Portada » Filosofía » Conceptos Fundamentales en la Filosofía de Marx y Nietzsche: Sociedad, Moral y Existencia
En el ámbito de la política, Karl Marx, junto a Friedrich Engels, desarrolló una teoría sobre la sociedad y su historia conocida como materialismo histórico. Esta teoría postula que la base de toda sociedad reside en sus estructuras económicas, las cuales se componen de las fuerzas productivas y las relaciones de producción.
Las fuerzas productivas constituyen el motor del desarrollo histórico. La fuerza de trabajo se refiere a la capacidad de producir del ser humano, mientras que los medios de producción son los materiales e instrumentos empleados en el proceso productivo. Las relaciones de producción, por su parte, se establecen según la forma en que los seres humanos se organizan para producir bienes.
La estructura económica condiciona la superestructura a través de la alienación del trabajo y la alienación ideológica, lo que provoca que los oprimidos sean cada vez menos conscientes de la dominación que sufren. La deshumanización del trabajo lleva a los trabajadores a percibir la realidad de manera distorsionada, justificando su explotación como algo natural o inevitable. Ejemplos de esta alienación incluyen la religión o ciertas ideologías. Por tanto, la superestructura se erige sobre la estructura económica y busca perpetuarla, siendo la herramienta principal de la clase dominante en la lucha de clases.
Todo modo de producción que establezca relaciones productivas de explotación generará una revolución por parte de la clase oprimida, aumentando la tensión entre clases. Esta tensión, según Marx, conducirá a la destrucción del capitalismo y al advenimiento del comunismo. En el Manifiesto Comunista, el comunismo se caracteriza por la abolición de la propiedad privada, la colectivización de los medios de producción, un sistema asambleario y la autogestión de pequeñas comunidades.
El socialismo, para Marx, representa el fin de la historia ya que, al ser los medios de producción colectivos, se establecerán relaciones productivas de colaboración, poniendo fin a las clases sociales. Según Marx, los individuos deben tomar conciencia de su explotación y llevar a cabo una revolución del proletariado. Esta fase transitoria tiene como objetivo acabar con la propiedad privada, redistribuir los medios de producción y disolver el propio Estado desde dentro. Una vez establecido el comunismo, se habrá superado la alienación y se instaurará un sistema basado en la cooperación libre y la toma de decisiones colectivas.
En su obra La ideología alemana, Karl Marx aborda el problema del ser humano y el conocimiento, explicando que la característica principal de la humanidad es el trabajo, ya que a través de él producimos los medios materiales de nuestra existencia. Para Marx, el acto de producir representa la esencia de la vida humana. Sin embargo, en la sociedad capitalista, esta realidad se distorsiona, pues el trabajador pierde el control sobre el producto de su labor, y tanto el producto como el propio trabajo se vuelven ajenos a él.
La alienación es el concepto clave que expresa esta deshumanización, ocurriendo cuando el ser humano se ve separado de sí mismo, convirtiéndose en una mercancía. Así, en el capitalismo, el trabajo, que debería ser la expresión más propia del ser humano, se transforma en una actividad inhumana y alienada.
La religión, en este contexto, desempeña un papel crucial. Marx la considera el «opio del pueblo«, ya que refuerza la aceptación pasiva de un orden social injusto, prometiendo una vida eterna y feliz a aquellos que más sufren en el presente.
Dado que la alienación ideológica deriva de la alienación del trabajo, la solución a este problema, según Marx, es el desarrollo de la conciencia de clase. Los trabajadores deben reconocer su situación de explotación. Para ello, es fundamental que transformen las condiciones materiales de su trabajo, tomando conciencia de su realidad y aplicando los principios del materialismo histórico para lograr una transformación efectiva de la sociedad.
En conclusión, para alcanzar la liberación de la humanidad, es imperativo desmantelar la alienación ideológica y restablecer una relación cooperativa entre los seres humanos. Al ser un proceso bidireccional, el conocimiento humano y la transformación de la sociedad se convierten en un mismo acto, lo que hace necesaria la revolución del proletariado para comprender la realidad tal como es y cambiarla.
En su abordaje del problema de Dios, Karl Marx critica la religión, argumentando que esta postula que solo una entidad divina, todopoderosa y superior al ser humano, puede cambiar el mundo. Marx, por el contrario, defiende que es el propio ser humano quien debe tomar conciencia de su capacidad para generar el cambio. Sostiene que la religión es una invención diseñada para consolar al hombre de los sufrimientos terrenales y para inducirlo a aceptar la opresión de la clase burguesa.
Marx afirma que la religión es el «opio del pueblo» porque adormece el espíritu revolucionario y desvía al ser humano de la acción en el mundo real. Para él, la religión es una manifestación cultural que sirve a la clase opresora para perpetuar el sistema económico, formando parte de la superestructura económica capitalista.
Marx no se dedica a refutar la existencia de Dios, ya que asume el ateísmo como principio. Su principal preocupación es señalar cómo la religión es utilizada por los opresores para mantenerse en el poder. Por esta razón, consideraba necesario acabar con la religión, lo que implicaría también el fin de las clases sociales y la liberación humana.
Friedrich Nietzsche, filósofo alemán contemporáneo, sostiene en su obra El crepúsculo de los ídolos que la cultura occidental, en todas sus manifestaciones, reprime los valores intrínsecamente humanos. Realiza una crítica profunda a la tradición intelectual y religiosa que fundamenta la cultura occidental, argumentando que esta nos conduce a la negación de la propia vida por miedo a lo imprevisible.
