Portada » Filosofía » Nietzsche y Marx: Pilares del Pensamiento Moderno sobre Ética, Ser Humano y Sociedad
Friedrich Nietzsche, filósofo alemán del siglo XIX, llevó a cabo una profunda crítica de la moral tradicional. Consideraba que los valores dominantes en su época —como la humildad, el sacrificio o el sufrimiento— eran contrarios a la vida. Su objetivo era desenmascarar el origen de estos valores y mostrar cómo habían degenerado en formas de vida decadentes.
Para ello, propuso una genealogía de la moral, un rastreo histórico del surgimiento y función de dichos valores. Nietzsche sostenía que el nihilismo moderno —el rechazo a la vida y a sus aspectos trágicos— no había existido siempre. Lo atribuía a un cambio histórico que comenzó con Sócrates y Platón, quienes, según él, habrían roto el equilibrio vital que caracterizaba a la antigua cultura griega.
Según Nietzsche, los griegos habían sabido combinar dos fuerzas esenciales: el espíritu dionisíaco, vinculado a la música, la embriaguez y lo irracional; y el espíritu apolíneo, ligado al orden, la medida y la razón. En las tragedias clásicas de autores como Esquilo o Sófocles, ambos impulsos convivían armoniosamente.
Esta armonía se perdió con Sócrates, quien impuso la supremacía de la razón y despreció lo instintivo y sensorial. Platón heredó esta actitud y la sistematizó en su teoría de los dos mundos, según la cual el verdadero mundo es el ideal y eterno, mientras que el mundo real es solo una copia imperfecta. Con ello, la realidad vital, con todos sus aspectos trágicos e irracionales, quedó desprestigiada.
Nietzsche consideraba que esta actitud se radicalizó con el cristianismo, al que definió como “platonismo para el pueblo”. La religión cristiana popularizó la idea de un más allá perfecto y despreció la vida terrena, instaurando una moral ascética basada en el sacrificio y el desprecio de los instintos. En este contexto surgió lo que Nietzsche llamó la moral de los esclavos, elaborada por los débiles a partir del resentimiento hacia los poderosos. Esta moral valoraba la obediencia, la humildad y la compasión, en contraste con la moral de los señores, propia de las antiguas élites, que afirmaba la vida, la fuerza y la creatividad.
Pero Nietzsche no se limitó a criticar: también propuso una nueva forma de vivir. Con la “muerte de Dios”, se abrió una nueva era en la que los seres humanos podían crear sus propios valores. Surgió entonces la figura del superhombre, aquel que afirma la vida en todas sus dimensiones, incluso en su aspecto trágico. El superhombre vive con amor fati, amando el destino tal como es, y acepta incluso la idea del eterno retorno, deseando que su vida, con todos sus momentos, se repita infinitamente. Así, Nietzsche propuso una ética vitalista, libre de dogmas y centrada en la afirmación plena de la existencia.
Karl Marx desarrolló una concepción del ser humano profundamente ligada a su teoría materialista de la historia. Frente a las filosofías idealistas, Marx afirmó que no es la conciencia la que determina la realidad social, sino que es la realidad material —especialmente las relaciones económicas— la que moldea la conciencia de las personas. Así, para comprender lo que somos, no hay que partir de ideas abstractas, sino de nuestras condiciones concretas de vida.
Marx entendió al ser humano no como un ente aislado o puramente racional, sino como un ser activo y social, cuya esencia se encuentra en su capacidad para transformar el mundo mediante el trabajo. A diferencia de otros animales, los humanos son capaces de trabajar de forma consciente, creativa y colectiva, produciendo bienes, herramientas, instituciones y cultura. El trabajo, por tanto, no es solo una necesidad para sobrevivir, sino el medio por el que los humanos se realizan y expresan su humanidad.
Sin embargo, en el capitalismo, esa capacidad se ve pervertida. Marx afirmó que en este sistema los trabajadores sufren alienación, es decir, una forma de extrañamiento respecto a su verdadera naturaleza. Esta alienación se manifiesta en varias dimensiones:
El ser humano también queda alienado de los demás, porque en una sociedad capitalista las relaciones se establecen en función del beneficio económico y la competencia, no de la cooperación. Incluso la relación consigo mismo se distorsiona, ya que el individuo vive sometido a necesidades impuestas por el mercado, atrapado en el consumo constante y sin poder decidir libremente qué desea o necesita realmente.
