Portada » Lengua y literatura » Antonio Buero Vallejo y Jaime Gil de Biedma: Teatro y Poesía Española de Posguerra
Antonio Buero Vallejo nació en Guadalajara en 1916. Aunque fue un lector voraz desde la adolescencia, su primera vocación fue la pintura y estudió Bellas Artes en Madrid. Tras una crisis religiosa, crecieron sus inquietudes políticas. En 1936 se alistó en el ejército republicano. Al término de la Guerra Civil fue condenado a muerte, pero se le conmutó la pena por treinta años de cárcel. En esta etapa se despertó su vocación de dramaturgo. Finalmente, en 1947 fue indultado.
En 1949 presentó Historia de una escalera al premio Lope de Vega. Obtener el galardón conllevaba representar la obra en el Teatro Español, por lo que Buero dispuso de una oportunidad de acceso a un escenario oficial que, dados sus “antecedentes”, no hubiera obtenido de otro modo. El estreno de la obra fue un acontecimiento decisivo en el teatro de la posguerra y significó la aparición de un nuevo teatro, cargado de hondas preocupaciones. Desde entonces, representó en los más importantes escenarios y se sucedieron sus éxitos y los premios. En los años 60 se consolidó su fama y se extendió a Europa y América, donde pronunció conferencias y se estrenaron obras suyas (incluso alguna prohibida en nuestro país). En España participó en actividades de oposición política y en 1971 fue elegido miembro de la Real Academia. El máximo reconocimiento le llegó en 1986 con el premio Cervantes. Murió en Madrid, en el año 2000.
Las obras de Buero giran en torno al anhelo de realización humana y a sus dolorosas limitaciones: la búsqueda de la felicidad, de la verdad, de la libertad, se ve obstaculizada por el mundo concreto en que el hombre vive. Esta temática ha sido enfocada por Buero en un doble plano:
En ambos planos, siempre se entreteje un enfoque ético. La peculiaridad del teatro de Buero es que en sus obras no da respuesta a las cuestiones de alcance universal, sino que deja los interrogantes abiertos para suscitar la reflexión de los espectadores.
En esta etapa predomina un enfoque existencial. Desde el punto de vista técnico, las obras se ajustan a una estética realista y a lo que el propio autor llamó «construcción cerrada». En Historia de una escalera (1949) nos presenta a tres generaciones de unas familias modestas, con sus sueños o su resignación… Es el drama de la frustración, tanto por el peso del medio social como por la debilidad de los personajes para ser fieles a sus ilusiones y a sus impulsos mejores. Su obra En la ardiente oscuridad (1950) es una tragedia de compleja significación.
A un colegio de ciegos, llega otro ciego que no se resigna y que irá contagiando su angustia y su rebeldía a los demás, hasta que uno de ellos lo mata para que la comunidad recobre la paz. Aquí, la ceguera es símbolo de las limitaciones impuestas al hombre, sea por su condición humana, sea por la sociedad. Y la dialéctica cuestión que Buero plantea es: ¿Debemos aceptar nuestras limitaciones y tratar de ser felices con ellas, o debemos sentir trágicamente esas limitaciones y rebelarnos, aunque sea azaroso o imposible superarlas?
Abarcaría obras que van de 1958 a 1970. El predominio del enfoque social no supone un descenso en la atención por el individuo concreto o por las facetas morales. Pero ahora se insiste más en las relaciones entre el individuo y su entorno. Los actos individuales quedan enmarcados en un tiempo y unas estructuras sociales concretas, con sus tensiones, sus formas de explotación o de opresión. Y se hace hincapié en las raíces y las consecuencias sociales de los actos. Así, los problemas de la justicia, de la libertad, de la responsabilidad, etc., adquieren dimensiones nuevas y más precisas. Claro que todo ello dentro de los límites establecidos por la censura. Precisamente, a la necesidad de sortear tales límites se debe, en parte, que Buero cultivara reiteradamente en esta época cierto tipo de drama histórico: Un soñador para un pueblo (1958), sobre Esquilache, ministro de Carlos III; Las Meninas (1960), sobre Velázquez; El concierto de San Ovidio (1962), situada en Francia, en vísperas de la Revolución; El sueño de la razón (1970), sobre Goya. Pero, en estas obras, la anécdota histórica es un pretexto para plantear candentes problemas actuales, sorteando a la censura.
