Portada » Filosofía » Hume y Descartes: Emoción vs Razón, y el Eco del Arte en ‘La Huida de Eneas’
David Hume defendía que los seres humanos no somos principalmente racionales, como sostenía la filosofía tradicional, sino que actuamos guiados por nuestras emociones. Según él, la razón está al servicio de las pasiones y no al revés. Esto significa que no tomamos decisiones solo pensando con lógica, sino que nuestras emociones juegan un papel muy importante en todo lo que hacemos.
Hoy en día se habla mucho de inteligencia emocional, que es la capacidad de entender y manejar nuestras emociones. A primera vista, podría parecer que esta idea va en contra de lo que dice Hume, porque da la impresión de que usamos la razón para controlar nuestros sentimientos. Sin embargo, si lo pensamos bien, no es así. La inteligencia emocional no consiste en eliminar las emociones, sino en conocerlas mejor para actuar de forma más adecuada.
Desde la visión de Hume, esto tiene sentido. Como nuestras decisiones se basan en impresiones y hábitos, si aprendemos a conocernos mejor, también podemos cambiar la forma en la que reaccionamos ante ciertas situaciones. No se trata de que la razón controle todo, sino de usar la experiencia para relacionarnos mejor con nuestras emociones.
Por eso, podemos decir que la inteligencia emocional encaja bastante bien con la teoría de Hume. No contradice su idea de que somos seres emocionales, sino que la desarrolla, mostrando que conocer nuestras emociones nos ayuda a vivir mejor.
René Descartes, figura central de la Modernidad (siglo XVII), y David Hume, destacado ilustrado del siglo XVIII y contemporáneo de Rousseau, representan dos corrientes filosóficas opuestas. Sus diferencias fundamentales se pueden resumir en los siguientes puntos:
La obra La huida de Eneas de Troya pertenece al pincel de Federico Barocci. El cuadro forma parte de la colección de arte de la Galería Borghese de Roma. El propio Barocci recordó en una ocasión que los representantes de la noble familia Della Rovere le encargaron dos cuadros en los que debía representar una escena mitológica con el héroe troyano Eneas, para que fueran un regalo para otras personas influyentes.
El primer cuadro, cuya ubicación es ahora desconocida, estaba destinado al emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Rodolfo II. La segunda obra del maestro fue regalada al cardenal Scipione; el regalo debía servir como sutil alusión a la profunda piedad del destinatario, que ocupaba un alto cargo eclesiástico.
El cuadro representa una escena de la mitología antigua en la que Eneas, junto con su esposa Creusa y su hijo Ascanio, abandonan Troya en llamas. El héroe intenta esconderse del fuego que ha engullido el edificio del templo representado en el fondo. Eneas lleva a hombros a su padre Anquises, que sostiene en sus manos una pequeña estatua de dos Penates, que en la antigua cultura romana se consideraban los dioses guardianes y protectores del hogar. El anciano transmite una profunda simpatía al espectador. La imagen del anciano Anquises fue pintada por el mismo personaje que posó para otro cuadro de Federico Barocci, San Jerónimo.