Esta alienación está sostenida por una ideología dominante que naturaliza la explotación y hace que los trabajadores no perciban su situación como injusta. Además, Marx denunció que la religión contribuye a mantener esta alienación, al ofrecer un consuelo ilusorio que impide la protesta y la transformación social.
Para Marx, esta situación no es inevitable. Creía que si se transforman las condiciones materiales —es decir, si se supera el capitalismo mediante una revolución—, los seres humanos podrán recuperar su verdadera esencia, vivir sin explotación, colaborar libremente y desarrollarse plenamente a través de un trabajo creativo y autónomo. Así, el ser humano podrá dejar de estar alienado y vivir conforme a su naturaleza como ser social, libre y transformador.
Karl Marx desarrolló una teoría del conocimiento profundamente ligada a su concepción materialista de la realidad y a su crítica del capitalismo. A diferencia de las posturas idealistas tradicionales, Marx sostuvo que el conocimiento no surge de una conciencia autónoma, sino que está determinado por las condiciones materiales de existencia. Según él, «no es la conciencia la que determina el ser, sino el ser social el que determina la conciencia».
Esto significa que las ideas, valores y conocimientos de una sociedad (la superestructura) dependen de su base económica y social (la infraestructura). En este contexto, Marx introdujo el concepto de ideología: un conjunto de representaciones que enmascaran las verdaderas relaciones de poder y explotación, favoreciendo los intereses de la clase dominante. La ideología no es un simple error, sino una distorsión sistemática que contribuye a mantener el orden establecido.
Un ejemplo central de esta distorsión es el fetichismo de la mercancía, donde las relaciones sociales entre personas se presentan como relaciones entre cosas. Así, el valor de los productos parece inherente a ellos, ocultando la explotación del trabajo humano que los genera.
A pesar de estas distorsiones, Marx no consideró el conocimiento como una herramienta condenada a la alienación. A través de la crítica y el análisis materialista de la historia, es posible alcanzar una conciencia de clase que revele las estructuras de dominación. De esta forma, el conocimiento adquiere un carácter emancipador.
Para Marx, conocer no es simplemente interpretar el mundo, sino transformarlo. El conocimiento está al servicio de la praxis revolucionaria: debe ser una herramienta activa para superar la alienación y construir una sociedad más justa.
Karl Marx es uno de los filósofos más influyentes en el ámbito político y social. Su pensamiento representó una ruptura con el idealismo filosófico anterior y planteó una crítica radical al sistema capitalista. Marx no solo analizó las injusticias del capitalismo, sino que también propuso una alternativa ética y política orientada a superar la desigualdad.
En el Manifiesto Comunista, Marx sostuvo que toda la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases: un conflicto constante entre una clase dominante y una clase oprimida. Según su concepción materialista de la historia, no son las ideas las que mueven el mundo, sino las condiciones materiales en las que viven las personas. Por tanto, fenómenos como la religión, el arte o las leyes no son independientes, sino que están determinados por la estructura económica de la sociedad.
Este enfoque se denomina materialismo histórico. Marx lo explicó afirmando que la infraestructura económica (la forma en que se organizan la producción y el trabajo) determina la superestructura ideológica (creencias, valores, instituciones). Esta infraestructura está en constante evolución por las contradicciones internas que surgen entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Así, la conciencia de los individuos está condicionada por su posición dentro de estas relaciones.
Para Marx, el rasgo esencial del ser humano es el trabajo, ya que mediante él transformamos la naturaleza para satisfacer nuestras necesidades. En el capitalismo, sin embargo, todo se convierte en mercancía: los objetos, los servicios e incluso la fuerza de trabajo humana. Esta es especial porque es la única mercancía que produce valor. Sin embargo, el obrero no recibe el valor total que genera, sino solo lo necesario para sobrevivir. La diferencia entre el valor producido y el salario recibido es el plusvalor, que se queda el capitalista, lo que constituye la explotación.
Marx afirmó que el sistema capitalista está condenado a entrar en crisis. Cuando la producción crece más rápido que el consumo, se produce una crisis de sobreproducción. Esta situación, unida a la toma de conciencia de clase por parte del proletariado, puede llevar a una revolución. En una primera etapa, se instauraría una dictadura del proletariado para transformar las estructuras económicas. Finalmente, al abolirse la propiedad privada de los medios de producción, desaparecerán las clases sociales y con ellas la lucha de clases. Así se alcanzará el comunismo, una sociedad sin explotación, sin clases y con igualdad real.