Portada » Filosofía » La Filosofía de Ortega y Gasset: Yo, Circunstancia y la Realidad Radical
El texto es un extracto de Sobre la historia del ser, que forma parte de la obra póstuma Apuntes para un comentario al «Banquete» de Platón, consistente en unas notas elaboradas por Ortega en 1945. Probablemente no estaban pensadas para su publicación, sino para acompañar la lectura del texto de Platón en un curso de seminario. Encontradas posteriormente, fueron incluidas en el tomo IX de sus Obras Completas.
El texto plantea el problema filosófico de la definición del concepto de mundo, que en la ontología de Ortega designa la relación que el yo mantiene con él, y que el autor denomina «circunstancia».
En la primera idea del texto se señala la situación existencial del ser humano: se encuentra existiendo en un «aquí» y un «ahora», siendo estos términos meras indicaciones de carácter simbólico, pero útiles para expresar que vivimos condicionados por una circunstancia. Es decir, el mundo en el que vivimos es uno concreto, no cualquier otro. Ese mundo en el que nos toca vivir, ese «aquí» y ese «ahora», no son situaciones que podamos elegir, sino que nos vienen dadas, impuestas.
El mundo, radicalmente —es decir, en su fundamento—, no se compone de cuerpos físicos ni de cosas como tales, sino de todo aquello que nos afecta, que «nos es», dice Ortega. Y eso que «nos es» puede tanto estar presente como faltar.
El autor no olvida precisar que, del mismo modo que el mundo «nos es» o nos afecta, nosotros también «somos al mundo»; es decir, nos relacionamos con él desde una posición activa, somos capaces de actuar sobre él y de modificarlo.
Ortega también explica por qué decide nombrar ese mundo con el término «circunstancia». Si en el sentido tradicional el concepto de mundo significaba lo que no soy yo, ahora la noción de mundo como circunstancia indica esa realidad referida a mí; es decir, ese mundo que, sin haberlo elegido, me afecta y me sitúa en un «aquí» y un «ahora» concretos.
Así pues, el mundo es inseparable del yo, de modo que el yo es siempre un ser en el mundo. Además, esa insistencia en el «mi», en el «ser-me», denota la condición individual que para Ortega tiene la vida: esta es siempre «mi vida».
Esa vida personal, intransferible e individual no existe ni antes ni después del mundo, sino en coexistencia con él. Ese mundo afecta al yo, y este tiene que responder a esa situación actuando, con lo cual también el yo afecta de alguna manera al mundo. Por eso, según la famosa fórmula orteguiana, «yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo».
Por tanto, en el texto se expone la crítica de Ortega tanto al idealismo como al realismo, pues ambos se equivocan al tomar cada una de las dos instancias que componen la realidad como únicas o, al menos, como privilegiadas.
Si en el idealismo se defiende la existencia de un yo separado y autosuficiente con respecto al mundo —el sujeto abstracto del racionalismo, que, por ejemplo, en Descartes es puro pensamiento, independiente del mundo y de los seres materiales, que son extensos—, por el contrario, desde el realismo se afirma que el mundo es lo que nos afecta a los sujetos, que nos limitamos a recibirlo pasivamente.
En conclusión, para Ortega, ambas propuestas están equivocadas. Y eso, precisamente, es lo que significa el concepto de «circunstancia», en el que se explica la estrecha relación entre el yo y el mundo: el yo vive en un mundo concreto que no puede elegir y, al mismo tiempo, el yo actúa sobre ese mundo y es capaz de transformarlo.
Ortega entiende la existencia humana como proyecto. Esto significa que la vida del ser humano no es algo ya hecho o previamente constituido, sino algo en constante construcción, un «hacer» permanente. Esta acción responde a la idea de un ser radicalmente libre, es decir, un ser que no puede renunciar a su libertad individual. Ortega sostiene que no hay una «naturaleza humana» fija o esencial, sino más bien una «condición humana», abierta, dinámica y en evolución.
En la filosofía de Ortega, la vida es la realidad radical. Y vivir, según él, consiste en convivir. ¿Pero convivir con qué o con quién? Se trata de convivir con la circunstancia. Por eso, Ortega afirma su conocida fórmula: «yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo».
La circunstancia es ese mundo que nos viene dado, que no elegimos, pero en el que debemos actuar y elegir constantemente. Es el marco en el que el ser humano debe construir su propio proyecto de vida. Porque la vida no se compone solo de lo que nos es dado (la circunstancia), sino también de decisión, es decir, de libertad y de acción.
Así, circunstancia y decisión, estrechamente unidas, forman la base de la realidad humana. Esta realidad puede conocerse a través de sus características existenciales fundamentales:
La vida, «mi vida», como dice Ortega, consiste en estar en el mundo, pero siempre estando ocupado en algo y con un propósito. En esa situación, el ser humano se ve constantemente obligado a elegir, a ejercer su libertad, y lo hace proyectando su vida hacia el futuro. No se define tanto por lo que ya tiene o conoce, sino por lo que todavía está por venir y debe construir por sí mismo. Por eso dirá Ortega que el ser humano no es una cosa, sino una pretensión: un proyecto que aún no está terminado, que siempre se está haciendo.
