Portada » Historia » Cronología Esencial de la Historia de España: Desde los Pueblos Prerromanos hasta la Restauración Borbónica
Antes de la dominación romana de la Península Ibérica, entre los siglos VIII y III a.C., existieron los llamados pueblos prerromanos, que se agruparon en tres grandes grupos:
A partir del 900 a. C., los habitantes de la Península convivieron con pueblos colonizadores:
La Península, en el siglo III a.C., se vio convertida en un escenario bélico, ya que Roma y Cartago se enfrentaban en las Guerras Púnicas. La conquista romana se dividió en etapas:
Mientras se daba la romanización, el latín se impuso en toda la península. La organización social adoptó un régimen municipal que constaba de la curia, magistrados y cuestores. La península adoptó un sistema esclavista y se convirtió en el abastecedor de alimentos para el Imperio. Las religiones se mezclaron, uniendo la figura del emperador con la religión. Culturalmente, destacan obras públicas como el teatro y el templo de Mérida y el acueducto de Segovia.
En el siglo III, la debilidad del Imperio Romano facilitó la entrada de los pueblos germanos, de los cuales los suevos, los vándalos, los alanos y los visigodos se asentaron en Hispania. Los romanos firmaron un acuerdo con los visigodos para expulsar a los demás pueblos en el 418 d.C. Sin embargo, en el 476 d.C., el Imperio Romano de Occidente cae.
Tras ser expulsados de la Galia por los Francos, los visigodos se vieron obligados a cambiar su capital de Tolosa a Toledo. El reino visigodo fue consolidado en la Península Ibérica por el rey Leovigildo, quien intentó formar una monarquía hereditaria que fracasó. El reino tenía una gran inestabilidad causada por el asesinato de la mitad de los reyes.
La gran inestabilidad en el reino visigodo facilitó la conquista de la península por los musulmanes.
En el siglo VIII, se desató una guerra civil en la monarquía visigoda. Los hijos del anterior rey Witiza pidieron ayuda a los musulmanes del norte de África. Así, en el año 711, derrotaron a Rodrigo en la Batalla de Guadalete. Bajo el mando de Tariq, entraron en la península y consiguieron conquistar todo el territorio, a excepción del norte.
Desde ese momento, el espacio peninsular sujeto al poder musulmán se llamó Al-Ándalus, con capital en Córdoba. Su historia se divide en periodos:
A finales del siglo X, Almanzor fue sucedido por nueve califas tras la división del Califato. Las primeras Taifas (1031-1085) eran controladas por andaluces y, aunque presentaban debilidades político-militares, gozaban de un gran desarrollo artístico, cultural y científico. Los cristianos debían pagar parias a estos reinos.
En 1085, Alfonso VI toma Toledo, provocando que Sevilla pida ayuda a los Almorávides. Estos eran una tribu de bereberes con un islam riguroso que derrotaron a Alfonso VI en la Batalla de Zalaca (1086), convirtiendo a Al-Ándalus en una de sus provincias.
Tras su decadencia, fueron sucedidos por los Almohades (1195-1224), quienes derrotaron a los cristianos en la Batalla de Alarcos, pero fueron luego vencidos por una coalición de reinos cristianos en la Batalla de las Navas de Tolosa (1212).
Finalmente, se formaron unas terceras taifas, siendo la más importante la de Murcia, liderada por su rey Ibn Hud, tras expulsar a los almohades de la península. Aprovechando esta situación, Fernando III de Castilla y Jaime I de Aragón redujeron Al-Ándalus al Reino Nazarí de Granada, un reino política y económicamente débil, que sería conquistado en 1492 por los Reyes Católicos.
Al-Ándalus fue el territorio peninsular dominado por los musulmanes entre 711 y 1492.
Estaba basada en la agricultura, que fue potenciada por el regadío. Difundieron nuevos cultivos, que suplementaron con el olivo, la vid y el trigo. Se revitalizó la minería. El comercio exterior se potenció con la exportación de aceite. Sus monedas fueron el dinar de oro y el dirham de plata.
