Portada » Historia » Evolución de la Prehistoria en la Península Ibérica: Del Paleolítico al Neolítico
El Paleolítico (1,4 m.a hasta 8.000 a.C.) estuvo marcado por la presencia de diversas especies del género Homo en la Península Ibérica. Durante este periodo, se produjeron las cuatro últimas glaciaciones (Günz, Mindel, Riss y Würm). En ese entonces, las condiciones climáticas de la Península Ibérica eran distintas a las actuales: más frías y con lluvias abundantes. Asimismo, grandes herbívoros de clima frío habitaban la zona: bisontes, uros, caballos, ciervos, renos, entre otros. La economía era depredadora, basada en la caza y la recolección, lo que requería como condición necesaria grupos humanos reducidos que pudieran moverse por amplios territorios. En consecuencia, la forma de vida era nómada, ya que había que seguir a la caza, y se realizaban asentamientos estacionales en pequeños abrigos junto a ríos y en cuevas. Es presumible que no existieran, en los propios grupos, diferencias sociales de importancia, ya que su reducido tamaño y la necesidad de cooperación en la caza reforzarían la cohesión interna y la igualdad entre sus miembros. Por último, la evolución tecnológica experimentó a lo largo del tiempo un progreso en tres direcciones: se perfeccionaron las técnicas de fabricación, se diversificaron los útiles para adaptarlos a funciones cada vez más específicas y se ampliaron los tipos de materiales para fabricar diferentes instrumentos (piedra, marfil, hueso). El hombre logró el control del fuego, fabricó diversos instrumentos de piedra, hizo uso de otros materiales y, en su fase final, desarrolló en la zona cantábrica la pintura rupestre. El Paleolítico se divide en tres etapas: Inferior, Medio y Superior.
Se denomina Mesolítico y/o Epipaleolítico al periodo de transición entre el Paleolítico y el Neolítico, donde se produjo una época de cambio climático y presión demográfica. Hacia el 9000 a.C., finalizó la última glaciación (Würm) y se inició la fase climática actual. Los hielos permanentes se retiraron hacia el norte y, en la Península Ibérica, al igual que en todo el Mediterráneo, el clima se volvió más cálido y seco. Este cambio climático dio comienzo al Mesolítico, que se caracterizó por la pervivencia de la economía depredadora del Paleolítico, pero en un escenario de creciente presión demográfica, ya que al desaparecer los grandes herbívoros de clima frío, salvo en zonas montañosas, la forma de vida cazadora resultaba cada vez más difícil para una población en aumento.
Posteriormente, se desarrolló el periodo Neolítico (6000-3000 a.C.). El arqueólogo Gordon Childe definió este periodo como el de la Revolución Neolítica: “La primera revolución que transformó la economía humana dio al hombre el control sobre su propio abastecimiento de alimentos”. El ser humano comenzó a sembrar, cultivar y mejorar por selección algunas hierbas, raíces y arbustos comestibles. También logró domesticar y unir firmemente a su persona a ciertas especies animales. El crecimiento de la población y la disminución de la caza obligaron a pasar de una economía depredadora a otra de producción, basada en la agricultura y la domesticación de animales. La gran ventaja de la agricultura, respecto a la caza, es que permite producir una mayor cantidad de alimentos por unidad de superficie y, por tanto, posibilita mantener a poblaciones más densas y en crecimiento. Sin embargo, también tiene sus inconvenientes, ya que requiere invertir más esfuerzo y tiempo de trabajo que la caza-recolección y proporciona una dieta alimenticia más pobre.
Frente a la teoría tradicional, según la cual la agricultura se descubrió en el Próximo Oriente hacia el 8000 a.C. y su conocimiento se fue difundiendo a lo largo de milenios por Europa y el norte de África, otras teorías sostienen que la agricultura no se adoptó en los distintos territorios según se conoció, sino solo cuando la presión demográfica impidió proseguir con la forma de vida asociada a la caza. En cualquier caso, la agricultura condujo a la sedentarización. Los grupos fueron adquiriendo una complejidad creciente y la división social del trabajo -jefes, sacerdotes, guerreros, agricultores, pastores…- originó diferencias de riqueza y de poder entre sus miembros, lo que con el tiempo llevará a la aparición de sociedades urbanas de mayor complejidad social. Los principales cambios tecnológicos fueron el pulimento de la piedra y, sobre todo, la aparición de la cerámica, necesaria para el almacenaje y transporte de los nuevos alimentos.
