prevalecerá, revelando el verdadero sentido de la historia. Defiende que la adversidad y el sufrimiento en el mundo terrenal son pruebas necesarias para alcanzar la felicidad eterna. San Agustín utiliza esta teoría para justificar la superioridad del bien espiritual sobre los placeres materiales.
El racionalismo es una corriente filosófica que afirma que la razón es la principal fuente del conocimiento. Descartes buscó establecer un método seguro para el conocimiento, inspirado en la precisión de las matemáticas. Para ello, confió únicamente en la razón y rechazó los principios del pensamiento escolástico. Uno de sus mayores aportes fue colocar al individuo y su capacidad de pensar en el centro del conocimiento, introduciendo el famoso «Cogito, ergo sum» (Pienso, luego existo). Descartes formuló un método basado en la claridad y la certeza, estructurado en cuatro etapas:
Consideró este método como universal y aplicable a todas las disciplinas, ya que todas las ciencias derivan de un único saber basado en la razón.
En la metafísica cartesiana, el concepto central es el de sustancia, que Descartes define como aquello que existe por sí mismo y no necesita de nada más para existir. A partir de esto, distingue tres tipos:
Descartes trata de asegurar la existencia del «yo» como sustancia pensante independiente del cuerpo y del mundo exterior. Esto significa que el alma es inmaterial y no depende de la materia. Inicialmente, Descartes duda de la existencia del mundo material. Para resolver esta cuestión, recurre nuevamente a Dios, quien garantiza que aquello que percibimos con los sentidos cuando es claro y distinto es verdadero. Así, se contradice la hipótesis del genio maligno y se afirma la existencia de la realidad externa. Con ello, se supera el escepticismo radical. Así, en la filosofía cartesiana, Dios es la clave para afirmar la existencia del mundo externo, asegurando que la materia y la conciencia son sustancias reales y distintas.
Descartes sostiene que la idea de Dios es la de un ser infinito, perfecto y todopoderoso. Esta idea no puede haber sido creada por un ser finito e imperfecto, por lo que su existencia debe demostrarse. Para ello, utiliza el argumento de la causalidad: la idea de Dios proviene de la idea innata de divinidad que todos poseemos. Dado que la idea de un ser perfecto no puede haber sido creada por un ser inferior, su origen solo puede estar en un ser superior. Otro argumento que usa Descartes es el argumento ontológico, que plantea que la perfección implica existencia. Es decir, si Dios es un ser perfecto, debe existir, porque la inexistencia sería una imperfección. De este modo, la existencia de Dios se convierte en un soporte contra el solipsismo y el escepticismo.
Descartes distingue dos tipos de sustancias:
Descartes sostiene que toda la materia está sometida a leyes físicas y funciona de manera mecánica, incluyendo tanto seres vivos como inanimados. También propone que ambas sustancias (pensante y extensa) se conectan en la glándula pineal, según él, el centro del cerebro que permite la comunicación entre alma y cuerpo. La concepción cartesiana de la res extensa sostiene que toda realidad material funciona como una máquina sujeta a leyes físicas e inerciales. Esto implica que:
Este determinismo implica que todos los seres fenoménicos materiales pueden explicarse de manera matemática y mecánica. Descartes concluye que el alma es inmaterial, no está sujeta a las leyes matemáticas del universo, y además, es inmortal y puede existir sin el cuerpo.
Tomás de Aquino sostiene que el ser humano es social por naturaleza, y que el Estado surge para garantizar el bien común promoviendo la paz y la convivencia. Clasifica los regímenes políticos en justos e injustos, considerando la monarquía como el mejor sistema. Al diferenciar entre el Estado y la Iglesia, afirma que el primero se ocupa de asuntos terrenales, mientras que la segunda tiene un papel superior en temas eternos. Además, defiende que la ley positiva creada por los humanos debe representar la ley natural establecida por Dios y que las leyes que la contradicen no deben ser obedecidas.
Tomás de Aquino fusionó las ideas de Aristóteles con la teología cristiana. Retomó el hilemorfismo y las cuatro causas. Además, introdujo la distinción entre esencia y existencia. Para Tomás, la existencia (el actus essendi) es el acto por el cual algo es, distinto de su esencia (lo que algo es). La existencia constituye su realidad. En Dios, esencia y existencia se identifican, pues Él es el Ser Necesario. Mientras que en los demás seres contingentes, estas dos cosas se separan. Tomás de Aquino clasifica los seres en una jerarquía: seres inertes, seres irracionales (como los animales), y seres racionales (los humanos). Los humanos poseen un alma inmortal y racional, que los sitúa en una posición intermedia entre los ángeles (seres puramente espirituales) y los animales y plantas (seres materiales con alma sensitiva o vegetativa).
Tomás distingue entre razón y fe. Mientras que la razón establece verdades racionales humanas, la fe permite alcanzar verdades religiosas sobrenaturales. Algunas verdades, como la existencia de Dios, pueden buscarse por ambas vías y forman parte de la teología natural. Para Tomás, la razón tiene un papel fundamental en este ámbito. Tomás de Aquino, siguiendo a Aristóteles, sostiene que el conocimiento comienza con los sentidos y asciende a lo universal. Mediante la abstracción, el intelecto humano, que posee facultades como la imaginación, la memoria y el entendimiento, es capaz de extraer lo universal de lo particular sensible. Esto permite al intelecto aprehender las formas universales a partir de las experiencias individuales.
Tomás de Aquino sostiene que todo en el universo sigue un plan divino y que el fin último del ser humano es alcanzar la felicidad a través de la contemplación de Dios, lo que solo es posible en la vida eterna. Su ética es eudemonista e incorpora una dimensión espiritual. Para su teoría moral, el ser humano cuenta con la ley natural, una manifestación de la ley eterna de Dios, que se descubre mediante la razón y nos orienta hacia el bien. Esta ley se basa en tendencias naturales como la conservación y la vida en sociedad. Sin embargo, el libre albedrío permite a las personas elegir entre el bien y el mal. Actuar en contra de su propia naturaleza es considerado un pecado grave, pues se está desobedeciendo la ley natural.
Un preámbulo de la fe es una verdad fundamental que, aunque se relaciona con la religión, puede conocerse mediante la razón sin necesidad de recurrir a la fe. Tomás de Aquino distingue entre las verdades de fe (que solo pueden conocerse por revelación divina) y los preámbulos de la fe (verdades que, aunque relacionadas con la religión, pueden ser demostradas por la razón, como la existencia de Dios). Estas verdades pertenecen a la teología natural, que busca demostrar racionalmente ciertos principios religiosos. Tomás de Aquino sostiene que la existencia de Dios no es evidente por sí misma, por lo tanto, debe demostrarse mediante la razón. Para ello, descarta los argumentos «a priori» independientes de la experiencia, como el argumento ontológico de Anselmo de Canterbury (siglo XI), y defiende los argumentos «a posteriori» basados en la observación del mundo. Dado que los seres humanos no pueden conocer directamente la esencia divina, deben recurrir a la experiencia sensible y a la razón para acercarse al conocimiento de Dios.
En su obra Suma Teológica, Santo Tomás de Aquino propuso cinco pruebas racionales para demostrar la existencia de Dios, conocidas como las cinco vías:
En la filosofía tomista, el ser humano ocupa un lugar especial en la jerarquía de los seres. Siguiendo a Aristóteles, Tomás de Aquino sostiene que cada persona es una unidad sustancial formada por cuerpo (materia) y alma (forma), creando una unión armónica. Sin embargo, Tomás defiende que el alma no es material, sino una sustancia espiritual e imperecedera creada por Dios. La antropología tomista afirma que el ser humano es una unidad sustancial y que, al morir, el alma trasciende la muerte del cuerpo.