En la sociedad andalusí convivieron:
Córdoba se convirtió en el referente cultural, donde destacaron filósofos, matemáticos, científicos y médicos. Sobresale Ibn Zamrak, cuyos poemas decoran los muros de la Alhambra. En cuanto al arte, destacan la Mezquita de Córdoba, la Alhambra de Granada y el Arco de la Herradura, cuya arquitectura se caracterizaba por el uso de materiales pobres.
Siguiendo con la repoblación, en Castilla, Aragón y Navarra se crearon las Cortes, siendo la primera en Castilla en el siglo XII, donde se votaban decisiones respecto al Gobierno. De esta manera, se buscaba fortalecer a la monarquía sobre la nobleza mediante los Fueros, basados en el derecho romano y recopilados por Alfonso X.
La sociedad seguía un esquema estamental:
Aun así, el poder seguía en disputa entre los distintos estamentos.
La boda de Isabel y Fernando (1469) y la muerte de Enrique IV (1474) provocaron la Guerra Civil Castellana (1474-1479) entre Juana la Beltraneja e Isabel, finalizando con la renuncia de Juana en el Tratado de Alcaçovas.
Los Reyes Católicos iniciaron la Monarquía Hispánica como una Unión Dinástica, que suponía el gobierno de ambos reinos bajo la misma casa real (los Trastámara), no como un Estado unido. Era una unión política con tres objetivos:
Castilla tenía la hegemonía. Su reinado fue una etapa de monarquía autoritaria, buscando centralizar el poder y estableciendo las bases de un Estado moderno.
Los monarcas potenciaron las instituciones de gobierno existentes:
Los reyes lograron el derecho de presentación y el Patronato Regio, y la Inquisición funcionó en ambas coronas.
Tras la muerte de Isabel en 1504, el poder recayó en su nieto Carlos I, quien heredó un vasto imperio:
Su condición de extranjero favoreció en Castilla la Revuelta de las Comunidades (1520-1522). Paralelamente, en Valencia, debido a la crisis económica y la peste, surgió la Revuelta de las Germanías (1519-1522).
Se basó en la defensa del catolicismo y el mantenimiento de la hegemonía en Europa. Destaca:
Carlos V abdicó en 1556 y se retiró al monasterio de Yuste, donde falleció en 1558.
Felipe II heredó todas las posesiones de su padre menos los dominios alemanes, que pasaron a Fernando, hermano de Carlos I, y añadió Portugal y territorios americanos al patrimonio de los Austrias.
Su política interior se vio agitada por:
Felipe II se convirtió en el defensor del catolicismo, tomando una línea de actuación como:
Felipe III, el Piadoso, decidió delegar el poder en un ministro llamado valido, eligiendo al Duque de Lerma, quien en 1618 fue sustituido por el Duque de Uceda.
La política interior del Duque de Lerma estuvo marcada por el traslado de la corte a Valladolid y por la expulsión de los moriscos en 1609. Su política exterior, denominada Pax Hispánica, destacó por la firma de la Paz de Londres (1604) y la Tregua de Amberes (1609).
Felipe IV, el Rey Planeta, eligió al Conde-Duque de Olivares como sustituto del Duque de Uceda. Tras la caída de Olivares en 1643, Felipe IV tomó las riendas del gobierno, pero en 1661 ya se perfilaba a Don Luis Méndez de Haro como nuevo valido.
La política interior de Olivares destacó por la Unión de Armas en 1625, formando un ejército de 140 mil hombres, pero tuvo que enfrentarse a graves problemas:
La política exterior de Felipe IV estuvo definida por la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), en la que España intervino en 1621. Este conflicto se inició con éxito (annus mirabilis de 1625), pero tras el último triunfo europeo en Nördlingen (1634), los descalabros militares se sucedieron (Dunas 1639, Rocroi 1643), precipitando el fin del conflicto y la firma de la Paz de Westfalia en 1648, que puso fin a la hegemonía europea de los Habsburgo y estableció el reconocimiento de la independencia de Holanda.
