Portada » Filosofía » Ortega y Gasset: La Visión Filosófica de la Sociedad y el Hombre en la España Moderna
Una de las grandes inquietudes de Ortega y Gasset fue la comprensión de la sociedad española de su tiempo. A comienzos del siglo XX, España sufría un profundo atraso estructural respecto a otras naciones europeas: pobreza, desigualdad, bajo nivel educativo, escasa producción científica, conservadurismo cultural e intelectual, y una grave desconexión entre el país y los avances del mundo moderno. Esta situación se denominaba frecuentemente como “el problema social”.
Frente a este panorama, surgió el regeneracionismo, un movimiento compuesto por intelectuales, escritores, científicos y políticos que abogaban por una renovación profunda de España, no solo política o económica, sino también moral e intelectual. En este contexto se inscribe el pensamiento de Ortega, cuya ambición era que la filosofía arraigara en la sociedad española, sirviendo como instrumento de interpretación y transformación. Para ello, utilizó el género del ensayo, al que dotó de profundidad filosófica y claridad divulgativa. Entre sus obras más destacadas en este ámbito se encuentran El tema de nuestro tiempo, España invertebrada, La rebelión de las masas y El hombre y la gente.
Para Ortega, la sociedad es el conjunto de circunstancias concretas en las que transcurre la vida del ser humano. Este concepto es central en su filosofía, y lo expresa con claridad en una de sus frases más conocidas, recogida en Meditaciones del Quijote (1914):
“Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo a mí.”
La circunstancia deriva del latín circum-stare, que significa “estar alrededor”, y hace referencia a todo aquello que rodea al individuo: el mundo físico, las personas, las instituciones, las costumbres, las ideas, los valores culturales e históricos. El sujeto no puede entenderse aislado de su entorno: está siempre inmerso en él y condicionado por él, aunque no determinado por completo.
Según Ortega, aunque hay elementos de nuestra vida que no elegimos —como el cuerpo que habitamos, el lugar donde nacemos, la época histórica—, también poseemos un margen de libertad. La vida es, en definitiva, un proyecto que se construye con lo dado y lo elegido. El yo no es solo un cuerpo o una psicología concreta (no “somos” inteligencia o simpatía), sino ante todo una voluntad de ser, un proyecto vital que debe definirse y realizarse en el mundo.
El ser humano no vive en soledad: su proyecto vital se desarrolla necesariamente en relación con los demás. Es en ese encuentro con el otro donde surge la sociedad. Esta convivencia, sin embargo, no siempre es armónica: puede dar lugar a formas de vida inhumanas, desalmadas y despersonalizadas.
Para comprender esto, Ortega introduce una de sus ideas más influyentes: la distinción entre el hombre-masa y el hombre selecto, desarrollada en profundidad en La rebelión de las masas (1930).
El hombre-masa representa al individuo medio, el ser humano que, en palabras de Ortega, se define por no exigirse nada a sí mismo. Es conformista, pasivo, carente de pensamiento crítico, dependiente de las opiniones dominantes y de la comodidad. Es una figura que no busca superarse ni contribuir a la excelencia cultural, sino que se limita a seguir la corriente. Según Ortega, el hombre-masa no es necesariamente inculto o pobre; puede tener estudios o poder, pero carece de espíritu noble y exigente.
La preocupación de Ortega es que, en la sociedad contemporánea, este tipo de individuo se ha convertido en dominante. En lugar de aceptar su posición de mayoría pasiva, el hombre-masa se impone y se rebela, desplazando a las minorías creativas y críticas que tradicionalmente impulsaban el progreso cultural.
Este fenómeno se traduce en:
Frente al hombre-masa, Ortega propone la figura del hombre selecto: aquel que se exige más de lo que se le exige, que vive con altura de miras, que cultiva su inteligencia, su sensibilidad y su compromiso con la verdad y la excelencia. Es un individuo creador, crítico y capaz de liderazgo moral y cultural.
El progreso de la sociedad, según Ortega, depende de la existencia de minorías selectas que, lejos de imponer su poder, ejerzan una función orientadora, guiando al conjunto social hacia niveles más altos de civilización. Estas minorías no deben ser aristocracias hereditarias ni élites cerradas, sino personas comprometidas con el bien común y con una vida intelectual y ética elevada.
Ortega advierte que el dominio del hombre-masa conduce a un proceso de deshumanización. Esta puede entenderse como:
La deshumanización pone en peligro la vitalidad de la civilización. Por eso, Ortega insiste en la urgencia de una educación exigente, que despierte en cada individuo la conciencia de su libertad, su responsabilidad y su potencial creativo.
Para Ortega, la filosofía no es una especulación abstracta, sino una herramienta para interpretar y transformar la vida concreta. Su visión de la sociedad parte del diagnóstico riguroso de sus males, pero no se queda en la crítica: propone una alternativa basada en la educación, la exigencia personal y la acción de las minorías selectas.
Su pensamiento sigue siendo actual: nos invita a no dejarnos arrastrar por la mediocridad, a pensar por nosotros mismos y a construir una sociedad más humana, justa y cultivada.