Portada » Filosofía » Tomás de Aquino: Justicia, Desigualdad y las Cinco Vías
Un problema contemporáneo relevante es la creciente desigualdad económica y social, que afecta tanto a países desarrollados como a aquellos en vías de desarrollo. Este fenómeno no solo refleja una disparidad material, sino que también genera tensiones sociales, injusticias estructurales y conflictos políticos. En este contexto, la perspectiva de Tomás de Aquino sobre la justicia puede ofrecer una reflexión filosófica relevante para abordar esta problemática.
Tomás de Aquino define la justicia como la virtud que consiste en «dar a cada quien lo que le corresponde», vinculándola a la ley natural y al bien común. Para él, la justicia no se limita al ámbito individual, sino que se extiende al ordenamiento social y político. Este enfoque implica que las estructuras de la sociedad deben orientarse hacia el bien común, es decir, hacia el bienestar integral de todos los miembros, sin excluir a los más vulnerables.
En contraste, el problema contemporáneo de la desigualdad revela un distanciamiento de este ideal. Las políticas económicas y las estructuras sociales muchas veces priorizan el beneficio de unos pocos sobre el bienestar colectivo, generando exclusión y perpetuando la pobreza. Desde una perspectiva personal, adoptar la visión de Aquino supone no solo una crítica a estas dinámicas, sino también un llamamiento a repensar los fundamentos éticos de nuestras instituciones. Es necesario desarrollar políticas que, más allá de la mera redistribución, fomenten una verdadera inclusión y participación, asegurando que las riquezas y recursos de una sociedad se utilicen para promover el desarrollo humano integral. En este sentido, la justicia tomista cobra plena vigencia al recordar que una sociedad justa debe ser aquella en la que nadie quede al margen del bien común.
La filosofía en la Edad Media fue profundamente influenciada por la conjunción de la tradición clásica grecolatina con el pensamiento cristiano. Este período se caracterizó por el intento de armonizar la razón y la fe, destacando figuras como Agustín de Hipona, Boecio y Tomás de Aquino. En este contexto, surgió la idea de una filosofía cristiana: un sistema filosófico que no solo aceptaba la revelación divina como fundamento último de la verdad, sino que también buscaba demostrar racionalmente las verdades de la fe.
Tomás de Aquino (1225-1274) es uno de los máximos exponentes de esta síntesis entre razón y fe, y sus «cinco vías» para demostrar la existencia de Dios son una pieza central de su obra filosófica y teológica. Estas vías no solo reflejan su profundo compromiso con la filosofía aristotélica, sino que también responden a objeciones críticas planteadas en su tiempo.
La búsqueda de una demostración racional de la existencia de Dios no es exclusiva de Tomás de Aquino. Precedentes significativos incluyen el argumento ontológico de Anselmo de Canterbury (1033-1109). Este argumento sostiene que la mera idea de Dios como «aquello mayor que lo cual nada puede pensarse» implica su existencia necesaria, ya que un ser que existe en la realidad es mayor que uno que solo existe en el entendimiento. Sin embargo, el argumento ontológico fue criticado por su dependencia de premisas puramente conceptuales, y pensadores como Tomás de Aquino consideraron que una demostración válida debía partir de la experiencia sensible del mundo. Esto se enmarca en su rechazo a un racionalismo a priori que prescinda del orden natural.
Para Tomás de Aquino, las demostraciones de la existencia de Dios debían basarse en hechos observables y en un razonamiento lógico. A estas las llamó demostraciones a posteriori, en contraposición al enfoque a priori de Anselmo. En la cuestión segunda, artículo tercero de la Suma Teológica (ST I, q.2, art.3), Tomás expone sus famosas cinco vías, que se estructuran según principios de causalidad y movimiento inspirados en Aristóteles y en la filosofía neoplatónica.
Estas vías no buscan definir la esencia de Dios, sino mostrar su existencia como explicación necesaria para ciertos aspectos del mundo. En este sentido, su método responde al principio aristotélico de que «todo lo que se mueve es movido por otro», evitando, sin embargo, caer en una regresión infinita.
Estas vías presentan una estructura lógica rigurosa: parten de hechos empíricos (movimiento, causalidad, contingencia, grados de perfección y orden) y llegan a la existencia de Dios como conclusión necesaria. Sin embargo, Tomás no pretende que estas vías agoten el conocimiento de Dios. De hecho, reconoce que la esencia divina trasciende la comprensión humana, limitándose a señalar la existencia de una causa primera que corresponde con las características atribuidas a Dios por la fe cristiana.
En el artículo tercero de la cuestión segunda, Tomás también responde a dos objeciones relevantes. La primera es la objeción de que la existencia de Dios no necesita ser demostrada, dado que es evidente por sí misma. Aquí, Tomás distingue entre las cosas evidentes en sí mismas y aquellas que son evidentes para nosotros. Si bien la existencia de Dios es evidente en sí misma (dado que es el ser necesario), no lo es para nosotros debido a nuestra limitada capacidad de comprensión. Por lo tanto, se requieren demostraciones.
La segunda objeción se basa en la aparente autosuficiencia del mundo natural, que parecería excluir la necesidad de Dios. Tomás responde argumentando que la naturaleza misma, con su orden y causalidad, apunta hacia una causa trascendente.
En conclusión, la filosofía de Tomás de Aquino representa una síntesis magistral entre la tradición aristotélica y la teología cristiana. Sus cinco vías ofrecen un modelo de demostración racional de la existencia de Dios que integra observación empírica y lógica deductiva, superando tanto el fideísmo como el racionalismo a priori. Aunque estas demostraciones no pretenden agotar el misterio divino, responden a las objeciones críticas de su tiempo y subrayan la compatibilidad entre la fe y la razón. En este sentido, Tomás de Aquino es una figura clave en la historia del pensamiento, cuya influencia sigue siendo objeto de estudio y debate en la filosofía y la teología contemporáneas.