El arte rupestre se refiere a las primeras manifestaciones artísticas realizadas por el Homo Sapiens durante el Paleolítico Superior (40.000-10.000 a.C.). Estas primeras manifestaciones se consideran rupestres al usar como soporte las paredes de cuevas y abrigos rocosos. La aparición del arte se produjo gracias al salto cualitativo, tanto desde un punto de vista técnico como sociocultural, desarrollado por el mencionado Homo Sapiens, que le permitió desarrollar su capacidad de expresión simbólica, es decir, la capacidad de entender y expresar lo no tangible, algo inalcanzable para las especies que le precedieron.
La imagen 1 se corresponde con las representaciones más antiguas conocidas que se han localizado en el norte de la Península Ibérica (zona cantábrica) y sur de Francia, de ahí su nombre de Arte Cantábrico, situado cronológicamente en la Península Ibérica, con una antigüedad de entre 20.000 y 15.000 años, durante el Paleolítico Superior. Como muestra la imagen, representaban sobre todo figuras aisladas de animales (bisontes, caballos, ciervos, etc.) con un estilo muy naturalista, mostrando escenas de caza, y se piensa que servían para favorecer una cacería posterior. Junto a estos, también representaban signos abstractos y estampaciones de manos. Aprovechaban los diferentes tipos de tierras para usar la policromía, combinando colores con la grasa animal, estando su ubicación siempre en el fondo de cuevas oscuras.
Entre los yacimientos de este estilo artístico podemos destacar El Castillo (Cantabria), Tito Bustillo (Asturias) y, sobre todo, la Cueva de Altamira (Cantabria).
Posteriormente, a este estilo artístico se desarrolló durante el Epipaleolítico y Neolítico (7000-1.500 a.C.) y, más concretamente, según el prehistoriador A. Beltrán, entre el 6.000 y 1.500 a.C., otro estilo, al que corresponde la imagen 2, que se ubica en la zona del levante peninsular, desde Cataluña hasta Almería, de ahí su nombre de Arte Levantino, donde se refleja, de un modo narrativo, la nueva mentalidad de las sociedades mesolíticas, con características de la sociedad paleolítica, cazadores-recolectores, pero ya intercaladas con representaciones o escenas propias de las nuevas sociedades neolíticas, como escenas de domesticación de animales, recolección de miel, etc., con figuras humanas estilizadas y esquemáticas.
El arte levantino aparece en pequeños abrigos rocosos bien iluminados y muestra una clara monocromía con el uso del color negro u ocre. Además, muestra escenas mucho más variadas, como luchas, cacerías, recolección de miel, danzas propiciatorias para favorecer las cosechas o trabajos agrícolas. Entre los yacimientos del Arte Levantino destacan la Cueva Vallorta (Castellón) o El Cogul (Lleida).
La evolución de la prehistoria en la Península Ibérica, desde el Paleolítico hasta el Neolítico, refleja un proceso de adaptación y transformación de las sociedades humanas, que pasaron de ser nómadas y cazadoras a sedentarias y productoras, marcando así el inicio de una nueva era en la historia de la humanidad.
Durante la Guerra de Independencia (1808-1812), en la España no ocupada por tropas francesas de Napoleón, no solo se resistió y combatió al invasor en lo militar, sino que al mismo tiempo se pretendió, por parte de un sector social activo, sentar las bases jurídicas necesarias para la modernización del país. El proceso de convocatoria de Cortes lo había iniciado ya la Junta Suprema Central, que en 1810 traspasó sus poderes a un Consejo de Regencia que, establecido en Cádiz, fue el encargado de convocar las Cortes. Los liberales consiguieron que la convocatoria no se realizara por estamentos, sino como asamblea única, donde cada diputado tenía un voto. Tras establecer una serie de principios de carácter liberal contrarios al Antiguo Régimen, estas Cortes representaron el primer episodio de la revolución liberal burguesa en la historia de España.
La labor más importante de estas Cortes, aparte de una numerosa labor legislativa, fue la promulgación de la primera Constitución auténticamente española, que está considerada en la historia del derecho como uno de los mejores modelos de constitucionalismo occidental. Pese a su abolición en 1814 con la vuelta al absolutismo de Fernando VII, esta será reinstaurada en 1820 tras el pronunciamiento del general Riego y la obligada aceptación de esta por parte de Fernando VII, manteniéndose vigente durante el Trienio Liberal (1820-23). Además, servirá de ejemplo e influencia a los movimientos emancipadores de las colonias españolas en América durante el siglo XVIII.
