Portada » Historia » Resumen Histórico de España: Desde el Paleolítico hasta la Monarquía Borbónica
El Paleolítico abarca desde la aparición del género Homo, con las primeras herramientas de piedra hace 2,3 millones de años, hasta aproximadamente el 10.000 a.C. Se divide en Paleolítico inferior, medio y superior.
Tras los periodos Epipaleolítico y Mesolítico, el Neolítico comienza en la Península alrededor del 5000 a.C. Supone una Revolución Neolítica, marcada por la sedentarización y la formación de aldeas y ciudades. Se desarrollan la agricultura (trigo, cebada) y la ganadería (cabra, oveja), junto con la cerámica y la cestería. En el ámbito artístico, destaca la pintura levantina, con ejemplos como el Barranco de la Valltorta. Representa figuras humanas y animales en escenas narrativas, estilizadas, esquemáticas y monocromas.
Roma conquistó la península Ibérica en un largo proceso (218–19 a.C.) que comenzó con el desembarco en Ampurias (218 a.C.). La invasión cartaginesa de Sagunto, aliada de Roma, provocó la Segunda Guerra Púnica (218–202 a.C.), tras la cual Roma derrotó a Cartago e inició la ocupación de la Península.
La conquista fue difícil debido a la resistencia de los pueblos del centro, oeste y norte, prolongándose hasta finales del siglo I a.C. Destacaron:
Tras la conquista, se inició la romanización, proceso por el cual la población autóctona asimiló la lengua, la cultura y la organización política y administrativa romanas. Se fundaron y urbanizaron ciudades como Itálica (Sevilla) o Emerita Augusta (Mérida), y se construyeron obras públicas como el acueducto de Segovia o el puente de Alcántara.
El derecho romano se implantó y modeló las instituciones políticas, influyendo incluso en el derecho actual. El latín sustituyó a las lenguas locales y permitió una importante aportación literaria con autores como Séneca, Quintiliano y Marcial. Las creencias indígenas se mezclaron con la religión romana, y a partir del siglo III d.C. el cristianismo comenzó a expandirse por toda la Península.
En el 409 d.C., suevos, vándalos y alanos, pueblos germánicos, invadieron la Península Ibérica. Roma pidió ayuda a los visigodos, un pueblo germánico romanizado, otorgándoles tierras mediante un foedus (pacto) a cambio de expulsar a los invasores. Tras ser derrotados por los francos en Vouillé (507), los visigodos se asentaron definitivamente en Hispania, formando un reino con capital en Toledo.
El rey, elegido por la nobleza, ocupaba la cúspide del poder. La administración se organizaba con:
Destacaron los Concilios de Toledo, reuniones político-religiosas convocadas por el rey y presididas por el arzobispo de Toledo. En el III Concilio de Toledo (589), el rey Recaredo se convirtió al catolicismo, abandonando el arrianismo, lo que fortaleció la unidad religiosa y el poder de la Iglesia.
En el ámbito cultural, sobresalió San Isidoro de Sevilla, y el rey Recesvinto promulgó en 654 el Liber Iudiciorum, un código legal que unificó las leyes visigodas e hispanorromanas, basándose en el derecho romano.
El carácter electivo de la monarquía provocó inestabilidad política. Tras la muerte de Witiza (h. 710), un conflicto sucesorio entre Rodrigo y Agila II debilitó el reino. En este contexto, los musulmanes, dirigidos por Tariq, y con apoyo de nobles visigodos, desembarcaron en Algeciras (711) e iniciaron la conquista musulmana de la Península Ibérica.
La economía de Al-Ándalus se basaba en la agricultura, con avanzadas técnicas de regadío e introducción de cultivos como algodón y arroz. Los latifundios pertenecían a grandes propietarios urbanos, y las ciudades fueron centros económicos clave. Se impulsó el comercio exterior (especialmente de aceite) y la artesanía.
La sociedad era estratificada por criterios étnicos y religiosos:
Las juderías fueron comunidades prósperas, con participación en la administración, hacienda, ciencia y filosofía, destacando Maimónides. Ejemplo artístico: la sinagoga de Santa María la Blanca (Toledo). En la base social estaban los esclavos africanos y eslavos.
