Portada » Filosofía » Conceptos Fundamentales en San Agustín y Santo Tomás de Aquino
La vida moral se desarrolla en torno a la relación entre el conocimiento, el amor, la libertad y la gracia divina. Aunque la ciencia proporciona conocimiento de verdades necesarias e inmutables, no garantiza el progreso moral. Por el contrario, la sabiduría, entendida como el conocimiento y amor hacia la verdad suprema (Dios), exige un perfeccionamiento moral y el auxilio de la gracia. Así, mientras la ciencia se limita a verdades abstractas, la sabiduría integra el amor a Dios, orientando la vida hacia la virtud.
La felicidad, el fin último del ser humano, no puede hallarse en uno mismo, sino en el verdadero bien: Dios. Para San Agustín, la virtud es el amor ordenado hacia Dios y las criaturas. Este amor guía la moralidad, convirtiendo los bienes materiales en medios y no en fines. El principio moral fundamental: «Ama y haz lo que quieras» destaca que solo los actos motivados por el amor verdadero poseen valor moral.
La libertad humana, a través del libre albedrío, permite elegir entre el bien y el mal. Aunque el libre albedrío conlleva riesgos, San Agustín lo considera un don esencial para amar y alcanzar a Dios. Este regalo divino da sentido al mérito moral: las buenas acciones merecen alabanza y las malas, condena. El mal moral, en cambio, surge del uso incorrecto del libre albedrío y consiste en alejarse de Dios, enfocándose en bienes inferiores como fines en sí mismos.
El pecado original ejemplifica esta desviación inicial de la voluntad humana, generando una inclinación hacia la autonomía y el materialismo. Sus efectos, como la concupiscencia y la ignorancia, trastornan la relación entre el alma y el cuerpo, debilitando al ser humano. Para superarlo, la gracia divina, obtenida por la redención de Cristo, es indispensable. La gracia transforma la voluntad, ayudando al hombre a conocer y realizar el bien verdadero, lo que no puede lograrse únicamente con el libre albedrío.
Por último, la libertad plena se alcanza en el abandono a Cristo, quien otorga verdadera felicidad. Aunque esta libertad es limitada en la vida terrenal, su plenitud será experimentada en la vida eterna. Así, la vida moral, iluminada por la sabiduría, la virtud y la gracia, conduce al hombre hacia la verdadera libertad y la felicidad suprema en Dios.
La reflexión sobre Dios aborda temas esenciales como su existencia, naturaleza, el origen del mundo y el problema del mal. La existencia de Dios se fundamenta en la conciencia humana, que reconoce verdades objetivas que conducen a un principio supremo. Desde la belleza y el orden del universo, se deduce que este no se creó a sí mismo, sino que fue obra de un Creador. San Agustín expresó esta idea al señalar que la naturaleza misma testimonia haber sido creada por Dios. Este razonamiento lleva a un ascenso hacia un ser superior e inmutable, que trasciende lo cambiante del mundo material y espiritual. Dios combina intimidad y trascendencia: es cercano al pensamiento humano, pero también inefable y más allá de nuestra comprensión. Su presencia se manifiesta en ámbitos científicos, estéticos y morales, aunque su esencia, caracterizada por la inmutabilidad y la perfección pura, escapa a la razón humana. Según la revelación bíblica, Dios se identifica como «Yo soy el que soy» (Éxodo 3:14), indicando su unicidad y plenitud de realidad. Dios es el Ser que crea, la Verdad que ilumina y el Bien que atrae y otorga paz. Es infinito, eterno, espiritual y absolutamente simple. En la creación, Dios es la causa de la existencia de todo, realizando un acto libre y atemporal de creación ex nihilo (desde la nada), sin materia preexistente. Esta concepción une fe y razón, y difiere de las ideas filosóficas de Platón, quien propuso un demiurgo que utilizaba ideas eternas. Dios contiene en su mente las ideas ejemplares de todo lo creado, y estas ideas son su propia esencia, base de la verdad y el conocimiento. La creación es un acto único de Dios que incluye el concepto de «razones seminales»: potencias latentes que se desarrollan a lo largo del tiempo según el plan divino. Aunque la creación fue instantánea y completa, su despliegue en el tiempo permite el desarrollo progresivo del universo bajo las leyes y el orden establecidos por Dios. El problema del mal se explica como una privación de ser, no como una entidad propia. Todo lo que existe es bueno por su naturaleza, pero la finitud y mutabilidad de la creación permiten la ausencia de ciertos bienes, lo que constituye el mal. Esta privación, análoga a la oscuridad como ausencia de luz, contrasta con Dios, quien es la plenitud del Ser y el Bien absoluto, comunicando el bien a las criaturas en proporción a su ser. Así, la reflexión sobre Dios integra la razón, la fe y la revelación para comprender la existencia, la creación y el mal en el mundo.
