Portada » Filosofía » Fundamentos de la Filosofía de Platón: Comentarios a Textos Clave del Fedón y La República
El problema filosófico es epistemológico y ontológico, ya que Sócrates se pregunta cómo es posible conocer verdades universales y necesarias si el mundo sensible cambia continuamente. Si todo lo que percibimos se transforma, no puede servir de base para el conocimiento seguro. Por eso, busca una realidad más estable que sirva de fundamento a la verdad.
La idea principal es que existe una realidad perfecta e inmutable —“lo igual en sí mismo”—, que no pertenece al mundo material sino al Mundo de las Ideas. Esas realidades eternas son los verdaderos modelos de las cosas que vemos.
La idea secundaria es que el alma conoció esas Ideas antes de encarnarse, por lo que conocer consiste en recordar (anámnesis) lo que ya sabía. Así, el alma demuestra su origen divino e inmortal, y el conocimiento verdadero no depende de la experiencia sensible, sino de la razón.
Este texto muestra la esencia del pensamiento platónico, basado en tres grandes dualismos:
Distingue dos mundos: el sensible, cambiante y conocido por los sentidos, y el inteligible, eterno y accesible solo a la razón. En el mundo inteligible están las Ideas, realidades perfectas como lo Bello, lo Justo o el Bien.
A cada mundo corresponde un tipo de conocimiento: la dóxa (opinión) para el sensible y la epistéme (ciencia) para el inteligible. Platón describe cuatro grados del saber: imaginación, creencia, pensamiento y razón pura, siendo la dialéctica el método que permite al alma ascender desde las sombras hasta la contemplación de las Ideas.
El alma pertenece al mundo inteligible y el cuerpo al sensible. El cuerpo, lleno de deseos, es una cárcel que impide al alma alcanzar la verdad. Por eso, filosofar significa purificar el alma de lo material.
Desde esta visión, la ética y la política se entienden como reflejo del orden del alma. La razón debe gobernar sobre las pasiones; cuando esto ocurre, surge la justicia. En la polis, los filósofos representan la razón y deben gobernar, los guardianes representan el valor y los productores el deseo. Solo cuando cada uno cumple su función, tanto el alma como la ciudad son justas.
Descartes comparte con Platón la desconfianza hacia los sentidos y la defensa de la razón como fuente de verdad. Sin embargo, Platón sitúa la verdad fuera del sujeto, en las Ideas eternas, mientras que Descartes la busca dentro, en la conciencia: “pienso, luego existo”. Ambos son racionalistas, pero Platón mira hacia un mundo trascendente y Descartes hacia la mente individual como fundamento del conocimiento.
El problema filosófico es epistemológico, ya que se centra en el origen y la certeza del conocimiento. Sócrates y Simmias discuten si las cosas iguales pueden parecer desiguales, lo que demuestra que los sentidos son cambiantes y engañosos.
La idea principal es que el conocimiento verdadero no proviene de la experiencia sensible, sino de la memoria del alma, que recuerda las Ideas perfectas que conoció antes de nacer.
La idea secundaria es que los sentidos no crean conocimiento, sino que despiertan el recuerdo de esas verdades universales. Así, el alma es el lugar del saber y la razón, el instrumento para recordarlo.
El texto refleja la teoría de la reminiscencia (anámnesis) y el dualismo ontológico platónico. Existen dos mundos: el sensible, cambiante y aparente, y el inteligible, eterno y verdadero. Las cosas del mundo sensible son solo copias imperfectas de las Ideas, que son su modelo.
A este dualismo se une el epistemológico, ya que hay dos tipos de conocimiento: la dóxa, opinión insegura basada en los sentidos, y la epistéme, ciencia racional que busca lo inmutable. En su símil de la línea, Platón describe un camino ascendente desde la imaginación hasta la inteligencia pura. Ese proceso se realiza mediante la dialéctica, que permite al alma elevarse desde lo visible hasta la contemplación del Bien, la Idea suprema que da sentido a todas las demás.
