Portada » Filosofía » Explorando la Filosofía de Kant: Razón, Conocimiento y Moralidad
Al igual que Descartes, Spinoza, Locke y Hume, Immanuel Kant es considerado un teórico del conocimiento. Sin embargo, esta interpretación puede simplificar la verdadera magnitud de su pensamiento. El pensamiento kantiano emerge de la situación filosófica y social de su época, impulsado por la necesidad de clarificar el papel del ser humano y la sociedad en el contexto histórico-social de la Ilustración.
En su tiempo, diversas interpretaciones de la razón exigían un examen crítico: el dogmatismo racionalista, que sostenía que solo la razón podía interpretar la realidad; el empirismo positivista, que reducía el conocimiento a lo percibido por los sentidos; y, en ocasiones, la fe mística, que ofrecía una vía de conocimiento alternativa. Estas tres corrientes impulsaron a Kant a emprender una crítica de la razón, sumado a la forma de vida de los seres humanos, a menudo caracterizada por una «minoría de edad» o falta de ilustración.
Para Kant, la Ilustración es el motor y la meta de la historia, concebida como un proceso de mejora y progreso hacia una mayor autonomía racional. Por consiguiente, esta crítica de la razón se convierte en una exigencia fundamental para dilucidar los fines e intereses del ser humano. En este contexto, la filosofía kantiana aborda los cuatro problemas fundamentales del ser humano:
Este problema se centra en el conocimiento, estableciendo los límites para un saber científico de la naturaleza y de la verdad.
Aborda la moralidad, fijando los principios y condiciones para que la razón actúe con plena libertad.
Concierne a la religión y la historia, delineando el destino último del hombre y las condiciones para su realización.
Esta pregunta fundamental integra las tres anteriores, buscando una clarificación racional al servicio de una humanidad más libre y autónoma.
Lo primero que debe hacer una crítica de la razón es responder a la pregunta: ¿Qué puedo conocer? La respuesta implica señalar los principios y límites que hacen posible un conocimiento científico de la naturaleza. Esta tarea la realiza Kant en la Crítica de la razón pura.
En sus primeros años, Kant fue racionalista, pero más tarde, influido por Hume, afirmó haber «abandonado el sueño dogmático del racionalismo». No obstante, Kant aceptó dos facultades del conocimiento: la sensibilidad (pasiva, que recibe impresiones del exterior) y el entendimiento (activo, que produce conceptos que no provienen de la experiencia, como el de sustancia). Sin embargo, también sostuvo que estos conceptos solo se aplican en el ámbito de la experiencia.
Este es el problema fundamental que se plantea, y lo hace por dos motivos: mientras la ciencia progresa y los científicos llegan a acuerdos (lo que uno descubre y demuestra es apoyado por los demás), en la metafísica se debaten los mismos problemas planteados por Platón y Aristóteles, y el desacuerdo reina. Kant se pregunta por qué ocurre esto y considera que es necesario clarificar el problema. Si la metafísica aspira a ser una ciencia, debe construirse con el mismo rigor que las demás disciplinas científicas. Si no lo es, hay que abandonar la pretensión de hablar científicamente de temas metafísicos. Para ello, es crucial considerar las condiciones que hacen posible la ciencia.
Kant sostiene la convicción de que en la mente existen contenidos de carácter universal (racionalismo) y que todo conocimiento parte de la experiencia sensible (empirismo). Esto le lleva a plantear dos condiciones para que sea posible el conocimiento sensible. Son las siguientes:
Los conceptos empíricos son aquellos que proceden de los datos de los sentidos, son a posteriori, extraídos de la experiencia a partir de la observación de rasgos comunes entre individuos. Los conceptos puros o categorías son aquellos a priori que el entendimiento aplica a las impresiones sensibles. Según Kant, existen diversas maneras de unificar los datos de la experiencia.
Las categorías son condiciones necesarias de nuestro conocimiento de los fenómenos: para entender las cosas, es imprescindible aplicar estas categorías, ya que los fenómenos no pueden ser pensados sino de acuerdo con ellas. El entendimiento, al formular un juicio, coordina estas impresiones sensibles aplicando categorías. Por ejemplo, aplica la categoría de totalidad; según la cualidad es afirmativo; según la relación es categórico; y según el modo es asertórico.
Los conceptos puros son vacíos: el espacio y el tiempo deben llenarse con las impresiones sensibles, y las categorías con los datos procedentes del conocimiento sensible. Esto implica que son una fuente de conocimiento solo cuando se aplican a los fenómenos. En el primer caso, las categorías se aplican a datos de los sentidos; en el segundo, a algo que no es de la experiencia sensible.
Las categorías no son aplicables más allá de lo dado en el espacio y en el tiempo, a lo que Kant denomina fenómeno. La idea de algo que existe independientemente de nuestra experiencia sensible se llama noúmeno. La distinción entre fenómeno y noúmeno es fundamental. Kant distingue dos sentidos para el noúmeno: uno negativo y otro positivo. Negativamente, el noúmeno significa una cosa que no puede ser conocida por la intuición sensible. Positivamente, significa una cosa que podría ser conocida por una intuición intelectual (aunque esta no sea accesible al ser humano).
