Portada » Filosofía » Ortega y Gasset: La Filosofía de la Vida, la Perspectiva y la Circunstancia
Ningún saber, ni siquiera las ciencias fisicomatemáticas, se refiere a las cosas mismas, sino a nuestra actitud y a nuestra relación con él. El ser de las cosas debe entenderse a partir de su relación con los seres humanos, y esa relación implica que siempre se nos da y se nos aparece desde una perspectiva. Lo que cada individuo conoce es su perspectiva o su punto de vista sobre el mundo, que puede ser más o menos fiable.
La verdad absoluta sería la suma o el conjunto de todas las perspectivas posibles, pero que ningún individuo puede alcanzar, porque todas las personas vivimos insertas dentro de los límites de un determinado lugar, tiempo, circunstancia, etc.
La perspectiva es aquella situación que, a la vez, limita y hace posible nuestro conocimiento. El yo y el mundo forman una totalidad concreta e indivisible cuyo núcleo es la vida de cada cual. Y esta vida individual transcurre y se encuentra siempre en una circunstancia, conociendo el mundo desde una perspectiva.
El ser humano no tiene nunca un ser ya hecho y concluido; no tiene una naturaleza, sino una historia, un drama. No existe porque piensa, sino que piensa porque existe. De este modo, se invierte el punto de partida cartesiano, y el centro de gravedad de la reflexión filosófica se sitúa en la vida misma, que es «no tener más remedio que pensar ante la inexorable circunstancia».
No obstante, aunque el ser del mundo es siempre, para los seres humanos, solo una perspectiva y el yo de cada individuo se encuentra siempre existiendo en los límites de una circunstancia concreta, esta situación no tiene por qué conducirnos a creer que no es posible la verdad. La verdad es posible como conciliación de una multiplicidad de perspectivas, tanto presentes como pasadas.
Este planteamiento conduce a Ortega a introducir la historia en su concepción de la razón, de modo que la razón vital habrá de ser comprendida también como razón histórica.
Las circunstancias en las que siempre nos encontramos son circunstancias históricas concretas, y el yo es siempre un ser que se encuentra en el mundo, que se caracteriza por su temporalidad y por su condición de proyecto como realización de su libertad.
Según Ortega, el individuo concibe la realidad desde sus creencias, que no son el contenido de su reflexión consciente, sino un saber que recibe al margen de su reflexión, que incorpora durante su proceso de socialización y de formación.
Las creencias provienen de ideas anteriores, es decir, de concepciones, de interpretaciones o de teorías formuladas por otros individuos y en las que nos hemos formado y mentalizado. Vemos la realidad a través de las creencias y somos incapaces de comprender nada sin su intervención.
Las creencias son, pues, todos aquellos saberes con los que contamos, aunque no pensemos en ellas.
Las ideas necesitan de la crítica y se sostienen y se afirman sobre otras ideas, formando un todo o sistema. Constituyen una especie de mundo aparte del real. Son el resultado de la reacción del ser humano ante los enigmas que le plantea su vivir.
A partir de su concepción de la vida como realidad radical, Ortega perfila una idea de autodesarrollo según la cual la realización personal no es posible sin el reconocimiento y la aceptación de los límites de nuestra circunstancia y de nuestra perspectiva, condición para llegar a ser más grande que esa realidad que nos impone límites y para poder superarla.
Solo bajo esta condición es posible realizar ese perfeccionamiento de la propia vida individual que ella misma lleva como potencialidad dentro de sí misma.
La circunstancia se convierte, así, en un concepto clave en la filosofía de Ortega. Con ella, pretende designar un especial modo de integración entre el yo y el entorno en el que se desarrolla la vida de cada individuo.
Esta integración del yo con su circunstancia no es una mera referencia intencional ni una simple coexistencia, sino una mutua pertenencia, solo a partir de la cual tienen sentido cada uno de los términos. Es decir, para Ortega, la circunstancia no es solo un conjunto de objetos y de sucesos frente al yo, sino la parcela de mundo cuyo centro soy yo.
La circunstancia es todo lo que el yo encuentra dado:
Junto a estos dos elementos —el yo y la circunstancia—, Ortega completa su estructura de la existencia humana con otros dos: la elección y la vocación, elaborados para dar razón de lo que ese vivir la vida supone, a saber, un quehacer.
La vida no nos es dada hecha, sino que tenemos que hacérnosla; tenemos que realizar nuestro propio proyecto original al que somos llamados por nuestra vocación, y hacerlo mediante un determinado ejercicio de elección entre las posibilidades que la realidad nos ofrece.
Ortega entiende, pues, la vida como experimento creativo, pero no un experimento en sentido científico, como la confirmación de una hipótesis, sino, en sentido nietzscheano, como experimento vital que pone en juego el mayor número de posibilidades, que quiere explorar siempre nuevas formas de existencia.
Lo utilitario deja paso a lo estético: la vida es una obra de arte, y el ser humano, poeta de la existencia, mientras que el mundo es la ocasión para el juego creativo y para la expresividad.
Si todo fenómeno vital tiene un valor expresivo, entonces a la espontaneidad creadora de la vida universal corresponde en el ser humano el espíritu lúdico. Esta concepción supone un desplazamiento del centro de gravedad del ser humano mismo.