Portada » Historia » Historia de Al-Ándalus y la Formación de los Reinos Cristianos en la Edad Media
Tras la muerte de Almanzor, el califato de Córdoba entró en crisis, produciéndose su desintegración en pequeños estados independientes denominados taifas (1031). Estos reinos se encontraban enfrentados por el dominio territorial y debilitados frente al avance de los reinos cristianos, a los que pagaban parias.
En 1085, Alfonso VI de Castilla conquistó Toledo. Ante la creciente expansión cristiana, los principales taifas (Sevilla, Badajoz, Granada...) reclamaron el auxilio de los almorávides, bereberes del norte de África. Estos vencieron a Alfonso VI en Sagrajas (1086), reunificaron Al-Ándalus y lo incorporaron a su imperio. Sin embargo, su poder se debilitó (debido a la implantación de impuestos y una estricta ortodoxia religiosa), lo que llevó a la formación de unos segundos reinos de taifas.
Esta nueva división territorial facilitó la entrada de los almohades, quienes disolvieron los segundos taifas anexionándose sus territorios. Su victoria en Alarcos impulsó a Alfonso VIII de Castilla a promover una alianza entre los reinos cristianos, venciendo a los almohades en la trascendental Batalla de las Navas de Tolosa (1212).
Posteriormente, unos terceros reinos de taifas fueron desapareciendo bajo el dominio cristiano, a excepción del Reino Nazarí de Granada. Fundado por el noble musulmán Ibn Nasr (1238), este reino fue tributario de Castilla. Apoyado en una próspera economía, una densa red urbana y su estratégica posición, mantuvo su independencia hasta 1492, cuando Boabdil rindió Granada a los Reyes Católicos, poniendo fin a 781 años de presencia musulmana en la Península Ibérica.
La principal autoridad de los reinos cristianos era el monarca (como el Conde de Barcelona en Cataluña), quien era asesorado por la Curia Regia. La autoridad del rey estaba limitada por el poder de la Iglesia y la nobleza, los privilegios de las ciudades (conocidos como fueros) y, desde el siglo XIII, las competencias de las Cortes. Estas últimas eran asambleas de representación estamental cuyas funciones principales eran asesorar al rey y votar impuestos extraordinarios. En 1188 se celebraron en León las primeras Cortes, y posteriormente se convocaron en Aragón, Cataluña o Valencia.
El régimen señorial fue un modelo político y social basado en las relaciones de dependencia personal (vasallaje) entre el Rey y sus súbditos más poderosos: la nobleza y el clero. Estos quedaban obligados a guardar lealtad y prestar ayuda militar al rey, quien, a cambio, entregaba señoríos a sus vasallos. El señorío suponía la cesión de derechos económicos (señorío territorial) o jurisdiccionales (señorío jurisdiccional) por parte del rey hacia un noble, una institución eclesiástica o una ciudad. De esta forma, surgieron territorios bajo dominio directo del rey (realengo), de los señores laicos (solariegos) y de eclesiásticos (abadengo).
La sociedad estaba dividida en tres estamentos:
Fue una sociedad en la que coexistieron distintos grupos (cristianos, judíos y mudéjares), no siempre de forma pacífica, produciéndose persecuciones y enfrentamientos. Las distintas comunidades vivían física y jurídicamente separadas.
Al-Ándalus se integró en la estructura económica del mundo musulmán, lo que supuso la activación del comercio, la vida urbana y una próspera producción agropecuaria e industrial.
En contraste con la vida rural predominante en los núcleos cristianos, las ciudades de Al-Ándalus fueron centros de una intensa vida política, religiosa, comercial y cultural.
La sociedad andalusí era muy heterogénea y tenía la religión (el Islam) como elemento diferenciador. Se estructuraba de la siguiente manera:
Al-Ándalus experimentó un gran desarrollo cultural que fusionó aportaciones del mundo musulmán oriental con elementos de los legados griego, bizantino, persa e indio. Los emires y califas impulsaron la educación, abriendo escuelas y bibliotecas. El árabe, lengua oficial, convivió con el latín y el hebreo.
La conquista musulmana de la Península se produjo en un contexto de profunda crisis del reino visigodo y de expansión del Islam. Tras la muerte del rey Vitiza (710) y la proclamación de Rodrigo como rey, se inició un período de luchas internas por el control del reino visigodo. Una de las facciones en lucha solicitó ayuda a los musulmanes, y así, en el 711, un ejército al mando de Tariq entró en la península y derrotó a Rodrigo en la Batalla de Guadalete.
En pocos años, los musulmanes controlaron casi toda la península, a la que denominaron Al-Ándalus. Su rápida expansión se vio favorecida por la debilidad del reino visigodo y por los pactos entre el poder musulmán y la nobleza y altos cargos visigodos. Las Batallas de Covadonga (722) y Poitiers (732) frenarían la expansión musulmana hacia el norte.
Inicialmente, Al-Ándalus, con capital en Córdoba, se convirtió en un Emirato dependiente de los califas Omeya de Damasco (711-756). En el 750, la dinastía Omeya fue derrocada y la familia real asesinada, a excepción del príncipe Abderramán I. La nueva dinastía abasí estableció su capital en Bagdad. Por su parte, Abderramán I huyó a Córdoba y estableció el Emirato independiente de Córdoba (756-929), aunque mantuvo una dependencia religiosa del califato abasí.
El Emirato de Córdoba vivió momentos de esplendor, aunque no estuvo exento de problemas derivados de las rebeliones internas entre árabes y bereberes, muladíes y mozárabes, así como del constante avance cristiano.
El Califato de Córdoba (929-1031), la época de mayor esplendor de Al-Ándalus, fue proclamado por Abderramán III, quien asumió la dirección religiosa y política. Durante el mandato de su hijo Al-Hakam II, el califato se convirtió en un gran foco cultural. Con su sucesor, Hisham II, el poder quedó en manos de Almanzor, un militar que actuó de forma dictatorial. A su muerte, el califato entró en un proceso de luchas internas que conduciría a su desintegración en los reinos de Taifas (1031).