Portada » Filosofía » La Filosofía Raciovitalista de Ortega y Gasset: Vida, Razón e Ideas
El raciovitalismo, la tercera etapa del pensamiento de José Ortega y Gasset, constituye su aportación filosófica fundamental. Representa una evolución y concreción de su anterior perspectivismo, profundizando en las perspectivas radicales en las que el ser humano se encuentra situado: la perspectiva de la razón y la perspectiva de la vida.
Ortega establece la necesidad de superar la falsa dicotomía que concibe la razón como fundamento de la verdad, del conocimiento y de la objetividad, frente a la vida que representa lo particular, lo mutable, lo irracional, el deseo y la pasión. Para el filósofo, estos dos polos son inseparables. Así lo afirma en su artículo «Ni vitalismo ni racionalismo», publicado en la Revista de Occidente en 1924, donde sostiene que ambos caminos, tomados de forma aislada, son falsos.
Podemos distinguir tres acepciones del término vitalismo:
De esta tercera vertiente nace el concepto de razón vital, que supera el mero vitalismo y manifiesta la necesidad del pensar para el vivir.
Ortega critica el vitalismo en favor de una vida que no puede ser vivida sin la razón. De igual forma, critica el racionalismo por no admitir la existencia de aspectos irracionales en el ser humano, ya que los racionalistas han creído en una razón ilimitada.
El filósofo critica los excesos del racionalismo, no la razón en sí misma. El raciovitalismo propugna una mayor atención a la vida, promovida desde la teoría y con la pretensión de ser una teoría. La vida es la realidad radicalmente nueva; algo radicalmente distinto a lo conocido hasta entonces en la filosofía.
Para esta concepción raciovitalista, los conceptos tradicionales de realidad y ser no son suficientes. Ortega propone una nueva ontología:
Como él mismo afirma: «lo primario que hay en el Universo es mi vivir y todo lo demás lo hay, o no lo hay, en mi vida, dentro de ella».
En el raciovitalismo de Ortega, encontramos las siguientes tesis clave:
La vida es la realidad primera y primigenia, anterior al pensamiento. Es fundamental comprender que la vida preexistía antes de que el ser humano se dedicara a filosofar. La razón debe someterse a una «cura de humildad», y su tarea es dar cuenta de aquello que le precede: la vida. Tomar la vida como realidad radical es el emblema del raciovitalismo, y teorizar sobre esta vida es la tarea del filósofo.
La vieja verdad indudable se reformula: «Pienso, porque vivo»; el pensamiento viene después y debe abordar esa vida que le preexiste.
La vida cumple una serie de condiciones determinadas: la vida humana es la de cada cual, es la vida personal, y lleva al hombre y a la mujer a hacer siempre algo en una determinada circunstancia. La vida añade libertad y fatalidad, pero en todo caso, es mi vida, y es responsabilidad exclusivamente mía.
Se trata de la vida de quien tiene conciencia para dar cuenta y razón de ella. El pensamiento es lo que da sentido a la forma propia de actuar del hombre y de la mujer, a la acción, en la medida en que está regida por un previo distanciamiento, por una contemplación, por una teoría. El ser humano necesita de su capacidad de pensar, de su capacidad de ensimismarse, para su propia supervivencia.
El pensar humano, el conocer, es una labor en continua ampliación. No hay peor ignorante que el que cree saberlo ya todo, aquel que no es consciente de su ignorancia. Ortega propone cambiar la definición del ser humano de homo sapiens a homo insipiens (ser humano ignorante).
Una de las formas en que se manifiesta esta necesidad del pensar son las ideas. Las ideas constituyen las coordenadas con las que los hombres y las mujeres se orientan en el mundo y con las que pretenden solucionar sus necesidades radicales. Las ideas son los pensamientos que construimos y de los que somos conscientes; podemos discutirlas, las tenemos, pero no nos sentimos inmersos en ellas.
Las creencias, en cambio, son una clase muy especial de ideas tan asumidas que no tenemos necesidad de defenderlas, pues son nuestra realidad. No reparamos en ellas mientras vivimos inmersos en ellas. Cuando las sentimos, es que algo va mal en ellas; entonces pasan a ser ideas que pueden ser discutidas y necesitamos defenderlas o abandonarlas por otras.
Las creencias son nuestra vida, la realidad de la que partimos, y las ideas son equiparables a la razón con la que pensamos la realidad que es la vida. Así como existe una armonía entre razón y vida, debe existir armonía entre ideas y creencias.
Llega el momento en que empezamos a dudar de nuestras creencias; empiezan a fallarnos y aparece la duda, que es el intento de buscar la seguridad perdida. Entonces nos afanamos en conocer, en buscar alguna certeza que ocupe el lugar vacío que han dejado nuestras antiguas creencias.
Los escépticos son los auténticos demoledores que llevan la duda sobre nuestras creencias a su grado más alto. El pensamiento es el fruto de esta inestabilidad; las ideas que nacen del pensamiento hay que defenderlas, son susceptibles de discusión porque no son la realidad (como pensara Descartes), sino construcciones que el ser humano hace para separarse de la realidad, para ensimismarse. Cuando conseguimos apartarnos críticamente de las creencias de las que vivimos, dejan de ser creencias para convertirse en ideas. Esta dialéctica entre creencias e ideas se da en la historia.