Portada » Filosofía » Filosofía Griega Antigua: Conceptos Clave de Sofistas, Sócrates, Platón y Aristóteles
Los sofistas eran un grupo de profesores errantes que llegaron a la conclusión de que no existe la verdad absoluta. Esta postura se fundamenta en dos principios clave:
La negación de una verdad absoluta llevó a los sofistas a postular que el bien y el mal eran conceptos relativos y subjetivos. Consecuentemente, toda acción se consideraba lícita, y las decisiones debían basarse en los deseos y necesidades momentáneos de cada individuo, sin posibilidad de juicio moral. Esta visión contrasta drásticamente con la concepción socrática de la moral.
Dado que esta postura resultaba inviable en la práctica social, los sofistas defendieron la creación de leyes basadas en el convencionalismo. Estas leyes, acordadas según las necesidades y deseos de los ciudadanos, no estaban sujetas a ninguna verdad absoluta, lo que las hacía reversibles; lo que era ilegal ayer, hoy podría dejar de serlo.
Sócrates postuló que sí es posible alcanzar la verdad, fundamentándose en la existencia de una parte inmutable del ser humano (la conciencia o alma) que no está sujeta al cambio. Esta cualidad intemporal es inherente al hombre y lo distingue de la naturaleza.
El antirrelativismo moral socrático se opone directamente al relativismo sofista. Sócrates sostenía que, mediante la introspección y la investigación de nuestra propia conciencia, podemos discernir entre el bien y el mal, pues en nuestro interior reside una capacidad innata para la verdad.
Sócrates fue el primer filósofo en abordar el problema de los universales. Observó que, a pesar de la diversidad material, múltiples entidades comparten una misma denominación y esencia. Por ejemplo, la realidad de un caballo es universal para todos los caballos. De manera similar, si todos somos hombres, compartimos un fin común y una esencia que nos define como tales. Las leyes que rigen el comportamiento humano son universales, y lo que nos une no es nuestra materia, sino una cualidad inmaterial percibida intelectualmente.
La mayéutica, método socrático basado en el diálogo, buscaba desvelar conocimientos que residen latentes en el interior del individuo. Sócrates creía que el ser humano posee la verdad, pero necesita ayuda para descubrirla. Etimológicamente, ‘mayéutica’ significa “ayudar a parir” o “hacer nacer ideas”.
El intelectualismo moral socrático postula que las malas acciones son resultado de la ignorancia o el desconocimiento del bien. Por lo tanto, no son voluntarias, ya que el mero conocimiento de lo justo sería suficiente para obrar virtuosamente.
Platón (426 a.C. – 347 a.C.) fue un influyente filósofo ateniense. Nació en un período de decadencia política y social en su ciudad, lo que lo impulsó a la filosofía. Creía firmemente que solo los filósofos, por su dedicación y sabiduría sobre el Bien, eran aptos para gobernar. En este contexto, fundó la Academia en el año 380 a.C., y sus teorías lo consolidaron como uno de los pensadores más importantes de la historia.
Para Platón, existe un Mundo de las Ideas (o Formas) trascendente e inmutable, que es la verdadera realidad. Las cosas sensibles que percibimos son meras copias imperfectas de estas Ideas eternas y perfectas.
Platón, aunque enfrentado al desafío de explicar cómo el hombre adquiere conocimiento, tenía claro que existen leyes universales y juicios morales objetivos. Rechazaba la idea de que los juicios morales dependieran meramente de las apetencias humanas, postulando la existencia de verdades universales.
Platón distinguió varios niveles de conocimiento. El nivel inferior es la opinión (doxa), basada en percepciones y creencias sin fundamento científico. Para alcanzar un conocimiento superior y opinar sabiamente, es necesario conocer el “Sol”, es decir, la Idea de Bien. Quien comprende el Bien puede juzgar las cosas con rectitud y, por ende, alcanzar la sabiduría. La dialéctica es el método filosófico que permite ascender desde el mundo sensible hasta el conocimiento de las Ideas.
La Idea de Bien es la causa última de la existencia y la inteligibilidad de todas las demás Ideas. Todas las Ideas participan del Bien, y este es el principio generador y causante de la realidad.
Platón compara la Idea de Bien con el Sol. Así como la luz solar es indispensable para que la vista perciba los objetos sensibles, el Bien ilumina y guía nuestra alma y entendimiento, permitiéndonos aplicar las Ideas correctamente a las cosas del mundo sensible.
El Bien es el origen y principio de la verdad y de los bienes inteligibles. Al adquirir nuevo conocimiento, es el Bien quien dirige nuestra capacidad para asociar la Idea correcta con lo sensible, garantizando así la posibilidad de obrar con sabiduría.
Platón concibe al ser humano como una dualidad de cuerpo y alma. El alma es la realidad espiritual que confiere identidad y es la sede de las operaciones intelectuales.
La unión del alma y el cuerpo es descrita como accidental, donde el alma utiliza el cuerpo como instrumento para sus funciones. El alma platónica se divide en tres partes, cada una asociada a una parte del cuerpo y a una virtud específica:
Esta distribución se justifica porque la cabeza es el centro del pensamiento, el pecho controla la voluntad y el vientre alberga las emociones y los impulsos básicos.
Platón define las virtudes como hábitos buenos y permanentes, destacando cuatro virtudes cardinales:
Para Platón, la ciudad ideal (polis) es aquella en la que cada individuo desempeña una función específica según la parte predominante de su alma:
Platón defendía una monarquía aristocrática, donde el gobierno recae en los más sabios. Consideraba que la educación debía orientarse a desarrollar la parte predominante del alma de cada individuo, preparándolo para su rol en la sociedad.
Aristóteles postuló que toda sustancia tiene causas, las cuales, aunque no son percibidas directamente por los sentidos, son esenciales para la comprensión racional de los seres. Distinguió cuatro tipos de causas:
Para Aristóteles, el movimiento (o cambio) es la transformación de una cosa de su estado de potencia (lo que puede llegar a ser) a su estado de acto (lo que es actualmente). Por ejemplo, un niño es un niño en acto, pero un anciano en potencia. La realidad se compone de entes, formados por sustancias y accidentes. Los accidentes pueden variar sin alterar la sustancia fundamental. Aristóteles sostiene que todo es hilemórfico, es decir, compuesto de materia y forma, donde la materia representa la potencia y la forma el acto. El cambio se explica como el paso de la potencia al acto, siendo la materia el sustrato permanente que posee la potencialidad, y la forma lo que se actualiza. Los cambios, ya sean sustanciales o accidentales, afectan a la forma, mientras que la materia permanece como el principio individualizador de cada sustancia. Aristóteles distingue entre el movimiento ontológico (paso de potencia a acto) y el movimiento local (traslación).
Aristóteles criticó la Teoría de las Ideas de Platón, argumentando que, aunque Platón intentó conciliar las visiones de Parménides y Heráclito, su dualismo no lograba explicar el movimiento. Para Aristóteles, el Mundo de las Ideas no podía dar cuenta del cambio, ya que una Idea, por definición, es inmutable. En contraste, Aristóteles propuso el hilemorfismo, donde la realidad se compone de entes individuales, cada uno una unión de materia (potencia) y forma (acto), lo que sí permite explicar el movimiento como el paso de la potencia al acto.
En cuanto al conocimiento, Platón sostenía que conocemos al recordar las Ideas que nuestra alma contempló en un mundo inteligible previo. Aristóteles, por su parte, afirmó que el conocimiento es la posesión inmaterial de las formas, separadas de la materia. Para él, el conocimiento se adquiere a través de la experiencia, mediante la observación repetida de las cosas. La inteligencia, al articular el tiempo y la experiencia, nos permite aprehender la sustancia y la esencia de los seres. Al conocer la esencia, se pueden identificar las causas, lo que conduce al nivel de la ciencia.
Aristóteles distingue entre seres vivos e inertes. La diferencia fundamental reside en el alma, que es el principio de vida que informa la materia de los seres vivos. El alma determina la forma específica en que la materia se actualiza, permitiendo al organismo desarrollar plenamente sus potencialidades.
Para Aristóteles, el alma es la forma del cuerpo, el principio vital que organiza la materia y permite las funciones vitales. Aunque sus operaciones son inmateriales, el alma no es una sustancia separada del cuerpo, sino su entelequia. Su inmortalidad, a diferencia de Platón, es un concepto más complejo y debatido en su obra, generalmente atribuida solo a la parte intelectiva.
Para Aristóteles, la ética es la disciplina que reflexiona sobre los fines últimos que el ser humano debe perseguir, diferenciándose de la moral, que se centra en el cumplimiento de normas. La mayoría de nuestras acciones, según él, buscan un bien superior: la felicidad (eudaimonía). Esta felicidad no se encuentra en las funciones vegetativas o sensitivas, sino en la perfección de la racionalidad, es decir, en “una actividad del alma conforme a la virtud”. La felicidad plena se alcanza al desarrollar la virtud, que es la excelencia de la racionalidad, complementada con ciertos bienes externos. Aristóteles distingue entre virtudes dianoéticas (racionales) y virtudes éticas (morales), ambas complementarias y necesarias para la vida virtuosa. Las virtudes dianoéticas, que rigen las virtudes éticas, son:
Las virtudes éticas o morales, que se adquieren por hábito y se sitúan en el justo medio entre dos extremos, incluyen:
Aristóteles afirmó que el ser humano es un “animal político” (zoon politikon), es decir, un ser sociable por naturaleza. A diferencia de otros animales, la naturaleza humana impulsa a convivir en la polis (ciudad-estado). La vida en comunidad es un bien en sí mismo, ya que responde a una exigencia intrínseca de la naturaleza humana.
La polis debe tener como objetivo principal la consecución del bien común, el cual se construye a partir del respeto y la promoción del bien individual de sus ciudadanos.
Las leyes buscan armonizar el bien común y el individual, preservando las costumbres y fomentando la virtud cívica.
La excelencia de un sistema político se mide por su capacidad para garantizar la justicia, tanto la distributiva (proporcionalidad en la asignación de bienes y honores) como la conmutativa (igualdad en los intercambios y transacciones).
Aristóteles clasificó los regímenes políticos basándose en el número de gobernantes y en si estos buscan el bien común o el interés particular. Las formas “puras” o correctas priorizan el bien común:
Aristóteles consideraba que el gobierno ideal sería una mezcla de aristocracia y politeia, donde prevalezca la clase media y se promueva la virtud cívica.