Portada » Historia » Los Reyes Católicos: Forjadores del Estado Moderno y la Expansión Ultramarina
Los Reyes Católicos fueron el primer ejemplo de monarquía autoritaria en los reinos hispánicos. Con ellos finalizó el convulso tiempo bajomedieval, dominado por los enfrentamientos entre los nobles, y entre estos y la monarquía. Los nuevos monarcas unieron sus Coronas para ganar peso y poder, construyeron las instituciones y organismos del Estado moderno, impusieron su poder político por encima del de la nobleza y el clero, y establecieron una política de alianzas internacionales, que les otorgaba poder e influencia en Europa.
El matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón (1469), herederos de las dos Coronas con mayor peso e importancia de la Península, dio origen, al acceder ambos al trono, a una nueva entidad política: la Monarquía Hispánica. Esta monarquía debe entenderse como una unión dinástica de dos Coronas, en la que cada reino siguió rigiéndose por sus leyes e instituciones, por lo que se conformó un Estado plural y no unitario, integrado por unos territorios (Castilla, Aragón, Cataluña y Valencia) que solo tenían en común una misma monarquía. Se denominaba España a la asociación de todos los pueblos de la Península Ibérica, pero no tenía un significado político; de tal manera que los Reyes Católicos no utilizaron la denominación de Reyes de España, sino de los diferentes reinos que la formaban. Las leyes, la moneda y las instituciones, así como las Cortes de cada reino, permanecieron diferenciadas, y las fronteras entre los diferentes territorios obligaban al pago de derechos sobre las mercancías. Ahora bien, en la nueva monarquía, las leyes y disposiciones reales eran firmadas por representantes de ambos reinos, cuyas instituciones se juraron mutua lealtad. A pesar de este aparente equilibrio, el mayor peso territorial, demográfico y económico de Castilla originó una creciente castellanización de la propia monarquía y un descenso del peso político de la Corona de Aragón, a lo largo de los siglos XVI y XVII.
Un territorio unido no era suficiente. Los monarcas coincidían también en la necesidad de imponer su autoridad a la nobleza y a parte del clero, que durante la Baja Edad Media se habían levantado repetidamente contra el poder real. Para ello, primero vencieron por las armas a la nobleza y a los grandes señores eclesiásticos (Toro, 1476) e impusieron su autoridad. Después, recuperaron parte del patrimonio real en manos de los señores, aunque aceptaron garantizar a la aristocracia y a la Iglesia su poder e influencia a cambio de su sumisión política. De este modo, consolidaron los privilegios jurisdiccionales (señoríos) de nobles y eclesiásticos o su poder dentro de la Mesta. Por otro lado, las Leyes de Toro (1505) generalizaron la institución del mayorazgo, que vinculaba las tierras a los grandes títulos nobiliarios.
Una vez dominados la nobleza y el clero, los monarcas organizaron una serie de instituciones eficaces para afirmar la autoridad real. De esta forma crearon:
Asimismo, los Reyes Católicos reorganizaron otras instituciones:
En la Corona de Aragón se mantuvieron las instituciones tradicionales, así como el mayor peso político de las Cortes. Ahora bien, se instituyó el cargo de lugarteniente (posteriormente, virrey), representante de los monarcas que ejercía plenamente la autoridad real. Igualmente, en Aragón continuó vigente la figura del Justicia Mayor, cuya misión era ejercer de árbitro entre el rey y sus súbditos. En Cataluña y Valencia siguieron funcionando sus propias instituciones judiciales.
A pesar de las reformas, controlar los territorios de la Corona, imponer las leyes y controlar los excesos de la nobleza y el clero no fueron tareas fáciles. Por ello, durante su reinado los Reyes Católicos se desplazaban de manera prácticamente continua por todo el territorio para impartir justicia y reforzar su autoridad, sin establecer una capital fija de los reinos.
Fuera de Castilla, algunas instituciones siguieron conservando su vigencia; como el Consejo de Ciento en Barcelona y Valencia, y la Generalidad (representación de las Cortes catalanas). Navarra conservó también alguna institución como la Cámara de Comptos.
Igualmente, Navarra, las provincias de Álava y Guipúzcoa, el señorío de Vizcaya y los reinos de la Corona de Aragón conservaron sus fueros (leyes y privilegios).
El gobierno municipal siguió encomendado a los Concejos o Cabildos, compuestos de concejales, alcaldes y otros cargos, y también de corregidores (representantes del rey en esos organismos locales). Los gobiernos municipales fueron desempeñados y controlados por las propias oligarquías de las ciudades.
La justicia continuó teniendo las Audiencias como órganos fundamentales. Pero también tuvo una excepcional importancia el Tribunal de la Inquisición (o Tribunal del Santo Oficio), que tenía jurisdicción en todos los territorios de la Corona y ejercía una función más política que la puramente religiosa.
El poder supremo fuera de Castilla lo tuvo, en los siglos XVI y XVII, el virrey, que reunía el poder civil, militar y judicial. Los virreinatos se extendieron por Europa y América, donde los virreyes nombraban gobernadores que ejercían el poder en su nombre. En la Península se crearon los virreinatos de Aragón, Valencia y Cataluña. En el exterior se establecieron virreinatos en Nápoles y Sicilia y en los dominios de América, en Nueva España y Perú, a los que posteriormente se añadieron el de la Plata y el de Nueva Granada. En territorios como Flandes o el Milanesado no hubo virreyes sino gobernadores militares.
El poder real se completaba con un poderoso ejército que dependía del rey. En el siglo XVI, el ejército imperial estaba compuesto de soldados castellanos, alemanes, suizos, italianos, etc., que integraban la principal fuerza, los tercios de infantería. El ejército se componía por lo común de mercenarios, pero en ocasiones se practicaban levas entre la población para su reclutamiento.
El gran problema para mantener todo este sistema administrativo y militar era la falta de dinero de la Hacienda real. Las finanzas estuvieron mal administradas y empleadas: se gastaba demasiado en las guerras y en la burocracia, no había presupuestos sólidos, la Hacienda cayó en manos de banqueros extranjeros (genoveses, sobre todo), que facilitaban préstamos con altos intereses y, en definitiva, el Estado llegó varias veces a estar en bancarrota.
Unidas las dos Coronas, los Reyes Católicos coincidían en la necesidad de completar la unificación territorial de los reinos hispánicos para consolidar un Estado fuerte que pudiera expandirse fuera de la Península. De este modo actuaron en:
Como todos los monarcas autoritarios, los Reyes Católicos dedicaron amplios esfuerzos a la política exterior. Cabe destacar:
Los Reyes Católicos realizaron una intensa política matrimonial mediante la formalización de alianzas con diversos reinos europeos:
Desde la conquista de las Islas Canarias, los castellanos habían abierto rutas en el Atlántico, pero sin duda eran los portugueses, pioneros en viajes y descubrimientos, los que dominaban las vías marítimas.
Cristóbal Colón, navegante de origen probablemente genovés, presentó, primero en la corte portuguesa y después a los Reyes Católicos, una propuesta basada en la esfericidad de la Tierra, que consistía en abrir una nueva ruta al Oeste para alcanzar tierras asiáticas en busca de oro y especias, en lugar de bordear África. Al principio, dicha ruta fue rechazada por las dos coronas, pero finalmente Isabel de Castilla aceptó y puso a disposición del navegante los medios para el viaje. El contrato entre Colón y los reyes (Capitulaciones de Santa Fe, 1492) establecía los cargos y beneficios que le reportaría la empresa del descubrimiento de la nueva ruta.
El 3 de agosto de 1492 salieron de Palos (Huelva) tres naves que, después de una escala en Canarias, alcanzaron tierra el 12 de octubre del mismo año en unas islas del Caribe: Guanahaní o San Salvador, Cuba y La Española. Las expectativas de riqueza generadas por el descubrimiento hicieron que el viaje siguiente, en septiembre de 1493, incluyera 17 barcos y 1200 hombres. Colón realizó una tercera y una cuarta expedición que alcanzaron las costas del continente americano. Murió en 1506, convencido todavía de haber llegado a tierras asiáticas.
En 1511 había concluido, prácticamente, la conquista de las grandes islas y el conjunto de las Antillas estaba bajo control de la monarquía. Las riquezas descubiertas resultaron menores de lo esperado, la población era escasa y el clima desfavorable para el desarrollo de la agricultura, tal y como se practicaba en Castilla. Sin embargo, eran evidentes las perspectivas de hallar un nuevo continente con una gran extensión de tierras.