Portada » Lengua y literatura » La Poesía Española del Siglo XX: Movimientos, Autores y Legado
El Realismo Social de Posguerra en España surgió como una reacción directa al devastador contexto tras la Guerra Civil. Tras la guerra, España quedó culturalmente aislada y con grandes pérdidas de referentes poéticos, como la muerte de Lorca y Machado o el exilio de Juan Ramón Jiménez o Cernuda. Se generó un ambiente de vuelco social.
A diferencia de la Generación del 27, esta poesía se alejó del hermetismo de las vanguardias y del esteticismo elitista para convertirse en una herramienta de denuncia y testimonio social. Se proclamó como portavoz del pueblo, buscando una poesía rehumanizadora, sencilla y fraternal, al estilo de Unamuno o Machado.
Las características de esta poesía fueron las siguientes:
El poema se convirtió en una herramienta de comunicación social, no en un objeto de contemplación estética.
La poesía realista de posguerra no fue solo un giro temático, sino una actitud vital, una forma de estar en el mundo. Se rechazó la idea del poema como arte eterno y se enfatizó su dimensión histórica y social. Fue una poesía situada, que respondió a su tiempo. Se aspiró a una poesía para la “inmensa mayoría”, que representara al hombre común, como lo señaló Celaya.
Gabriel Celaya fue un poeta que buscó en la poesía la expresión cotidiana: “Cantemos como quien respira. Hablemos de lo que cada día nos ocupa. No hagamos poesía como quien se va al quinto cielo o como posa para la posteridad. La poesía no es —no puede ser— intemporal, o, como suele decirse un poco alegremente, eterna”. Para él, la poesía no se trataba de convertir en “cosa” una interioridad, sino de dirigirse a otro a través de la cosa-poema.
Gabriel Celaya (1911-1991) se consolidó como una de las voces más representativas de la poesía social española del siglo XX, especialmente durante el franquismo. Su obra es un elocuente ejemplo de cómo el arte puede ser instrumento de denuncia y transformación social. Su poética de la denuncia nace de una clara intención: la poesía no debe ser evasión, sino acción, un medio para intervenir en la realidad.
La vida de Celaya estuvo marcada por el conflicto entre su origen burgués vasco y su progresiva militancia política en el Partido Comunista Español. Este contraste personal se tradujo en una voz poética crítica, que se enfrentó tanto a la injusticia como al canon estético dominante. Participó activamente en la Guerra Civil del lado republicano, lo que marcó su conciencia de clase y su postura crítica frente al sistema.
Aunque es ampliamente reconocido por su poesía de denuncia, en libros como Penúltimos poemas (1982) Celaya incorporó dimensiones más abstractas y filosóficas, apostando por una “poesía órfica”, conectada con la conciencia cósmica y transindividual. “El lenguaje que se dice a sí mismo: el lenguaje que nos constituye a todos” — Penúltimos poemas. En este estadio posterior, sin renunciar a lo colectivo, el poeta reflexionó sobre la unidad del ser humano en el universo, en una especie de evolución desde la lucha concreta hacia una comunicación trascendente, aunque no mística.
Celaya recogió el testigo de Antonio Machado en su voluntad de ser “voz del hombre cualquiera”, y se inspiró también en Bertolt Brecht con una poesía pedagógica, que cuestiona, sacude y compromete.
Su influencia se mantiene vigente como símbolo de la resistencia cultural antifranquista, y su obra sigue siendo modelo de una poesía que no renuncia al poder de la palabra en la vida pública.
Conclusión: La poética de la denuncia en Gabriel Celaya representó un punto de inflexión en la poesía española del siglo XX. Su obra nos recuerda que el arte no es neutro, y que la palabra puede ser combate, abrazo, consuelo y motor de cambio. Desde la trinchera de lo cotidiano y lo colectivo, Celaya construyó una poética comprometida que, sin duda, sigue disparando al futuro.