En cierto sentido, también El tragaluz (1967) tiene algo de obra “histórica”, aunque se sitúe en el presente y aluda a nuestra historia reciente. En cuanto a la técnica teatral, esta etapa supone un giro en el arte dramático de Buero Vallejo. Él mismo señaló el paso de la «construcción cerrada» a una «construcción abierta», construcción más compleja de la acción, rupturas en el desarrollo temporal (elipsis, saltos atrás…), recursos de participación del espectador en el drama…
Desde el punto de vista de los temas, acaso lo más destacable es que, en esta etapa, los contenidos sociales y políticos se hacen más explícitos. Una de las cimas del autor es La Fundación (1974), que nos introduce en una celda de presos políticos; uno de ellos, trastornado, cree hallarse en un centro de investigación hasta que comprende la situación real y comparte las angustias y las esperanzas de los demás; a la vez, las actitudes de los personajes y los diálogos tejen unas hondas reflexiones sobre el compromiso con la realidad, la lucha por transformarla, el ideal de libertad. En cuanto a la técnica, Buero ha avanzado con mayor audacia por la vía de las novedades escénicas. Son primordiales los efectos de inmersión. Así, ciertos recursos de sonido, de luz o de tramoya que nos hacen «oír» o «ver» las cosas tal como las percibe o las imagina algún personaje. Con ello, el teatro logra expresar la subjetividad, lo escondido en la conciencia de los personajes, sus obsesiones, incluso sus trastornos psíquicos. Y, a la vez, se propicia una participación más intensa del espectador.
Jaime Gil de Biedma nace en Barcelona en 1929, en el seno de una familia burguesa. De su época de estudiante de Derecho en Barcelona conserva grandes amistades, con quienes comparte largas tertulias literarias. En su decisión de escribir influye bastante su amistad con Carlos Barral. Con él mantendrá una intensa correspondencia a lo largo de su vida.
Verdadero exponente de lo que se suele denominar una doble vida, Biedma desarrolla actividades empresariales (su padre lo introdujo en el negocio tabaquero familiar) y al mismo tiempo coquetea intelectualmente con el marxismo. Su vida interior queda por completo marcada por la homosexualidad, circunstancia que, en el seno de su profundo pesimismo, lo va a llevar a vivir al límite toda una serie de experiencias íntimas autodestructivas. Jaime Gil de Biedma murió en Barcelona, en 1990.
Miembro destacado de la llamada Escuela de Barcelona, se relacionó con los componentes de esta: Joan Ferraté, Gabriel Ferrater, Jaime Salinas, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo y el novelista Juan Marsé. Junto a Ángel González, Claudio Rodríguez y José Ángel Valente, formó la así llamada «Generación del 50». Sin duda es este autor uno de los poetas más valorados de su generación. Y es asombroso que haya alcanzado tal puesto con una obra que suma poco más de 150 páginas, las del volumen titulado Las personas del verbo, que reúne sus tres libros: Compañeros de viaje (1959), Moralidades (1966) y Poemas póstumos (1968).
Su primer libro causó ya gran sorpresa en un momento en que dominaba la poesía de carácter social. El título, Compañeros de viaje, era una expresión que utilizó Lenin para designar a quienes, pese a su origen burgués, compartían los ideales revolucionarios. Y Gil de Biedma la empleaba con la misma ironía con que se llamaba a sí mismo «burguesito en rebeldía» o «señorito de nacimiento» con «mala conciencia». En ese libro y en el siguiente, Moralidades, aparece lo social. Es clara su repulsa de la situación social y política. Pero el tono era nuevo. Gil de Biedma es el ejemplo supremo de esa entrada del desenfado, de la ironía, cuyas raíces podían ser el escepticismo, o bien el pudor. Ciertos poemas suyos son como una crónica desencantada de la vida burguesa, entre amarga, burlona o nostálgica.
Pero, más que una poesía social, lo que vemos es precisamente una «POESÍA DE LA EXPERIENCIA». De ahí que los recuerdos de infancia y adolescencia tengan una notable presencia, y que se entrelacen fuertemente lo público y lo íntimo. Lo íntimo acabará por dominar. El amor le inspira intensos poemas eróticos; la amistad, versos entrañables y pudorosos. Y junto a ello, el paso del tiempo, el desgaste vital, el desencanto creciente… Tal es lo que prevalece en Poemas póstumos, título irónico y amargo. A él pertenece el excepcional poema “Contra Jaime Gil de Biedma” y otros espléndidos como “No volveré a ser joven” o “De senectute”, en los que logra renovar la expresión de un desengaño hondo.
En resumen, en Gil de Biedma se puede observar a la perfección el paso que vive la poesía en la década de los 60; esto es, la vuelta al “yo” poético. Pero el poeta dialoga con su “yo” para intentar comprenderse a sí mismo y, después, ayudar a los demás a comprenderse.
En cuanto a los rasgos estilísticos, la voz poética de los textos de Gil de Biedma se dirige a menudo a un “tú” o a un “vosotros”; el desdoblamiento del yo construye un diálogo que posibilita una visión irónica y distanciada. En sus poemas, de carácter meditativo y muchos de ellos con inclusión de elementos narrativos y descriptivos, destacan el prosaísmo del registro coloquial, el tono conversacional y la intertextualidad. Pero su facilidad es engañosa: sus poemas están llenos de sutiles juegos verbales, proezas métricas que no siempre será fácil descubrir, alusiones y claves que sólo captará un lector culto… He aquí algunas de las cualidades que han dado a Gil de Biedma el puesto que ocupa en la poesía actual.
En un texto como este, que combina información biográfica y crítica literaria, se pueden identificar diversas funciones del lenguaje: