Portada » Filosofía » Simone de Beauvoir y Nietzsche: Pilares del Pensamiento Moderno sobre Género y Filosofía
El Segundo Sexo (1949) de Simone de Beauvoir debe entenderse en el contexto del siglo XX, un periodo marcado por guerras, crisis y cambios científicos que cuestionaron la confianza en la razón ilustrada. En este entorno surge el existencialismo, del cual Beauvoir es una figura clave junto a Sartre. Esta corriente, influida por la fenomenología de Husserl, resalta la libertad y la responsabilidad individual. Beauvoir aplica estas ideas al estudio de la mujer, afirmando que no nace como tal, sino que se convierte en mujer a través de construcciones sociales y culturales. También retoma el enfoque genealógico de Nietzsche para cuestionar la idea de una esencia femenina.
Tras la Segunda Guerra Mundial, cuando se pretendía devolver a las mujeres a roles tradicionales, El Segundo Sexo se convirtió en una obra fundamental del feminismo moderno, defendiendo la libertad de las mujeres para elegir su camino más allá de los estereotipos. Aunque no era marxista ortodoxa, Beauvoir incorpora elementos del marxismo para mostrar cómo la opresión femenina también es estructural y económica.
En la célebre frase: **“No se nace mujer: se llega a serlo”**, Simone de Beauvoir despliega el corazón de su crítica feminista: desmantelar el mito de que la feminidad es un destino biológico ineludible. Al afirmar que la **“mujer”** es una construcción social, Beauvoir exige reconocer que los roles, los gestos y las aspiraciones femeninas se aprenden y se imponen desde la infancia, a través de un entramado de expectativas culturales y normas patriarcales. Desde la perspectiva existencialista de Beauvoir, esta imposición niega a la mujer su condición de sujeto libre y autónomo; al definirla como **“el Otro”** frente al hombre —el sujeto universal— se le arrebata la capacidad de proyectarse hacia el futuro con plena responsabilidad sobre su propia existencia. En este sentido, el feminismo hereda de Beauvoir la convicción de que la emancipación femenina pasa por desmontar las etiquetas que la sociedad adjudica al **“ser mujer”** y reclamar, en cambio, el derecho a forjarse uno mismo sin estar constreñido por esencias prefijadas.
Cuando Beauvoir señala que, incluso al incorporarse a **“la elaboración del mundo”**, la mujer sigue siendo **“presa de voluntades ajenas”**, despliega otra arista de su filosofía política y moral: la libertad auténtica no consiste solo en ocupar un espacio público, sino en resistirse a convertirse en un mero objeto. En el texto, rechazar la **“alteridad”** impuesta por el hombre equivale a renunciar a las **“ventajas”** de la subordinación —es decir, al consuelo de un rol dócil y cómodo que falsea la propia trascendencia— y asumir, por el contrario, la angustia y el riesgo de la libertad. Para Simone de Beauvoir, esa tensión entre seguridad y autonomía revela el quid de la opresión patriarcal: si la mujer cede a la tentación de huir de su libertad, acaba negándose a sí misma como sujeto moral y creativo. El feminismo, en esta clave, no solo reivindica el acceso de las mujeres a espacios tradicionalmente masculinos, sino que apela a que cada mujer ejerza su propia trascendencia, aun cuando ello suponga enfrentarse a la condena social por salirse de los márgenes preestablecidos.
Finalmente, al afirmar que liberar a la mujer **“es negarse a encerrarla en las relaciones que mantiene con el hombre, pero no negarlas”**, Beauvoir perfila la noción de reciprocidad auténtica entre los géneros: la liberación no pasa por una simétrica jerarquía invertida, sino por el reconocimiento mutuo de dos sujetos plurales. En su filosofía, la abolición de la **“mitad de la humanidad”** esclavizada implica que ni el deseo, ni el amor, ni la aventura pierdan sentido; por el contrario, cuando desaparezca la división forzada, esas experiencias podrán florecer en toda su riqueza. Al insistir en que la pareja humana recobrará **“su verdadera imagen”** solo cuando ceda la hipocresía de la separación, Beauvoir sugiere que la unión entre mujeres y hombres debe fundarse en la libertad compartida y la solidaridad de proyectos —no en roles asignados. De este modo, el feminismo beauvoiriano se torna una ética de la alteridad recíproca: no basta con liberar a las mujeres de la opresión; es preciso también transformar las relaciones interpersonales para que todos los seres humanos puedan existir como sujetos libres y creadores de sentido.
Nietzsche rechazaba profundamente a Platón porque lo veía como el origen de los valores judeocristianos, que, según él, van contra la naturaleza humana. Criticaba la idea platónica de un mundo perfecto e invisible y defendía que solo existe el mundo sensible, caótico y cambiante. Mientras Platón y Sócrates buscaban orden y razón, Nietzsche promovía un enfoque dionisíaco: aceptar el desorden, confiar en los sentidos y vivir con pasión. Para Nietzsche, el ideal es el **superhombre**, alguien que sigue su **voluntad de poder** y se supera a sí mismo sin esperar recompensas en otro mundo. Por eso decía: **“Dios ha muerto”**. También rechazaba la ciencia como camino a la verdad, pues creía que no hay una realidad objetiva, solo interpretaciones. En vez de razón y lógica, prefería la metáfora y el arte. En cuanto a la moral, Platón creía en valores universales, mientras que Nietzsche pensaba que los valores son creados y pueden cambiar. Para él, la moral tradicional reprime nuestros instintos y nace del resentimiento de los débiles. Por eso, se oponía al Estado platónico y a cualquier sistema que protegiera a los débiles, defendiendo al individuo por encima de todo.
Nietzsche veía a Kant como un rival importante por su gran influencia en la filosofía. Al principio valoró algunas ideas kantianas, como que el espacio y el tiempo son formas de percibir el mundo, no realidades absolutas. También le gustaba que Kant limitara la razón, lo que abría paso a una visión más artística y menos científica. Sin embargo, Nietzsche criticaba que Kant aún creyera en una verdad oculta (**“las cosas en sí”**), algo que para él no existe. Solo hay interpretaciones, no hechos absolutos. Además, cuestionaba cómo el lenguaje moldea nuestra forma de pensar, haciéndonos creer que todo tiene una esencia fija. Nietzsche rechazaba la idea de un mundo **“verdadero”** detrás del que vivimos. Creía que Kant seguía manteniendo valores religiosos disfrazados de filosofía; por eso lo llamó más teólogo que filósofo. También atacó la moral kantiana, basada en el deber y la razón, por considerarla antinatural. La veía como una **“moral de esclavos”**, nacida del miedo y el resentimiento. En cambio, defendía una **“moral de señores”**, que valora la vida, la fuerza y la superación personal. El **superhombre** crea sus propios valores y vive más allá del bien y del mal. En resumen, Nietzsche quería una nueva moral que libere al individuo, lo conecte con sus instintos y lo haga vivir sin culpa ni obligaciones impuestas.