El poemario entero expresa el sentido opresor de la mano de Dios. A la vez, protesta contra su silencio: es una lucha denodada y desgarrada contra ese silencio de Dios. Lo que empieza siendo un duelo “hombre-muerte”, acá acaba siendo un forcejeo entre el hombre y Dios. La fractura interior producida, al no poder realizar nuestra irreprimible necesidad de trascendencia, se concreta en esa ruptura lingüística del sistema lógico: “alas de cadenas” (figuras de la tragedia clásica). Pese a que presenta una visión trágica de la vida, llega a conclusiones lógicas: “Esto es ser hombre: horror a manos llenas”. La tragedia se encarna en la metáfora paradójica de un ángel. Las alas de este ángel, que supuestamente deberían elevarle, forman las cadenas que lo agobian. Dramática ironía: nuestras esperanzas religiosas no son más que la causa de nuestro encarcelamiento y sufrimiento.
Podemos ver que, si bien hay poemas dedicados a mujeres que por momentos parecieran poner en paréntesis su angustia existencial, solo se trata de un consuelo pasajero que rápidamente se esfuma. Aunque busque en la mujer una nueva vía para trascender sus propios límites existenciales, sabe que se trata de un sueño imposible, una falsa quimera e incluso deviene en una nueva fuente de angustia. Dicha concepción del amor bebe directamente de la poesía amorosa de Quevedo. El verso de Quevedo con el que está dialogando acá alude a la figura mítica de Tántalo, quien fue castigado por Zeus a pasar sed y hambre para siempre en el Hades, a pesar de estar de pie en un estanque de agua y con un árbol frutal casi a su alcance: “Tántalo en fugitiva fuente de oro”. Se trata de un verso que para Blas de Otero cifra la experiencia amorosa. Por un momento el poeta cree haber evadido del tiempo, pero la realidad no tarda en imponerse.
Para Rosales el poema se sustenta en la voluntad. En tal sentido, el poema deja de ser tanto racionalista como subconsciente o disperso. Hay dos elementos clave que lo articulan:
En el prólogo deja claro su propósito: “conservar las experiencias del pasado por medio de su lenguaje”. Expresa la conciencia del devenir hacia la vejez y la muerte, además del sufrimiento por y la búsqueda de la otredad (recuerdo de sus amigos, novias, familia): es una poesía del nosotros. Hay muchos episodios relacionados con la casa del hablante. A partir de lo doméstico y cotidiano, surge la alucinación, lo onírico e incluso lo fantasmagórico. Usó el versículo largo (como los salmos), pero dejó muchos versos en blanco para captar la idea de lo vago y fluido que son los recuerdos. Usó muchas repeticiones, vocablos cotidianos y paralelismos.
Todo esto apunta a lo irreversible del tiempo: la memoria va trayendo elementos uno a uno, a medida que va iluminando una casa oscura. Tiempo elástico: “en el fondo el orden cronológico de los acontecimientos no es significativo, ya que pasado, presente y futuro son nociones que se confunden, que no tienen validez real. El tiempo es elástico, lo que sucede una vez sucede para siempre, los muertos y los vivos conviven, se reúnen e iluminan entre sí” (Montetes-Mairal 158). Tres espacios:
El discurso poético es lento. “…discurso lento como un río desparramado, en el que cada verso avanza un poco, respecto del anterior, y en el que parece que algunas palabras tropiezan y han de volver atrás para tomar carrerilla, pero todo esto es consciente y voluntario” (García de la Concha 851). En “Algunas consideraciones sobre el lenguaje”, decía Rosales: “la palabra no sólo integra, sino origina el sentido de la preposición y es como el núcleo vivo alrededor del cual se organiza el sentido […]. La palabra esencial […] es una fuerza que hace girar el pensamiento alrededor de sí, y alrededor de sí va situando a las demás palabras de la oración en una órbita determinada y fija”.
“El poeta va, en ese sentido, estrujando las palabras cotidianas, a fin de extraerles la sustancia poética de lo cotidiano, y, para ello, las asedia desde diversas posiciones y las hace entrechocar con sus semejantes categóricas hasta que salta la chispa iluminadora” (García de la Concha 852).
La casa adquiere una connotación sagrada: todas las casas son la misma, y todas las personas que se ha ido encontrando allí son las mismas, en la medida que están en comunión con él. Las casas se comprenden y caben una dentro de otra. Panteísmo cósmico: “el yo poético muere y nace de sí mismo merced a la memoria, y en este renacer asume que vida y muerte son identificables y se realimentan” (Montetes-Mairal 162). Final de gratitud a Dios: “ha obrado el milagro, ha logrado iluminar, de una vez, las ventanas de todas las estancias de la casa, para que todas las habitaciones se comuniquen entre ellas, pero también con el exterior, con el resto de la humanidad. Sólo le resta al yo poético agradecerle a Dios haber propiciado ese viaje de formación, de aprendizaje poético y existencial. Las últimas palabras del libro son de gratitud, y confieren su título a la obra: Gracias, Señor, la casa está encendida” (Montetes-Mairal 186).
Es muy heterogéneo pues recoge poemas escritos desde 1937. Todo queda ligado a la palabra. Dos epígrafes vinculados con la memoria:
“Rimas parte de la conciencia, agudizada entre las ruinas, de que el mundo está mal hecho, y constituye un intento de construir una salida hacia la esperanza.
La poesía española de la segunda mitad del siglo XX se caracterizó por una transición desde la poesía social hacia una más personal e intelectualizada. Los poetas del medio siglo buscaron renovar el lenguaje poético y explorar nuevas formas de expresión.
Uno de los exponentes más destacados de esta etapa es José Ángel Valente, cuya obra refleja una preocupación por la palabra poética y su capacidad de trascendencia.
Rol de la Censura: No fue responsable de la muerte de la poesía social. Se mostró más desdeñosa que combativa con este tipo de poesía. Incluso podría decirse que el fenómeno censor contribuyó más a su dignificación formal antes que a su desaparición. Ayudó a alambicar el lenguaje poético. Los poetas se adiestraron en el distanciamiento. Es por ello que ese espacio que empezó a desatender la poesía pasó a ser ocupado por la canción.
José Ángel Valente fue un poeta, ensayista y traductor español, considerado una de las figuras fundamentales de la poesía contemporánea en lengua española. Su obra evolucionó desde una primera etapa influenciada por la poesía social hasta un lirismo más hermético y metafísico.
1. Tejí la oscura guirnalda de las letras: hice
2. una puerta: para poder cerrar y abrir, como
3. pupila o párpado
Es interesante que el alfabeto hebreo solo tenga consonantes y no vocales, porque entonces alude indirectamente al silencio: evoca lo que no se dice, lo que no se puede articular. Al respecto, señala Vergara García: “Así, es posible que la riqueza del poemario no radique tanto en su contenido como en lo que no está ahí; en lo que la voz poética calla y se guarda para sí. Cercana a una aniquilación de la poesía: es el silencio lo que está lleno de significados y la poesía es ante todo enunciación, palabra sonora” (2023: 71). He ahí las dualidades luz/oscuridad y cerrar/abrir: “Tejí la oscura guirnalda de las letras”: entre las letras y entre las palabras hay espacios oscuros, misterio: silencios. Una vez unidas, simbolizan la posibilidad de callar y nombrar (“para poder cerrar y abrir”). Para Valente, Dios no puede crear porque él mismo ocupa el todo. Por ello se exilia hacia el interior de sí mismo. Valente considera que lo primero que crea Dios es en realidad la Nada: “Dios cierra la puerta de su mundo para que otro pueda existir afuera. Lo calla, hace que se convierta en nada para que nosotros podamos hablar; cierra él su puerta para que la nuestra pueda abrirse” (Vergara García 2023: 72). La puerta es solo un espacio liminar: posibilidad de observar y de ocultar. Lo importante es lo que queda dentro o fuera de ella.
Podríamos decir que la suya no es una poética performativa que busque hacer cosas con la palabra [como veíamos en algunos poetas de posguerra], sino que es una poética que pone acento en el estar, en un estado de formación incipiente. Así entiende la creación poética: “Escribir es como la segregación de las resinas; no es acto, sino lenta formación natural. Musgo, humedad, arcillas, limo, fenómenos del fondo, y no del sueño o de los sueños, sino de los barros oscuros donde las figuras de los sueños fermentan. Escribir no es hacer, sino aposentarse, estar”. Tal vez podríamos referir a una poesía germinativa. Así lo expresó Lezama Lima, quien considera que no había poeta en España más puesto en el centro del espacio germinativo, con la precisión de la ceniza, de la flor y del cuerpo que cae.
6 EL CENTRO es un lugar desierto. El centro es un espejo donde busco mi rostro sin poder encontrarlo. ¿Para eso has venido hasta aquí? ¿Con quién era la cita? El centro es como un círculo, como un tiovivo de pintados caballos.
La obsesión con el tiro al blanco se relaciona con una idea de darle al centro que no es intencional. No tiene que ver con el propósito de lograr una meta, sino con la esencia de la liberación. Y el “ser libre significa falta de intención”. Es por eso que acá el centro es un lugar desértico. Este poema combina “distintas temporalidades en las que el yo del presente conversa de manera sugestiva con el niño-tú del pasado. Las reminiscencias de la infancia se expresan como un objeto que el sujeto intenta guardar con la misma obsesión que la del tirador por el blanco. Sin embargo, el espacio del centro no enfatiza el objetivo del blanco, sino el paso del aire y su agitación” (Ching, 2015: 231).
Conclusión: José Ángel Valente se consolidó como una de las voces más influyentes de la poesía contemporánea en español. Su evolución poética, desde la poesía social hasta un lenguaje hermético y metapoético, lo convierten en un referente clave para comprender la poesía del medio siglo y su posterior desarrollo.
En su texto autobiográfico con que inicia Las Personas del Verbo (1975), enfatiza esa existencia nómade entre Cataluña y Castilla, entre la ciudad y el campo. Reconoce su origen burgués. Estudió Derecho entre Barcelona y Salamanca. También pasó una larga temporada en Manila y llegó a ser secretario general de la compañía tabaquera donde trabajaba su padre y donde él mismo iba a trabajar. Esto porque no había pasado las oposiciones para ser diplomático y se suponía que tampoco lograba conseguir una plaza en la universidad por ser homosexual. Curiosa manera de declarar su afiliación política: “Bastante dinero. No ahorro. He sido de izquierdas y es muy probable que siga siéndolo, porque la fidelidad es una de mis virtudes burguesas.”
Gil de Biedma se vincula a la “Escuela de Barcelona”, un grupo de poetas que incluye a Carlos Barral y José Agustín Goytisolo, quienes compartían una visión renovadora de la poesía española. Se distingue por la influencia de la poesía anglosajona, especialmente de W.H. Auden y T.S. Eliot, lo que le permitió adoptar un tono más coloquial y reflexivo. Su poesía se alejó del tono grandilocuente de la poesía social predominante en su tiempo, eligiendo en su lugar un lenguaje más accesible, irónico y con toques de cinismo. Sus poemas exploran la memoria personal, el deseo y la conciencia de la propia biografía. La reflexión sobre el tiempo y la decadencia es un tema central en su obra.
Poesía de la experiencia.
Jaime Gil de Biedma es considerado una de las figuras más influyentes de la poesía española contemporánea. Su habilidad para combinar lo personal con lo social y su estilo directo han influido en numerosas generaciones de poetas. Aunque su producción literaria no es extensa, su obra sigue siendo relevante y objeto de múltiples estudios.
La vejez es vista como una segunda infancia prolongada. Le deprime imaginarse decrépito. Este poema puede leerse como una suerte de renuncia. No supo ni quiso responder a los problemas que la edad le planteaba. A pesar de estar tan familiarizado con los monólogos dramáticos de la lírica moderna (como Machado, Pessoa o Borges), no se siente capaz de crear una mayor variedad de máscaras o de personajes.
Examen de autoconciencia: En una de sus últimas entrevistas, el mismo Gil de Biedma explicó que ambos poemas están hermanados como “metáforas dramatizadas de la íntima y sórdida relación que toda persona mínimamente lúcida y reflexiva mantiene consigo mismo y con los avatares de su autoconciencia” (citado en Ballart 2005: 252).
Para Ballart uno de los aspectos que distancia la poesía de la prosa es que en la prosa el narrador nos va mostrando qué ocurre, quién habla y quién hace. Sabe que como lectores estamos ante él ávidos de conocer más cosas y somos sus invitados; en cambio, en el poema somos unos fisgones.
Ballart subraya que Gil de Biedma hace una composición de lugar en su poesía: tiene que hacernos entrar en situación como si se tratase de una obra de teatro. He ahí que luego pueda ser elíptico, porque ya nos hizo entrar en esa situación (ese tiene que ser el punto de inicio del poema). El mismo Gil de Biedma lo expresó así: “Si yo vivo en Salamanca y, al regreso de un paseo, me preguntan dónde he estado, no contestaré «en un río», ni tampoco «en el Tormes»; diré simplemente «en el río». Pues lo mismo el poeta; puesto en trance de escribir, como nosotros en trance de hablar, se sirve del artículo determinado para designar un objeto que sólo reconoce en cuanto previamente inserto en el sistema de referencias desde el cual se expresa” (citado en Ballart 2005: 186).
Lo que hace el poeta a través de la primera persona no es algo confesional, pues lo que instala es solamente un gesto: no documenta una identidad ni establece hechos biográficos. Lo que hacen los buenos poetas, dice Ballart, es pedirle al lector que entienda y permita “la verdad de las máscaras”.
Gloria Fuertes fue una poeta española cuya obra ha sido objeto de múltiples interpretaciones y revalorizaciones. Su poesía, a menudo etiquetada como infantil o humorística, encierra una profundidad que la hace merecedora de reconocimiento en el panorama literario del siglo XX.
Durante años, gran parte de la crítica literaria consideró a Gloria Fuertes como una autora menor o, directamente, una “poetisa infantil”. El hecho de que participara en programas televisivos para niños y su tono aparentemente ingenuo hicieron que se la colocara fuera del canon literario “serio”. Además, su condición de mujer, de clase trabajadora y su lenguaje sin ornamentos, cercano al habla cotidiana, alimentaron estos prejuicios. Sin embargo, en las últimas décadas, especialmente a partir de 2017, su obra ha sido revalorizada por su autenticidad, su profundidad emocional y su originalidad formal.
Fuertes no fue solo poeta. Fue narradora, dramaturga, articulista, cuentista y figura mediática. Publicó relatos y obras teatrales, colaboró en revistas literarias, dio conferencias en Estados Unidos (gracias a una beca Fulbright), y participó en programas de televisión para niños. Supo moverse entre registros muy distintos: desde la poesía política hasta la literatura infantil, desde el ensayo hasta el activismo cultural. Esta versatilidad ha sido clave en la reciente relectura de su figura, ya que rompe con el estereotipo de autora infantil limitada a un solo público.
Aunque Gloria Fuertes nunca hizo pública su orientación sexual, hay consenso entre investigadores sobre su pertenencia a la disidencia sexual. Su vida amorosa estuvo marcada por relaciones con mujeres, como la poeta estadounidense Phyllis Turnbull. En su obra aparecen referencias indirectas a estos vínculos, casi siempre tratadas con discreción o metáforas.