La novedad de la ontología tomista radica en su desarrollo de la metafísica del acto de ser (actus essendi), una perspectiva que va más allá de una filosofía centrada únicamente en las esencias o en los entes. Santo Tomás de Aquino introduce una visión profundamente original al considerar el acto de ser como el fundamento último de la realidad. Este acto actualiza la esencia, que por sí misma es solo un «poder-ser», convirtiéndola en ente real y concreto. La metafísica tomista se pregunta, en última instancia, qué es el ser y por qué existe algo en lugar de la nada, vinculando estas cuestiones al misterio de Dios como Ser Subsistente.
La ontología del acto de ser: Tomás de Aquino plantea que el ente (ens) es todo lo que existe, pero distingue entre el ser de Dios y el de las criaturas. En Dios, esencia y acto de ser son idénticos, lo que lo convierte en el ser absoluto y necesario. En cambio, en las criaturas, la esencia y el acto de ser se distinguen: la esencia es potencia para el ser, mientras que el acto de ser es aquello que actualiza esa potencia. Este enfoque resalta la contingencia de las criaturas, cuya existencia depende de un ser cuya esencia es idéntica a su ser: Dios.
La estructura de los entes creados refleja esta dualidad: en las sustancias materiales, la materia primera es potencia, mientras que la forma sustancial actúa como acto que define la esencia. A nivel trascendental, tanto sustancia como accidentes participan en el acto de ser, que les confiere realidad. Por otro lado, las sustancias inmateriales, como los ángeles, carecen de materia, pero aún presentan una distinción entre esencia y acto de ser. Dios, como acto puro de ser, es el fundamento de toda existencia. Las criaturas participan en su ser, pero de manera derivada y limitada. Esta relación fundamenta la distinción entre seres necesarios y contingentes: mientras Dios es eterno e inmutable, las criaturas son contingentes, dependiendo de Él para existir.
La importancia de los trascendentales: Tomás también desarrolla las propiedades trascendentales del ser: unidad, verdad y bondad, las cuales son inseparables del ente. La unidad expresa la indivisibilidad del ser y su perfección, alcanzando su máxima expresión en Dios como ser absoluto y simple. La verdad ontológica se relaciona con la adecuación del ente al intelecto divino, mientras que la bondad refleja la perfección de cada ente en función de su grado de participación en el ser divino.
La analogía del ser: Tomás de Aquino amplía la analogía aristotélica del ser, que se limitaba a las categorías intramundanas (sustancia y accidentes), hacia una analogía vertical que abarca la relación entre Dios y las criaturas. Las criaturas participan en el ser de Dios, reflejando su perfección, pero siempre de manera limitada. Existe una semejanza entre Dios y las criaturas, pero también una desemejanza infinita, ya que Dios es el único ser cuya esencia es su ser.
La trascendencia de Dios y la teología negativa: Dado que Dios trasciende las categorías humanas, Tomás subraya que nuestro conocimiento de Él es limitado. La teología negativa, que describe a Dios por negación, refleja esta incapacidad de captar su esencia. Aunque las criaturas participan en el ser divino, la semejanza es siempre parcial, y la desemejanza prevalece debido a la trascendencia absoluta de Dios.
Las pruebas de la existencia de Dios: Santo Tomás de Aquino propone cinco vías para demostrar la existencia de Dios, partiendo de hechos observables en la realidad. Estas pruebas, fundamentadas en el método lógico de la demostración aristotélica, buscan establecer a Dios como la causa última y principio de todo lo existente. A continuación, se describen cada una de estas vías: