Portada » Historia » La Sucesión de Fernando VII y las Regencias Liberales (1833-1843): Carlismo e Isabel II
Fernando VII (1808-1833) tuvo dos hijas con María Cristina de Nápoles. La princesa Isabel nace en 1830, y el rey deroga, mediante la Pragmática Sanción, la Ley Sálica (aprobada por Felipe V), que impedía reinar a las mujeres en España. Como consecuencia, da comienzo la disputa ideológica que protagonizaría las siguientes décadas: el carlismo. Esta sanción eliminaba la posibilidad de reinar del infante Carlos María Isidro (hermano de Fernando VII).
La muerte de Fernando VII en 1833 avivó el problema. Isabel tenía 3 años, por lo que María Cristina actuó como regente (1833-1840). Sin embargo, Carlos reclamó para sí el derecho a la Corona. Carlos se encontraba en el exilio en Portugal, para evitar intromisiones políticas, y ante su negativa a reconocer a Isabel como heredera. Proclama el Manifiesto de Abrantes y consigue el apoyo de los carlistas o apostólicos, representantes de la continuidad del Antiguo Régimen. Así comenzaron los levantamientos armados de la primera guerra civil del siglo XIX: la Primera Guerra Carlista (1833-1839).
El conflicto dividió al país en dos facciones principales:
El general carlista Tomás Zumalacárregui dominó la guerra con el empleo de tácticas guerrilleras en la zona norte. Sin embargo, murió durante la toma de Bilbao. Baldomero Espartero coordinó al ejército cristino en la batalla vizcaína. El general Ramón Cabrera tomó el mando carlista y la contienda se trasladó al Maestrazgo (Teruel y Valencia). Las tropas carlistas llegaron incluso hasta Madrid, pero fuera de su zona de origen, apenas contaron con respaldo.
La imposibilidad de ganar la guerra creó grandes tensiones en el bando conservador. Se dividieron entre los extremistas contrarios a cualquier paz (Cabrera continuó un año más la guerra) y los más moderados, que finalmente firmaron en 1840 el Convenio de Vergara (entre Maroto y Espartero), reconociendo la victoria de las tropas liberales.
Al inicio de la regencia, María Cristina sustituyó como primer ministro a Cea Bermúdez por Martínez de la Rosa, de carácter moderado. Se aprobó en 1834 el Estatuto Real, una Carta Otorgada que definía a España como una monarquía constitucional, pero sin referencia a la soberanía nacional ni a los derechos fundamentales. Las Cortes se asemejaban a las británicas:
Esta etapa moderada se conoce como liberalismo doctrinario y se caracterizó por el proteccionismo económico, el mantenimiento del orden público y de la seguridad, además de mejoras en las relaciones con la Iglesia católica.
En contraposición, los liberales progresistas (buena parte del Ejército, hombres de negocios y periodistas) defendían ampliar el derecho a voto y las libertades, es decir, la vuelta a la Constitución de 1812. Durante la guerra, la regente se apoyó en este sector y Juan Álvarez Mendizábal se convirtió en el jefe de Gobierno (1835). Mendizábal reformó la ley electoral, instauró las Diputaciones provinciales y promovió la desamortización de los bienes del clero.
En 1836 se produjo la sublevación militar en la Granja de San Ildefonso. Estaba dirigida por progresistas que buscaban forzar a la reina a suspender el Estatuto Real y restablecer la Constitución de 1812. Finalmente, se convocaron Cortes constituyentes y se redactó la Constitución de 1837, que destacó por:
El voto pasó a ser directo y el sufragio restringido masculino para mayores de 25 años (aproximadamente el 2% de la población). En 1840, María Cristina renunció a la regencia debido a un nuevo enfrentamiento con los progresistas por la nueva Ley de Ayuntamientos.
María Cristina fue sustituida por el general Baldomero Espartero (1840-1843), héroe de la guerra carlista. Los problemas surgieron por su forma autoritaria de gobernar, apoyándose en militares afines y alejándose del sector progresista de las Cortes (Joaquín María López).
Los sucesos de Barcelona contribuyeron a desprestigiar al regente. A los empresarios del textil catalán no les agradó el proyecto de negociación librecambista con Inglaterra. El malestar acabó en una insurrección social con barricadas en Barcelona, y Espartero respondió bombardeando la ciudad. Este grave incidente redujo los apoyos que recibía el regente. El sector progresista provocó levantamientos armados por toda España, a los que se unieron los moderados de Narváez. Espartero, sin apoyos, abandonó el país.
La única alternativa para la Corona fue nombrar a Isabel II mayor de edad con tan solo trece años. Además, el enfrentamiento entre progresistas acabó facilitando la vuelta al poder a los moderados.