A Cánovas del Castillo es un personaje fundamental en la historia contemporánea española, ya que diseñó, en gran medida, el sistema político que existió en España en el último cuarto del siglo XIX y que continuó, aunque en crisis permanente, hasta el año 1923, cuando se produjo el golpe de Miguel Primo de Rivera. Cánovas era conocedor de los sistemas políticos europeos y, como muchos políticos del siglo XIX, sentía predilección por el británico, tan estable frente a los profundos cambios que se daban en el resto de Europa. Quería aplicar en España la doctrina inglesa de la balanza de poderes entre la Corona y el Parlamento y elaborar una constitución moderada.
En primer lugar, rescató el concepto de soberanía compartida, propio del liberalismo moderado español, abandonando la soberanía nacional alcanzada en el Sexenio Democrático. La soberanía compartida partía de la concepción que tenía Cánovas de la Nación y de la Corona. Las Cortes y la Corona debían ejercer la soberanía conjuntamente. En segundo lugar, los partidos. Siguiendo el modelo bipartidista británico, Cánovas pretendía que la labor del gobierno recayese en exclusiva en dos partidos, alternándose en el poder y en la oposición. De esta manera, se evitaba el monopolio del poder ejercido por los moderados en tiempos de Isabel II. Para ello, era fundamental el compromiso de los dos partidos en mantener el sistema político y respetar la obra de cada uno cuando tenía la responsabilidad gubernamental, además de ejercer una leal oposición cuando tocaba estar en su lugar.
La primera medida política de importancia fue la convocatoria de elecciones para unas Cortes Constituyentes, celebradas en enero de 1876, pues la Constitución de 1869, defendida por las fuerzas políticas más democráticas, había quedado, de hecho, sin efecto tras la proclamación de la República.
La Constitución de 1876 ofrecía un cierto eclecticismo al reunir las influencias de las constituciones moderadas de 1845 (al mantener el principio de la soberanía compartida, planteamiento que lleva a dar al monarca un gran protagonismo en el sistema político) y la democrática de 1869 (al incorporar bastantes de los derechos individuales reconocidos por aquella, aunque su desarrollo posterior en leyes orgánicas permitía una visión, según el color del gobierno, más restrictiva o más avanzada).
Cánovas, por tanto, tuvo que transigir para conseguir la aceptación de la nueva Constitución por otras fuerzas políticas. Así, la determinación del derecho de sufragio quedó sin cerrar y en el artículo 28 se remitía en tal materia al “método que determine la ley”. Así, Cánovas, por una ley electoral de 1878, restableció el sufragio restringido y, más tarde, Sagasta, en 1890, recuperó el sufragio universal. Otro punto importante, que suscitó encendidas polémicas, fue la cuestión religiosa. El Congreso se dividió entre defensores de la unidad católica y los de la tolerancia dentro de la línea de la Constitución de 1869; al final se llegó a una fórmula intermedia: la Constitución estableció un Estado confesional, aunque permitió el ejercicio privado de otras religiones.
En relación con la división de poderes, el rey ejerce el poder ejecutivo a través del gobierno. Las Cortes eran bicamerales. El Senado o Cámara alta estaba integrado por tres clases de senadores: por derecho propio, vitalicios y elegidos. La Cámara baja o Congreso de los Diputados, como ya se ha visto, la Constitución remitía a una ley electoral la amplitud del censo y el procedimiento de elección de aquellos.
Con ello se trataba de evitar, para lo sucesivo, que cada partido pretendiese implantar “su” propia Constitución tan pronto llegase al poder. Siguiendo su idea del bipartidismo, el partido de Cánovas, el Partido Conservador, surgió en el Sexenio, integrando a los moderados isabelinos, la Unión Católica de Pidal y los alfonsinos del propio Cánovas del Castillo. Pero era necesaria otra formación. La solución fue brindada por la colaboración de Práxedes Mateo Sagasta, que creó el Partido Liberal. Estos partidos eran típicamente decimonónicos, es decir, de élites, no de masas. Fuera del sistema quedaban los republicanos y los carlistas. Más tarde aparecerían otras opciones -socialistas y regionalistas- que tampoco tendrían cabida en el mismo, aunque todos terminarían por poder acceder a las Cortes cuando se aprobó el sufragio universal y se fue resquebrajando el control electoral en el ámbito urbano, donde era más difícil el ejercicio del poder caciquil que permitía el funcionamiento del sistema diseñado por Cánovas.
