Portada » Filosofía » Conceptos Fundamentales de la Filosofía Política: Maquiavelo, Hobbes y Rousseau
La filosofía política reflexiona acerca de cómo se ejerce el poder, quién lo ejerce, quién tiene la legitimidad para poseerlo y cuál es la mejor forma de Estado.
El término política proviene de «polis», que designaba a cada una de las ciudades-Estado, entidades independientes con sus propias normas de gobierno. Ejemplos de estas polis incluyen Atenas, Esparta y Corinto.
Aristóteles acuñó el concepto de zoon politikon, el «animal político», para expresar que el ser humano es social por naturaleza y, de alguna forma, está intrínsecamente ligado a vivir en sociedad.
Se diferencian los siguientes términos:
Nicolás Maquiavelo fue un diplomático florentino del siglo XV. Su obra más conocida, El Príncipe, es un tratado breve dedicado a Lorenzo de Médici. Concebida como un manual de filosofía política práctica, ofrece una serie de consejos para gobernar eficazmente. Fue una obra muy polémica y controvertida, llegando a ser prohibida por la Iglesia.
Maquiavelo desarrolló lo que se conoce como realismo político, en el sentido de que no propone una política abstracta o ideal, sino una visión muy concreta y pragmática del poder. No busca una política ideal.
A lo largo de su obra, Maquiavelo postula una ciencia política autónoma, diferenciada de la ética. Es decir, para él, la política y la ética transitan por caminos distintos. El gobernante no necesita ser un modelo ético, sino que su principal función es garantizar la seguridad y estabilidad de la polis.
Algunos de los consejos clave son:
El contractualismo se define como aquella concepción filosófica según la cual el Estado civil tiene su origen y fundamento en un contrato social establecido entre los individuos que componen la sociedad.
Más allá de las diferentes perspectivas de los autores, se establece una oposición fundamental entre los contractualistas:
En el contractualismo, la transición del estado natural al estado civil se realiza a través de un contrato social. La idea del contrato social es un recurso explicativo; es decir, para los contractualistas, representa una realidad histórica o una ficción fundacional.
Thomas Hobbes fue un filósofo inglés del siglo XVII, considerado uno de los fundadores de la filosofía política moderna y máximo exponente del contractualismo.
Su filosofía política parte de una concepción específica del ser humano. Para Hobbes, el ser humano se mueve principalmente por dos motivos: el deseo insaciable de poseer cada vez más y el temor a una muerte violenta.
Una frase célebre que describe su visión de la naturaleza humana es «Homo homini lupus», que significa «el hombre es un lobo para el hombre». Esto implica que el ser humano, por naturaleza, es agresivo, egoísta, interesado, violento, ávido y envidioso.
En un estado donde no existiera gobierno, dada la naturaleza humana descrita, se caería en un estado de anarquía, donde el ser humano no es digno de confianza.
Este estado de naturaleza es insostenible, ya que el ser humano corre el riesgo de autodestruirse. Esta situación obliga a los individuos a realizar el contrato social. Mediante este pacto, cada individuo cede parte de sus derechos (que en el estado natural son infinitos) al Estado, y a cambio, el Estado debe garantizar seguridad y estabilidad.
Además, el Estado debe encarnar la figura del «Leviatán», un monstruo bíblico que simboliza un poder soberano y absoluto. El Estado debe ser una entidad con autoridad, con un poder muy superior al de los individuos que lo integran, capaz de limitar la naturaleza humana. Si el Estado no ejerce este poder de manera efectiva, sería muy fácil regresar al estado de anarquía.
Al establecer el contrato social, el individuo cede el derecho de impartir justicia por sí mismo; es decir, en el Estado civil, solo la autoridad legítima puede hacerlo. Por ejemplo, el derecho a ejercer la violencia se cede al Estado. Si una persona agrede a otra en una manifestación sin justificación, puede acabar en la cárcel. Sin embargo, si un policía ejerce la fuerza en el cumplimiento de su deber, no es lo mismo, ya que esa facultad le ha sido cedida por una autoridad superior del Estado.
Jean-Jacques Rousseau fue un pensador suizo del siglo XVIII, máximo exponente del contractualismo y una figura clave de la Ilustración.
Dos de sus obras más importantes fueron Emilio, o De la educación (un tratado extenso sobre pedagogía) y El contrato social (una obra de filosofía política, menos extensa pero extremadamente influyente).
La filosofía política de Rousseau parte de una concepción del ser humano diametralmente opuesta a la de Hobbes. En su obra, encontramos una contraposición entre el hombre natural (en estado de naturaleza) y el hombre artificial (en estado civilizado). El hombre natural se presenta como un ser solitario e infinitamente libre, intrínsecamente bueno, altruista, pacífico y feliz, lo que se conoce como «el mito del buen salvaje». Sin embargo, la imposibilidad de sobrevivir de manera individual lo llevó a civilizarse y a asociarse en un colectivo, pasando así del estado natural a un estado civil.
Para Rousseau, el estado civil no solo no contribuye al bienestar humano, sino que ha corrompido al hombre. A medida que la civilización se desarrolla, el ser humano se vuelve artificial, superficial, orgulloso y vanidoso. La aparición de la propiedad privada, en particular, lo convierte en un ser competitivo y egoísta. La maldad humana, por tanto, no es inherente al hombre, sino que surge con la civilización.
Aunque la civilización haya corrompido al ser humano, Rousseau propone una solución: la creación de un nuevo contrato social. Este pacto debe garantizar que el Estado civil asegure al ser humano la misma libertad que poseía en el estado natural, permitiéndole así alcanzar la felicidad. Sin embargo, advierte que no es posible regresar al estado natural una vez que la sociedad se ha civilizado.
El pueblo debe dejar de seguir la voluntad particular de un soberano y gobernarse a sí mismo de acuerdo con la voluntad general. Es decir, el pueblo no puede ser un títere; si el conjunto de la sociedad comienza a gobernarse, debe guiarse por esta voluntad general, proponiendo así una forma de democracia directa.
El pueblo debe participar activamente en la vida política. Aquellos que han sido elegidos para representar la voluntad del pueblo, si no cumplen con su mandato, pierden su legitimidad y el pueblo tiene el derecho de derrocarlos.