El texto también expresa el dualismo antropológico: el alma pertenece al mundo inteligible y es inmortal, mientras que el cuerpo pertenece al sensible y es corruptible. El cuerpo distrae al alma con sus deseos, y por eso filosofar significa liberarla.
La ética platónica deriva de esta visión: la razón debe dominar las pasiones para alcanzar la virtud. Cada parte del alma tiene su virtud (sabiduría, fortaleza y templanza), y la justicia es el equilibrio entre ellas. En la política, este orden se refleja en las clases sociales: filósofos, guardianes y productores. Así, la polis justa es un reflejo del alma ordenada.
Kant comparte con Platón la búsqueda de un conocimiento universal y necesario. Ambos valoran la razón y rechazan el empirismo. Sin embargo, difieren en el origen de la verdad: Platón la sitúa fuera del sujeto, en el Mundo de las Ideas, mientras que Kant la coloca dentro, en las estructuras mentales a priori que organizan la experiencia. Ambos coinciden en que el conocimiento no depende de los sentidos, pero Kant elimina la idea de un mundo trascendente y centra la verdad en la capacidad racional del ser humano.
El problema filosófico es ontológico y epistemológico. Sócrates analiza la relación entre las cosas sensibles y las realidades verdaderas.
La idea principal es que las cosas del mundo visible solo imitan de forma imperfecta las Ideas, que son eternas y perfectas.
La idea secundaria es que el alma, al darse cuenta de esa imperfección, recuerda las realidades puras que contempló antes de encarnarse. Así, conocer no es aprender, sino recordar lo que el alma ya sabe.
El texto refleja la teoría de la participación, que complementa el dualismo ontológico platónico. Las cosas del mundo sensible existen porque participan de las Ideas, aunque nunca las igualan. Una flor es bella porque participa del Bello en sí, pero su belleza es limitada.
De este modo, el mundo sensible es cambiante e imperfecto, mientras que el inteligible es eterno y perfecto. A cada mundo corresponde un tipo de conocimiento: dóxa para lo sensible y epistéme para lo inteligible, mostrando así el dualismo epistemológico.
El alma, perteneciente al mundo inteligible, puede acceder a la verdad mediante la dialéctica, que la guía en su ascenso desde las apariencias hacia el Bien. El cuerpo, en cambio, pertenece al mundo sensible y la distrae con deseos materiales. Filosofar significa purificar el alma y prepararla para volver a contemplar las Ideas cuando se separe del cuerpo.
Esta visión se completa con la ética y política platónicas. El alma tiene tres partes (racional, irascible y concupiscible), y la virtud consiste en que cada una cumpla su función bajo el mando de la razón. Cuando esto ocurre, el individuo es justo. En la polis, esta estructura se traduce en tres clases: gobernantes, guardianes y productores. El equilibrio entre ellas asegura la justicia social.
San Agustín retoma el pensamiento platónico y lo adapta al cristianismo. Ambos consideran que la verdad no se alcanza por los sentidos y que el alma es la sede del conocimiento. Sin embargo, Agustín sustituye las Ideas por las razones eternas en Dios. Para Platón, el alma recuerda; para Agustín, Dios ilumina. En ambos casos, el conocimiento consiste en elevar el alma hacia lo eterno, pero Platón lo hace por la razón y Agustín por la fe divina.
El problema filosófico es epistemológico y antropológico. Sócrates argumenta que si poseemos ideas universales antes de cualquier experiencia, el alma debió adquirirlas antes de nacer.
La idea principal es que el alma contiene conocimientos universales —como lo Bello, lo Justo o lo Bueno— que prueban su preexistencia e inmortalidad.
La idea secundaria es que conocer consiste en recordar esas verdades que el alma olvidó al unirse al cuerpo. Por tanto, aprender no es recibir información nueva, sino un proceso de recuerdo.
Este texto desarrolla la teoría de la reminiscencia, que une los tres grandes dualismos de Platón:
Existen dos mundos: el sensible, material y cambiante, y el inteligible, eterno y perfecto, donde habitan las Ideas. Las cosas del mundo físico son copias imperfectas de esas realidades superiores.