El sistema de turno pacífico consistía en la alternancia de los dos partidos dinásticos (conservador y liberal). La formación del gobierno por parte de cada uno de ellos no dependía del triunfo en las elecciones, sino de la decisión del rey en función de una crisis política o del desgaste en el poder del partido gobernante.
En este elemento se plasma el sistema bipartidista, constituyendo uno de los rasgos esenciales del periodo de la Restauración. La práctica del turnismo se lograba mediante la manipulación electoral (pucherazo), es decir, mediante el falseamiento de los resultados electorales. Este continuo fraude permite hablar de una democracia puramente formal o “sistema liberal sin democracia”. En este falseamiento electoral desempeñaban una labor decisiva los caciques locales y comarcales, además de los gobernadores civiles provinciales, apoyados por la Corona y las élites de los partidos dinásticos.
1) El primer texto pertenece al nacionalismo catalán, en el caso del texto de Prat de la Riba, político de tendencia catalanista, y el segundo texto al nacionalismo vasco, redactado por Sabino Arana, fundador del Partido Nacionalista Vasco. El nacionalismo contemporáneo surge en Europa a partir del primer tercio del siglo XIX, ligado al movimiento del Romanticismo como motor de varios movimientos de liberación nacional, como Irlanda o Italia. Era un sentimiento de amor a la Nación (misma lengua, historia, costumbres, raza o cultura). En el caso concreto de España, en el último cuarto del siglo XIX, durante la Restauración, se desarrolló un sentimiento nacionalista por parte de la pujante burguesía catalana y vasca, sentimiento que cuestiona la existencia de una única nación española, ya que consideran que sus territorios son naciones y que, por consecuencia, tienen derecho al autogobierno, promulgando la idea de “una nación, un estado”. Esta afirmación la basan en la existencia de unas realidades diferenciales: lengua, raza (País Vasco), derechos históricos (fueros), cultura y costumbres propias. Estos movimientos tendrán planteamientos más o menos radicales: desde el autonomismo al independentismo o separatismo. El punto de partida de los argumentos nacionalistas está, por un lado, en la reacción defensiva ante la llegada masiva de inmigración del resto de España por el desarrollo industrial y, por otro, en el centralismo liberal del sistema de la Restauración, ya que los partidos dinásticos fueron incapaces de crear un nacionalismo español que abarcara a todos los territorios.
2) El nacionalismo catalán tiene sus orígenes en los regionalismos, movimientos que buscaban una identidad propia, pero sin renunciar al carácter español, así lo vemos con el partido Unió Catalanista (conservador y católico) de Prat de la Riba y luego con la Lliga Regionalista de Francesc Cambó y Prat de la Riba. Por su parte, en el País Vasco, Sabino Arana funda el Partido Nacionalista Vasco, impulsado por la pérdida de los fueros y la industrialización, lo que demuestra su carácter conservador, al menos en sus inicios, ya que los planteamientos separatistas llegarán más tarde. Ambos partidos ven cómo, durante la Restauración, todas sus reclamaciones caen en el vacío, a excepción de la Mancomunidad Catalana. El nacionalismo catalán se extendió esencialmente por la burguesía y el campesinado. Mientras tanto, la clase obrera abrazó mayoritariamente el anarquismo. Por su parte, la burguesía vizcaína, enriquecida por la naciente revolución industrial, fue el terreno social en el que nació el nacionalismo vasco.
Por otro lado, se observan diferencias en sus orígenes, ya que el nacionalismo catalán aspiraba a recuperar la lengua y la cultura propias, sin aspiraciones de tipo político, frente a un nacionalismo vasco que nació como rechazo a la supresión de los fueros y de la inmigración española que llega como consecuencia de la industrialización de su territorio. Además, su evolución también marcará diferencias, ya que mientras la ideología de Sabino Arana se hunde directamente en el independentismo antiespañolista, el catalanismo busca, en un principio, la autonomía de Cataluña dentro del estado español.