Kant aborda la posibilidad de la metafísica como ciencia, así como la naturaleza y el funcionamiento de la razón:
La metafísica, entendida como un conjunto de proposiciones sobre realidades más allá de la experiencia, es imposible como ciencia. Esto se debe a que las categorías del entendimiento solo se aplican válidamente a los fenómenos, es decir, a los datos de los sentidos. La aplicación de las categorías fuera de la experiencia es ilegítima y conduce a errores. La Dialéctica Trascendental es una crítica al entendimiento y a la razón en su pretensión de alcanzar lo que está más allá de la experiencia. Sin embargo, aunque la aplicación de las categorías fuera de la experiencia sea ilegítima, es una tendencia inevitable de la razón humana, que busca lo incondicionado y tiende a extender su conocimiento más allá de la experiencia, formulando preguntas y respuestas sobre Dios, el alma y el mundo.
El conocimiento intelectual conecta unos juicios con otros, formando razonamientos. La razón, por su naturaleza, tiende a encontrar juicios, leyes e hipótesis generales que abarquen y expliquen un mayor número de fenómenos, construyendo así la ciencia.
Mientras esta búsqueda se mantiene dentro de los límites de la experiencia, la tendencia de la razón es eficaz y amplía nuestro conocimiento. Sin embargo, la razón traspasa las barreras de los datos sensibles en busca de lo incondicionado. Así, los fenómenos físicos se unifican y explican mediante teorías metafísicas sobre el mundo; los fenómenos psíquicos se explican por teorías metafísicas sobre el alma; y ambos se unifican y explican por medio de teorías metafísicas acerca de Dios. Esto constituye el ideal de la razón, que juega un papel importante en nuestro sistema cognoscitivo, pues, aunque no nos proporciona conocimiento objetivo alguno, expresa el ideal de la razón de encontrar leyes y principios generales que nos impulsan a avanzar en la comprensión.
La actividad racional no se limita al conocimiento de los objetos. El ser humano necesita saber cómo ha de obrar, cómo ha de ser su conducta. La razón posee una función moral, en la que responde a la pregunta: ¿Qué debo hacer? Esta doble vertiente se expresa mediante la distinción entre razón teórica y razón práctica, que son dos funciones de la misma razón. La razón teórica se ocupa de cómo son las cosas (el ser), formulando juicios. La razón práctica se ocupa de cómo ha de ser la conducta humana (el deber ser), formulando imperativos o mandatos.
Son éticas materiales aquellas que fijan un bien supremo para el ser humano como criterio de la bondad o maldad de sus actos: son buenos cuando nos acercan a este bien y malos cuando nos alejan de él. En toda ética material hay dos elementos: la noción de que existen bienes (cosas buenas para el hombre), y la determinación de un bien supremo por cada ética material. Una vez establecido, se establecen normas o preceptos para alcanzarlo. La ética material es una ética con contenido, en cuanto que establece un bien supremo y prescribe qué debe hacerse para conseguirlo.
El sentido de una ética formal: Las éticas materiales están afectadas por tres deficiencias: son empíricas, hipotéticas y heterónomas. Una ética universal y racional, por el contrario, ha de ser a priori, categórica, autónoma y formal. Una ética formal es una ética vacía de contenido, que nos dice cómo debemos obrar, no qué debemos obrar.
Un hombre actúa moralmente cuando actúa por deber, que es la necesidad de una acción por respeto a la ley. Es decir, el sometimiento a una ley no por la utilidad que su cumplimiento pueda proporcionar, sino por respeto a la misma. Kant distingue tres tipos de acciones: contrarias al deber, conformes al deber y por deber. Solo las últimas poseen valor moral. Una acción hecha por deber tiene su valor moral en la máxima por la cual ha sido resuelta, y la que nos debe guiar es el imperativo categórico.
La exigencia de obrar moralmente se expresa a través de este. Kant ofrece varias formulaciones del imperativo categórico. La primera de ellas afirma: «Obra según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal». Y la segunda: «Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin y nunca meramente como un medio».
La Crítica de la razón pura había puesto de manifiesto la imposibilidad de la metafísica como ciencia, es decir, como conocimiento objetivo acerca del mundo, del alma y de Dios. Sin embargo, estos temas constituyen interrogantes de interés fundamental para el destino del ser humano. Kant nunca negó la inmortalidad del alma o la existencia de Dios. Se limitó a establecer que el alma y Dios no son fenómenos que se dan en la experiencia, por lo que no son asequibles al conocimiento científico. Pero, según Kant, son postulados de la razón práctica.
Se entiende por postulado algo que se supone como condición necesaria de la moralidad. Kant sostiene que la exigencia moral de obrar por respeto al deber presupone la libertad. Con respecto a la inmortalidad, dirá que la razón nos ordena aspirar a la virtud. Dado que esta perfección es inalcanzable en una existencia limitada, exige la inmortalidad del alma. En cuanto a la existencia de Dios, Kant afirma que la disconformidad en el mundo entre el ser y el deber ser exige la existencia de Dios como una realidad en quien el ser y el deber ser se identifican, y en quien se da una unión perfecta de virtud y felicidad.