El conflicto hispano-francés se mantuvo hasta la derrota definitiva de España, que se vio obligada a la firma de la Paz de los Pirineos de 1659, suponiendo la pérdida del Rosellón y la Cerdaña.
Ya solo quedaba la guerra contra Portugal; se sucedieron las derrotas para España en Ameixial (1663) y Vila Viçosa. A la muerte de Felipe IV, la viuda regente Mariana de Austria en 1668 reconoció su independencia.
El siglo XVII español está marcado por un gran descenso demográfico motivado por las epidemias, la expulsión de los moriscos, las pérdidas en la guerra y la emigración a América, cuyas consecuencias serán la pérdida de un millón de habitantes.
La economía española tuvo grandes problemas, incluyendo un alza de precios causada por el aumento de plata procedente de América, conocido como la Revolución de los Precios. A pesar de los ingresos de tesoros americanos, hubo una subida de impuestos (Tercios Reales, subsidio, cruzada). Además, se recurrió al endeudamiento, y la Corona se declaró en bancarrota cinco veces en menos de un siglo.
A principios del siglo XVII, la economía española se hundió, provocada por la crisis demográfica y las alteraciones monetarias. Al final del reinado de Carlos II, se dio una nueva política económica que creó en 1679 la Junta de Comercio, además de un reajuste monetario en 1680-1686. En el último año, la economía comenzó a recuperarse.
Carlos II, el Hechizado, hijo de Felipe IV, heredó el trono en septiembre de 1665 con 4 años. Su política interior estuvo marcada por una crisis económica, política y social, y la regencia de Mariana de Austria, a las cuales no pudo hacer frente. El periodo de mayor sensatez se dio en los gobiernos de Medinaceli (1679-1684) y el Conde de Oropesa (1684-1691), tras los que se inició la influencia de Mariana de Neoburgo.
La política exterior estuvo marcada por:
Tras la muerte de Carlos II sin herederos, se dio la Guerra de Sucesión Española (1702-1714).
Tras la muerte de Carlos II, se inició un gran conflicto político por el trono, que se debatía entre Felipe de Anjou (Borbón) y Carlos de Habsburgo (Austria). Felipe se quedó con el trono, dando lugar a una guerra que duró 14 años.
Se creó la Gran Alianza (Inglaterra, el Sacro Imperio Germánico y Provincias Unidas), a la que se unieron tres países más con el fin de frenar la hegemonía de Francia. En esta guerra se diferenciaban la Corona de Aragón y la de Castilla, siendo los Borbones los que iniciaron la ofensiva en la Batalla de Almansa en 1707.
La muerte de José de Austria en 1711 convirtió a Carlos en emperador, provocando la ruptura de la Gran Alianza. Esto permitió a Felipe V reinar con la condición de que renunciara al trono francés.
La guerra finalizó en 1714 con los Tratados de Utrecht, que tuvieron como consecuencia el Asiento de Negros (tráfico de esclavos) y el derecho de comercio con América para Gran Bretaña.
Felipe V hizo una reforma administrativa inspirado por Luis XIV. La oposición aragonesa facilitó la tarea, e implantó los Decretos de Nueva Planta, donde se abolían los fueros de los territorios conquistados, destacando Cataluña en 1716.
Felipe V intentó centralizar el reino haciendo pagar a todos los mismos impuestos, poniendo en marcha un sistema jurídico y un cuerpo legislativo, aunque conservó el derecho privado. Esto dio lugar a una reforma política, clausurando las Cortes en unas Cortes Únicas y creándose las figuras de intendente y corregidor. Por último, hubo una reforma territorial con la creación de capitanías generales.