Fuertes no encaja en ninguna de las escuelas literarias que marcaron el siglo XX español. No pertenece a la Generación del 36, ni a los Novísimos, ni al realismo social clásico. Su voz es absolutamente personal, tanto por su lenguaje como por sus temas. Por eso se le ha definido como una poeta inclasificable. Esta condición de “rara avis” ha contribuido a su marginalización, pero también a su posterior redescubrimiento como figura única e imprescindible.
La influencia de Ramón Gómez de la Serna se nota en el uso del humor, el juego con las palabras, la sorpresa, la ternura mezclada con la crítica. Como él, Fuertes escribe con una mezcla de ironía y amor por lo cotidiano. La greguería —esas breves frases que mezclan metáfora y humor— encuentra en Fuertes una heredera que lleva ese estilo a terrenos más emocionales y sociales.
Fuertes participó en redes de escritoras que trataban de apoyar la literatura hecha por mujeres en un entorno dominado por varones. Aunque nunca militó en movimientos feministas al estilo académico, su obra está atravesada por una conciencia de género muy clara. Critica el machismo, denuncia la desigualdad, y reivindica una voz femenina que se sabe marginal pero poderosa.
Fuertes tenía una religiosidad muy particular: no institucional, no dogmática, sino espiritual, ética, cercana a los valores del cristianismo primitivo. Su dios es compasivo, a veces ausente, otras veces maternal. La religión en su obra no es doctrina, sino refugio emocional y recurso expresivo.
Su visión de la religión es inclusiva y humanista, más centrada en la empatía que en la doctrina.
Su concepto del amor abarca diversas formas de afecto y se aleja de los convencionalismos románticos. El amor en Gloria Fuertes no se limita a lo romántico ni a lo heterosexual. Abarca el afecto entre amigas, el amor por los animales, la compasión por el prójimo, el erotismo queer, el deseo frustrado, la ternura por lo roto. Esta amplitud le da a su poesía una dimensión inclusiva y profundamente humana.
Gloria Fuertes dejó una extensa obra que incluye poesía, narrativa y literatura infantil, consolidándose como una de las figuras más singulares de la literatura española del siglo XX. La obra de Gloria Fuertes es extensa. Destacan:
Por ejemplo, suscribieron a la poesía del conocimiento de Valente. La obra no comunica, sino que expresa y para que pueda ser significada.
Ahora bien, lo que los distancia es que estos poetas del 50 usaron la obra para examinar y reconstruir experiencias y temas personales, en una búsqueda de autoconocimiento. En cambio, los novísimos evitan lo personal y anecdótico: buscan sus referentes en textos literarios y culturales previos, construyen estructuras lingüísticas y formales para reflejar sus temas.
“En efecto, el canon es algo más que una forma de catalogar y clasificar la historia; fundamentalmente consiste en un modo de enfrentarse a la realidad y, por ende, de escribir (esto es, de rehacer) la historia” (Talens 1992: 14).
Es hijo de los escritores Leopoldo Panero y Felicidad Blanc. Hermano también del poeta Juan Luis Panero. Ligado desde la infancia al mundo literario. Su primera aparición será en la Antología de Castellet. Y luego aparecerán varios libros de poemas, relatos y ensayos.
Chocó con la institución psiquiátrica en 1968: será sucesivamente internado en varios centros. También pasó por detenciones, intentos de suicidio y otros excesos varios. Con todo, no escribe poesía exactamente autobiográfica: “deja de significar en cuanto experiencia autobiográfica para pasar a ser una oscura figura donde la vida del poeta es de naturaleza diferente a la de la palabra: «Yo he sabido ver el misterio del verso / que es el misterio de lo que a sí mismo nombra» («La cuádruple forma de la nada», en Orfebre)” (Blesa 2024: 9).
Es un silencio que prácticamente surge como un acto de rebeldía: “no un silencio que carezca de significación, sino uno que refleja como en un espejo aquel otro en el que la poesía ha sido recluida en el mundo actual, silenciamiento que en un bucle regresa ahora para ser arrojado a la cara de quienes detentan el poder del discurso, de quienes prescriben qué se puede (y debe), y qué no, decir, qué sea lo que ha de circular en el diálogo social. De ese diálogo el discurso poético ha sido excluido al hacer de él una alocución sin respuesta, palabra dicha por nadie y para nadie” (Blesa 2024: 11).
Se vale de palabras que escapan al léxico poético, aunque igual incorpora algunos (como “rosa”, como emblema de su vocabulario). Algunos que escapan a ello son: retrete, wáter, orina, mierda, heces. Transita desde el habla más vulgar hasta la más excelsa.
Pone sobre la mesa un catálogo de amores que se extralimitan, se sustraen a la norma. Podrían considerarse anormales. No excluye la violencia ni otras formas de unión sexual silenciada. Por ejemplo: beso negro.
Es poesía sin territorio. Se va por los contornos para encontrar puntos de apoyo desde los que reiniciar la aventura de la escritura. El poema es planteado como reelaboración de la página de otro. Sigue la Poética del Último Libro: una vez se acaba la literatura, no queda más que volver sobre lo anterior y reescribirlo. Considera que la literatura no es más que una inmensa prueba de imprenta y los escritores últimos o póstumos nada más somos correctores de prueba. En efecto, uno de sus últimos libros se llama Teoría lautreamontiana del plagio (1999).
No es un autor confesional: “aunque no eluda la primera persona singular, no se confunde con ella.” A través de dos elementos él expresa esta distancia autobiográfica:
De tal modo la autobiografía pasa a ser nada más un efecto de sentido. Él mismo dice: “Pero no narro mi historia: es un vicio muy triste y muy español el de creer universal la propia anécdota. Narro la historia únicamente de un escritor imaginario”. Su individualidad no se constituye como un sujeto sino como un lugar desde el cual hablar, desde donde se expone la huella de un cruce de convenciones sociales y discursivas explicitadas como tales.
Los postnovísimos es una categoría que sirve de enlace entre los poetas del 68 y los del 80. Luis Antonio Villena publicó una antología en 1986 bajo este rótulo. Se puede separar la poesía metafísica de la experiencia, “a las que Villena ha rebautizado recientemente como poesía del irracionalismo cognoscitivo y poesía del realismo meditativo […] Mientras que la tendencia experiencial defendía la utilidad de la poesía y la perspectiva del poeta como un ciudadano normal, la tendencia metafísica participaba de una idea mediúmnica de la creación. Según esta concepción, el autor acaso ya no escribía al dictado de las musas, pero aún pretendía capturar una vibración trascendente que escapaba a la realidad referencial.
Son los poetas marcados por la transición democrática: tras la euforia entre el 76 y el 78, vino una etapa de desencanto que se prolongó hasta el 82. Algunos hechos que marcaron ese primer periodo eufórico son: la legalización del PCE el 77, la celebración de elecciones democráticas el mismo 77 con la victoria de UCD, el regreso de Josep Tarradellas desde el exilio para restablecer la Generalitat catalana, la supresión de la censura y la creación del Ministerio de Cultura y Vicente Aleixandre obtiene el Nobel. El 76 nace el diario El País, como supuesto paradigma de la libertad de prensa.
Se reemplazó la cultura de la movida por la cultura del pelotazo: “basada en la exaltación del consumo y en el aprovechamiento de los filtros del mercantilismo neoliberal. Este contexto se identifica con un nuevo entorno histórico-político cuya proximidad cronológica exime de tratarlo aquí con mayor detenimiento. El triunfalismo que acompañaba los fastos conmemorativos del año 1992 (V Centenario de la Conquista de América, Olimpíadas de Barcelona, Exposición Universal de Sevilla, Capitalidad Cultural de Madrid) se saldó, poco después, con el descubrimiento de sucesivos fraudes económicos relacionados con figuras relevantes de la vida pública del país. Esta circunstancia generó una idea de corrupción generalizada que favoreció la victoria del PP en las elecciones europeas de 1994 y en las nacionales de 1996” (Bagué Quílez 2006: 40).
García Montero publicó en 1984 “La historia en voz baja de una nueva poesía”. Busca alejarse de las “pesadillas estéticas” y del vanguardismo programático, pero Bagué Quílez lee esta indeterminación estilística como una falta de perspectiva crítica. Miguel García-Posada (1994) trata de mostrar esta distancia en “Del culturalismo a la vida”. Se refiere al protagonismo del ámbito urbano, la ficcionalización del yo lírico, el narrativismo y la propensión al relato, la tematización del desencanto (descrédito de las utopías), el formalismo métrico, la elaboración de libros orgánicos, la relectura de la tradición, más atención a las artes plásticas que al cine, y la vuelta a temas realistas, cotidianos y existenciales.
La continuidad con los poetas del 50 tiene que ver con que se ve en ellos la perspectiva moral, la justeza en el tono, el criterio de verosimilitud y el rigor lingüístico que buscaban los jóvenes. Y esto a su vez les permite enlazar con una tradición más amplia que parte con el romanticismo. Gil de Biedma se suma a una suerte de genealogía de la experiencia. Incluso se habla de una “genealogía del realismo”. En el caso de GM se trata de una escritura porosa, que permite que la realidad penetre en los poemas y que la vida atraviese la ficción sin desautorizarla. Se complejiza la idea pessoiana del “poeta como fingidor”. Gil de Biedma se rescata tanto por sus rasgos formales como por la posición del autor ante el mundo que lo rodea. ¿Qué se rescata de su figura?:
Toda esa fauna urbana le ofrece la intimidad necesaria para el encuentro amoroso: ya sea por la oscuridad, con su velo protector, ya sea por la luz especial de determinadas horas del día, que convierten la ciudad en bello telón de fondo, la publicidad de la calle es sustituida por una ilusión de privacidad. Personificación de la ciudad. Esta metáfora, la de la ciudad-cuerpo, resultante de atribuir a la ciudad rasgos humanos, como la capacidad de sentir o de excitarse.
Al decir de Bachelard, se trataría de una localización de la intimidad en los espacios, que tienen la característica de conservar un tiempo comprimido. Se puede separar el ámbito natural del urbano:
El locus urbano esconde en su interior un espacio privilegiado para el amor, que inscribe la huella de lo que denominamos habitus doméstico: la casa como metáfora ancestral del adentro, espacio del refugio, emblema del amparo.
Topología de la intimidad de la que habla Gastón Bachelard en su estudio citado, el lugar del yo más íntimo.
En ocasiones, el espacio de la casa aprisiona al sujeto: la configuración de la casa como un espacio carcelario se da precisamente por aquel “volver a casa en soledad” que confina al sujeto a vivir atrapado entre un cúmulo de recuerdos que pueblan los pasillos y las habitaciones.
Se define una concepción de la poesía como “el oficio extranjero de escribir la nostalgia”.
Se abre con una invitación y cierra con una despedida. “Invitación al regreso” cierra el poemario con el metafórico viaje por un inconmensurable mar que trae a ambos amantes a la orilla. El hablante se nos presenta como un “prisionero de amor” que necesita despedirse al terminar su diario.
Una de las formas de tratar el amor tiene que ver con la creación de un idioma. En “El amor” (de Completamente viernes) dice: “Si el amor, como todo, es cuestión de palabras, acercarme a tu cuerpo fue crear un idioma”. El discurso amoroso se despliega frente a la mudez del otro.