Portada » Historia » La Hispania Romana y la Monarquía Visigoda: Un Legado Histórico
A partir del siglo VII a.C., Cartago había logrado la hegemonía de las factorías fenicias en el norte de África y el sur de la Península Ibérica. Sin embargo, a lo largo del siglo III a.C., la política de Roma se orientó al control del Mediterráneo occidental. Esta coincidencia desencadenó la Primera Guerra Púnica (264-241 a.C.), que Cartago perdió, viéndose obligada a abandonar Sicilia y Cerdeña, y a pagar una importante indemnización al vencedor.
Desde ese momento, Cartago decidió intensificar su presencia en la Península Ibérica para afrontar el pago a Roma. Amílcar fundó la fortaleza de Akra Leuké. Asdrúbal, su sucesor, firmó con los romanos un tratado que fijaba el río Ebro como límite norte del dominio cartaginés. Roma, en el 226 a.C., firmó otro pacto de alianza con Sagunto, que se convertiría en el nuevo punto de conflicto. La Segunda Guerra Púnica, cuyo escenario principal sería la Península Ibérica, inició la acción directa de Roma sobre Hispania.
La conquista romana de la Península Ibérica se desarrolló en tres fases principales:
Tras la toma de Sagunto por Aníbal en el 218 a.C., los romanos desembarcaron en Ampurias y avanzaron rápidamente hacia el sur. Roma tomó bases cartaginesas clave, como Cartago Nova (209 a.C.), el Valle del Guadalquivir y Cádiz.
Esta fase estuvo marcada por el desarrollo de las guerras lusitano-celtíberas, enmarcadas dentro de los problemas internos de la República Romana. En este contexto, se dieron las circunstancias adecuadas para la intervención militar romana en dos zonas hispánicas diferentes:
Roma había mostrado poco interés por las tierras del norte, pero cuando Octavio Augusto decidió buscar límites naturales para las fronteras del Imperio, comenzó su avance. Los galaicos, cántabros y astures opusieron una fuerte resistencia. Con su conquista, concluyó la dominación romana de la Península Ibérica.
La Hispania romana experimentó un gran desarrollo económico en agricultura, minería, artesanía, moneda y comercio.
La sociedad de la Hispania romana seguía la estructura general del Imperio, dividida en libres, esclavos y libertos. Dentro de los libres, se distinguían ciudadanos y no ciudadanos. A su vez, entre los ciudadanos, existía un conjunto de grupos cerrados de gran prestigio económico y social, denominados órdenes:
Frente a estos órdenes se encontraba la plebe, que, siendo libre, no pertenecía a ninguno de ellos y englobaba situaciones jurídicas muy diversas. Con el tiempo, la mano de obra esclava fue parcialmente sustituida por los colonos, dando lugar a dos nuevos grupos sociales: los honestiores (con un estatus distinguido y posición elevada) y los humiliores (la masa del pueblo).
La organización administrativa de Hispania se basó en sucesivas divisiones provinciales:
Se denomina Romanización al proceso de asimilación de las formas de organización, economía, sociedad y cultura de Roma en la Península Ibérica. En el legado cultural, destacan:
Entre los personajes ilustres de la Hispania romana, cabe mencionar a la familia cordobesa de los Séneca, con Lucio Anneo Séneca (filósofo estoico) y su sobrino Lucano (poeta).
La crisis del siglo III d.C. se debió a una confluencia de factores que en Hispania fueron los mismos que en el resto del Imperio Romano:
Suevos, vándalos y alanos entraron en la Península Ibérica aprovechando la debilidad del Imperio Romano. Tras la desaparición del Imperio Romano de Occidente en el 476 d.C. y la derrota de los visigodos en Vouillé en el 507 d.C. por los francos, estos últimos avanzaron por la península, destruyeron a los alanos y obligaron a los vándalos a cruzar el Estrecho de Gibraltar.
Durante aproximadamente 80 años, suevos y visigodos se repartieron la península, mientras los bizantinos controlaban una franja costera desde el cabo de la Nao hasta Cádiz. En el 570 d.C., los visigodos lograron controlar la mayor parte del territorio peninsular. Establecieron su capital en Toledo y dividieron el territorio en cinco provincias romanas (ducados), a las que se añadieron Asturias y Cantabria.
La caída del reino visigodo se produjo en el 711 d.C. con la invasión musulmana de la Península Ibérica. Rodrigo fue el último rey visigodo.