Platón distingue entre la dóxa (opinión), conocimiento incierto de lo sensible, y la epistéme (ciencia), conocimiento racional de las Ideas. Dentro de la epistéme, diferencia cuatro grados del saber, siendo la dialéctica el método que permite ascender de lo visible a lo inteligible.
El alma pertenece al mundo inteligible y el cuerpo al sensible. El alma es inmortal y, antes de nacer, contempló las Ideas. El cuerpo, con sus deseos, actúa como cárcel que impide al alma acceder a la verdad. Por eso, filosofar es purificarse, desprenderse de lo material y elevarse hacia lo eterno.
En el ámbito ético y político, el alma está dividida en tres partes:
Cuando las tres se equilibran bajo el mando de la razón, surge la justicia. En la polis, este orden se refleja en las tres clases sociales: los filósofos (gobernantes), los guardianes (defensores) y los productores (trabajadores). Solo si cada uno cumple su función bajo la dirección de la razón colectiva se alcanza la armonía social.
Platón y Descartes coinciden en que la verdad no proviene de los sentidos, sino de la razón. Ambos defienden que el alma o mente es el centro del conocimiento, aunque difieren en el origen de las ideas. Para Platón, las Ideas son recuerdos de una existencia anterior; para Descartes, son innatas y puestas por Dios. En los dos casos, el conocimiento se encuentra dentro del alma racional, pero Platón lo orienta hacia un mundo trascendente, mientras que Descartes lo centra en la claridad del pensamiento individual.
El problema filosófico es epistemológico y ético. Sócrates distingue entre la mera opinión (dóxa) y el conocimiento verdadero (epistéme), preguntándose cómo alcanzar la verdad y cómo esta influye en la conducta moral.
La idea principal es que las opiniones sin conocimiento son ciegas, mientras que el saber racional, iluminado por la Idea del Bien, permite conocer y actuar correctamente.
La idea secundaria es que el Bien es el principio supremo que da sentido tanto al conocimiento como a la vida moral del ser humano.
Este fragmento, perteneciente al Libro VI de La República, desarrolla la teoría del Bien, la Idea suprema que da luz al conocimiento y orienta la acción humana. Platón la compara con el Sol: así como el Sol hace visibles las cosas y da vida, el Bien hace inteligibles las Ideas y da al alma la capacidad de conocer.
En este contexto, el texto refleja el dualismo ontológico (mundo sensible / inteligible) y el dualismo epistemológico (opinión / ciencia). El alma debe ascender desde la ignorancia hacia el conocimiento del Bien a través de los cuatro niveles de saber. Este ascenso se realiza mediante la dialéctica, que eleva al alma de las sombras a la luz.
El dualismo antropológico también está presente: el cuerpo, vinculado al mundo sensible, es fuente de error; el alma, racional e inmortal, pertenece al mundo inteligible. Filosofar es elevar el alma hacia el Bien, liberándola del cuerpo y alcanzando la sabiduría.
En el ámbito ético y político, el Bien no solo es el principio del conocimiento, sino también el fundamento de la justicia. La justicia surge cuando la razón gobierna sobre las partes irascible y concupiscible del alma. En la polis, este orden se refleja en las clases sociales: filósofos (gobernantes), guardianes (protectores) y productores (trabajadores). El gobernante filósofo, que conoce el Bien, es el único capaz de guiar al resto hacia la verdad y la virtud.
Aristóteles coincide con Platón en que el Bien es el fin último de la vida humana, pero difiere en su interpretación. Para Platón, el Bien es una Idea trascendente que existe más allá del mundo; para Aristóteles, es inmanente, es decir, el fin natural hacia el que tienden todos los seres (la Eudaimonía). Ambos buscan la felicidad a través del conocimiento y la virtud, aunque Platón mira hacia lo trascendente y Aristóteles hacia lo concreto.
El problema filosófico es ontológico y epistemológico. Platón analiza la relación entre la multiplicidad de cosas del mundo sensible y las realidades únicas del mundo inteligible.
La idea principal es que existen muchas cosas bellas o justas, pero todas participan de una única realidad perfecta: el Bello en sí o el Justo en sí.