Alfonso XIII accedió al trono en mayo de 1902, con 16 años. Dado el ambiente social y político creado en España por la derrota del 98, se albergaban esperanzas de que el nuevo monarca encabezase una política de carácter regenerador. En su actuación política se pueden destacar dos rasgos: una intervención constante en la vida política ordinaria, así como en las luchas de los partidos dinásticos, por una parte, y la relación directa entre la Corona y los mandos militares, aprovechando su condición de jefe del ejército. La política oficial también estaba contagiada del espíritu regeneracionista que se había extendido por todo el país. El siglo XX se inició, por lo tanto, con los intentos de reforma del sistema político de la Restauración, que se hallaba cada vez más desligado de la realidad social española. Tras la muerte de los fundadores de los dos partidos dinásticos, Cánovas (1897) y Sagasta (1903), empezó la etapa de revisión política, protagonizada por Maura, desde el Partido Conservador, y por Canalejas, desde el Partido Liberal. El partido conservador pareció entender primero las razones del regeneracionismo con Silvela; pero fue sobre todo bajo el liderazgo de Maura y especialmente en su gobierno largo (1907-1909). Sus intentos regeneracionistas quedarían expresados en la frase “hagamos la revolución desde arriba o nos la harán desde abajo”, con ello dejaba claro que era necesaria una reforma en profundidad de la vida pública y la mejora de las condiciones de vida de las clases populares para evitar cualquier levantamiento popular que hiciera peligrar el sistema. Maura galvanizó la política y llevó al Parlamento numerosas iniciativas legales, poniendo en marcha importantes reformas: nueva Ley electoral (agosto de 1907) para intentar acabar con el caciquismo, ley de Creación de la Escuadra, ley de Colonización interior, legalización de la huelga (1908), creación del Instituto Nacional de Previsión (1908), inspección de trabajo, reforma de la justicia municipal, sindicatos agrícolas. Pero Maura no pudo concluir su “revolución” debido a los hechos ocurridos en la “Semana Trágica” de Barcelona en 1909 y se vio obligado a dimitir ese mismo año. El rey le retiró su confianza a la vista de la reacción internacional que había producido la ejecución de Francisco Ferrer Guardia en Barcelona.
El partido liderado por José Canalejas, que gobernó desde febrero de 1910 hasta que fue asesinado en noviembre de 1912, lo que supondrá el final de los intentos reformistas. Al igual que Maura, Canalejas gobernó con programa, ideas, firmeza y con voluntad reformista. Se aprobaron importantes reformas, como la reducción del impuesto de consumos, la ley de Reclutamiento y Reemplazo (suprimiendo la redención en metálico), la regulación de las condiciones de trabajo (jornada máxima de 9 horas en minas, prohibición del trabajo nocturno de la mujer), aprobó la ley de Mancomunidades. Pese a la movilización callejera de los católicos, autorizó los signos exteriores del culto de las iglesias protestantes y elaboró un proyecto de ley (ley del Candado) que prohibía el establecimiento de nuevas órdenes religiosas en cuanto no se aprobara una nueva ley de Asociaciones, a riesgo de una grave confrontación con la Iglesia.
1. El primer texto se corresponde con el publicado por el General Primo de Rivera el 13 de septiembre de 1923 en el periódico La Época, un manifiesto donde expone los motivos que le llevan a ejecutar un golpe de Estado: En el primer párrafo comienza el manifiesto afirmando que se ve obligado a actuar de esa forma debido a la generalizada petición de la sociedad española que pide liberar a la nación del sistema político de la Restauración y de su clase política, a quienes culpa de la situación a la que han llevado al país. Este sistema político, el “turnismo”, es para él el responsable de la situación de crisis que llevaba el país y que venía ya desde el 98, llevando al país inexorablemente a un final trágico.
Posteriormente, en el segundo párrafo critica el sistema de corrupción imperante, que incluso tenía “secuestrado al monarca”, que impedía el acceso al poder a otras alternativas y que, pese a criticarse y atacarse por los dos grandes partidos, se repartían el poder usando el fraude electoral y el turnismo.
Finalmente, en el tercer párrafo vuelve a justificar su golpe de Estado centrándose de nuevo en la petición del pueblo y del propio ejército para que acabe con el desgobierno, su dejadez ante los problemas que vivía el país, el deterioro de la autoridad que estaba permitiendo un aumento de la violencia contra la iglesia, las fuerzas del orden, la violencia del “pistolerismo” (asesinatos de patronos, obreros…), la crisis económica (depreciación de la moneda, enormes gastos sin justificar…), crisis social en lo moral y ético y en lo judicial, crisis de la situación agraria e industrial, el reciente desastre de Annual y su utilización política “rastrera” y terminando con el aumento del comunismo y el separatismo. Estos son para él los argumentos con los que pretende justificar y validar su golpe de Estado.