Esta nueva dinastía consiguió vaciar las instituciones de atribuciones con un modelo absolutista, mientras el rey se acompañaba de secretarios de despacho. Cabe destacar en 1749 el Catastro de Ensenada, para conocer la situación real de la economía y la demografía española. Se promovió la modernización de la nómina y en 1753 se firmó el concordato de la Santa Sede. Además, se creó la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1752.
Con la marcha de Isabel II al exilio en 1868, se constituyó un Gobierno Provisional, integrado por progresistas y unionistas, presidido por el general Serrano, y que incluía al almirante Topete y al general Prim.
Durante La Gloriosa, se habían constituido juntas revolucionarias de orientación republicana. La primera medida que adoptó el Gobierno fue la disolución de estas y la convocatoria de elecciones a Cortes Constituyentes, que serían elegidas por sufragio universal masculino.
El nuevo texto constitucional fue promulgado el 1 de julio de 1869, introduciendo novedades:
Sancionada la nueva Constitución, y ante la falta de un rey, en 1869, las Cortes invistieron al general Serrano como regente del reino, mientras que el general Prim ocuparía el cargo de presidente del Gobierno. La Constitución había sancionado la monarquía parlamentaria, por lo que fue necesario hallar un nuevo rey. La tarea recayó en Prim, quien finalmente elegiría a Amadeo de Saboya de Italia.
Su elección en 1870 no fue por consenso, lo que supuso que el nuevo rey apenas contara con apoyos. Además, su principal valedor, el general Prim, fue asesinado. Amadeo I contó con el respaldo de progresistas, unionistas y constitucionalistas, que se habían dividido en constitucionalistas (Práxedes Mateo Sagasta) y radicales (Manuel Ruiz Zorrilla). El nuevo rey encontró una fuerte oposición entre republicanos y carlistas.
El rasgo más característico del reinado de Amadeo I fue la inestabilidad política. Al mismo tiempo, no se conseguía resolver la guerra de independencia cubana, y en la península Ibérica se iniciaba la Tercera Guerra Carlista. Ante esta situación, y tras sufrir un intento de asesinato, Amadeo decidió abandonar el trono.
Tras la abdicación del rey, el 11 de febrero de 1873, el Congreso y el Senado, reunidos en Asamblea Nacional, proclamaron la República por amplia mayoría.
El primer Gobierno de la República fue nombrado. El elegido como presidente del Ejecutivo fue el federalista Estanislao Figueras. Este tuvo que afrontar una situación social, política y económica muy difícil, además de la continuación de la Tercera Guerra Carlista y de la guerra de independencia cubana. Entre sus principales medidas, Figueras decretó la supresión del sistema de quintas y la convocatoria de elecciones a Cortes Constituyentes.
El 12 de junio se constituyó un nuevo Gobierno, al frente del cual estuvo el federalista Francisco Pi y Margall. El propósito del nuevo Ejecutivo fue establecer una República federal. La Constitución de 1873, elaborada por las Cortes, definía a la nación española como una República federal. La soberanía residía en todos los ciudadanos, el Poder ejecutivo sería ejercido por el Congreso de Ministros, el Poder legislativo por las Cortes bicamerales y el Poder judicial residiría en el Tribunal Supremo.
Algunos territorios se declararon independientes, adoptando sus propias políticas y leyes. La Rebelión Cantonal se desarrolló en áreas de Andalucía y de Levante.
Ante estos acontecimientos, el 18 de julio, Pi y Margall dimitió, y fue sustituido al frente del Ejecutivo por Nicolás Salmerón. Su política de actuación se dirigió a someter por las armas a las partidas carlistas y a los grupos cantonalistas. Sin embargo, el 6 de septiembre, Salmerón dimitió ante su negativa a firmar unas penas de muerte impuestas por la autoridad militar. Tras la marcha de Salmerón, se eligió al conservador Emilio Castelar, partidario de la República unitaria.
Al reanudarse las sesiones de las Cortes en 1874, el Gobierno de Castelar no superó la moción de confianza. Cuando los diputados se disponían a elegir a un nuevo presidente del Ejecutivo, un golpe de Estado (con la entrada en el Congreso de los militares dirigidos por el general Manuel Pavía) disolvió las Cortes republicanas.
El 3 de enero, se eligió al general Serrano presidente del Ejecutivo, y el día 8, en el Manifiesto a la Nación, se disolvieron las Cortes Constituyentes republicanas, y volvió a restituirse la Constitución de 1869. El general Serrano estableció un gobierno autoritario, que consiguió acabar definitivamente con la insurrección cantonalista.
A finales de 1874, se optó por una restauración borbónica, en la persona del príncipe Alfonso (hijo de Isabel II). En el Manifiesto de Sandhurst, en 1874, Cánovas del Castillo dejaba explícitos los puntos básicos para la restauración borbónica. Finalmente, el 31 de diciembre de 1874, el general Martínez Campos se pronunció en Sagunto a favor de la restauración de la monarquía borbónica en la figura del príncipe Alfonso, que pasó a reinar en enero de 1875 con el nombre de Alfonso XII.
El gran artífice del restablecimiento de la monarquía en España fue Antonio Cánovas del Castillo. Llevó a cabo una campaña para conseguir la unión de las élites económicas, sobre todo las del Ejército, a favor del retorno de los Borbones a través del hijo de Isabel II. Aprovechando el fiasco del régimen republicano, logró atraer al proyecto a sectores sociales partidarios de la caída de la monarquía en 1868.
Cánovas del Castillo fue pragmático; pensaba que las estructuras sociales españolas no podían asumir un régimen democrático. Con el objetivo de estabilizar el país, buscó el consenso necesario para construir un sistema en el que los derechos y las libertades de los ciudadanos quedasen regulados por el rey y las Cortes.
Así, el 1 de diciembre de 1874, el futuro Alfonso XII firmó el Manifiesto de Sandhurst, en el que declaró su voluntad de convertirse en rey de España. En él, se exponía el propósito de restaurar de forma pacífica la monarquía, pero el 29 de diciembre de 1874 el general Martínez Campos protagonizó un pronunciamiento militar en Sagunto y proclamó a Alfonso XII rey de España.
El sistema diseñado por Cánovas se fundamentó en tres principios básicos:
La Constitución fue aprobada el 30 de junio de 1876. Es un documento breve, en el cual se proclamaba la soberanía compartida entre el rey y las Cortes, aunque la Corona era el eje central del Estado, por lo que el rey fue dotado de amplios poderes. Las Cortes serían bicamerales, con un Senado compuesto por miembros de designación real, y un Congreso elegido por sufragio directo. El texto también reconocía a España como un Estado confesional.
En una primera fase, los conservadores ocuparon el poder y se aprobaron medidas que complementaron el carácter conservador del nuevo texto constitucional. Además, se puso fin a la Tercera Guerra Carlista, que concluyó con la derrota definitiva del carlismo, y a la Guerra de los Diez Años en Cuba.
En 1881, los liberales accedieron al gobierno y pusieron en marcha políticas librecambistas, al tiempo que intentaron limitar el independentismo en Cuba mediante concesiones políticas, como la aplicación de la Constitución en la isla.
En 1885, la prematura muerte de Alfonso XII llevó a que la viuda del rey, María Cristina de Habsburgo, asumiera la regencia para asegurar la estabilidad del régimen. Cánovas promovió la firma del Pacto de El Pardo, un acuerdo entre liberales y conservadores para garantizar el traspaso de poder entre ambas fuerzas.
Pese a las dificultades, el periodo de regencia supuso la consolidación del régimen monárquico, pues permitió la consolidación del turnismo, y abrió paso, sobre todo durante el gobierno liberal (1885-1890), a una fase legislativa que quedó definida por la aprobación del Código de Comercio y del Código Civil, y por el establecimiento de las libertades de cátedra y de prensa, así como por la implantación del sufragio universal masculino.