La idea secundaria es que lo sensible se percibe por los sentidos, mientras que las Ideas solo se captan mediante el pensamiento racional.
Este texto resume de manera clara la teoría de las Ideas, eje del pensamiento platónico. En el dualismo ontológico, Platón distingue dos niveles de realidad:
Las cosas del mundo sensible existen porque “participan” de las Ideas, aunque nunca las igualan.
A cada mundo corresponde un tipo de conocimiento, lo que muestra el dualismo epistemológico. En el sensible solo hay opinión (dóxa); en el inteligible hay ciencia (epistéme). El alma debe ascender de un nivel a otro mediante la dialéctica, el método racional que conduce hacia la contemplación del Bien, la Idea suprema.
El dualismo antropológico también se refleja aquí: el cuerpo, ligado al mundo sensible, percibe lo cambiante, mientras que el alma, inmortal y racional, busca lo eterno. Por eso, filosofar es liberar el alma de lo material para alcanzar la sabiduría.
En la ética y política, la estructura del alma se refleja en la polis. El Bien, como principio supremo, orienta el conocimiento, la moral y el orden político, garantizando que la sociedad funcione de acuerdo con la verdad.
Aristóteles, aunque discípulo de Platón, rechazó la separación entre los dos mundos. Para él, las esencias no existen aparte, sino dentro de las cosas. Platón dice que las cosas son bellas por participar del Bello en sí; Aristóteles responde que son bellas porque tienen forma de belleza en sí mismas. Ambos buscan lo universal y lo permanente, pero Platón sitúa la esencia fuera del mundo (trascendencia) y Aristóteles dentro de él (inmanencia).
El problema filosófico es ontológico y epistemológico. Platón se pregunta cuál es el principio que hace posible tanto el conocimiento como la verdad.
La idea principal es que la Idea del Bien es la causa de la verdad y del conocimiento, pues da ser a las cosas y capacidad de conocer al alma.
La idea secundaria es que, aunque el conocimiento y la verdad son valiosos, el Bien es superior a ambos porque los origina y los trasciende, del mismo modo que el Sol ilumina y da vida a todo en el mundo visible.
Este fragmento, perteneciente al Libro VI de La República, desarrolla la analogía del Sol. El Bien ocupa el lugar más alto dentro del mundo inteligible. Así como el Sol da luz a los ojos para ver, el Bien ilumina el alma y le permite conocer las Ideas. Sin el Bien, las Ideas no podrían ser comprendidas ni tendrían existencia.
Esta doctrina se relaciona con el dualismo ontológico platónico, que distingue entre el mundo sensible (aparente y cambiante) y el mundo inteligible (eterno y verdadero). El Bien es el principio que da unidad a todo el mundo inteligible, origen tanto del ser como de la verdad.
El dualismo epistemológico aparece en los cuatro niveles del conocimiento. El alma, mediante la dialéctica, asciende desde las sombras hasta la contemplación del Bien, meta suprema del conocimiento.
En el dualismo antropológico, el alma pertenece al mundo inteligible y el cuerpo al sensible. El filósofo debe purificar el alma de lo corporal para alcanzar el Bien.
En la ética y política, el Bien es también el principio supremo que orienta la vida moral y social. Conocer el Bien es saber qué es lo justo, lo verdadero y lo virtuoso. Solo el filósofo, que contempla el Bien, está capacitado para gobernar.
Aristóteles también habla de un Bien supremo, pero lo concibe de forma inmanente. Para Platón, el Bien es una realidad trascendente que existe más allá del mundo; para Aristóteles, el bien es el fin hacia el que tienden todos los seres, su perfección natural. Ambos coinciden en que el Bien es la meta de la vida y la causa del orden, pero difieren en su ubicación: Platón lo coloca fuera del mundo físico, Aristóteles dentro de él, como principio de la naturaleza.
El problema filosófico es epistemológico y metodológico. Platón reflexiona sobre cómo la razón puede alcanzar el conocimiento verdadero y los distintos niveles del saber.