Según Ortega, ni el idealismo ni el realismo lograron comprender verdaderamente la realidad humana. El idealismo, por un lado, olvidó el mundo para enfatizar la importancia y la preeminencia del yo. El realismo, por el contrario, cometió el error opuesto: olvidarse del yo para priorizar la importancia del mundo.
Ambas posturas filosóficas, según Ortega, incurren en el mismo fallo: separar lo que en realidad es inseparable. El yo es indisociable del mundo; el mundo afecta al yo, «el mundo nos es», como afirma Ortega. Pero, al mismo tiempo, el mundo se ve también afectado y modificado por nuestra acción sobre él.
Si el mundo es aquello que me afecta, y si mi vida se mueve entre la circunstancia (lo que me viene dado) y la decisión (lo que hago con ello), entonces debe señalarse la centralidad del individuo. Es el yo, el ser individual, quien es libre y, a la vez, está situado en el mundo, condicionado por su circunstancia.
En definitiva, el individuo no puede dejar de expresar su punto de vista: su perspectiva. Por ello, el conocimiento del mundo por parte del sujeto está inevitablemente marcado por el lugar y la época en que le ha tocado vivir. Sin embargo, esto no significa que dicho conocimiento sea falso, sino que la realidad se ofrece desde perspectivas individuales, concretas e históricas.
Es posible confrontar el problema filosófico expuesto en el texto de Ortega con las ideas que Descartes, en el siglo XVII, tenía sobre el mundo y el yo. Si, según Ortega, el yo es ser-en-el-mundo, porque su vida consiste en convivir con una circunstancia, y esa vida es la realidad radical —es decir, la verdad primordial, básica y primera—, para Descartes, en cambio, tanto el mundo como el yo son sustancias, es decir, realidades que no precisan de otras para existir. De hecho, Descartes define la sustancia como aquello que no necesita de otra cosa para ser.
Ortega, sin embargo, rechaza esta noción clásica de sustancia, que asocia a inmovilidad y esencialidad inmutable. Para él, concebir la realidad de ese modo es ignorar su dimensión histórica y cambiante. Según Ortega, ese es el gran error de Descartes y del racionalismo moderno: para salvar la verdad, sacrifican la vida, y piensan de manera «antivital» y «antihistórica».
Para Descartes, la verdad primera es el «yo pienso»; de ahí su célebre fórmula: «pienso, luego existo» (*cogito, ergo sum*). Ortega, por el contrario, sostiene que «yo soy yo y mi circunstancia», lo cual significa que el mundo no es una realidad ajena al sujeto, sino que constituye el hecho mismo de su existir.
Mientras que Descartes funda la verdad en la evidencia racional, Ortega la sitúa en la vida concreta, en la existencia en el mundo. El pensamiento, para Descartes, define al yo; para Ortega, es solo una de las múltiples actividades de la vida. Por ello, el pensador español defiende que la razón debe estar al servicio de la vida, y no al revés.
En definitiva, Ortega propone una superación tanto del idealismo cartesiano como del realismo clásico, a través de una filosofía de la vida que considera al ser humano como un proyecto que se construye en diálogo constante con su circunstancia.
En Descartes, el yo se define por el atributo del pensamiento, y de esa actividad no es posible dudar. En cambio, en la filosofía de Ortega, el pensar es solo uno de los muchos «haceres» que integran la existencia humana. Es cierto que se trata de un hacer fundamental e irrenunciable, pero en su definición de la existencia, Ortega pone el énfasis en la vida como acción, y no únicamente en el pensamiento. La razón, según él, debe estar al servicio de la vida, y no al revés.
Por ello, Ortega contrapone su «razón vital» a la «razón pura», propia del racionalismo cartesiano. Critica que Descartes se haya olvidado de la vida al divinizar la razón, como si esta pudiera prescindir de la realidad radical que es vivir.
En la metafísica cartesiana, la noción de mundo es la de una sustancia corpórea, cuyo atributo es la extensión: algo que ocupa espacio, es materia, divisible y se rige por un orden mecánico. En cambio, en la ontología orteguiana, el mundo es lo que nos afecta, nuestra circunstancia, aquello que «nos es» —o «me es», en sentido estrictamente individual—.
Para Descartes, el mundo es objeto de estudio de la física. En Ortega, en cambio, el mundo como circunstancia no es un conjunto de cosas que describe la física: no es ni materia ni espíritu. Es algo más básico y personal: es el «ser-me», el «aquí» y el «ahora» de un yo ocupado en algo, con un propósito y eligiendo su propio porvenir.