Portada » Filosofía » Conceptos Fundamentales de la Ética Filosófica
El Intelectualismo Moral postula que conocer el bien es hacerlo: solo actúa inmoralmente quien desconoce en qué consiste el bien. Esta teoría es doblemente cognitivista, ya que no solo afirma que es posible conocer el bien, sino que además defiende que este conocimiento es el único requisito necesario para cumplirlo.
Para Sócrates, su teoría concibe la moral como un saber y afirma que el bien y la verdad pueden ser conocidos por todos, tienen validez objetiva y universal, y se puede llegar a ellos a través del diálogo (la mayéutica). Para este filósofo, no hay personas malas, sino ignorantes, y no hay personas buenas si no son sabias. Una mala acción es considerada como tal solo cuando el ser humano comienza a conocerse a sí mismo y descubre que aquella acción se justifica únicamente en lo que para él es agradable, y no en el verdadero bien.
El Eudemonismo se pregunta: ¿para qué sirve la felicidad? Para nada, pues no es algo que se busque como medio para otra cosa, sino que se basta a sí misma; es un fin. La felicidad (eudaimonía) es el fin de la vida humana y el máximo bien al que se puede aspirar.
Según Aristóteles, todos los seres tienen por naturaleza un fin. El fin al que por naturaleza tenderá el ser humano será la actividad racional. Así pues, la máxima felicidad del ser humano residirá en lo que le es esencial por naturaleza: la vida contemplativa, es decir, el ejercicio teórico de la razón en el conocimiento de la naturaleza y de Dios, y en la conducta prudente, que implica la elección del término medio.
El Hedonismo, del griego hedoné (que significa placer), identifica el placer con el bien y concibe la felicidad en el marco de una vida placentera.
El Estoicismo se caracteriza por la indiferencia hacia los placeres y dolores externos, y la austeridad en los propios deseos. En sentido estricto, es una corriente filosófica grecorromana, iniciada por Zenón, con una particular concepción del mundo: este se encuentra gobernado por una ley o razón universal (logos) que determina el destino de todo, tanto para la naturaleza como para el ser humano.
El ser humano se halla limitado por un destino inexorable que no puede controlar. La conducta correcta solo es posible en el seno de una vida tranquila, conseguida gracias a la imperturbabilidad del alma, mediante la insensibilidad hacia el placer y hacia el dolor, que solo será alcanzable en el conocimiento y la asunción de la razón universal, o destino que rige la naturaleza.
El Iusnaturalismo Ético defiende la existencia de una ley moral, natural y universal, que determina lo que está bien y lo que está mal. Esta ley natural es objetiva, pues, aunque el ser humano puede conocerla e interiorizarla, no es creación suya, sino que la recibe de una instancia externa.
Para Tomás de Aquino, Dios ha creado al ser humano a su imagen y semejanza y, en su misma naturaleza, le es posible hallar el fundamento del comportamiento moral. Las personas encuentran en su interior una ley natural que determina lo que está bien y lo que está mal, gracias a la ley eterna o divina.
El Formalismo Ético sostiene que la moral no debe ofrecer normas concretas de conducta, sino establecer cuál es la forma característica de toda norma moral.
Según Immanuel Kant, solo una ética de estas características podría ser universal y garantizar la autonomía moral propia del ser humano. La ley o norma moral no puede venir impuesta desde fuera, sino que debe ser la razón humana la que debe darse a sí misma la ley. Si la razón legisla sobre ella misma, la ley será universal, pues será válida para todo ser racional.
Esta ley, que establece cómo debemos actuar correctamente, solo es expresable mediante imperativos categóricos (mandatos incondicionados). Estos se diferencian de los imperativos hipotéticos, propios de las éticas materiales, que expresan una norma que solo tiene validez como medio para alcanzar un fin. Kant formuló: «Obra de tal modo que tu acción pueda convertirse en ley universal». Solo aquellas normas que sean universalizables serán realmente normas morales.
El Emotivismo postula que los juicios morales surgen de emociones. La moral no pertenece al ámbito racional, no puede ser objeto de discusión o argumentación, y no existe lo que se ha llamado conocimiento ético.
David Hume afirma que las normas y los juicios morales surgen del sentimiento de aprobación o rechazo que suscitan en nosotros ciertas acciones. La función que poseen los juicios y las normas morales es influenciar en los sentimientos y en la conducta del interlocutor.
El Utilitarismo, cercano al eudemonismo y al hedonismo, defiende que la finalidad humana es la felicidad o el placer. Las acciones y normas deben ser juzgadas de acuerdo con el principio de utilidad o de máxima felicidad. Constituye una ética teleológica, pues valora las acciones como medios para alcanzar un fin y según las consecuencias que se desprendan de ellas: una acción es buena cuando sus consecuencias nos acercan a la felicidad y es mala cuando sus consecuencias nos alejan de ella.
Para John Stuart Mill, la principal diferencia entre el utilitarismo y el hedonismo clásico (epicureísmo) es que el primero trasciende el ámbito personal: no entiende por felicidad el interés o placer personal, sino el máximo provecho para el mayor número de personas. El placer es un bien común. Mill distingue entre placeres inferiores y superiores.
La Ética Discursiva, también conocida como ética del diálogo o ética dialógica, es formal y procedimental. No establece normas concretas de acción, sino el procedimiento para determinar qué normas tienen valor ético.
Una norma moral es aceptable si lo es por la comunidad de diálogo, cuyos participantes tienen los mismos derechos y mantienen relaciones de libertad e igualdad; esto es, a la que se llega a través del diálogo. Jürgen Habermas sostiene que solo tienen validez aquellas normas aceptadas por un consenso en una situación ideal de diálogo.