El pensamiento de Nietzsche se basa en el vitalismo irracionalista, que considera la vida como el objeto central de la filosofía, pero enfatiza que esta no puede ser comprendida plenamente mediante la razón. Explica que la vida es una lucha constante entre lo apolíneo (la perfección, vinculada al dios Apolo) y lo dionisíaco (los instintos, vinculado al dios Dionisio). Antiguamente, la tragedia griega buscaba representar la vida en su verdadera expresión.
Nietzsche señala a Sócrates como el punto de partida de la decadencia de la cultura occidental, al considerar que solo la vida racional merece ser vivida, reprimiendo así la tendencia dionisíaca. También acusa a Platón de haber inventado un «mundo verdadero» de las ideas, relegando nuestro mundo terrenal a un segundo plano. Esta separación de mundos, según Nietzsche, ha generado un profundo odio hacia la vida y el mundo tal como son realmente.
Nietzsche explica la realidad a través de dos conceptos fundamentales: la voluntad de poder y el eterno retorno. A diferencia de la realidad estable y ordenada propuesta por el platonismo y el cristianismo, Nietzsche postula que no existe una estructura fija en el mundo, sino un devenir caótico regido por fuerzas en conflicto.
En conclusión, la voluntad de poder y el eterno retorno son ideas clave para comprender la transvaloración de los valores, que implica la sustitución de la moral tradicional por una ética afirmativa de la vida. Nietzsche reivindica una moral de señor que exalte la fuerza y la autoafirmación, en contraposición a la moral de esclavo, sumisa y reactiva, promovida por la filosofía tradicional.
Friedrich Nietzsche es considerado un gran crítico de la moral occidental, argumentando que esta reprime los valores intrínsecamente humanos. Su filosofía se fundamenta en un vitalismo irracionalista, que postula la necesidad de aceptar la vida en su totalidad, incluyendo sus aspectos apolíneos y dionisíacos. Además, busca reemplazar la filosofía tradicional por una ética afirmativa de la vida.
En su obra La genealogía de la moral, Nietzsche realiza un estudio histórico y psicológico de los conceptos morales clave que estructuran el pensamiento occidental. Su objetivo es demostrar que la moral se ha originado a partir de sentimientos de rencor y que esta moral propaga una cultura que niega la vida en su expresión más cruda, promoviendo la debilidad.
El filósofo distingue entre dos tipos de moral:
Nietzsche explica cómo estos tipos de moral surgieron históricamente. Inicialmente, dominaba la moral de señores. Sin embargo, el judaísmo, el cristianismo y el platonismo produjeron una inversión de los valores morales. Los «esclavos», al no aceptar la vida tal como es, tomaron su debilidad como modelo para crear los conceptos de Bien y Verdad. La moral occidental, por tanto, es platónico-cristiana, basada en el mundo inteligible platónico y el más allá cristiano, con ideas que reprimen el cuerpo.
Nietzsche sostiene que la moral de esclavos representa una venganza contra lo superior y glorifica todo aquello que hace la vida soportable, en lugar de lo que conduce a la libertad.
En conclusión, la finalidad de la genealogía es desenmascarar las ficciones creadas por la moral sobre el resto de las expresiones humanas, revelando que siempre hay una moral subyacente. De este modo, nuestros valores morales no provienen del amor, sino del odio, y detrás del pacifismo proclamado por Occidente, solo hay miedo a la vida y a quienes no temen afrontarla.
En un célebre pasaje de La gaya ciencia, un loco proclama que «Dios ha muerto«, y todos a su alrededor lo ignoran. Con esta metáfora, Nietzsche ilustra el creciente ateísmo que comenzó a extenderse por Europa desde la Ilustración, época en la que se desarrollaron las ideas de ciencia y razón.
Nietzsche explica que la cultura occidental, que ha tenido a Dios como pilar fundamental, está entrando en decadencia debido a la transvaloración de los valores, un proceso que ha negado la vida (la Ilustración, al exaltar la razón, contribuyó a la «destrucción» de Dios). La expresión «Dios ha muerto» simboliza la culminación del nihilismo, es decir, la pérdida total de sentido y la destrucción de todos los valores sobre los que se asentaban la cultura y la vida del ser humano.
Nietzsche describe nuestra época como absurda, donde el individuo se deja llevar al percibir que nada tiene sentido, y se «narcotiza» para anular el deseo que impulsa todas las empresas humanas. Este nihilismo se manifiesta tanto en el cristianismo occidental (que busca eliminar todo exceso para acceder a Dios) como en el budismo oriental (que persigue erradicar todo deseo que conduce a la insatisfacción).
La «muerte de Dios» también señala el fin de la era del dominio de la razón y de la metafísica clásica, con sus engaños. El propio racionalismo, iniciado con Sócrates, ha conducido a la destrucción de la idea de Dios, derrumbando así los soportes metafísicos creados por la razón.
En conclusión, la «muerte de Dios» implica el fin del más allá, lo que obliga al ser humano a aprender a vivir su vida de una nueva forma. El propio individuo debe asumir la responsabilidad de dar sentido a su existencia y diseñar su propio sistema de valores, sin recurrir a deidades o trascendencias.