Culturalmente, Al-Ándalus alcanzó un gran desarrollo en ciencia, medicina y matemáticas, actuando como puente entre Oriente y Occidente. Destacan monumentos como la Mezquita de Córdoba y la Alhambra de Granada.
Tras la invasión musulmana, surgieron en el norte los primeros núcleos cristianos. La Reconquista se desarrolló en varias etapas:
Los reinos cristianos se organizaron en concejos (local), condes (regional) y reyes asesorados por la Curia Real, ordinaria o plena. En León (1118) nacieron las Cortes, que incluían a los burgueses, convocadas para asesorar al rey y votar impuestos extraordinarios.
Los cristianos repoblaron los antiguos territorios musulmanes mediante distintos sistemas:
Durante la Edad Media se consolidó el modelo feudal, basado en el vasallaje y el señorío, por el cual el rey otorgaba tierras a nobles o monasterios a cambio de fidelidad. El campesinado vivía generalmente en servidumbre, mientras que los habitantes de ciudades de realengo dependían directamente del rey.
La sociedad era estamental, con:
Desde el siglo XI surgió la burguesía, un grupo no privilegiado que acabó participando en las Cortes gracias a su apoyo a la monarquía.
En la Corona de Castilla, se consolidó una monarquía autoritaria y centralizada, apoyada en instituciones como las Cortes, el Consejo Real (órgano asesor) y la Audiencia (tribunal de justicia). Los conflictos entre la nobleza y el monarca provocaron la primera guerra civil castellana (siglo XIV), que finalizó con el ascenso al trono de Enrique II de Trastámara.
En la Corona de Aragón, predominaba una monarquía feudal y pactista, donde el poder del rey estaba limitado por las Cortes aragonesas, valencianas y catalanas. Destacaba el Justicia de Aragón, encargado de defender los fueros frente a las aspiraciones autoritarias del monarca. Cada territorio conservaba sus propias leyes e instituciones, funcionando la Corona como una confederación de estados. Las Diputaciones tenían funciones políticas y fiscales. Con el Compromiso de Caspe (1412), la dinastía Trastámara de Castilla accedió al trono aragonés.
El Reino de Navarra mantenía también una monarquía pactista, con Cortes que garantizaban el respeto a los fueros, un Consejo Real asesor del monarca y la Diputación de los Tres Estados encargada de los impuestos. Por su cercanía a Francia, mantuvo lazos e intereses comunes con esta. Tras la muerte de Doña Blanca (1441), estalló una guerra civil entre Juan II de Aragón y su hijo, el príncipe Carlos, aunque Navarra no sería anexionada definitivamente a Aragón hasta el siglo XVI.
Tras la muerte de Enrique IV (1474), se produjo una guerra de sucesión entre Isabel de Castilla, apoyada por Aragón, y Juana “La Beltraneja”, respaldada por Portugal. Isabel aseguró el trono tras la batalla de Toro (1476) y la paz se firmó en el Tratado de Alcaçovas (1479).
La unión de Isabel y Fernando fue solo dinástica: cada reino mantuvo sus leyes e instituciones. Castilla tenía Cortes, moneda y leyes comunes, mientras Aragón conservaba tres reinos con sistemas propios.
Durante su reinado se fortaleció la monarquía:
En 1482 comenzó la Guerra de Granada contra el reino nazarí, debilitado por conflictos internos. Tras diez años de lucha, el 2 de enero de 1492 los Reyes Católicos entraron en Granada, culminando la Reconquista.
Tras la muerte de Isabel (1504), el gobierno pasó a su hija Juana, pero por sus problemas mentales y la muerte de su esposo Felipe, Fernando asumió la regencia de Castilla. Finalmente, ambas coronas quedaron unidas bajo Carlos, hijo de Juana y Felipe.
En 1486, Colón propuso a los Reyes Católicos llegar a las Indias por el oeste. Con las Capitulaciones de Santa Fe recibió títulos y el 10% de las riquezas. En 1492 partió de Palos y llegó el 12 de octubre a una isla de las Antillas (San Salvador), descubriendo luego Cuba y La Española. Hizo tres viajes más hasta 1504 creyendo haber llegado a Asia.