La idea principal es que las matemáticas y las ciencias teóricas son un paso intermedio hacia el conocimiento de las Ideas, pues usan figuras sensibles pero su objeto es inteligible.
La idea secundaria es que el pensamiento matemático no se detiene en las imágenes, sino que busca comprender las realidades abstractas, preparándose así para el conocimiento puro.
Este texto pertenece al símil de la línea, donde Platón explica los grados del conocimiento y su relación con las dos realidades del dualismo ontológico. El mundo sensible está compuesto por las apariencias, mientras que el inteligible está formado por las Ideas y la Idea del Bien.
En el dualismo epistemológico, cada nivel del ser corresponde a un nivel de saber:
Las matemáticas se sitúan en el tercer nivel, la diánoia: usan imágenes sensibles, pero buscan verdades abstractas y universales. Este pensamiento racional prepara al alma para la dialéctica, el nivel más alto del conocimiento.
El dualismo antropológico también se expresa aquí: el alma racional es la que puede ascender desde el mundo sensible hasta el inteligible. A través del ejercicio intelectual, el alma se purifica del cuerpo y se eleva hacia las Ideas.
En la ética y política, este ascenso simboliza la educación del alma. Solo quienes llegan al conocimiento del Bien están capacitados para gobernar. Por tanto, el aprendizaje es una transformación del alma que la lleva a comprender la verdad y actuar con justicia.
Descartes también concede gran valor a las matemáticas, ya que considera que su claridad y evidencia son el modelo del conocimiento racional. Para Platón, las matemáticas son un medio para alcanzar las Ideas; para Descartes, son el punto de partida para construir un saber seguro. Ambos creen que la verdad se alcanza con la razón y no con los sentidos, pero Platón dirige la razón hacia lo trascendente y Descartes hacia la certeza interior de la mente.
El problema filosófico es epistemológico y metodológico. Platón se pregunta cómo puede el alma alcanzar el conocimiento más alto, más allá de los supuestos de las ciencias.
La idea principal es que la dialéctica es la forma suprema del saber, porque no parte de hipótesis, sino que asciende hasta el principio absoluto, el Bien.
La idea secundaria es que, mientras las ciencias necesitan apoyarse en figuras o supuestos, la dialéctica se apoya solo en las Ideas, relacionándolas entre sí hasta llegar a la verdad final.
El texto completa el símil de la línea y representa el nivel más alto del conocimiento: el noûs o inteligencia pura. En el dualismo ontológico, el alma debe abandonar el mundo sensible, que solo ofrece apariencias, y dirigirse al inteligible, donde residen las Ideas eternas.
En el dualismo epistemológico, la dialéctica ocupa el grado más alto de la epistéme. Mientras las matemáticas (diánoia) parten de hipótesis, la dialéctica supera esos supuestos y busca el principio absoluto que da sentido a todo: la Idea del Bien. Este proceso de ascenso es el camino filosófico por excelencia.
El dualismo antropológico también está presente: el alma racional, inmortal y divina, tiene la capacidad de contemplar las Ideas si se libera del cuerpo, que pertenece al mundo sensible y la limita. Filosofar es, por tanto, preparar el alma para esa contemplación, purificándola de los deseos materiales.
En la ética y política, la dialéctica simboliza el máximo nivel de sabiduría, propio del filósofo que ha alcanzado la visión del Bien. Este conocimiento no se queda en lo teórico, sino que guía la acción: el sabio debe volver a la caverna para gobernar conforme a la justicia. Solo bajo el dominio de la razón se logra la justicia social.
Aristóteles también coloca la razón como la forma más elevada de conocimiento, pero con una orientación distinta. Para Platón, el conocimiento culmina en la contemplación del Bien, una realidad trascendente; para Aristóteles, en la comprensión de las causas primeras del mundo natural. El primero busca la verdad fuera del mundo sensible; el segundo, dentro de él. Ambos conciben la filosofía como una ascensión intelectual hacia la sabiduría, aunque Platón culmina en el Bien eterno y Aristóteles en el Motor Inmóvil, principio interno y acto puro.