2. El 13 de septiembre de 1923, Miguel Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, dio un golpe de Estado declarando el estado de guerra. A continuación, publicó un manifiesto en el que declaraba los motivos para rebelarse y sus intenciones. Contó con el apoyo del rey Alfonso XIII, afín a las ideas de los mandos militares, quien le encargó formar gobierno, legalizando así un acto anticonstitucional y convirtiéndose en responsable directo de la Dictadura.
Entre las causas más destacadas que llevan a la realización del golpe de Estado podemos destacar:
Pero Primo de Rivera no estaba solo, contaba con un amplio apoyo que le permitió triunfar. El primero en aplaudir el golpe fue el propio rey, ante el temor, por el desprestigio de la monarquía y una posible caída de esta, rápidamente destituye al gobierno y le ofrece el poder a Primo de Rivera. También la implantación del Directorio Militar fue aceptada con satisfacción por la gran masa media del país y por las élites económicas, que querían el restablecimiento del orden y la paz social. El golpe fue posible, por la actitud de dos fuerzas: la burguesía y el movimiento obrero. La primera se puso del lado de la dictadura, siendo la catalana la primera en apoyarle, deseosa de que acabara con el anarquismo en Cataluña, y el resto de la burguesía española con el fin de frenar a la clase obrera y a los políticos de los antiguos partidos, defensores en su gran mayoría de una España atrasada y terrateniente. También la Iglesia vio con buenos ojos la llegada de la dictadura, ya que garantizaba la seguridad y la preeminencia social y, sobre todo, educativa sobre la sociedad española. Por último, el PSOE y su sindicato, la UGT, pasaron a tener una actitud de clara aceptación y de colaboración a lo largo de casi siete años del gobierno de Primo de Rivera.
El franquismo nació como una dictadura que consolidó los poderes absolutos de Franco, confirmó el carácter antidemocrático de las instituciones y continuó la represión de los opositores practicada durante la Guerra Civil. En cuanto a las características del franquismo, instituyó un Estado legitimado tan solo por la Guerra Civil y caracterizado por un autoritarismo extremo. Sus rasgos más relevantes fueron:
1. El ejército: fue el más destacado sostén del régimen y participó activamente en el poder, ya que buena parte de los ministros y los gobernadores civiles eran militares de carrera.
2. El partido único: la Falange Española Tradicionalista y de las JONS se encargó de dotar al régimen de sus bases ideológicas, de controlar los medios de comunicación y de suministrar una buena parte de los cargos de la administración. Para procurar el apoyo social al régimen, el partido constituyó cuatro organizaciones de masas como fueron el Frente de Juventudes, la Sección Femenina, el SEU o Sindicato Español Universitario y los sindicatos verticales.
3. La Iglesia Católica: tuvo un papel destacado en la legitimación y construcción del régimen franquista, que se definía como un estado confesional católico. A cambio de este apoyo, la Iglesia obtuvo una financiación pública muy generosa (en 1939 se reinstauró el presupuesto del culto y clero), el control casi total del sistema educativo y el predominio de los valores y la moral católica en el conjunto de la sociedad española.
La estructura política del Estado franquista se sustentaba en los grupos que habían mostrado su adhesión incondicional al Caudillo y que de una manera u otra integraban el Movimiento Nacional. Sin embargo, dentro del franquismo coexistieron diferentes familias políticas o grupos de influencia:
La legislación era fundamental para dar la apariencia de un estado de derecho, ya que este había surgido producto de una guerra civil. Esta institucionalización fue muy lenta. Había que presentar una organización política con la apariencia de un Estado de derecho. Para ello, se elaboró un conjunto de Leyes Fundamentales (equivalentes a una Constitución) que pretendían proporcionar al franquismo una imagen de Estado democrático a su manera, y hacer olvidar a la comunidad internacional las inclinaciones fascistas de sus primeros años. Estas leyes fundamentales fueron: 1938. Fuero del Trabajo; 1942. Ley de Cortes; 1945. Fuero de los Españoles; 1945. Ley del Referéndum; 1947. Ley de Sucesión de la Jefatura del Estado; 1958. Ley de Principios del Movimiento Nacional; 1967. Ley Orgánica del Estado. Unas Leyes Fundamentales que se asemejaban en apariencia a una Constitución en un régimen democrático: declaración de principios ideológicos, derechos fundamentales del individuo, naturaleza y organización del Estado y sus instituciones, pero que en realidad solo eran una fachada jurídica para ocultar la verdadera naturaleza del régimen: una férrea dictadura militar personalista de Franco.