El Tratado de Tordesillas (1494) fijó un meridiano que repartía las zonas de expansión: occidente para Castilla y oriente para Portugal. Hasta 1515 se conquistaron las islas del Caribe, desapareciendo gran parte de la población indígena. Luego vinieron las grandes conquistas:
El éxito español se debió a su superioridad militar, la debilidad indígena y las alianzas locales. La colonización consistió en ocupar y explotar los territorios, sobre todo en agricultura y minería. Surgieron las encomiendas, que asignaban tierras e indígenas a los colonos para trabajar y evangelizar. La llegada de metales americanos impulsó la economía, controlada por la Casa de Contratación de Sevilla.
En 1516, Carlos I asumió el trono de Castilla y Aragón. Educado en Flandes y sin hablar castellano, trajo consejeros flamencos. Su política fiscal para ser emperador del Sacro Imperio causó la rebelión de los Comuneros, vencidos en Villalar (1521), y la de las Germanías en Valencia y Mallorca, sofocada en 1522.
En el exterior, buscó mantener la hegemonía imperial:
En las abdicaciones de Bruselas, cedió el Imperio a su hermano Fernando y España a su hijo Felipe II.
Con Felipe II surgieron conflictos internos como la rebelión de las Alpujarras (1568-1571), reprimida por Juan de Austria, y la crisis de Aragón (1590) por el caso Antonio Pérez, resuelta con la entrada del rey en Zaragoza. En el exterior:
Los Austrias del XVII delegaron el poder en sus validos.
En el siglo XVI, el mantenimiento del vasto imperio colonial generó grandes gastos que afectaron a las finanzas del reino, dependientes de los impuestos castellanos y de los metales procedentes de América. Durante el siglo XVII se produjo una crisis demográfica, económica y social en toda Europa:
La sociedad permaneció estamental, con escasa movilidad entre los grupos sociales.
En el plano cultural, el siglo XVI vio el auge del Renacimiento y el inicio de la Reforma protestante de Lutero (1517), que rompió la unidad religiosa del Sacro Imperio Romano Germánico y originó las guerras de religión. Para frenar el avance protestante, la Iglesia católica impulsó el Concilio de Trento (1545-1563), que dio origen a la Contrarreforma.
De esta renovación religiosa y política surgió el Barroco, un movimiento artístico al servicio de la Iglesia y la monarquía. En España, esta etapa coincidió con el Siglo de Oro, de gran esplendor cultural, representado por autores como Lope de Vega y Calderón de la Barca en literatura, y El Greco y Velázquez en pintura.
Con Felipe V (1700-1746) se instauró en España la monarquía borbónica y el modelo absolutista francés, continuado por su hijo Fernando VI (1746-1759). En 1713, Felipe introdujo la Ley de Sucesión, que permitía reinar a las mujeres si no había herederos varones. El Estado adoptó el mercantilismo, interviniendo activamente en la economía.
El proceso de centralización se consolidó con los Decretos de Nueva Planta, que abolieron los fueros e instituciones de Aragón, Valencia (1707), Mallorca (1715) y Cataluña (1716), manteniéndose en Navarra y el País Vasco por su apoyo al rey en la Guerra de Sucesión. Las Cortes de Castilla pasaron a ser las Cortes de España, quedando solo el Consejo de Castilla como órgano asesor.
Se crearon las Secretarías de Despacho (Guerra, Estado, Marina, Indias, Hacienda y Justicia), origen de los ministerios modernos. El país se dividió en provincias dirigidas por Capitanes Generales, con Reales Audiencias como tribunales e Intendentes encargados del desarrollo económico. Se mantuvieron los cargos de Corregidor, Síndico y Alcalde Mayor.
El Catastro de Ensenada (1749) racionalizó la recaudación, haciendo que los impuestos se pagaran según la riqueza. También se limitaron los privilegios de la Mesta y los gremios, favoreciendo la libertad comercial y la modernización económica.
Los Borbones aplicaron amplias reformas en América, especialmente en los virreinatos de Nueva España y Perú, con el fin de fortalecer el poder político y militar y sanear la economía de la monarquía.
Estas medidas lograron una mayor centralización y control sobre las colonias y aumentaron sus aportes económicos a la metrópoli. Sin embargo, también provocaron el empobrecimiento de muchas regiones americanas y un creciente descontento social, que sería el precedente de los movimientos independentistas del siglo XIX.
